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Especial Oscars 2006: Anéctodas de la Historia de los Oscar

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Damned Martian, 26/02/2006


“Todos los sistemas de selección de ganadores tienen sus debilidades y fallos, y los que se utilizan para elegir a los ganadores del Oscar no son una excepción. Las contribuciones de significado perdurable al avance del cine, como espectáculo y como forma de expresión artística, requieren la perspectiva del tiempo para ser evaluadas justamente. Es innegable que la Academia ha galardonado muchas películas que según ha probado el paso del tiempo eran sólo de interés pasajero. Grandes películas y distinguidos artistas relacionados con ellas fueron a menudo relegados, como hemos descubierto más tarde. Hasta cierto punto estos olvidos fueron corregidos muchos años después con Oscars especiales, (…) pero es cierto que en otros casos ha habido una apreciación inadecuada por unos votantes influidos indebidamente por gustos pasajeros, éxito comercial, logaritmos de la industria y simpatías personales. Esto ha sido menos cierto en años recientes, por el concienzudo intento por parte de aquellos al frente de la Academia de eliminar cualquier presión en las votaciones, que iba haciéndose cada vez mayor a medida que se hacía más patente el gigantesco valor comercial de los Oscars. (…) Y aunque sus sinceros intentos no han sido coronados por el éxito, una evaluación objetiva nos indica que de forma creciente los mejores pueden encontrarse entre los ganadores o al menos entre los nominados.” David O. Selznick (1964)
[size=5]ANÉCDOTAS DE LA HISTORIA DE LOS OSCAR[/size]
Desde que en 1927 se fundó la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas (en inglés, Academy of Motion Picture Arts and Sciences), hasta la actualidad, muchos han sido los cambios sufridos por la ceremonia de los Oscar. Para empezar, su verdadero nombre no es ‘Oscar’, sino ‘Academy Award’. Hay tres versiones de cómo llegó a apodarse así. La primera y más famosa se atribuye a Margaret Herrick, una por entonces secretaria de la Academia que en 1931 dijo al ver la estatuilla “¡Se parece a mi tío Oscar!”. Otros dicen que fue el periodista Sidney Skolsky en 1934, que los llamó así para hacer un juego de palabras con un antiguo vodevil. Y luego tenemos a Bette Davis, quien se atribuyó el mérito del apelativo en honor a su primer marido, Harmon ‘Oscar’ Nelson Jr.
Sea como fuere, los primeros Oscars celebrados en 1929 no eran más que una cena social donde no se tardó ni 5 minutos en leer los nombres de los ganadores. De hecho, los primeros años se sabían esos nombres días, semanas y hasta meses antes de la ceremonia. Esto fue cambiando paulatinamente conforme los medios de comunicación iban haciéndose eco de los ganadores y otorgando prestigio a quienes se lo llevaban. Los galardones fueron aumentando su importancia, y con ellos su ceremonia de entrega se fue transformando en un evento social de carácter nacional y con el tiempo internacional. Tanto es así que en su cuarta edición tuvieron como invitado de excepción a Charles Curtis, por entonces Vicepresidente de los Estados Unidos. Un significativo avance para unos premios que habían tenido la mala pata de comenzar con un ganador ausente. En efecto, el primer ganador de un Oscar, el actor Emil Jennings, no estuvo presente en la ceremonia para recoger su trofeo, el único que recibiría en su carrera.
A pesar del interés de los medios, esto era una norma bastante común en las primeras décadas de existencia de los Oscar: la mitad de sus premiados no acudían a la gala, bien por falta de interés, bien por estar en Nueva York o Europa rodando un film o representando alguna obra. O simplemente, de fiesta con sus amigos. Se hicieron varios amagos para conciliar esta desfachatez, desde organizar galas conjuntas Los Ángeles-Nueva York hasta hacer conexiones con otros puntos del país para entregar ciertos premios. Pero fue la televisión la que, con su irrupción en 1953, facilitó el camino. La gala disparó sus índices de popularidad, que hasta entonces sólo la retransmisión radiofónica había incentivado, y se convirtió en un perfecto escaparate publicitario para actores, directores y demás gente de la farándula, que comenzaron a tomarse más en serio estos premios como un posible empujón para su carrera.
