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Especial: La Guerra de los Mundos 2ª Parte. La Humanidad en Peligro
Damned Martian, 28/06/2005

Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó, el globo entero estaba demasiado convulsionado como para desear nuevas emociones. Las pérdidas causadas por la guerra, las heridas sin cicatrizar (no necesariamente físicas) y los ecos de la destrucción aún pesaban sobre el mundo. Nadie deseaba ver todo esto en la pantalla de un cine. La década de los 40 fue la década de las comedias, del cine negro y de intriga, del cine de evasión. Pero como, al fin y al cabo, la Guerra fue ganada, las heridas no tardaron mucho en cicatrizar. La posguerra, empero, dejó abierta la puerta para otro conflicto, mucho más silencioso y político que el anterior, cimentado en las bases del secretismo, la propaganda y la lucha informativa y tecnológica. El nuevo enemigo era sutil, esperaba escondido en las sombras de la clandestinidad a que el “mundo perfecto” de los Estados Unidos diese muestras de debilidad. El final de la década de los 40 fue el comienzo de la Guerra Fría, y con ella, la amenaza se tornó roja, comunista, rusa… y marciana.
A finales de los 40, una fiebre se abrió paso por las praderas americanas. Cada vez más gente miraba al cielo y encontraba allí objetos que no podía clasificar. Lo más probable era que fuesen experimentos militares de una época en la que la carrera tecnológica entre los “enemigos fríos” comenzaba su apogeo. Sin embargo, en el imaginario colectivo humano, lo más sugerente era atribuirlo a una causa extraterrestre. Y, pese a sus distintas formas, la que se hizo más popular fue la del disco. Así, no es extraño que en 1949 apareciese la primera mención del término “platillo volante” en el cine. Se trató de un serial titulado Bruce Gentry - Daredevil of the Skies, y en ella el héroe combatía contra un malvado inventor y sus naves. Un año más tarde, fue el director Mikel Conrad el primero en asociar en pantalla los platillos con los aliens en su film The Flying Saucer, en el que rusos y americanos competían por averiguar el origen de uno de estos aparatos.
Sin embargo, la película que se considera que inauguró la época dorada de la ciencia ficción fue Cohete K-1, en la que la primera expedición tripulada a la Luna acaba aterrizando, por un error de funcionamiento, en Marte. En este planeta encuentran los restos de una civilización marciana desaparecida por una guerra nuclear (incluidos los pocos supervivientes, convertidos en cavernícolas hostiles). Fue un prólogo a la época de las devastaciones nucleares de los 60. La otra película que inauguró esta época fue Con Destino a la Luna, un aproximamiento mucho más serio al viaje a la Luna basado en un relato de Robert A. Heinlein, que tiene la particularidad de ser la primera película en la que se muestran de forma aproximadamente veraz los trajes y vehículos espaciales, y la superficie lunar. Además, cuenta en su haber con el mérito de haber pronosticado la carrera espacial entre rusos y americanos.
A partir de aquí comenzó una época en la que el cine de ciencia ficción, y más en particular el de invasiones alienígenas, se convirtió en instrumento perfecto para la propaganda de la Guerra Fría. La muestra más palpable de esto es Invasores de Marte, de William Cameron Menzies. El film, al más puro estilo de la publicidad militar y pseudodidáctica de los 40, estaba protagonizado por un típico niño americano de una típica familia americana. Una noche observa cómo unos extraterrestres del planeta rojo ocultan su nave en el arenal que hay en su patio trasero (la invasión invisible en el mismo núcleo de la sociedad “perfecta”). Pronto, la gente comienza a desaparecer en el arenal, saliendo de él con la mente lavada, como autómatas teledirigidos (el comunismo que acaba con la individualidad). Es el ejército (al que se le dedican numerosos momentos de ensalzamiento), alertado por el niño, el que salva al planeta de estos malvados seres. Pero, en una vuelta de tuerca aún más pegajosamente instruccional, sucede que todo era un (educativo) sueño, y cuando despierta todo vuelve a comenzar… Mensaje: te hemos enseñado cómo enfrentarte a los comunistas, joven yanqui, ahora es tu turno de traer a la caballería cuando les veas rondar.

