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Crítica - El Padrino

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'Un film clave, un mito'

04/04/2007 - Por Corleone12

(5/5)

"I believe in America"

Una buena persona que se convierte en un monstruo. Puede parecer una visión muy simplista de esta, una de las películas más famosas de la historia del Cine, pero sin duda que el Michael Corleone que vemos entrar en la boda de su hermana, apocado, discreto y tranquilo, dista mucho del frío hombre cuya mano es besada por sus secuaces al final de la cinta. Mucho se ha escrito sobre El Padrino, hasta la saciedad se ha dicho que es la mejor película jamás hecha. Esto último, comentario bastante frecuente producto de un amor desmedido hacia la película en cuestión, es sin duda bastante exagerado. En más de una ocasión yo lo he clamado a los cuatro vientos. Desde luego que no sé si es la mejor, seguro que más de uno estará cansado de su continuo endiosamiento, de su constante veneración. Repito, no sé si es la mejor película de la historia del Cine. Una cosa si que tengo clara: es la mejor película que he visto en mi vida, mi favorita, dudo que algún día encuentre algo igual de bueno.

Y, dejando a un lado las subjetividades, la verdad es que El Padrino es una de las películas mas afamadas que existen. Contiene una pila de escenas que cualquier cinéfilo identificaría al instante, una música inconfundible, frases tan conocidas que incluso alguien ajeno a la cinefilia las reconocería. Es, en fin, un trozo de cultura popular.

Coppola firmó su mejor película, un director que a posteriori crearía títulos inolvidables fuera de la trilogía como La ley de la calle, La conversación, Apocaypse Now, Drácula, pero que también se ha mostrado muy irregular, firmando películas muy por debajo de lo que su brillante pasado y talento hacen esperar. Ejemplos: Jack, Tucker o Corazonada. Quizás nunca ha llegado a igualar lo que hizo en el Padrino. Pero moverse siempre en las mismas cotas de genialidad es muy pero que muy difícil.

El primer acierto de Coppola fue sin duda lo impresionantemente bien que adaptó la novela de Mario Puzo. Cuesta creer a éste último cuando dice que fue un libro de encargo, en el que nunca llegó a volcar verdadero interés. Pero cuesta aún más creerlo después de haberlo leído. Sus 500 páginas se devoran con rapidez, más aún si se ha visto la película, pues es tal la riqueza de matices y la complejidad de las descripciones que hace Puzo en el libro que uno se queda anonadado al ver como Coppola lo captó todo, eliminando justo lo necesario (ciertos pasajes de personajes secundarios en los que se profundizaba en sus orígenes y demás). Tuvo que ayudar que Puzo fuera el coguionista de la cinta, ya que denota un equilibrio perfecto entre síntesis y resumen y respeto y fidelidad a la obra. En el libro ya nos encontrábamos con una mafia estructurada como una familia, donde en la cúspide estaba el patriarca y por debajo sus cuatro hijos. Mafiosos hemos visto a patadas, familias mafiosas otras tantas, pero como los Corleone, más bien ninguna. La visión de los personajes es tan primorosa, es tan acertada, tienen un delineamiento tan preciso y efectivo que dan ganas de ponerse a aplaudir en medio de la sala de tu casa. Vayamos por partes. A pesar de que en toda la película solamente sale durante unos cuarenta minutos, Vito Corleone es uno de los personajes más famosos, diría casi que de la cultura en general. Gracias sobre todo a Brando, pero también a cómo lo presentan Puzo y Coppola. Sabemos que es un asesino, sabemos que mata a mucha gente, sabemos que deja viudas a muchas mujeres y huérfanos a muchos niños, pero es que es tan incuestionable su honor, su honestidad, su valentía, sus valores, su generosidad, es tan palpable su amor por los suyos, que casi parece un buen hombre ese patriarca cuyas manos han sido manchadas tantísimas veces con sangre inocente y no inocente. “Un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre” sentencia, qué suma maestría la de no demonizar ni mitificar a un monstruo como Vito Corleone. Pero el personaje que realmente personifica la esencia de la película es sin duda Michael Corleone. En la segunda parte se potencia aún más su caída hacia el mal más absoluto, pero la primera no se queda atrás. La corrupción de su alma se va gestando poco a poco. Cuando Clemenza pone la pistola en su mano ya se nota una extraña complacencia en su cara, solo sugerida por la interpretación de Pacino, y con la inmortal escena con McCluskey y Sollozzo comienza su irremediable caída. En Sicilia ya usa la extorsión y la semilla del frío y calculador mafioso en el que se va a convertir queda sembrada. La tragedia de Michael Corleone se acaba tuteando con la más clásica de las tragedias griegas, un hombre que pese a sus empeños acaba enredado en lo que siempre había intentado evitar, avocado a un destino del que parece imposible escapar.
Todo está radiografiado con suma maestría por la dirección de Coppola. El bueno de Francis puede que las haya firmado más virtuosas y más espectaculares a posteriori pero su dirección en el Padrino es brutalmente efectiva. El clasicismo de los compases iniciales se convierte en brutal paroxismo en las secuencias de violencia, como la escena del peaje, tributo descarado a Bonny & Clyde o la apoteósica escena de la masacre a los dones mientras Michael hace una hipócrita renuncia a Satán, un ejemplo de cómo se tiene que usar el montaje. La violencia del Padrino es tan seca como cortante. A pesar de la liberación que supusieron los 70, es una película tremendamente violenta para su tiempo, con momentos de puro desagrado. Coppola es lo suficiente inteligente y comedido como para espaciarla y dosificarla sabiamente. En esencia, una dirección que aglutina la esencia clásica y la vena desaforada y violenta de los 70 y con bastante seguridad el mejor trabajo detrás de las cámaras que ha hecho nunca F.F. Coppola.