“El Oscar es el más valioso, pero menos costoso, objeto de relaciones
públicas mundiales que jamás se ha inventado en cualquier industria.”

Frank Capra, tras ganar su segundo Oscar (1936)
“La única forma de averiguar quién es el mejor actor sería hacer que todo
el mundo interpretase Hamlet y que ganase el mejor.”

Humphrey Bogart, al ganar su único Oscar (1952)
Por supuesto, siguió habiendo y aún hoy hay gente que pasa completamente de este tipo de asuntos. John Ford, el director más galardonado de la historia, no llegó a recoger ninguno de sus 4 Oscars porque nunca asistió. Tampoco recogió sus correspondientes 4 premios Katharine Hepburn, la actriz más galardonada de la historia, que sólo acudió a la gala en 1974 para entregar el premio Thalberg a toda su carrera al productor Lawrence Weingarten. Woody Allen prefiere quedarse en Nueva York tocando el clarinete a asistir a la gala. La única vez que estuvo allí no fue cuando ganó por Annie Hall en 1978, sino en el 2002 para presentar un homenaje a las víctimas del 11-S.
Pero no queda ahí la cosa. Ha habido varias personas que han rechazado sus Oscars. El ejemplo más famoso y sin duda surrealista es el de Marlon Brando, ganador en 1973 por El Padrino. Brando no acudió a la gala, enviando en su lugar a una nativa llamada Sacheen Littlefeather, quien renunció al premio en su nombre como protesta por el trato que los indios americanos recibían por parte de Hollywood, relegándolos a papeles anecdóticos y presentando su raza de forma grotesca. Esta performance fue objeto de no poca mofa durante años en la industria por culpa de dos pequeños factores en su contra: el hecho de que Brando ya tenía un Oscar anterior al cual nunca renunció, y sobre todo, el descubrimiento pocos días después de que Sacheen ni se llamaba así ni era india. Se trataba de una actriz y cabaretera californiana de origen hispano llamada María Cruz, con lo cual Brando pecó de lo mismo que decía criticar.
Pero Brando, por muy vistoso que fuese su espectáculo, no fue el primero. Dos años antes, George C. Scott renunció a su Oscar por Patton, siendo su motivo el que le repugnaba el mero concepto de competición entre actores y la excesiva vertiente económica y publicitaria del asunto. Y no es que no hubiese avisado ya de sus intenciones a los votantes: en 1961 estuvo también nominado e intentó rechazar la mismísima nominación. Algo que los preceptos de la Academia no permitían, aunque le hicieron saber que podía renunciar al galardón si finalmente se lo entregaban. Obviamente, Scott no se olvidó de esto. Pero tampoco fue el primero: este honor le corresponde al guionista Dudley Nichols, que en 1935 rechazó su Oscar por el guión de El Delator debido a las discrepancias en la política sindical entre varios gremios de la industria y la Academia.
“¿Qué significa un Premio de la Academia? No creo que signifique gran cosa.”
Sally Field, al ganar su primer Oscar (1980)
“No he tenido una carrera ortodoxa, y más que nada he querido tener vuestro respeto.
La primera vez no lo sentí, pero esta vez lo siento, y no puedo negar el hecho de que
me queréis, me queréis de verdad.”
Sally Field, al ganar su segundo Oscar (1985)
Como es normal, no todos le tienen tanta tirria a la estatuilla. Algunos incluso se lo piensan mejor con el tiempo. Ejemplo: Dustin Hoffman. En 1974 declaró que el Oscar era algo vergonzoso y grotesco, entre otras lindezas. Para cuando recibió su primer Oscar, en 1979, lo agradeció con profusión a sus compañeros actores y a su familia, declarando sentirse muy orgulloso del premio. También es reseñable el caso de George Bernard Shaw, ganador del Oscar en 1938 por el guión de Pygmalion. Shaw no acudió a recoger su premio y, según recogen los anales, sus declaraciones al respecto fueron: “Es un insulto que me ofrezcan cualquier premio, como si nunca hubiesen oído hablar de mí – y es probable que nunca lo hayan hecho. También podrían galardonar a Jorge por ser Rey de Inglaterra”. Palabras que pueden haber sido una mera reacción a la broma que Lloyd C. Douglas hizo al presentar su Oscar (“la historia de Mr. Shaw es ahora tan original como lo fue hace 3000 años”), ya que el escritor guardaba su estatuilla en un lugar destacado de su vivienda.
