Segundo día en Valladolid, que ha servido para confirmar dos cosas. La primera, que el proverbial frío polar de la zona no es más que un poco de fresquito por las noches. O sea, que la mitad de lo que llevo en la maleta no sirve para nada. La segunda, que la cantidad de material que entregan cada día a los acreditados va a hacer que me arrepienta doblemente de haber traído tantos jerseys, porque voy a necesitar el espacio para los libros, press-books y cedés que tan amablemente nos facilitan desde la organización.

Pero me voy por las ramas. A las películas, que es lo que interesa. Esta jornada ha estado marcada por las enfermedades mentales, desde los trastornos de personalidad hasta las lesiones cerebrales, pero también por la problemática social. Entre lo concreto y lo global, pues.

Entre las primeras destaca Adam, una de esas películas que suele ofrecer en abundancia el cine independiente norteamericano. Se trata de una comedia dramática centrada en la relación que se establece entre una escritora de cuentos infantiles y su vecino, que padece el síndrome de Asperger -un tipo de autismo que dificulta el desempeño social y la empatía-. Guión sólido, personajes poliédricos, romanticismo bien entendido y un salto constante entre la risa tierna y el drama sensible, pero sin efectismos, son las bazas que le permiten superar un estilo narrativo demasiado convencional e impersonal. Si además se le añade la fabulosa interpretación de Hugh Dancy y un final feliz de forma totalmente atípica para el género, el resultado es una de las mejores películas vistas hasta el momento en el festival.