Casi todas las grandes películas que recordamos las asociamos con un puñado de caras y si cogiésemos a un amante del cine y le preguntásemos por grandes repartos estoy seguro de que nombraría el del Padrino como uno de los primeros. Coppola, primerizo en aquellos tiempos, tuvo que batallar muchísimo para que los dos personajes más importantes, Vito y Michael, fuesen interpretados por Brando y Pacino. El primero estaba en horas bajas en aquellos tiempos y la Paramount se negó en rotundo (ellos propusieron ni más ni menos que a Laurence Olivier para el papel). Al final Coppola se salió con la suya y Brando encarnó a Vito, sin cobrar un céntimo y firmando que no se repetiría su conducta en los rodajes, mala fama que le precedía desde hacía bastante tiempo. Consiguió tres cosas con ello: resurgir de manera brutal (oscar incluido), parecer el protagonista de la película cuando no sale más de 40 minutos en pantalla y sellar para la eternidad su cara, por si no lo había hecho ya, en la historia del Cine. El caso de Pacino fue más llevadero. La Paramount lo tragó a regañadientes. Cuenta el propio Pacino que durante el rodaje solo oía rumores de que se le veía “soso” en pantalla y que no hacía más que oír que la Paramount buscaba un sustituto (Redford o Ryan O’neall). Los rumores se acallaron con la escena con Sollozo y Mckluskey. La interpretación de Pacino es, para mí, la mejor de su carrera y una de las mejores de la historia del Cine. Es cierto que, a lo largo de su carrera, se pasa, es obvio que la sobreactuación le gusta, pero su Michael Corleone es irreprochable. La paz que respira al principio y la monstruosa frialdad del final son solo una pequeña muestra de su matizada, sutil, tranquila, cruel y superlativa interpretación. Un buen puñado de magníficos secundarios se antojan imprescindibles. Robert Duvall, uno de esos actores secundarios que siempre, absolutamente siempre está bien conforma un personaje sublime, el gran Tom Hagen, un hombre que, a pesar de ser la mano derecha del mal, desprende una honestidad y una lealtad totales, una interpretación sobria de un actor tan jodidamente bueno que puede meterse de una película a otra en la piel de la serenidad personificada como es Tom Hagen y, en Apocalypse Now hacer un personaje tan enloquecido como Kilgore. Uno de los grandes Duvall y ésta es una de sus mejores interpretaciones. Sonny le viene a James Caan como anillo al dedo, un personaje bravo e impulsivo, que Caan consigue dotar de incuestionable carisma. Probablemente su mejor interpretación y atentos a la escena en la que machaca a su cuñado, pocas veces se ha plasmado mejor la ira.
Los John Cazale, Diane Keaton, Sterling Hayden y Richard Castellano completan el irrepetible reparto.

Técnicamente irreprochable, con un fantástico montaje y ambientación. Cabe destacar la melodía de Nino Rota que ya se ha convertido en mítica.

En pocas palabras, un film clave, un mito, si te gusta eso del cine alguna vez te sentarás a ver esta película.

 

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9.02

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