Es tan sencillo abominar de engendro semejante que no sé ni por donde empezar: ¿por los orcos de Mordor que se hacen llamar españoles? ¿Por los guapísimos, aseados y relucientes Cooper y Bergman? ¿Por la ventisca de nieve caída en pleno mes de mayo? Por supuesto, la España pueblerina y de pandereta es la más fácil de imitar en hollybú y el Sam Wood este no iba a partirse la cabeza documentándose con un mínimo de rigor; ni falta que hace. Sólo hay que cambiar el sombrero charro mexicano por unas cuantas boinas y tricornios, hacer una somera distinción entre gitanos, toreros y todos los demás, meter con calzador al yanqui heroico de toda la vida y a la chica guapa "típicamente española", claro que sí.
Pero fuera de esta ambientación ridícula, tampoco queda mucho más que rascar. La película resulta arrítmica; está repleta de escenas de relleno, casi todas protagonizadas por un fulano que se cambia de bando a conveniencia para que Cooper pueda presumir de integridad y saber estar. Luego aparece el amorío de rigor entre el valiente terrorista (porque este colega vuela puentes, trenes y seres humanos, no es ningún angelito) y la joven sodomizada por nacionales, todo muy casto, muy puro, muy de jardín de infancia. Intento rescatar algo mínimamente aprovechable entre montañas de gilipollez, hasta que encuentro cierta reflexión, mencionada muy de pasada, cuando se interroga al Capitán América qué pinta en una guerra española. Es la primera vez que se oye farfullar a Mr. Fantástico. Habla sobre España en la mira, la lucha fascistas VS. demócratas y demás majaderías escuchadas a posteriori mil veces. ¿O sea que este pedazo de imbécil trabaja gratis? Dí que es por dinero, so memo, no por acabar con los enemigos de la paz y la libertad. Que a tí en realidad lo que te pone es disparar, zagal, dentro y fuera de tus fronteras a todo lo que se mueva, como bien demuestra...
ese plano final a lo Chuck Norris.
Wood puede estar orgulloso; dentro de su anacronismo, su desconocimiento total propio de un americano medio, su falta de profundidad más allá del folclore apestosamente rancio (la escena de ejecución pública en la plaza mataría las neuronas de cualquiera con un mínimo de dignidad) o, simplemente, su carencia de aptitudes como director, todavía le queda la baza de haber ensalzado a su gente a lo más alto. Que los yanquis dan siempre lo cara por el país, aunque no sea el suyo, saben mejor que nadie lo que nos conviene, coño; los demás a callar como putas. Si esta bazofia es digna de los Oscar, entonces cualquier cosa lo es.