Y ya que estamos con los discursos de agradecimiento, los ha habido de todo tipo y color, pero la palma se la lleva sin duda Greer Garson: en 1942 ganó el Oscar por La Señora Miniver y dio el que es hasta hoy el discurso más largo de la historia de los Oscars. Estuvo hablando durante algo más de una hora, en la que le dio tiempo no sólo a agradecer su premio a todo el mundo, sino también a ofrecer su apoyo a las tropas americanas destacadas en el Pacífico y a vender bonos de guerra a los asistentes a la ceremonia. Gracias a ella, la Academia instauró la famosa regla de limitar el tiempo máximo de los discursos a unos pocos minutos. Una medida necesaria, aunque a veces no ha sido suficiente: famosos son los casos de Almodóvar recitando el santoral, y el de Julia Roberts, capaz de cortar por lo sano a la orquesta de un grito (“¡Baja ese palo, voy a quedarme aquí durante un rato! (...) Todo el mundo intenta hacerme callar. No funcionó con mis padres y no va a funcionar ahora”). A otros en cambio les gusta la brevedad: cuando William Holden ganó en 1953, dio el discurso más corto de la historia – “Gracias”. Claro, que le advirtieron que fuese breve, para poder pasar a la publicidad.
“Quiero agradecer a todos los que alguna vez haya conocido
a lo largo de mi vida.”
Kim Basinger (1998)
“Yo no creo en Dios, sólo creo en Billy Wilder. Así que muchas gracias,
señor Wilder
Fernando Trueba (1992)
Hay una gran variedad de discursos. Los más valorados son los humildes. Por ejemplo, Mercedes McCambridge ganó en 1949 y aprovechó para dar ánimos a los actores que comienzan (“¡Mirad a dónde podéis llegar!”). Bette Davis recogió su primer Oscar en 1935, que todos sabían que era una compensación por su derrota del año anterior, y reconoció públicamente que el Oscar debió haber sido para Katharine Hepburn, cuya actuación fue mejor que la suya. Algo parecido a lo que hicieron Ingrid Bergman en 1974 y Michael Caine en 1999. Y cuando Charles Chaplin recibió su Oscar honorífico, no pudo menos que admitir que él comenzó en el mundo del cine por dinero, y que el componente artístico vino después. Pero nadie tan humilde como Joanne Woodward en 1957, que acudió a la gala con un vestido hecho por ella misma (“No pensé que tuviera muchas posibilidades de ganar, por lo que no invertí mucho”, dijo ante el micrófono).
También gustan mucho los que tienen pinceladas de humor: en 1942, Irving Berlin presentó el Oscar a la mejor canción… que resultó ser para él mismo. “Estoy contento de entregar este premio. He conocido a este compañero durante mucho tiempo”, dijo. Por su parte, Jane Wyman agradeció su Oscar en 1948, por interpretar a una muda, con las palabras “Acepto con gratitud este premio que me otorgáis por mantener la boca cerrada. Creo que lo volveré a hacer”. Algo parecido a la frase de Jack Nicholson cuando ganó por Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco (1976): “Esto demuestra que hay tantos locos en la Academia como en cualquier otro sitio”. Su compañera en el film, Louise Fletcher (quien por cierto hizo parte de su discurso en lenguaje de sordomudos para que sus padres la entendiesen), fue algo más mordaz : “Quisiera agradecer a Jack Nicholson por hacer que estar en un psiquiátrico fuese como estar en un psiquiátrico. Me encantó ser odiada por ti”. Tampoco perdió su oportunidad de ajustar cuentas John Wayne en 1969: “Durante años los críticos dijeron que yo no era un actor. Bueno, no hay que preocuparse. A la gente le gustan mis películas y eso es todo lo que cuenta”.
