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Especial: La Guerra de los Mundos 3ª Parte. La Humanidad en Peligro

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Damned Martian, 29/06/2005


Cuando la década de los 60 estaba acabando, la ciencia ficción estaba llegando a un punto muerto. Los argumentos y mensajes se volvían repetitivos, y sólo recurriendo a fórmulas gastadas y a factores externos como el erotismo (Barbarella) o el humor (Estrella Oscura) se podía continuar con el género. La cruda realidad de las noticias televisivas que el espectador medio tenía a su alcance gracias a la tele (Vietnam, movimientos pacifistas, revueltas populares…) dejaba muy mal parada la estética de la serie B. El avance del programa espacial dejaba claro que lo que aparecía en pantalla eran meras fantasías inocentes. Era renovarse o morir… Y llegó un inglés cabezón y renovó el género.
En 1968 surgió una de las más míticas películas de ciencia ficción de todos los tiempos: 2001: Una Odisea del Espacio. El film de Stanley Kubrick se apartaba por completo de cualquier cosa vista antes en el género, tanto por estética como por intenciones. Su argumento, críptico y complejo, era todo un reto a desentrañar por el espectador. Su puesta en escena elegante y sofisticada, su ritmo pausado hasta los límites del vacío espacial, su escasez de diálogo, sus saltos temporales… En nada se parecía a la simpática cutrez de la serie B de los 50. Es más, sus pretensiones eran mucho más elevadas: ya no se hablaba de la sociedad, o de la mente humana, sino que se hablaba de Dios mediante el recurso de los alienígenas. Este componente metafísico, unido al análisis de la evolución humana en términos planetarios, la convertían en un paso de gigante hacia la madurez intelectual de la ciencia ficción cinematográfica. Y su estética y revolucionarios efectos especiales la convertían en un espectáculo para la vista, tan cercano a la realidad que era capaz de dejar en ridículo los intentos realizados hasta la fecha.
Hubo un antes y un después de 2001. Pero no necesariamente inmediato: aún tuvieron que pasar casi 10 años para que alguien se atreviese a tomar el testigo que Kubrick había dejado, y más de 15 para que se rodase su secuela (2010: El Año que Hicimos Contacto, película más que correcta y mucho menos críptica que explicaba de forma más profunda los cabos sueltos dejados en esta entrega). En virtud de la realidad, su sucesor fue Steven Spielberg, pero si nos centramos en el contenido filosófico y trascendente de 2001, el testigo lo recogió el ruso Andrei Tarkovsky para tratar la incomunicación en dos obras magnas del género: Solaris y Stalker. Si Kubrick había planteado el contacto extraterrestre como un acto de transformación, Tarkovsky lo enfocó desde el punto de vista del no-contacto. Es decir, que el hombre es incapaz de contactar con otras razas debido a las diferencias fundamentales entre ellas.

Solaris planteaba un planeta cuyo único inquilino era un gigantesco océano viviente, mientras que Stalker hablaba de las consecuencias de una visita extraterrestre a la Tierra. En Solaris, el ente creaba seres a partir de los recuerdos de los científicos que intentaban contactar con él sin éxito. Las intenciones del océano al hacer esto eran tan ignotas como la forma de hacerle reaccionar. En Stalker, por su parte, el hombre se enfrentaba a los fenómenos extraños derivados del “picnic espacial” de los aliens, intentando explicarlos o encontrarles un sentido del que en términos humanos carecían. Y si bien su discurso sobre los límites de la ciencia y por extensión del ser humano es muy potente, lo es aún más lo que la emparienta con Solaris: la incomunicación humana. Incluso en el caso de que no estemos solos, lo seguiremos estando. Aplicado a nuestra sociedad, toda organización es inane puesto que el hombre es un animal esencialmente solitario e incapaz de comunicarse con los demás: “ellos” siempre serán un misterio para “mí”.
