Durante unos 80 minutos es muy buena. Es un drama que, sin necesidad de caer en el tremendismo, consigue transmitir de forma ajustada, sensible y dura la indefensión de los estafados, de los que se quedan sin nada en sus derechos más básicos. No le hace falta deshumanizar al villano para que lo sea, ni angelizar al héroe: son personas normales que actúan según la posición en la que están. Tejero está magnífico, humano y potente y dándolo todo (aunque debería decidirse de una vez por si quiere tener acento o no, porque le va y le viene continuamente, como le pasa desde que se quiere sacar el sambenito de actor de comedia, sin llegar a perder el deje del todo y mezclándolo con eSeS), sobre todo en la escena en la que está con su novia y la agente de ventas que le hace una oferta, que es posiblemente la mejor escena de la película, tensa y frustrante y veraz.
El problema es que está claro que no sabían cómo terminar la historia. En la realidad, esto se queda abierto y coleando, no hay conclusión ni gratificación, es un infierno infinito. Y en lugar de optar por la solución kafkiana y realista, optan por lo peliculero. Y se les va de las manos.
Vale, consiguen cerrar las tramas y que exista algo parecido a la catarsis, logran que el héroe experimente alguna satisfacción o alguna salida a la tensión que había acumulado, castigan de alguna forma al villano para tener un equilibrio y no caer en la desesperanza absoluta... pero eso vale para una clase de guion con un profesor que se sabe las teorías de guion más anticuadas, no para esta historia. Cuando se pone a vivir en el piso piloto todavía no es demasiado tarde para encarrilarla, pero cuando decide secuestrar al magnate, ahí es cuando cae en picado hasta un final muy poco convincente. Les ha faltado valentía para seguir pegados a la calle en lugar de meterse en Hollywood.
Aún así, es una gran película y muy necesaria en estos tiempos desesperanzadores que vivimos.
7/10