Gran Huston, padre, y gran Huston, hijo. Los dos, junto a Bogie y al desconocido (aunque muy competente) Tim Holt, logran una película entrañable, excelentemente ambientada en México lindo, con un uso del B/N sublime, perfecto. A buen seguro, el uso del color habría echado a perder esa fisicidad, esa mugre, esos rostros pétreos carcomidos por la arena de las tramontanas. Por eso me parece superior a la muy vitalista, pero bastante inocentona, la posterior
La Reina de África. Tanto en una como en otra, eso sí, lo mismo que en gran parte de la filmografía de Huston, la suerte juega un papel importante. La diosa fortuna se convierte en un personaje más, para lo bueno y para lo malo.
No sé por qué tenía la extraña idea de que
El tesoro de Sierra Madre pasa por antecedente de Indiana Jones, cosa absolutamente falsa. En todo caso, puede que el espíritu aventurero hustoniano esté más o menos presente en la obra de Spielberg, sobre todo en la tetralogía (qué raro suena) del famoso arqueólogo, pero ahí se acaban las similitudes. Spielberg nunca ha demostrado excesivo interés por la ambiguedad de sus personajes, más allá de 3 o 4 títulos, mientras que aquí Huston se esfuerza en humanizar a los protagonistas, otorgarles un doble rasero moral, mantener el suspense sobre cuál será el primero en caer en las garras de la codicia. Por cierto; el final, mil veces copiado a posteriori, resulta antológico.
Como puntos flojos, destacar una duración quizá excesiva y una narración fluida pero algo irregular, que alterna secuencias magistrales con otras bastante lejos de alcanzar semejante fuerza. En cualquier caso, un peliculón de visión obligada para todo amante del buen cine. Un 8 sólido como el acero que le pongo