La única otra película que puede englobarse en esta corriente de profundidad metafísica (sin contar con el reciente remake de Solaris) es Dune, de David Lynch. Basada en la novela homónima de Frank Herbert (la más vendida de la historia de la ciencia ficción), la película entraría dentro del subgénero de space opera. Sin embargo, su historia mesiánica de ecos medievales, su puesta en escena sobria y meditativa o la complejidad del universo en que se mueve (donde la cantidad de nombres, sucesos e información proporcionada puede llegar a epatar al espectador) la alejan por completo del típico producto del género. Se podría decir que ese fue también el motivo de su fracaso en taquilla, más cuando se la promocionó como si fuese otro Star Wars. Nada más lejos de la realidad: la aventura aquí está supeditada a la construcción de una alegoría sobre el poder, la fe y el transculturalismo.
¿Por qué el género de la metaciencia ficción no fue más prolífico? Posiblemente porque cuando surgió, la sociedad estaba demasiado convulsionada para querer algo con lo que calentarse la cabeza. Y menos si el envoltorio era fantástico. El desastre de Vietnam y el Watergate pesaban sobre las cabezas del público, y el cine pasaba por una crisis económica y creativa. Fue en ese clima en el que resucitó el género de catástrofes.
En realidad nunca murió, se había mantenido en letargo con una película aquí, otra allí, durante años. Pero quién duda de que fue esta década la que explotó el filón hasta el final. Todo comenzó con Aeropuerto, película de desastres aéreos por excelencia. El film tomó lo que necesitaba del antiguo cine del género, lo recicló y sentó las bases sobre las que se construirían las demás: primera mitad con desarrollo de varios personajes (mejor si son actores famosos para facilitar la identificación con ellos), alternada con imágenes que anuncien la tragedia que se avecina; y segunda parte en la que el desastre ocurre, y la gente intenta combatirlo, huye, grita, muere, y finalmente sobrevive. El film, por supuesto, derivó en secuelas, clones e incluso en parodia: la mítica Aterriza Como Puedas, posiblemente la responsable de finiquitar el género al conseguir que no volviese a ser posible ver una de estas pelis con seriedad.
No todo fueron desastres aéreos: hubo terremotos (Terremoto), avalanchas (Avalancha), meteoritos (Meteoro)… Bueno, hubo películas con títulos más rebuscados: Emergencia (sobre una explosión en una refinería), Enjambre (abejas asesinas)… Venga, lo cierto es que algunas tenían títulos más originales: Alerta Roja: Neptuno Hundido (sobre un submarino nuclear hundido), Peligro: Reacción En Cadena (terremoto y accidente nuclear todo en uno), El Puente de Casandra (choque de trenes y epidemias), El Día del Fin del Mundo (volcán en erupción)… Todas ellas apelaban a los miedos del hombre, y más en concreto a los miedos más actuales, el miedo a un desastre real y tangible como los que estaban viviendo en el mundo real. No es extraño que tuviesen tanto éxito ni que conectasen con tanta gente. Su relevancia fue tanta que buena parte del cine político y de suspense se impregnó de catástrofes para aumentar su impacto y su actualidad: ahí están, por ejemplo, el francotirador de Domingo Negro o el fallo de la central nuclear de El Síndrome de China.
Por supuesto, como en todos los géneros, hay obras mayores y menores. En este caso son dos las que destacan sobre las demás: La Aventura del Poseidón, en la que un maremoto provoca que un crucero vuelque, debiendo los supervivientes de encontrar una salida antes de que se hunda; y, sobre todo, El Coloso en Llamas, de la que sobran las palabras. El film además es un perfecto ejemplo de la típica condena del progreso, o más concretamente de la ilimitada ambición humana, común a todo este subgénero. También merece la pena destacar La Amenaza de Andrómeda, cruce de ciencia ficción y cine de catástrofes en el que un satélite choca contra la Tierra portando un peligroso virus que podría causar la extinción humana si se propagase. En este caso, la cinta entronca directamente con la rama de holocaustos que tan extendida estuvo en los 60.