Este es un mero ejemplo del grueso de la ciencia ficción de la época. Había pelis mejores y peores, claro. Entre ellas destacan Regreso a la Tierra, en donde unos científicos terrestres son secuestrados por los malvados aliens; La Tierra Contra los Platillos Volantes, con efectos especiales del mítico Ray Harryhausen, en la que los extraterrestres llegan a destruir diversos símbolos de la democracia americanos; Conquistaron el Mundo y Emisario del Otro Mundo, particulares visiones del género del ilustre Roger Corman; las dos versiones de El Pueblo de los Malditos, en donde los aliens toman la forma de niños y controlan a la gente con su mente (una gran metáfora de la maldad inherente debajo de la fachada de bondad que son la mayoría de gobiernos); Me Casé Con Un Monstruo Del Espacio Exterior, en la que el alien en cuestión toma posesión de un hombre en su noche de bodas; o La Masa Devoradora, con un joven Steve McQueen y una masa roja extraterrestre que absorbe todo lo que se encuentra (metáfora obvia del avance comunista). Sin olvidar la lamentable y famosa (por todas las razones equivocadas) Plan 9 from Outer Space, del infame Ed Wood. Todas estas películas (menos la última, que ni siquiera tuvo el mérito de plantear algún mensaje coherente) eran en mayor o menor medida un reflejo de la caza de brujas que el senador McArthy comenzó en esta década. Muy contento debió quedar de ver cómo contribuyeron a fomentar la sensación de amenaza oculta hacia el sistema de vida americano.
De entre este arsenal de films, destacaron dos por su calidad e importancia. El primero fue El Enigma de Otro Mundo, película dirigida extraoficialmente por Howard Hawks en el que una nave extraterrestre aparecía en los hielos de la Antártica. El caos se desataba entre la expedición científica que lo descubre cuando el alienígena que llevaba dentro despierta de su letargo y comienza a sembrar la muerte y el terror en la estación. Una forma distinta y menos obvia de presentar el tema de la amenaza oculta y el peligro hacia la sociedad que implicaba, ya de paso dotándole de un doble significado que a los partidarios del Comité de Actividades Antiamericanas se les escapaba: el enemigo podía ser el propio macarthismo.
Pero, sin duda, el film de invasiones extraterrestres a lo bestia que más se recuerda es La Guerra de los Mundos. Y es que la clásica obra de H.G. Wells lo tiene todo para conectar con los miedos más primarios del ser humano: una amenaza inesperada, un enemigo tremendamente hostil y aparentemente invulnerable y todopoderoso, destrucción en masa, imposibilidad de esconderse o evitar la catástrofe… El fin del mundo de la mano de un factor extraño no tenido en cuenta en la ecuación. Contaba además con la ventaja de que sus agresores eran marcianos (con los que podía contar con el beneplácito de los más extremistas) y de que el ejército no era el que conseguía acabar con ellos, más bien al contrario (con lo que los más moderados podían estar satisfechos). No es extraño pues que haya sido el material elegido para el film que inspira esta monografía.
Pero la Guerra Fría no sólo trajo consigo amenazas externas. También tuvo una importante presencia la amenaza nuclear. Esta amenaza se manifestó con mayor frecuencia en las “películas de monstruos”, seres que habían mutado por culpa de la radiación nuclear (normalmente para hacerse más grandes). Entre éstas destaca sin duda alguna la que da título a esta recapitulación: La Humanidad en Peligro. En ella unas hormigas crecen hasta alcanzar el tamaño de un rinoceronte por culpa de los efectos de unas pruebas nucleares, amenazando un pueblo del desierto de Nuevo México. La raza humana se enfrenta a su extinción si estos monstruos consiguen reproducirse… hasta que llega el ejército a salvar a la población. Pese a que en la superficie este film pueda parecer otro panfleto anticomunista, un análisis más profundo descubre el doble sentido de todo y el claro mensaje antinuclear del relato. Algo que no siempre se encontraría en el resto de películas del subgénero.
La nómina de monstruos mutantes gigantes fue casi interminable: arañas (Tarántula), pulpos (It Came from Beneath the Sea, con efectos de Harryhausen también), saltamontes (Beginning of the End), escorpiones (The Black Scorpion), mantis religiosas (The Deadly Mantis) y un sin fin más. Por no mencionar los poderosos resurrectores que tiene la radiación sobre todo tipo de bichos prehistóricos, cuyo máximo exponente es La Bestia de Tiempos Remotos. Pero no sólo los animales han sufrido los efectos de la radiación o derivados, también los hombres: desde volverse gigantes (El Ataque de la Mujer de 50 Pies, El Gigante Ataca) hasta diminutos (El Increíble Hombre Menguante, obra maestra de Jack Arnold con algunas de las secuencias más impactantes y memorables de la época), pasando por mutar con otros bichos (la primera versión de La Mosca, que nada tiene que envidiar a la más reciente) o convertirse en un robot (The Most Dangerous Man Alive).