Los discursos políticos no suelen generar simpatías, pero son frecuentes en esta gala. Todos recordamos a Michael Moore (2003) y su discurso sobre el “vergonzoso” Bush, el “presidente ficticio” que organizó una guerra “por motivos ficticios”. Y en 1972, cuando la activamente izquierdista Jane Fonda ganó su primer Oscar, todo el mundo se temía un numerito así. Sin embargo, sólo dijo “Hay mucho que decir, pero no lo diré esta noche”. No pensó lo mismo Vanessa Redgrave en 1978, cuando ganó por Julia, una película que había molestado a los judíos más radicales: "Queridos colegas, muchísimas gracias por este premio a mi trabajo. (...) Creo que deberíais estar orgullosos de haberos mantenido firmes y no haberos dejado intimidar por las amenazas de un pequeño grupo de mafiosos zionistas cuyo comportamiento es un insulto a los judíos de todo el mundo y a su heroico pasado de lucha contra el fascismo y la opresión. Y os ruego que continuéis la lucha contra el antisemitismo y el fascismo. Gracias". Con un par. Por supuesto, cualquier referencia sobre política debe tener en cuenta a Oliver Stone. Esto es lo que dijo en 1986 al ganar por Platoon, de forma irónicamente premonitoria: “Con este premio estáis reconociendo a los veteranos de guerra y admitiendo que, por primera vez, entendéis lo que realmente ocurrió allí. Y creo que significa que decís que nunca debe volver a ocurrir. Y si sucede de nuevo, entonces esos muchachos americanos murieron por nada, porque América no aprendió nada de Vietnam”.
La falta de humildad no sienta bien tampoco, como cuando allá por 1949 Olivia de Havilland recibió su segundo Oscar. La actriz vino a decir que el premio era una prueba de lo alto que había mantenido su nivel interpretativo todos esos años. Más o menos lo que Shirley MacLaine dijo cuando ganó el suyo en 1983, aunque ella fue más directa: “me lo merezco”. Mención aparte merecen los cansinos. Además de los ya mencionados Julia Roberts y Greer Garson, hay que destacar al saltarín Cuba Gooding Jr., que además hizo gala de tal histrionismo que le hizo decir “os quiero” unas 20 veces.
Por último, hay que romper una lanza a favor de aquellos artistas tan prácticos que cualquier subida de azúcar provocada por el resto de discursos automáticamente se disuelve. El mismo Duque que hemos mencionado antes también hizo un remarque digno de incluirse aquí: “Si hubiese sabido que esto era todo lo que hacía falta, me habría puesto el parche en el ojo hace 40 años”. Todo un romántico. Pero para declaraciones directas y sin remolonerías, las de Wendy Hiller en 1958, al día siguiente de recibir su Oscar: “No me interesa la gloria. Espero que este premio signifique un aumento en mi cuenta corriente”.

“Los premios no se pueden comer – y sobre todo, tampoco se pueden beber”
John Wayne
“Me siento como Adán cuando le dijo a Eva: ‘¡Atrás, no sé como de grande
se va a hacer esto!’”
Robin Williams, al abrir el sobre de la ganadora
de mejor actriz secundaria (1999)

Por supuesto, no todas las anécdotas provienen de los discursos. De hecho, el camino hacia el escenario ya puede dar de sí. Y si no que se lo pregunten a los que estuvieron a punto de ser pisoteados por Roberto Benigni en 1998, cuando se puso a dar saltos sobre las butacas para dirigirse a recoger su premio a la mejor película de habla no inglesa, hasta que finalmente se tiró a los calurosos brazos de Sophia Loren. O a Halle Berry, que recibió el más sonoro y húmedo de los besos de tornillo de un pletórico Adrien Brody en el 2002. También podríamos recordar los pasos de claqué de Stanley Donen al recoger su Oscar honorífico, o el numerito que montó el incombustible Jack Palance cuando ganó su Oscar en 1993, a los 73 años. Empeñado en demostrar que la edad es un estado mental, Palance se lanzó a hacer flexiones sobre una mano en el escenario. Todo un macho.