A finales de los 70, las fórmulas se agotaban por sobreexplotación, y el cine de catástrofes iba desapareciendo. La situación mundial se había calmado, y la gente volvía a abrir su mente a otras propuestas. Es en este momento cuando, valorando el avance que supuso estética y tecnológicamente 2001, y tomando su inclinación hacia la seriedad como bandera que ondear para el género, Steven Spielberg creó una de las películas definitivas de la ciencia ficción: Encuentros en la Tercera Fase. Encuentros suponía posiblemente la primera vez que se trataba el tema del contacto con extraterrestres desde una óptica actual, realista y científica, talmente como si pudiese ocurrir hoy (el hoy de 1977, se entiende, que en el 2005 la gente viste de otra forma). Sin efectismos ni argucias de novela pulp, Spielberg nos iba guiando de la mano junto con sus protagonistas en un viaje de suspense e intriga hasta llegar a la resolución final, en la que, casi también por primera vez, el contacto resulta pacífico. Su mensaje de hermanación y esperanza era necesario en un género que había tendido demasiado hacia la acción. Y, pese a haber sido posteriormente criticada por blanda, la efectividad del mensaje y la maestría de la dirección son innegables.
A raíz de ella surgirían multitud de clones y derivados, el más destacado de los cuales vino de la mano de James Cameron: Abyss, que cambiaba las profundidades espaciales o las llanuras desérticas por los abismos marinos, pero conservando el mensaje positivo fundamental. Otra historia de hermanación que llegó más allá fue la de Alien Nacion, en la que acogíamos a un grupo de alienígenas que solicitaban asilo ante la destrucción de su planeta natal. La película se centraba entonces en los conflictos surgidos en esta sociedad híbrida, en una clara exploración de los conflictos raciales que acababa tal y como empezaba: con un mensaje de integración y mano tendida.
Sin embargo, la consecuencia más directa de Encuentros… se debió también a Spielberg: E.T., El Extraterrestre, fábula extraterrestre por excelencia que además recuperaba el subtexto religioso que había aparecido en 2001 o Ultimatum a la Tierra. Y es que al fin y al cabo, esta historia de amistad y tolerancia está más que inspirada en la vida de Jesucristo. La película cambió más que ninguna otra la imagen colectiva de los extraterrestres: ahora no sólo los locos de los avistamientos miraban al cielo con esperanza, también se apoderó del pueblo un sentimiento de que, después de todo, puede que ellos fuesen todo lo que nosotros no hemos conseguido ser, incluso moralmente.
Tras E.T., el cine infantil y juvenil proliferó en alienígenas simpáticos que hacían buenas migas con los niños (con quién si no, ellos aún no están corruptos): Exploradores, El Vuelo del Navegante, Nuestros Maravillosos Aliados, la infame y deplorable Mac y Yo… Y, como dicen que los viejos son lo más parecido a los niños, también estuvo ahí la fantasía geriátrica Cocoon (con secuela y todo). También se adoptó un acercamiento más maduro al extraterrestre bondadoso gracias a John Carpenter y su Starman, en la que no hizo falta recurrir a formas extravagantes para transmitir el mensaje moral de la necesidad de volver a la inocencia como método para evolucionar como sociedad.
