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Crítica - Imitación a la Vida

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'Mediocridad'

11/03/2008 - Por Corleone12

(2/5)

Douglas Sirk pertenece a ese grupo de directores europeos que engrandecieron el nombre de Hollywood durante décadas en la primera mitad de siglo. Como Lang, como Preminger, como Hitchcock. Sirk, austriaco de origen, se centró en el melodrama. De hecho tiene la vitola de ser el rey de dicho subgénero. Imitación a la vida fue la última película que dirigió. Y es la primera obra dirigida por él que he visto. Así que no voy a cargarme tan rápidamente su status de clásico consolidado con tan poco bagaje en mi haber. Eso sí, esta película, que aparece enclavada en su filmografía como una de sus obras más importante es uno de los más claros ejemplos de clásico al que los años le han sentado como una losa, han aflorado sus fallos. Se ha quedado desfasada, empobrecida y ametrallada por el paso del tiempo. Pocas veces he visto un ejemplo tan flagrante de título clásico con caché que me resulta tan sumamente pobre y sobrevalorado. El cine clásico hay que paladearlo con ese punto de perspectiva, de adaptarse un pelín al tiempo en el que fueron hechas e intentar estar en sintonía. Pero siempre se percibe la grandeza de un clásico más allá de ciertos detalles a los que el tiempo ha afectado. El ingenio de Billy Wilder o el dominio de la técnica de Orson Wells han resistido más de medio siglo. Lo que le sucede a esta película es que hoy, hace 10 o 50 años, o dentro de 10, siempre seguirá siendo un telefilm, un culebrón, un festival del encorsetamiento. Las historietas y tormentos que se crean durante la película no podrían estar más sobados y mascados. Imitación a la vida, desde mi punto de vista, no puede ser un clásico, ni siquiera, una buena película por lo escandalosamente anticuada que se ha quedado.

Una mujer (Lora/Lana Turner) que consigue convertirse en una actriz de renombre gracias a su tesón y constancia. Este es el motor y comienzo de la película. No vemos cómo se desarrolla ese proceso más allá de lo puramente esquemático y tangencial, se meten unas elipsis que cortan precisamente lo que queremos ver y lo que, seguramente, crearía una adhesión con el personaje de Lana Turner. Para ser un tío que supuestamente trabaja bien con las emociones humanas, se está cargando los pilares y la base que construyan un personaje con peso, con poder de identificación, un personaje principal con el cual poder sentir algo, que desprenda algo que nos pueda afectar, ver cómo se ha forjado su sueño. De la manera tan difusa que nos la presenta Sirk se convierte en un personaje totalmente insulso. Y es de vital importancia porque a partir de ella se articulan el resto de historias, a cada cual más insustancial y vacía. La relación de la criada negra es un escandaloso tiro por la culata. El personaje está totalmente estereotipado. Yo no digo que no existan buenas personas en el mundo y que, en consecuencia, puedan aparecer en una película. Lo que pide es que por lo menos me las presenten con un mínimo de coherencia. Yo me creo la rectitud absoluta de Mike Vargas en Sed de Mal, me creo a Maggie Fitzgerald en Million Dollar Baby, me puedo creer personajes cándidos y bienintencionados. Pero no me puedo tragar a esta Teresa de Calcuta metida a criada, porque no se sostiene por ningún lado. Se quiere enseñar de manera tan idílica, tan perfecta, que resulta chirriante. Y repito, yo me puedo llegar a creer un personaje que sea pura bondad siempre y cuando haya ciertos claroscuros, que ese carácter sea verdadero, tenga su peso, su porqué. El personaje de la criada negra transpira falsedad, no veo ningún atisbo de que exista un verdadero personaje, más allá de su carácter de mártir que todo lo aguanta y todo lo resiste. Suma y sigue. El personaje de John Galvin es el paradigma del adorno, porque no sabemos de qué va, qué pinta, aparece en la película de manera apresurada y artificial. Y lo del conflicto racial-generacional está tratado con tal trazo grueso que no se puede perdonar. Y no vale decir que sea una película que tenga ya 50 años. Sólo tres años después de este film, Matar a un ruiseñor trata el tema del racismo de manera infinitamente más efectiva y completa que esta película.

Si algo bueno se le puede sacar a esta película es cierta fuerza de la puesta en escena, envuelve bien. Y que la fotografía, viva y colorida como pocas, sea vistosa en algunos momentos. Pero es que si en esos aspectos técnicos se puede hablar de corrección, me acuerdo de la banda sonora y se me olvida por completo. De las bandas sonoras más chillonas, inapropiadas, desfasadas y cursis que he oído en mucho tiempo. No me puedo creer que un genio como Henry Mancini estuviese metido en el ajo. Imagino que la culpa será de las otras dos personas que estaban a cargo de la música. Pero verdaderamente, es desastrosa. Si tan sólo el reparto hubiese estado bien, algo se podría haber salvado de la función. John Galvin poco más puede hacer con un personaje sin pies ni cabeza. Las adolescentes tiran más bien a lo repelente. Juanita Moore (la criada negra) se limita a sonreír mucho mucho mucho durante el 90% de la película. Es la primera vez que veo a Lana Turner y me ha dejado muy frío. No sé si es por su personaje, tan trillado que no muerde ni afecta nada, pero me parece una interpretación de cartón piedra, fría y distante como un glacial a pesar que se presupone un personaje torrencial y con peso. Define perfectamente el quiero y no puedo de la película

Aquí al que escribe no sólo no le parece un clásico esta Imitación a la vida, es que directamente me parece una mediocridad. Nota: 4+/10

 

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