Dentro de este subgénero hay que dar de comer aparte al carismático Godzilla (o Gojira), un dinosaurio mutante despertado de su letargo por unas pruebas nucleares, que sembró el terror en las islas japonesas. No es extraño que los japoneses fueran tan proclives a adoptar la moda hollywoodiense, dado su por entonces reciente pasado nuclear. Godzilla fue a un tiempo el modo de demonizar las bombas de Hiroshima y Nagasaki y la forma de expiar su contribución al bando equivocado de la Segunda Guerra Mundial. El film derivó en multitud de clones y en una saga interminable en la que el monstruo fue alternando entre bueno y malo, dependiendo de su contrincante (Gamera, King Kong, Mesura…). Eso sí, la destrucción siguió campando a sus anchas en una isla tan pequeña como Japón. Dio de sí su escasa superficie…

Otra cinta a destacar es Cuando los Mundos Chocan, preludio del cine puramente catastrófico de los 70, en la que un planetoide sigue un curso de colisión con la Tierra. El gobierno, al enterarse, prepara un “arca de Noe” para evacuar a unos pocos elegidos hasta un lejano satélite habitable. Peligrosamente cercana a los ideales fascistas de selección de raza, la película se salva por su sutil guión que deja entrever una crítica a ese mismo proceso, tan semejante a los postulados de la derecha reaccionaria.
Esta cinta supone un preludio a las películas sobre holocausto nuclear, que enlazaron las décadas de los 50 y 60. En La Hora Final se narran los últimos meses de vida de la única región del mundo a donde aún no ha llegado la radiación provocada por una guerra nuclear: Australia. La desesperanza del film era patente, como también su discurso pacifista. Después llegarían otras, como The World, the Flesh and the Devil o The Last Man on Earth. Sin olvidarnos de la mordaz sátira de Kubrick, ¿Teléfono Rojo?, Volamos hacia Moscú, que diseccionaba las últimas horas de la estúpida raza humana y cómo ellos mismos se autodestruían.
Pero no sería hasta el final de los 60 cuando se alcanzó el punto álgido cinematográficamente hablando. El pesimismo había crecido debido a la desastrosa incursión en Vietnam, la sociedad se concienciaba gracias a los movimientos pacifistas, y la amenaza nuclear se percibía excesivamente cercana por culpa de los conflictos Cuba-USA. En ese clima, surgió El Planeta de los Simios, cuyo final (después de haber engañado al espectador con una historia que parecía de contacto alienígena) pasa por ser el más impactante de la historia del cine. Una imagen, la de la Estatua de la Libertad enterrada, que resumía a la perfección el espíritu pacifista del género.
Después de eso este subgénero entró en declive, y sólo se pueden salvar un par de películas: Naves Misteriosas, que narra la historia de una estación espacial del futuro en la que se conservan las únicas plantas que han sobrevivido a la desertización de la Tierra, y lo que ocurre cuando reciben la orden de destruirlas; y El Último Hombre... Vivo, adaptación de la novela Soy Leyenda de Richard Matheson (una obra maestra de la literatura se mire como se mire) en la que Charlton Heston era el único superviviente de una guerra biológica que asolaba el mundo y tornaba a algunas personas en peligrosos mutantes. Ambos films derivan de los movimientos ecologistas de la época, construyendo su discurso alrededor del enfrentamiento hombre vs naturaleza, una lucha irracional y artificial que sin embargo comenzaba a ser demasiado real.
Luego también hubo otras obras que superaron los esquemas preestablecidos del género para establecer sus propias reglas y mensajes. Es inútil resistirse aquí a nombrar la obra maestra de la década por excelencia: Ultimátum a la Tierra. El film cuenta la historia de Klaatu, una especie de policía sideral que llega a la Tierra para advertirles a sus habitantes de que si no cesan sus actividades bélicas, el planeta será destruido. Cargada de múltiples sentidos y niveles, la película es una dura crítica al programa nuclear y a la cultura de la guerra como medio de resolución de los conflictos, a la vez que un canto a la aceptación de las diferencias y a la paz. No es extraño que haya quedado como uno de los pilares del género. Otro film que seguiría esas mismas pautas de ofrecer una figura más compleja del extraterrestre fue El Ser del Planeta X, pero su importancia palidece ante la obra de Robert Wise.
Otra de las obras maestras indiscutibles del género fue La Invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegel, posiblemente el mejor exponente del subgénero “invasión silenciosa” jamás hecho. En el film, unas vainas extraterrestres creaban copias de los humanos, copias desprovistas de sentimientos y de pensamiento de colmena. ¿Clara metáfora del comunismo y su amenaza al “american way of life”? Sí, pero también, por su sutileza y complejidad, perfecta metáfora de la caza de brujas y de la búsqueda del pensamiento único de la derecha conservadora. Por no hablar de que es uno de los mejores y más originales films de suspense jamás creados.