Dejando a un lado la corriente de aliens buenos, el mismo año de Encuentros… surgió también otro punto y aparte en la ciencia ficción y las historias espaciales: La Guerra de las Galaxias. George Lucas se inspiró en los seriales de Buck Rogers y Flash Gordon, en las pelis de Kurosawa y en la mitología artúrica para crear la space opera definitiva, que reventaría taquillas y crearía una legión de fans que se entiende hasta nuestros días. Por supuesto, le debe mucho a Star Trek, cuanto menos por conservar a lo largo del tiempo este género en la mente de los espectadores. Tanto Star Trek como Star Wars planteaban un universo en el que las razas alienígenas convivían juntas y revueltas sin problemas. Claro, que mientras en un caso la Federación Estelar era el epítome de la democracia y la integración (por mucho que siempre hubiese individuos hostiles), en el otro el universo estaba regido por un tiránico Imperio que sometía a todas las razas por igual. Dos caras de una misma moneda. También hay que decir que la saga de Star Wars (compuesta además por El Imperio Contraataca, que es la mejor de todas, y El Retorno del Jedi) nunca ha pretendido dar ningún discurso más allá del típico de toda aventura: la justicia y los valores democráticos y/o morales triunfando sobre la maldad. Sin embargo, Star Trek siempre tuvo un tono más reflexivo, más adulto, buscando el tratar temas morales o intelectuales derivados del contacto entre especies. A raíz del éxito de Star Wars, los trekkies también tuvieron su propia saga cinematográfica, de la que a día de hoy llevan 10 entregas (6 con el capitán Kirk y 4 con Picard).
Aparte de estos films, multitud de clones y derivados surgieron del fenómeno de Lucas. Desde simpáticos films juveniles (Starfighter) hasta engendros de bajo presupuesto (Krull), pasando por space operas que poco tenían que ver con ella pero aprovecharon el tirón para realizarse (Galáctica). También se aprovechó el tirón para adaptar al cine Flash Gordon, algo que el propio Lucas había querido hacer en su día. Incluso, como no, tuvo sus propias parodias (La Loca historia de las galaxias de forma directa, la serie de la BBC La Guía del Autoestopista Galáctico de forma subrepticia). No es gratuito tampoco relacionar la aparición de Superman en el cine con el éxito de los Jedi, teniendo en cuenta que las raíces de ambos se retrotraen a la misma época. Sobre este film, que pasa aún hoy por ser uno de los mejores que se han hecho sobre superhéroes, poco más hay que decir aparte de puntuar la naturaleza heroica de este alien en concreto, tan alejada de la norma del género.
La norma la cumple, y con creces, Alien, de Ridley Scott. De hecho, es imposible imaginar un bicho más asqueroso, repelente, escalofriante y malvado que este. Fruto de unir una línea argumental apuntada 20 años atrás en El Terror del Más Allá con la estructura de las slasher movies, el film supuso la perfecta condensación perfecta de los atributos opuestos al E.T. de Spielberg. Si bien su amenaza no se cierne sobre la especie, al ser más bien un bicho poco evolucionado social y tecnológicamente, el diseño de H.R. Giger y el preciso guión de Dan O'Bannon le proporcionan suficientes atributos para entrar en el subconsciente colectivo como una de las imágenes del terror por excelencia. Y es que, ¿quién no ha tenido alguna pesadilla con engendros similares tras ver esta película una noche oscura?

Por supuesto, el éxito e impacto del film le aseguraron que fuese copiado hasta la saciedad, la mayor parte de las veces en películas de serie Z de dudoso gusto. Y es que su estructura daba para mucho. De las películas surgidas a partir suyo destacan: Aliens, secuela a cargo de James Cameron (experto en tomar ideas de otros, darles su toque especial y entregar productos de tanta calidad y precisión como el original) que se inclinaba por la acción y la aventura; Species, que no es que sea un primor pero al menos aprovecha la enorme carga sexual de los diseños de Giger en su hilo argumental de peli porno (híbrido alien-humana que busca como loca la perpetuación de su especie…vaya tela); y, por supuesto, Depredador. Este último caso merece la pena destacarse, ya que une la ciencia ficción y el terror al género bélico, logrando que la película vaya girando constantemente entre géneros hasta alcanzar un último tramo propio de El Señor de las Moscas o Defensa: es el hombre reducido a su estado primitivo el que se enfrenta a la evolución tecnológica y social (con las consecuencias de corrupción moral que ello conlleva) que representa el cruel alienígena. Tanto Depredador como Alien engendraron más secuelas, incluida un estrambótico cruce entre las sagas, pero ninguna con interés suficiente para destacarse.