Los presentadores invitados también se llevan su parte de la gloria, sobre todo (o mejor, casi exclusivamente) cuando se salen del guión. Ahí están los pasos de baile que improvisaron Fred Astaire y Ginger Rogers cuando iban a presentar un premio en 1966. O la canción que entonaron Burt Lancaster y Kirk Douglas cuando salieron a escena en 1957 (’It’s Great Not to be Nominated’). O cuando Sylvester Stallone y Muhammad Ali echaron unos golpecitos en el 76 en medio del escenario, a raíz de la popularidad de Rocky ese año. Cuando terminaron, Sly declaró que aunque no ganase nada esa noche, ya estaba orgulloso de haber podido estar junto a una auténtica leyenda. También ha habido momentos emotivos: la aparición de un desmejorado Christopher Reeve tras su accidente, en 1995; el improvisado discurso que William Holden hizo en 1977 para agradecer a su co-presentadora esa noche, Barbara Stanwyck, el haberle ayudado y apoyado en sus comienzos; o cuando James Stewart recogió el Oscar honorífico a Gary Cooper, en 1960, dado que su enfermedad le impidió acudir (moriría un mes más tarde). Y por supuesto momentos políticos, como cuando en 1993 Susan Sarandon y Tim Robbins criticaron al gobierno americano por su trato hacia los inmigrantes haitianos con SIDA; o cuando ese mismo año Richard Gere pidió a los telespectadores que mandasen (telepáticamente) un mensaje de amor y apoyo al Dalai Lama (algo que le valió el ser vetado de la ceremonia durante años).
Pero el momento de los momentos tuvo lugar en 1974, cuando un streaker invadió el escenario correteando tras un sorprendido David Niven, haciendo con sus dedos el símbolo de la paz. Cuando el nudista desapareció entre bastidores y el público dejó de reír, Niven sin apenas inmutarse comentó: "Bueno, señoras y señores, esto tenía que pasar. ¿Pero no es fascinante que la única risa que ese hombre vaya a provocar en toda su vida vaya a ser el momento en que se desnudó para enseñar sus partes?". Ouch.
A veces los presentadores consiguen poner en un compromiso a los premiados o nominados. Algo así sucedió en 1976, cuando Marty Feldman presentó el Oscar al mejor cortometraje. Tras dar el nombre de los ganadores (el corto ganador fue dirigido por dos personas), Marty tiró el Oscar al suelo partiéndolo por la mitad, y a cada ganador le dio una diciéndoles “En la parte de abajo ponía ’Hecho en Hong Kong’”. Nada comparado con el presentador de la gala de 1933, Will Rogers. Para empezar, a la hora de entregar el premio a la mejor actriz hizo que las dos nominadas presentes en la sala (May Robson y Diana Wynyard) hablasen al público desde sus mesas. Cuando ambas asumían ilusionadas que el Oscar iba a ser ex-aequo para ambas, Rogers les felicitó por sus palabras y desveló que la ganadora era Katharine Hepburn, que por supuesto no había ido. Pero no quedó aquí la cosa, también resbaló en el premio al mejor director. Al abrir el sobre, no se le ocurrió más que decir “Mi buen amigo Frank”, ante lo cual Frank Capra se levantó entusiasmado. Lo malo es que no se refería a ese Frank, sino a Frank Lloyd, con lo que Capra tuvo que volver cabizbajo a su asiento.

Quizá sea por el resentimiento acumulado por casos como estos (sólo de pensar que los 40 años de rivalidad entre Olivia de Havilland y su hermana Joan Fontaine parten de aquí dan escalofríos) por lo que en 1988 se decidió cambiar el tradicional “the winner is…” por un menos competitivo “and the Oscar goes to…”. Y es que, en el fondo, ya lo dijo Bob Hope en 1970: “Bienvenidos a un show dedicado a proponer que los celos y la envidia no deben desaparecer de la faz de la Tierra”.
“Imaginen que una chica italiana consigue un Oscar por una película italiana
y no está allí”
Sophia Loren tras conocer que había sido nominada por la italiana
Dos Mujeres (1961). Un mes después no acudió a la gala y ganó el Oscar.

“Espero que esto no sea un error, porque no voy a devolverlo por nada del mundo”
Yul Brynner (1956)
Pese a todo, las improvisaciones no son los únicos momentos álgidos de las galas. Pese a que, como dijo Johnny Carson en su monólogo inicial de la ceremonia de 1979, la gala son “dos horas de chispeante entretenimiento repartidas durante 4 horas”, los productores de la gala han hecho todo lo que han podido para darnos momentos para la historia. Unas veces han fracasado, como cuando en 1989 hicieron que Rob Lowe cantase un penoso dueto con una actriz personificada como la Blancanieves de Walt Disney (por lo cual además fueron demandados, ya que no habían pagado derechos por la imagen del personaje). Pero otras han acertado de pleno, como en las actuaciones del Circo del Sol en el 2002 (con una espectacular coreografía que acompañaba las imágenes de los nominados) o de Stomp en el 96.