Pero para original, Planeta Prohibido. No es ya que se trate de una adaptación muy libre de La Tempestad de William Shakespeare. Es que es una cinta de alienígenas… sin alienígenas. Una expedición aterriza en un planeta que una vez estuvo habitado por una raza extraterrestre ahora extinta. Estos han dejado detrás de sí sus ciudades y su tecnología. Es la interacción del hombre con estos aparatos la que comienza a crear los problemas. Nos encontramos así con la primera obra auténticamente psicológica de la ciencia ficción. No sólo eso: su mensaje sobre la dificultad del contacto con otras razas de distinta evolución (metáfora de los choques culturales humanos) entronca directamente con las obras posteriores de Tarkovsky, Solaris y Stalker.
Tampoco sería de recibo olvidarnos de los ingleses, o sea, de la Hammer. Aparte de resucitar el cien de terror en los 60, esta productora se encargó de aportar su granito a la ciencia ficción con la adaptación de las aventuras del ambiguo Dr Quatermass, inicialmente una serie de la BBC. En su primera parte (El Experimento del Dr Quatermass), Quatermass debe enfrentarse a un alienígena etéreo que ha infectado a un astronauta recién llegado a la Tierra, mutando su cuerpo hasta alcanzar su forma de origen. Ni que decir tiene que entronca con la tradición americana, aunque la distancia y la cuidadosa puesta en escena le otorgan mayor empaque y complejidad. La segunda parte (Quatermass 2) se relaciona con la variante “invasión oculta”, ya que Quatermass descubre que unos extraterrestres están invadiendo la Tierra tomando como anfitriones cuerpos humanos. Complot político mezclado con cine de acción, esta vez. La última entrega (¿Qué Sucedió Entonces?) comienza con el hallazgo de una nave alienígena de miles de años de antigüedad enterrada bajo Londres, para después desperdiciar el suspense creado y la insinuación de la influencia evolutiva de estos marcianos sobre el hombre (lo que la hacía precursora de 2001) al meter por medio fenómenos paranormales y telepatía, entre otras cosas.

Para terminar, entre la década de los 50 y los 60 hubo una serie que causó mayor impacto que la mayoría de films del género que en ese momento poblaban las pantallas. Estamos hablando de la mítica serie creada por Rod Serling, The Twilight Zone (conocida por aquí como En los Límites de la Realidad o como La Dimensión Desconocida). En los 156 episodios de que constó se hizo un repaso exhaustivo de todos los géneros del cine fantástico y de ciencia ficción, desde los robots hasta los fantasmas, pasando, por supuesto, por los extraterrestres y los desastres nucleares.
En cuanto a lo primero hubo de todo: aliens buenos (The Fugitive), aliens malos y maquiavélicos (To Serve Man), aliens que nos usaban de cobayas (Mr Dingle the Strong)… Una técnica muy utilizada en la serie era plantear una situación de forma que el espectador creyese que estaba viendo a los humanos, cuando en realidad los protagonistas eran alienígenas. Esto se utilizó, por ejemplo, en The Invaders (en la que la supuesta invasión de diminutos aliens era en realidad una nave humana intentando encontrar un mundo habitable), Probe 7: Over and Out (en una fábula sobre Adán y Eva con un claro mensaje antinuclear) o Third From the Sun (en la que lo que parece un presagio futurista se convierte en una analogía de la Guerra Fría). En The Eye of the Beholder, uno de los episodios más terroríficos, también se emplea este recurso, pero sin especificar si estamos observando alienígenas… o sencillamente el futuro de la raza humana. Aún así, el episodio más destacado sobre extraterrestres es The Monsters Are Due on Maple Street. En él se toca el tema de la invasión silenciosa desde el punto de vista de los habitantes de un barrio, siendo la mejor y más profunda disección sociológica de la paranoia y los efectos del control de la información sobre la masa que jamás se haya rodado.
Respecto al holocausto nuclear destacaron tres episodios: The Shelter, disección psicológica de la pérdida de humanidad ante la amenaza nuclear; Two, en la que una guerra ha devastado la Tierra dejando sólo dos supervivientes de bandos contrarios, analizando así el sinsentido de la guerra; y el mítico Time Enough at Last, en el que un apocado hombre es el único superviviente de una hecatombe nuclear. Su final desesperanzador será siempre recordado por los fans de la serie.
Por supuesto, el éxito de la serie engendró multitud de clones, algunos más científicos, otros más fantásticos, otros más terroríficos: Más Allá del Límite, Thriller, Night Gallery, Dark Shadows… Algunos de ellos con un nivel muy alto. Al respecto se puede citar la española Historias Para No Dormir, del genial Narciso Ibañez Serrador, que en algunos de sus episodios también se acercó al tema alienígena. En concreto, El Fin Empieza Hoy es uno de los mejores exponentes del género de “invasión silenciosa”.
A finales de los 60, el género estaba agotado. Demasiadas películas llegaron a explotar el filón. Y entonces, llegó el film que renovaría el género…
Continuará…