A juanin y tenta: yo no me preocuparía mucho de lo que pase o deje de pasar con tal y cual personaje. Acabo de terminar, por fin,
Danza de dragones, y en el epílogo Martin vuelve a dejar claro...
que el destino de Poniente reside, como casi siempre, en unas pocas manos. A Varys le basta con un simple y oportuno asesinato para infringir un daño mayor a la casa Lannister que cualquier ejército a los que ha enfrentado hasta ahora. Arya, Jon, Bran (que con Bran, por cierto, vaya pedazo de plagio a Robert E. Howard y su relato Los gusanos de la tierra), Stannis, Bolton, Tyrion, Cersei, etc... no son más que títeres en manos de los verdaderos jugadores: La Araña y Meñique. Y Petyr Baelish ni siquiera aparece aquí, pero a buen seguro estará atando a diestro y siniestro, esperando en lo alto de su nido a que el sur, y sobre todo el norte, terminen de desangrarse.
La única esperanza de que Invernalia no se convierta en el patio de recreo de Lord Meñique, reside quizá en que Davos consiga rescatar a Rickon de Skagos, la isla caníbal. Aventura ésta que promete por sí sola resultar apasionante.
Por lo demás, al libro le ha faltado mucho, muchísimo, para colmar mis expectativas. Martin resuelve algunas tramas pendientes con elegancia e ingenio, pero...
el regreso de Tyrion, alma máter y corazón de esta saga, resulta MUY decepcionante se mire como se mire. Se limita a llevarle de un lado a otro, a rodearle de personajes chorras (Penny??¿? WTF???) y a llenarle la boca de su particular ironía canalla y cinismo incurable. Quizá mis impresiones hayan quedado deformadas por la ENORME serie de televisión, pero creo que Peter Dinklage ha captado mejor la esencia de Tyrion que el propio Martin, comprendiendo que el de Lannister es algo más que un enano deslenguado. Que un personaje como éste, pierda la gracia de esa manera... en fin, no me lo explico.
A la espera del próximo libro, que a buen seguro saldrá cuando esté casado y con hijos, me apetece leer algo completamente diferente, en género y longitud: a ver qué tal con
El túnel, de Ernesto Sábato.