Los invitados, por supuesto, han aportado su granito de arena en la famosa alfombra roja. Y no precisamente los mejor vestidos. Esos se olvidan casi inmediatamente. Lo que queda para el recuerdo son esos trajes incomprensibles con los que se hace el más absoluto de los ridículos: el traje-cisne de Björk en el 2000; el traje hecho con 254 tarjetas de crédito que la diseñadora Lizzy Gardiner “lució” en el 95; el indescriptible traje de bailarina de ballet de un tugurio de Las Vegas que se puso Geena Davis en el 92; el traje transparente de Cher en el 87 (con el añadido de que ganó el Oscar y todo el mundo pudo ver toda su anatomía a lo grande); el traje de princesa del Hard Rock Café de Kim Basinger en el 90; o Dennis Rodman, vestido de Dennis Rodman en el 97; y sobre todo, los trajes con los que Matt Stone y Trey Parker aparecieron en 1999 – ni más ni menos que los que habían llevado Jennifer Lopez y Gwyneth Paltrow el año anterior. La Academia no ha vuelto a atreverse a nominarlos, pese a que el número musical que montaron en base a la canción nominada de South Park, ‘Blame Canada’, es uno de los momentos más hilarantes de los últimos años.
Los eventos extracinematográficos también han tenido una cierta influencia en la ceremonia. No se trata sólo de chistes de los presentadores, o de homenajes (como el que cada año se hace a los fallecidos), sino de cosas más serias. En varias ocasiones, por ejemplo, se ha debido retrasar la gala: en 1981 el atentado contra Ronald Reagan hizo que se retrasase un día; en 1968 fueron dos días debido al asesinato de Martin Luther King; y en 1967, una huelga de televisión y radio estuvo a punto de provocar la cancelación de la gala, o al menos su retransmisión (al final, la huelga se desconvocó 3 horas antes del show). También tuvo gran influencia la caza de brujas del infame senador MacCarthy: la Academia, que ya había nominado (e incluso premiado) a algunos de los artistas que sufrieron su persecución, se vio obligada a ignorar a veces y a premiar a nombres falsos en otras, a los miembros de la lista negra del senador. Así, Dalton Trumbo ganó en 1957 pero su Oscar fue a parar a Robert Rich, sobrino de los productores que había accedido a firmar el guión de The Brave One con su nombre (en 1975 este Oscar le fue entregado al fin a Trumbo, al ser desvelado el engaño). Ese mismo año, la nominación de Michael Wilson por La Gran Prueba tuvo que ser anulada precisamente por trabajar sin seudónimo. Algo que le sirvió para no aparecer en los créditos de los guiones nominados de El Puente Sobre el Río Kwai (1958) y Lawrence de Arabia (1963), aunque en ambos casos la Academia corrigió oficialmente estas ausencias a posteriori (en 1984 el primero, en 1995 el segundo), cuando se demostró que había participado en ambos guiones – algo que también afectó a Carl Foreman en cuanto al primer film se refiere. Un caso similar al de 1951, cuando el guionista Michael Blankfort hizo de tapadera para su amigo Albert Maltz en las varias nominaciones que recibió Flecha Rota – nominación corregida en 1991.

