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Crítica - El Buen Alemán

Poster

'Demasiados lastres para convertirse en un producto de calidad'

01/03/2007 - Por korben dallas

(2/5)

El Buen Alemán
Director: Steven Soderbergh
Intérpretes: George Clooney (Capitán Jacob 'Jake' Geismer) / Cate Blanchett (Lena Brandt) / Tobey Maguire (Patrick Tully) / Leland Orser (Bernie Teitel) / Ravil Isyanov (General Sikorsky) / Beau Bridges (Coronel Muller) / Tony Curran (Danny) / Dave Power (Teniente Schaeffer) / Christian Oliver (Emil Brandt) / Robin Weigert (Hannelore) / Jack Thompson (Congresista Breimer) / Dominic Comperatore (Levi)
Duración: 105 minutos
Sinopsis: El corresponsal de guerra americano Jake Geismer llega al Berlín de posguerra para cubrir la conferencia de paz que se ha de celebrar en la vecina ciudad de Postdam, dónde se decidirá el destino de la Alemania vencida y la nueva [...]
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Estreno en España: 2 de Marzo de 2007
Nota I.M.D.B.: 6'1/10 (1247 votos)



CRÍTICA




Berlín, 1945. La Segunda Guerra Mundial acaba de finalizar. La ciudad se encuentra divida en zonas regentadas por los ganadores de la contienda. El pueblo alemán, los pocos que han sobrevivido, se enfrenta a un nuevo infierno postbélico. El capitán Jacob Jake Geismer llega con el fin de encontrar a una mujer. Lena, oscura, sigilosa y sensual, que se gana la vida prostituyéndose, pero que oculta un importante secreto.

Embutida en una estética de film noir al más puro estilo años 40, El Buen Alemán llega como una nueva muestra de ejercicio de estilo al que el cine norteamericano se rinde cada vez con más asiduidad. Efectista y efectiva a partes iguales, la película da la mano a proyectos que han pasado con más pena que gloria por las carteleras de todo el mundo y que no han sabido dar más allá de lo puramente estético. De este modo, Steven Soderbergh propone, con rigurosidad cuestionable, una vuelta al cine de los maestros usando lentes obsoletas, sistemas de grabación de sonido antiguos y demás elementos que consolidaron las reglas de un género y una época a la que se rinde un sentido homenaje. Sin embargo, el simple hecho de plantear un film como si de otra época se tratara, con toda su artificiosidad y los baches de calidad inherentes a tales recursos, lo más que puede resultar es un bonito escaparate. Un envoltorio curioso y muy “bonito” al servicio de un capricho del director que, él solito, se ha encargado de casi toda la gestación del film (la fotografía la firma él mismo, bajo el seudónimo de Peter Andrews, al igual que el montaje, como Mary Ann Bernard), basándose en la novela homónima de la que extrae su argumento original (el guión lo firma Paul Atanasio, a quien debemos la brillante Quiz Show) pero de la que no saca todo el jugo posible del texto de Joseph Kanon.



Al igual que ocurriera con Abajo el Amor (Peyton Reed, 2003), el argumento de un ejercicio como éste esta supeditado a dos terribles hándicaps: el primero, que la trama, si quiere ser fiel al estilo, es fácilmente desentrañable, y su final se prevé desde la primera secuencia; y segundo, que se convierta en un simple devenir de imágenes de otra época que no interesan al espectador más que por la calidad de la fotografía.

En el caso que nos ocupa, el cinéfilo de pro se encontrará en su salsa un rato, descubriendo los guiños (que los hay a patadas, se podría decir que es una guiñícula) a Casablanca de Michael Curtiz–solo hay que ver su cartel-, a El tercer Hombre de Carol Reed o a Berlín Occidente de Billy Wilder; pero también se dará cuenta del terrible problema que plantea el visionado del film (aparte de la evidencia de que, por supuesto, Steven Soderbergh no es ninguno de esos geniales directores): que su argumento plantea una serie de denuncias a un nivel social e histórico, colaterales e inevitables al argumento principal y a su contexto, pero que chocan con su puesta en escena y su pretendida dimensión de espectáculo recreativo. De este modo, parece irremediable dudar sobre si debía haberse hecho el film de modo convencional o si, por lo contrario debieron evitarse los excesivos elementos de concienciación de posguerra.

A nadie debe sorprender el hecho de que El Buen Alemán titubee entre su forma y su fondo, a menudo ocurre en la demasiado fructífera filmografía de Soderberg que sus films parecen aturullados y se enredan consigo mismos y sus pretensiones, desde su obra maestra y sin duda alguna mejor trabajo (Sexo, mentiras y cintas de video), hasta sus quizá repetitivos y en opinión de algunos innecesarios Ocean´s 11, 12 y 13 pasando por el aventurado, osado y algo apresurado remake de Solaris (hay que tener valor para meterse con Tarkovsky y Lem, eso hay que reconocerlo), la acertada Out of sight, el telefilm Erin Brokovich o la incalificable Full Frontal; reconociendo en todo caso que es único para firmar productos resultones que hacen las delicias del público.



Al enfrentarse con semejante hazaña, el director pone en tela de juicio no solo su propia versatilidad y capacidad, sino la de los actores que han de enfrentarse con una batalla que, lógicamente, está perdida de antemano, encontrándose con un problema coyuntural al representar sus roles siguiendo un estilo impuesto. Así veremos a Tobey McGuire (cuyo papel, por cierto, es casi anecdótico, por más que se erija como tercero en los títulos de crédito) y a George Clooney peleando con sus actuaciones que resultan amaneradas, falsas y exageradas; como exagerado es el acento alemán de Cate Blanchett quien, además, agrava aún más su ya de por sí baja voz. Así, por más que todos ellos nos hayan demostrado en numerosas ocasiones sus más que notables aptitudes, les encontramos en el film como sacados de un cómic, dando pie a interpretaciones acartonadas que caen en lugares comunes y en el homenaje gratuito, casi en la parodia. Casi duele ver a Cate Blanchett con su desbordante y prodigioso talento, convertirse en una vaga sombra de algo parecido a una mezcla de Lauren Bacall con Marlene Dietrich.

En definitiva, El Buen Alemán es un film entretenido, curioso, y estéticamente muy logrado, pero que conlleva demasiados lastres para convertirse en un producto de calidad, que acaba quedándose en puro ejemplo de maniqueísmo y ejerce las veces de bastión inevitable en el cine posmoderno de principios del siglo XXI.

 

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