Otro clásico del género fue producido lejos de Hollywood, más concretamente en Australia: Mad Max. La película de George Miller, con un jovencísimo Mel Gibson, rescató el subgénero apocalíptico del olvido, aunque aportándole su granito de arena: en este caso no había guerra nuclear ni bacteriológica de por medio, sino lisa y llanamente el hombre. Él había sido el responsable de su decadencia al agotar los recursos naturales hasta hacer que la gente llegase a matar por un litro de gasolina. El futuro se volvía así más cercano en la era de la ascensión imparable de las corporaciones y su política de agotar los recursos naturales del planeta. Por no hablar de la exploración de la bestia interior que aún llevamos dentro esperando un resquicio en la civilización que hemos construido alrededor nuestro, que tanto este film como sus dos secuelas (de nivel más que aceptable) planteaban.
Tras Mad Max también vinieron otras que intentaron una aproximación parecida, con desiguales resultados: La Noche del Cometa, Def-Con 4, Único Superviviente… En general películas correctas, pero que no llegaban a aportar mucho más a un género que Kevin Costner se encargó de defenestrar en los 90 con su Waterworld y su Mensajero del Futuro, tan ambiciosas como fallidas.
Estos pilares del género permiten ver las características del cine fantástico de los 80 (y finales de los 70): el homenaje, la renovación y la hibridación. Se cogen los clásicos del género como una plantilla sobre la que trabajar, se añaden aspectos no explorados o se desarrollan de forma distinta y fresca, y se mezclan géneros para obtener obras más complejas. Hay muchos ejemplos de esto, como Están Vivos, de John Carpenter, en donde un vagabundo descubre que los alienígenas están entre nosotros, ocultándose de nuestra vista por medio de emisiones de ondas que alteran nuestra percepción. Y, en un claro homenaje a los recursos de la serie B cincuentera, lo descubre gracias a unas especiales gafas de sol. El delirio anticomunista se vuelve ahora anticapitalista, anticivilización, gracias a su denuncia de la manipulación mediática de esta sociedad. O Enemigo Mío, donde Wolfgang Petersen plantea un western sideral psicológico entre dos individuos de especies enemigas que deben superar sus diferencias para sobrevivir. También destacables son Hidden: Lo Oculto, relato policiaco pulp donde un alien policía debe atrapar a un alien asesino (argumento posteriormente aprovechado también para El Ángel de la Muerte, con inferiores resultados); Temblores, con sus gusanos mutantes amenazando a un pueblecito perdido en clave de western terrorífico; o Las Chicas de la Tierra son Fáciles, delirante mezcla de ciencia ficción, comedia y musical para contar la historia de tres alienígenas cuyo único objetivo aquí es ligar. Ya en televisión, tuvimos la mítica serie V, que podría definirse como el reverso tenebroso de Alien Nación, con sus famosos lagartos tragaratones invadiendo la Tierra de la forma más elaborada que se había visto hasta entonces: mezclando la invasión silenciosa con la hostilidad directa.
También tenemos en esta década tres de los mejores remakes que se han rodado: La Invasión de los Ultracuerpos, de Philip Kaufman, que cambia el entorno rural por el urbano (convirtiéndose así en toda una exploración de la despersonalización del mundo desarrollado) y le añade gotas de terror y gore (cómo olvidar ese perro híbrido…); La Mosca, de David Cronenberg, que transforma una simple mutación en un proceso de transformación kafkiano en el cual la decadencia externa refleja la corrupción psicológica que comienza a asaltar al personaje principal; y por supuesto, La Cosa, de nuevo de John Carpenter, que juntaba en un solo film las corrientes de mutaciones e invasiones ocultas con resultados terroríficos y ominosos. También el remake de la serie The Twilight Zone producido en el 85 (aparecida a raíz del éxito de su versión en película) es un buen ejemplo de cómo renovar las fórmulas antiguas con los recursos presentes. Incluso volvió a provocar la aparición de series-clon, como Cuentos Asombrosos o Historias de la Cripta.
