(El comentario va más bien sobre la serie
Why We Fight en general, unos 450 minutos de propaganda bélica financiada por diversos departamentos gubernamentales que, en primera instancia, tenían como fin el aleccionar al soldado americano medio. Luego, fueron estrenadas en cines a lo largo y ancho del país durante la guerra para mostrar a la población civil la necesidad ética de participar en la Segunda Guerra Mundial y acallar ideas aislacionistas, de gran arraigo antes y durante el conflicto).
Estos documentales son, en mi opinión, un documento
esencial a nivel histórico e ideológico para entender el patriotismo americano del siglo XX y XXI. (Y, en menor medida, a nivel cinematográfico también tienen bastante interés). [u]Todo[u] discurso político posterior que haya intentado justificar una intervención bélica extranjera mama e instrumentaliza el discurso ideológico que fundamenta la macro-narración de Capra.
Como artefacto propagandístico, la película va más allá que 'Octubre', 'El Acorazado Potemkin' o 'El Triunfo de la Voluntad' (de ésta última toma, literalmente, varias imágenes con una destreza discursiva notable), que, en comparación con el entramado que construye Capra (un auténtico rodillo ideológico) resultan hasta contenidas. (Y, en mi opinión, la labor de Capra es inferior a los Einstein, Vertov o Riefenstahl).
Encontramos en la ficción documental de Capra buena parte de todo lo que vertebra, de una manera u otra, las propagandas rusas y alemanas, pero explicitado hasta el paroxismo: omnisciencia narrativa, montaje ágil y veloz y una aproximación parcial y lateral a los hechos históricos (sólo se puede encajar lo que ayude a enardecer/estimular el orgullo patrio y su victoria). Todo sea dicho, no obstante, Capra no tiene, ni de lejos, la capacidad de la Riefenstahl para el encuadre y la planificación, no digamos el sentido plástico de Vertov o Eisenstein. Ahora bien, y aún no siendo Capra santo de mi devoción, su labor tiene algo de portentoso en varios frentes. La serie es un potaje intertextual acojonante. Se funden y confunden: imágenes de archivo, secuencias de otras películas (tanto americanas como extranjeras), animaciones de todo tipo y secuencias rodadas para la propia serie. Capra las articula, superpone, contrapone y hasta funde para canalizar su discurso con una precisión acojonante. Si bien es cierto que, en sus películas de los 30, otra cosa no, pero agilidad en el montaje sí que intenta imprimir, lo de esta película es un esfuerzo titánico. Y es que hablamos de un cineasta clásico en una época (la década de los 30) de un (muy rancio) clasicismo novecentista, un modelo especializado en armar narrativas centradas en la causalidad psicológica, montaje analítico y discreción estilística. Aquí, el tío cambia radicalmente hacia un registro ultra-retórico y apelativo, donde construye filmes enteros de retales ajenos y propios en el contexto de un macrorelato (aún por concluir) como era la coyuntura bélica. Y en más de una ocasión, el collage que hace denota una pericia tremenda, como cuando inserta la propaganda nazi o nipona y cambia su significado original totalmente (hay una secuencia de ‘El Triunfo de la Voluntad’ que en su ubicación original representa una divinización de un Hitler mostrado a media luz. Capra lo convierte en un momento gótico, en que Hitler aparece como un monstruo entre las sombras).
Sorprendentemente, en medio de la felación histórica e ideológica que supone una película de estas características, la película (desde el paternalismo, claro) reprende la posición aislacionista e indolente de muchos americanos que no supieron ver cómo las diferentes agresiones de los fascismos en Europa, Sudeste Asiático y África en años previos a la estallida de la Guerra eran advertencias muy serias; así como ciertos “errores” en su historia (no nos engañemos, no se toma como ejemplo la esclavitud, el genocidio indio, o la Guerra de Secesión; se pone como ejemplo la Ley Seca
). Inclusive, en el primer capítulo se habla del levantamiento del fascismo Italiano como un
mistake por parte del pueblo italiano (optando por no tirar de la demonización básica y frontal que se emplea para describir a japoneses y alemanes).
Como panfleto, es un auténtico logro. No me puedo imaginar un soldado de la época cuestionado la acción bélica ante semejante compendio de lección simplificada de historia, repetición de dichas consignas, sacralización del pasado y presente patrios y frontalidad en la exposición de los horrores de los fascismos. Ahora claro, a día de hoy, la construcción de su discurso parece bastante más infantiloide y didáctico que el de otras producciones propagandísticas. Quitando su prodigioso montaje, otras cinematografías son menos obvias, se le ven menos las costuras en la exposición de sus idearios. Con lo que, como estricto artefacto propagandístico, las cintas de Riefenstahl, Einsenstein o Vertov impactan menos como arma ideológica y de afianzamiento/conversión que Why We Fight. ‘El Triunfo de la Voluntad’, por ejemplo, no tiene el poder de persuasión y la machacona convicción de los documentales de Capra (éste último no se cansa de repetir las contradicciones hitelerianas, yuxtaponiendo sus declaraciones de no agresión a Polonia o Checoslovaquia con las muy reales invasiones del ejército alemán a dichos territorios). Sin embargo como narración cinematográfica, en cuestión de encuadres y movimientos de cámara, la elegante y sobria cinta de la Riefenstahl ha aguantado mucho mejor el tiempo, no digamos ‘El Hombre con la Cámara’ de Vertov, que parece una especie Terrence Malick urbano.
De obligado visionado para cualquier persona interesada en historia y cultura estadounidenses, y recomendable para todo aquel amante del montaje soviético, para ver un curioso uso de sus preceptos teóricos.