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Diario de Sitges 2017 (V): Fantasmas e infiernos

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Los estudios de Hollywood están un poco locos. El año pasado, a Sony solo le faltó poner perros de presa en el Auditori para que la gente no usase móviles ni cámaras y evitar el pirateo de La Llegada, como si las principales fuentes de ripeo en la red hoy en día todavía viniesen de gente grabando la película en el cine, en lugar de en los screeners que mandan alegremente a cualquiera. Este año hemos repetido la jugada con la Universal: guardias de seguridad privada paseando de arriba debajo de la sala, controlando al público con linternas y gafas de visión nocturna, prestos al momento en que alguien sacase un teléfono para algo y poder… ¿qué? ¿Llamarle la atención? ¿Requisar el aparato? ¿Echar a esa persona de la sala? ¿Pegarle una paliza? No queda claro cuál es el código de conducta en estas situaciones, ni hasta qué punto son legales o no. Lo que sí podemos saber es que el gasto de dinero es tan inútil como idiota, porque la película en cuestión lleva más de dos semanas disponible por internet en calidad HD. ¿Quién coño va a querer piratearla en un festival de cine si ya está circulando? Absurdo.



El film en cuestión es la maravillosa y sugerente A GHOST STORY (), una exploración a caballo entre lo emocional y lo metafísico sobre lo que supone convertirse en un fantasma. David Lowery toma todos los elementos que la tradición y la ficción han ido atribuyendo a los espíritus, como el anclaje a un lugar determinado, los conflictos sin resolver o la capacidad para actuar sobre su entorno, y les da la vuelta para buscar nuevas formas de entenderlos. Lo que acaba componiendo no es solo una poesía sobre el amor inalcanzable y la necesidad de superar la pérdida, sino también una mirada a nuestro lugar en el universo, en el espacio y el tiempo, y el posible significado que encierra nuestra vida.

Rodada en formato de celuloide añejo y gastado, como para imitar los recuerdos apagados de un ser obsoleto, la película comienza tomándose su tiempo para establecer el contexto de lugar y personajes, así como los primeros factores a desarrollar en su retrato del otro lado. Con el ritmo pausado y trivial de cualquier momento cotidiano, asistimos a los últimos días de una relación y a los primeros de ese fantasma que aún busca su sitio y no sabe cómo dejarse ir. Conforme van colocándose las piezas de su cuadro, el film acelera a ritmo de elipsis utilizadas de forma sabia y rupturista, incorporando más y más elementos temáticos que se complementan hasta alcanzar un nivel de complejidad intelectual solo rivalizado por la riqueza de sus matices emocionales. La historia se convierte así en una epopeya trágica de amplitud infinita, una búsqueda de resolución que insiste en escapar a los dedos ectoplasmicos.

Dentro de que el film ha provocado división de opiniones y de que tiene un carácter difícil para el público casual (el ritmo lento de su primera mitad puede ser un escollo insalvable), hay dos escenas que han provocado la mayor polémica y por las que debo romper una lanza, ya que sobre ellas pivotan los distintos segmentos que componen la película. La primera es un plano fijo de al menos 10 minutos donde no ocurre realmente nada (salvo dolor y compulsión), y que ha provocado la desesperación de más de uno; pero se trata justo de eso: de transmitir la frustración y el tedio de un fantasma cuyas acciones están limitadas, y que se ve obligado a ser convidado de piedra de lo que ocurre a su alrededor. Es decir, una reinterpretación absoluta de lo que significa estar al otro lado. La otra escena es un larguísimo monólogo filosófico sobre la historia del universo y el rol del ser humano y de su obra en el gran esquema. En un film sin apenas diálogos, no solo abre las puertas a la metafísica sobre la que comienza a girar la trama desde ese punto en adelante, sino que actúa de válvula de escape expresiva para el público, una función opuesta a la que desempeñaba la anterior secuencia comentada. Además, no se trata de una mera exposición del mensaje, ya que el monólogo adopta una postura nihilista que, con los acontecimientos posteriores, adquiere una dimensión completamente distinta.