El espíritu de los 80 se fue apagando gradualmente conforme las ideas fueron escaseando. La primera mitad de los 90 sólo tuvo algún destello de interés en este campo: las máquinas extraterrestres-barra-MacGuffin de Desafío Total; la simpatía y falta de pretensiones de Han Llegado, que parecía salida directamente de los 50; o la tercera vuelta de tuerca a los Secuestradores de Cuerpos, esta vez centrando su crítica en el ejército. Pero con los 90 también llegó la revolución de los efectos por ordenador, así que era cuestión de tiempo que el género retornase. Lo malo es que esta revolución coincidió (o provocó, según cómo se mire) con una corriente de reciclaje de ideas anteriores, a las que se añadía tan solo una nueva estética más sofisticada. La originalidad y el riesgo pasaron de las mesas de los guionistas o los platós de los directores a los ordenadores de los técnicos.
El responsable de la nueva vida del género fue el alemán Roland Emmerich. Primero hizo una intrascendente pero muy entretenida fantasía de aventuras en otro planeta (Stargate). Pero sin duda la bomba la soltó con Independence Day: refrito inconfeso de La Tierra Contra los Platillos Volantes con mejores efectos especiales (incluido su patrioterismo desatado), tuvo tal impacto en la taquilla que resucitó de un plumazo tanto el cine de alienígenas como el de catástrofes. No es para menos: se dice que su guión fue escrito entrevistando a una muestra de adolescentes para saber qué querrían ver exactamente en una película de este estilo. Si a eso le añadimos la campaña publicitaria que la convirtió en una película-evento, los clones y derivados de ella son lógicos. Eso sí, pocas de esas películas aportaban algo a sus géneros más allá de la estética renovada.

En cuanto a catástrofes tuvimos tornados (Twister), epidemias (Estallido), tormentas (La Tormenta Perfecta), desastres aéreos (Air Force One), submarinos nucleares fallidos (K-19), alteraciones en el núcleo terrestre (El Núcleo), doble sesión de meteoritos (Deep Impact, Armageddon) y volcanes (Volcano, Un pueblo llamado Dante's Peak), etc. Si bien alguna era mínimamente interesante, lo cierto es que todas (a excepción de la todo-acción-poco-seso Armageddon) seguían punto por punto los esquemas fijados en los 70 sin un ápice de novedad. El único que consiguió apartarse un poco de esto fue, como no, James Cameron y su megablockbuster Titanic. Y lo consiguió recurriendo a fuentes más antiguas para cimentar su estructura y argumento: San Francisco y La Última Noche del Titanic son claras influencias (y en algunos momentos mucho más que eso) del taquillero film. Y, si bien no se destaca tampoco por su originalidad, merece una mención otra obra de Emmerich, El Día de Mañana, aunque sólo sea por conseguir que sus escenas de catástrofe aprovechen al máximo la tecnología para transmitir la sensación de juicio final que esos momentos precisaban. El resto del film, tan lleno de clichés como los demás.
El Día de Mañana es también un ejemplo (más bien ramplón) de ciencia ficción a nivel suavito, pero tampoco es que el resto del género en los últimos años se haya caracterizado por su riesgo (como ejemplo tenemos The Faculty, mera fotocopia de La Cosa en un instituto). Y es una pena, porque no se ha utilizado la tecnología de la que se dispone para ir más allá argumentalmente. En general, la hibridación que caracterizó al género en los 80 se ha tornado mezcla no ya de géneros, sino de películas en concreto. Así tenemos K-Pax, un cruce entre Starman y Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco; Titan A.E., cóctel de Cuando los Mundos chocan y Star Trek; Pitch Black, mezcla de Alien y La Diligencia; o su secuela Las Crónicas de Riddick, que intentaba conjuntar Dune, Conan y Star Wars en una sola película (con el resultado de que quería ser tantas cosas que no era ninguna). Lucas ha intentado también recuperar su famosa saga, pero los resultados de la nueva trilogía ni han ofrecido nada nuevo ni han estado a la altura de la original.
