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Crítica - El Señor de la Guerra (2005)

Poster

'Reflexionemos'

18/11/2006 - Por Padrino

(4/5)

El Señor de la guerra es una de esas películas que desde la primera secuencia nos deja claro que es lo que estamos a punto de ver. Se trata de una de las mejores secuencias de créditos iniciales que, sin duda alguna, pueden verse. Esos dos minutos y medio iniciales son un fiel reflejo de lo que más adelante va a contarnos Andrew Niccol. El espectador observa con gran incredulidad y asombro la original historia de una bala, todo parece muy gracioso hasta que, en el momento en el que el espectador se ha olvidado de lo duro de la realidad que esta observando (el tráfico de armas), el director pone las cosas en su sitio y nos devuelve a la realidad (dicen que la realidad supera la ficción, y cuando se refiere a dureza y crueldad más aún si cabe). Eso es exactamente lo que ocurre con El señor de la Guerra.

Se nos cuenta una historia en la que el protagonista podría incluirse en la galería de antiheroes por excelencia: un traficante de armas. Sin embargo, de la forma en la que se nos cuenta vamos cogiendo cariño a ese personaje, le entendemos, le comprendemos... hasta que el director nos da una sacudida y nos muestra la auténtica realidad. Bajo mi punto de vista la intención de Niccol no es la de dar una lección moral y ética de la vida, nada más lejos. En esta película se observa una vocación, una forma de hacer cine, una forma de contar las cosas que recuerda mucho al cine de Fernando León de Aranoa: antihéroes, situaciones que denuncian problemas sociales, problemas que deberían provocar pena y dolor pero que, al estar tratados desde un punto de vista cómico e irónico, no provocan ese rechazo, pero calan igual de hondo en el espectador.

El papel que interpreta Nicolas Cage (no ganará un oscar, aunque tampoco un razzie, por su interpretación en esta película) es el de un hombre sin escrúpulo alguno, un hombre cuya principal virtud es la de separar las consecuencias que se derivan de los productos que suministra de su vida diaria. Muestra una facilidad pasmosa (o quizás no tanto en los tiempos que corren) a la hora de no sentirse culpable.

El señor de la Guerra se convierte también en un producto adoctrinador o, mejor dicho, educador. Y es que se trata de un repaso a los principales conflictos bélicos que han asolado al mundo en las ultimas décadas, algunos de ellos quizás no demasiado publicitados por los medios de comunicación. A medida que Yuri Orlow se va volviendo más importante va moviéndose por más conflictos armados, se trata de un proceso paralelo que permite al espectador ir conociendo cada uno de esos escenarios. Magnifica la secuencia en la que Gorbachov anuncia el fin de la URRS, sin desperdicio alguno.

Puede que algunos tilden a la película de frívola por tratar de forma tan irónica un tema tan serio. No tiene nada que ver. Por todo el mundo es conocida la dificultad de hacer reír a la gente, muchísimo más que hacerles llorar. Más merito todavía tiene el conseguir hacer reír a la gente sobre un tema que no debería provocar la risa, ni tan siquiera la sonrisa. Que no me entienda mal el lector. No estoy defendiendo aquí que haya que reírse de las desgracias, ni que haya que tomárselas a broma. Pero la vida es demasiado dura como para tomársela en serio. Bajo mi punto de vista, la película consigue que el espectador lleve a cabo una reflexión sobre el tema, y encima lo consigue mientras este se lo pasa bien. Y se lo pasa bien admirando a un hombre que no ha hecho méritos para merecérselo, todo lo contrario. Esa es la magia de personajes como el creado por Niccol, antihéroes que consiguen la empatía y el favor del público. Dejemos de lado el reinado de los héroes perfectos para alistarnos en la dictadura del antihéroe, ¿voluntarios?

 

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7.47

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