Pero como este festival es una montaña rusa, detrás de una de las mejores películas tenía que venir la peor hasta el momento, THE CURED (). Un título que a priori pintaba muy bien: tenía a Ellen Page, un tono serio y era una revisión de la clásica infección zombi (estilo 28 días después) pero a posteriori, tras haber superado la crisis y haber encontrado una cura, lo que recordaba a alguno de los capítulos del libro (no la película) Guerra Mundial Z. De hecho, los distintos aspectos de la premisa que plantea en sus primeros minutos (los curados recuerdan todo lo que hicieron durante la infección, son rechazados por los demás porque fueron responsables de muchas muertes, etc.) parecen infalibles para desarrollar un drama inteligente con alegoría sobre la guerra y sus efectos sobre el hombre.

La ilusión se desmorona a los 10 minutos, cuando uno se da cuenta de que está asistiendo a un telefilm con recursos cinematográficos pobres, actuaciones limitadas, diálogos mediocres y un absoluto desinterés por explorar con seriedad o profundidad los aspectos más novedosos de su idea inicial, volcándose progresivamente en una de las tramas más imbéciles e incoherentes que se han visto en el subgénero. De hecho, la alegoría fascistoide sobre el terrorismo que pretende construir ni siquiera se sostiene ante un mínimo análisis, porque las motivaciones de los personajes son absurdas y maniqueas, y la mirada sociopolítica es la de un niño de 3 años con parálisis cerebral. En este punto da igual si lo que quería era recordar el IRA o buscar la actualidad del ISIS, porque en ambos casos fracasa miserablemente. Para colmo, como no hay ni acción ni terror en la idea original, procura añadir chapuceramente subtramas típicas del género, y de vez en cuando meter por sorpresa un inserto zombi con chillido A TODO TRAPO con la excusa de que es una pesadilla del protagonista. Un recurso de preescolar de cine de terror, ejecutado como si el realizador fuese una acelga.

Y no hablemos del clímax. Porque obviamente es el típico estallido 2.0 en el que las cosas se desbaratan y hay que matar infectados y todos huyen y hay militares y TODOS SON IDIOTAS E INCOMPETENTES. Ya qué más da el mensaje o que sea lógico con el tono del film: casquería light para el niño y la niña. Para el momento en el que el archivillano de tebeo (porque sí, hay un malo estilo James Bond en esta bazofia inmunda) parece que está muerto pero cuando vuelven su cadáver YA NO ESTÁ, uno solo tiene ganas de tirarle un cenicero a la cabeza al director, que estaba sentado en primera fila de la sala, y cuyo aborto cinematográfico es una de las experiencias más aburridas, estúpidas, pedantes, incompetentes y desesperantes de este festival. Gracias por este ratico que podría haber pasado durmiendo, bastardo sin talento.



Pero no hay decepción que unas buenas hostias no curen. Así que, a la mañana siguiente, LA VILLANA () entró como un tiro. Y además literalmente, porque su mejor y más intensa escena es la que abre el film, una escabechina de tiros, patadas, cuchilladas y rotura de huesos de 15 minutos que alterna entre el plano subjetivo y el plano secuencia, en una de las virguerías técnicas más adrenalínicas del cine de acción. Y no va a ser la única, porque tiene un buen puñado de secuencias por el estilo, con la cámara rabiosa paseándose por todos lados en ángulos y movimientos imposibles y fusionando planos con efectos lisérgicos, mientras la sangre corre a raudales y el cómputo de muertes alcanza las tres cifras fácilmente.

La pena es que todas las virtudes de sus secuencias de acción están lastradas por una parte policíaca que se queda en meramente correcta y funcional, y sobre todo por una parte emocional-romántica plomiza, que aparte de cargar las tintas en el melodrama de folletín, está rodada como si el director hubiese resultado herido en una de las partes más movidas, hubiese perdido mucha sangre y estuviese recibiendo una transfusión mientras los médicos temen por su vida. La sensación de que ambas partes están tan descompensadas se acentúa más por el hecho de que una sea tan estática y la otra tan movida, pero coño, es que para eso está el talento tras la cámara, para que todo fluya y se complemente entre sí. Aprende a hacer eso y tendrás un clásico. Céntrate en dominar solo la acción, y si no haces Redada Asesina lo que te queda es una cinta irregular, capaz de darte la vida y de quitártela a raticos.