Pero afortunadamente los caminos de la fantaciencia son tantos que aún se puede innovar. Incluso en los casos que carecen de verdadera originalidad, como por ejemplo Misteriosa Obsesión (que no es más que un capítulo de The Twilight Zone de 90 minutos), se pueden hallar aportaciones interesantes (en este caso, un análisis de lo que nos hace humanos). Ahí está también Starship Troopers, corrosiva e incomprendida sátira de las tiranías fascistas y la alienación, que toma prestados elementos de La Humanidad en Peligro y del cine bélico propagandista de los 40. O Mars Attacks, tan honesta que no oculta ni siquiera estéticamente que se trata de un homenaje al cine de género de los 50, y más en concreto a La Tierra Contra… y Regreso a la Tierra. Pero detrás de ese homenaje hay una mordaz parodia en la que se ridiculiza a todos los estamentos del poder, y en la que es el pueblo llano el que consigue librarse del invasor (siendo así la única película de invasiones verdaderamente anticapitalista y democrática de la historia).
También han habido aproximaciones más originales que consiguen que se siga teniendo fe en el futuro del género. Ahí está Señales, que plantea una invasión extraterrestre desde un punto de vista microscópico, el de una simple familia de un pueblecito, consiguiendo así mayor efectividad en su cercanía al espectador de la que películas más ambiciosas han logrado. O Dark City, que transforma a los alienígenas en seres sin alma para plantear desde una óptica kafkiana los temas de la individualidad humana y la tiranía. O incluso Hombres de Negro, que desde su intrascendencia retuerce los tópicos del género hasta que la supuesta invasión ominosa no se convierte más que en un conflicto de fronteras solucionado por agentes de inmigración (lo cual sirve también de crítica a la situación actual de cierre de fronteras del llamado “primer mundo”). O, por último, Contact, que recupera el testigo de Encuentros… para proporcionar la visión científica y social de un posible contacto extraterrestre, analizando además cuestiones más metafísicas como la existencia de Dios (lo que la entronca también con 2001) o la capacidad de la ciencia de dar respuesta a la realidad.
Por último habría que destacar también una serie que marcó la televisión de los años 90, y que en sí misma encierra mayor calidad y riesgo que mucho del cine de la época: Expediente X. Si bien no se centraba sólo en alienígenas (y, todo hay que decirlo, sus mejores capítulos eran los de fenómenos paranormales varios), su hilo argumental recurrente era el de una invasión encubierta de extrañas y poderosas ramificaciones. Se recuperaba así el aire de paranoia y teoría de la conspiración de los 50 dotándolo de una mayor sofisticación, complejidad y suspense. Aunque lo prolongado de la serie (9 temporadas) hizo que se les acabase yendo de las manos, episodios como Piper Maru o Tunguska se encuentran entre lo mejor que ha dado la televisión en cuanto a alienígenas. Recordemos también que como toda serie de éxito se convirtió en película.
Y nada más. Esta semana se estrena La Guerra de los Mundos entre gran revuelo y expectación. ¿Será capaz Spielberg de renovar otra vez el género, o de darle algo más de prestigio? ¿Qué temas explorará bajo la superficie de la catástrofe y la acción? ¿Se habrá librado de los prejuicios que acarreó el género en la época de la primera adaptación de la obra de H.G. Wells? ¿Volveremos a sentir el miedo a lo desconocido? ¿A la extinción? Las respuestas, en tu cine más cercano…
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