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Crítica - Once

Poster

'Encantadora'

05/02/2008 - Por johnforhereyes

(4/5)

Once, escrita y dirigida por el Irlandés John Carney, se presenta ante el espectador como un film apartado de todo el bullicio que supone acercarse a las salas multicine de los centros comerciales, una película casi marginal dirían algunos, indie dirían otros… En definitiva, una cinta auspiciada por una distribuidora que la ha dejado pasar de puntillas, sin el traje de luces, sin el bombo ni el marketing del que gozan las grandes producciones del momento. Pero no nos equivoquemos, aunque Once sólo haya podido encontrarse en contadas salas, sobre todo en aquellas donde los pases son en versión original subtitulada, el pequeño y silencioso musical ha ido poco a poco ganando terreno, creciendo ante los ojos y oídos del público y adquiriendo reconocimiento internacional.
Once podría llegar a ser recordada como el musical que sin contar con el preciosismo barroco ni con las grandes coreografías características del espectáculo de Broadway pudo hacerse un hueco en la videoteca de todo amante del género, y esto es posible porque el tema universal que vertebra el film, el amor en un punto y estado muy concreto, es moldeado con breves y sutiles diálogos, totalmente secundarios aunque correctamente dispuestos, al servicio siempre del alma de la película: canciones bellas, simples, nada ingenuas, pulidas y maquilladas con el atrayente acento irlandés del compositor y protagonista de la película Glen Hansard y la calma y el tacto de la compositora y co-protagonista checa Markéta Irglová (ambos compañeros en el grupo The Swell Season en la vida real).

Se nota que los protagonistas (“él” y “ella”, no se nos ofrecen sus nombres durante todo el metraje) no tienen la experiencia necesaria frente a las cámaras, y lo mismo ocurre con los secundarios, personajes que se relacionan con ambos protagonistas y que tienen momentáneas apariciones, cosa que implica que todo quede envuelto en un aura de “documental” si se quiere. No obstante, de alguna manera, difícil de precisar por qué, cada uno de los personajes adquiere un tinte humano totalmente creíble: quizás sea mérito de John Carney, quizás el Dublín de clase trabajadora reflejado tras la cámara, las calles, las playas, lo “gris y lo verde”, desprenden toda esa credibilidad… Pero aquello que realmente hace olvidar todo desperfecto cinematográfico, lo que nos hace pensar que el tiempo se ha detenido –sólo las grandes películas logran esto- es el momento en el que Glen o Markéta toman el protagonismo para hacer lo que saben hacer: hablar y dialogar desde la música para confeccionar un drama repleto de sentimiento y de esa sensación entre la nostalgia y la endiablada resignación que, cómo no, siempre –o casi siempre- ha funcionado.

Que Steven Spielberg dijera “una pequeña película llamada Once me dio suficiente inspiración para durar el resto del año”, podría ser suficiente motivo para suscitar curiosidades y provocar la búsqueda de tiempo para, frente a la falta de tacto de las distribuidoras a la hora de poner sobre más mesas este film, lograr encontrar esos escondites donde la película sí está siendo proyectada. Pero aunque esta afirmación del maestro pueda llevar a muchos al cine, que ya lo ha hecho y lo seguirá haciendo, lo importante es que Once hablará y sonará una y otra vez por si sola, eso sí, sin dejar de ser el musical que no hizo ruido, el musical silencioso. Y ese es su mayor encanto.

Jonathan Alberti Cayero.

 

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