Como me apetece comenzar y terminar el artículo con películas que estarán en mi top del festival, voy a hablar antes de TEHRAN TABOO (), un drama social en formato animado (en concreto, con técnica rotoscópica que busca aproximarse lo más posible a su modelo real) centrado en la represión moral que se vive en Irán, en especial desde el punto de vista de las mujeres. El film sigue las historias entrelazadas de varios personajes que actúan en los límites de esta sociedad ultraconservadora y dictatorial, sin duda cargando las tintas sobre los aspectos más escabrosos, pero como forma contestataria de narrar unas vidas que el cine y la prensa ‘oficial’ de este país olvidan, marginan, rechazan o silencian, porque evidencian que son hipócritas y rastreros.

Se trata de una cinta correcta, muy sólida en todos sus aspectos, capaz de introducir humor de todo tipo en su trama sin por ello perder carga dramática ni capacidad de observación social, y en donde no hay una historia concreta que destaque sobre las demás, ya que todas rayan a buen nivel. Incluso se permite contar subtramas apenas apuntadas que dejan imágenes indelebles, como el conserje mata-gatos o el copista preocupado por falsificar un certificado de aborto pero no de bienes inmuebles. Lo que falla en la película es su incapacidad para sublimar estos elementos en una conexión emocional con el material. El film da que pensar, pero no remueve por dentro, no crea una huella. Es una obra apreciable e incluso necesaria para entender la realidad de este país, pero no una película imprescindible como cine.



Y dejo para el final la mejor película que hemos podido ver por ahora a competición, y una de las favoritas desde ya a hacerse con el galardón del jurado. BRAWL IN CELL BLOCK 99 () venía con expectativas por ser la nueva obra de S. Craig Zahler, ganador del premio al mejor director hace un par de ediciones con ese magnífico western reposado que gira hacia el terror más primario, Bone Tomahawk. Y no solo las ha cumplido, sino que las ha superado, convirtiendo al realizador desde ya en un autor a seguir no solo por los aficionados al fantástico, sino por cualquiera que sepa apreciar el dominio absoluto de la narrativa y la valentía a la hora de fusionar géneros.

Siguiendo un esquema similar al de su anterior film, la historia comienza como drama policíaco pegado a la cruda realidad, una especie de spin off de The Wire: Bajo escucha donde un tipo ‘normal’ se ve obligado a entrar en el tráfico de drogas para intentar encontrar un futuro para su familia en un mundo que le ha dejado de lado y en el que es incapaz de hallar una salida honesta. Zahler se toma su tiempo presentando a los personajes (en especial a un Vince Vaughn convertido en bestia parda, en Heracles moderno que rezuma ira apenas contenida, ofreciendo la mejor interpretación de su carrera), desarrollando cada circunstancia que les lleva por la senda de la perdición, estableciendo cada una de las piezas que van avanzando la trama hacia su inevitable conclusión. No hay un solo minuto desperdiciado: todo ofrece información para la historia o el tono narrativo, con una puesta en escena firme y clásica, sin aspavientos innecesarios que distraigan del relato.

Con pulso metódico y seguro, el film va llevando a su protagonista por un descenso progresivo a los infiernos estructurado como los niveles de Dante, donde cada nuevo escalón contiene más horrores que el anterior, y donde la violencia se va haciendo más explícita y grotesca. La historia se va convirtiendo así en un viaje brutal, cargado de sangre y astillas de hueso, de olor a podredumbre y mierda, de cristales rotos y cráneos reventados. Una pesadilla que asfixia con su atmósfera cargada, que agobia con la progresiva deshumanización de su mundo, que deja sin aliento por la imposibilidad de encontrar una salida. Se va definiendo de esta forma una tragedia griega con ecos órficos, con un héroe hercúleo que debe atravesar una odisea llena de monstruos para salvar a su amada, y donde solo los estallidos de violencia desatada, cada vez más irreales, histriónicos y repulsivos, consiguen soltar vapor de esa demoníaca olla a presión, en una catarsis tan satisfactoria como incómoda.

En resumen, un clásico moderno no apto para estómagos delicados o mentes sensibles.



El día de hoy no ha tenido todavía ni de lejos nada tan destacable como lo que refleja este artículo. Esperemos que cambie la suerte en lo que queda del sexto día, y que no sea tan mediocre como aquella película de Schwarzenegger.

@DamnedMartian

 

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