“Gracias a Dios, ahora podemos descansar tranquilos. Susan ha
logrado lo que ha estado persiguiendo durante 20 años”
– Un productor
de Hollywood, cuando Susan Hayward ganó su Oscar (1958)

“El hecho de que soy un negro en la película es realmente incidental,
y me gustaría pensar que gané el Oscar por mi capacidad interpretativa”

Sidney Poitier, poco después de ganar su Oscar (1963)
También hay que hacer mención a esas anomalías que de vez en cuando ocurren en los propios galardones. Por ejemplo, que no siempre hubo un número fijo de 5 nominados: en 1942, en la categoría de mejor corto documental, se batió el record – 22 nominados. En esos años, antes de que se asentasen las reglas, era normal un número de entre 7 y 15 nominados en algunas categorías. En mejor película, el record lo batió 1934, con 12 films. Pero eso no ha sido lo más raro que ha ocurrido por culpa de no tener reglas fijas: en 1944, Barry Fitzgerald fue nominado como mejor actor y como mejor actor secundario por la misma película, Siguiendo mi Camino (ganó como secundario). Y 10 años antes, Bette Davis recibió su nominación por Cautivo del Deseo a posteriori gracias a una solicitud escrita de algunos miembros tras conocerse que no estaba entre las seleccionadas. Aún así, no ganó. No ha sido el único caso, pero sí el más notorio. Gracias a Dios, ahora hay reglas que impiden semejantes disparates.
Pero las reglas no suponen acabar con las sorpresas: en 1968, Barbra Streisand y Katharine Hepburn compartieron el Oscar a mejor actriz, al empatar en las votaciones. Un caso así sólo se había dado 1932, cuando el número de miembros era mucho menor, en la categoría de mejor actor (Fredric March y Wallace Beery fueron los ganadores). También ha habido nominados después de muertos, como James Dean (que tiene el honor de ser el único que tras morir ha recibido 2 nominaciones al Oscar, en años consecutivos), Peter Finch (único actor que lo ha ganado después de muerto), Sidney Howard (ganador por el guión de Lo que el Viento se Llevó), Massimo Troisi, etc. O películas que han ganado el máximo premio y nada más: La Melodía de Broadway, Rebelión a Bordo y Gran Hotel (esta última no estaba nominada a nada más siquiera). O películas que han sido nominadas 20 años después de rodarse (la banda sonora de Candilejas fue nominada en 1972, en vez de en 1952, ya que hasta ese año no se estrenó en Los Angeles). O nominaciones que han debido rechazarse porque hubo un error al votar (en 1956 se nominó el guión original de High Society, creyendo que se trataba de la película del mismo título Alta Sociedad, que era un guión adaptado – resultado, ambas se descalificaron con el consentimiento de sus autores). O actores que han ganado Oscars “de verdad” después de que la Academia les concediese el Oscar honorífico (curiosamente, ambos lo hicieron en años consecutivos): Henry Fonda (1980-1981) y Paul Newman (1985-1986).
Nos podríamos tirar horas y horas con curiosidades del estilo. Podríamos hablar de las dinastías que han hecho del Oscar su veto de caza (los Coppola, con 4 miembros que acaparan 8 Oscars; y los Huston, con 3 miembros que acumulan sendos Oscars, con la peculiaridad de que uno de ellos es el que ha dirigido a los otros dos para lograr los suyos). O de los más jóvenes en ser galardonados (Adrien Brody, Marlee Matlin, Timothy Hutton y Tatum O'Neal en cada categoría) o nominados (Jackie Cooper, Keisha Castle-Hughes, Justin Henry y de nuevo Tatum, respectivamente). O las interpretaciones más breves en recibir Oscars (Judi Dench, Beatrice Straight y Anthony Quinn rondaron los 8-10 minutos, mientras Anthony Hopkins consiguió ganar como principal saliendo sólo 16 minutos). Pero cosas como estas ya las diremos el próximo domingo.
Entre tanto, finalicemos con una leyenda urbana que se cuenta acerca de la oscarizada Shelley Winters. Siendo ya mayor, la actriz fue a una audición con un joven e inexperto director. El tipo le preguntó “Bueno, señora Winters, recuérdeme qué es lo que ha hecho hasta hoy”. Winters, acostumbrada ya a estos encuentros con las nuevas generaciones, cogió una bolsa que llevaba con ella, metió la mano y puso encima de la mesa un Oscar. “Este es por El Diario de Ana Frank, dice. Vuelve a meter la mano en la bolsa y saca otro Oscar: “Y este, por Un Retazo de Azul. Ahora, ¿por qué no me dice qué es lo que ha hecho usted hasta hoy?”. Quién sabe si la historia es verdad, pero ojalá lo sea.
“Por mi segunda y tercera películas gané dos Oscars. Nada peor podría
haberme ocurrido”
Luise Rainer