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Crítica - Hostel

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'Bálsamo para las heridas'

28/03/2006 - Por Hattie Carroll

(4/5)

Con Cabin Fever el debutante Eli Roth dejaba clara cuál era su visión del terror. A partir de una noticia real construye un film perturbador e inquietante donde el peligro no es un asesino despiadado, sino una diminuta bacteria y la poca solidaridad del ser humano. Después de ser apadrinado por David Lynch los grandes estudios le ofrecen guiones que él rechaza. Quiere contar sus propias historias. Y llega Tarantino, quien le anima para seguir con el guión de Hostel, una también perturbadora e inquietante historia donde el peligro vuelve a manifestarse en el ser humano como tal y que surge también de una noticia real: por 10.000 dólares puedes disparar a otro ser humano. Y uno no puede evitar pensar en Saló, la obra maestra de Pasolini: allí donde haya dinero y poder habrá algún hijo de puta dispuesto a usarlo para dañar a sus semejantes, para humillarlos y vejarlos, para jugar con ellos como si fueran objetos. La obra maestra de Pasolini aterra de una manera que una peli de terror puro no puede, ni quiere, lograr. El género de terror se basa en el entretenimiento y en el goce perverso, en la liberación de la rabia cuando se contempla el oscuro y siniestro mundo que habitamos. El terror es liberador. Y Eli Roth parece saberlo a la perfección. A partir de aterradoras historias reales construye historias perfectamente hilvanadas, juegos cinematográficos divertidos y perversos que se alejan de la realidad dándole la vuelta. En USA un nuevo estilo de pornografía aberrante humilla a chicas a cambio de un permiso de residencia (negado, por supuesto). En Hostel la puta es el americano (que recurre al “soy ciudadano americano, tengo mis derechos” y al “mírame, no tengo pinta de americano” según le conviene, aunque no sirva de nada). Un juego siniestro, pero juego al fin y al cabo. Afortunadamente Saló sólo hay una.

La película comienza de manera liviana y superficial y el terror se introduce poco a poco, de manera sutil y más tarde con contundencia. Comienza la paranoia y ya nada es tan superficial. Unas chicas desnudas en tu habitación del albergue se contemplan con risitas ilusionadas al principio y con recelo cuando tus amigos empiezan a desaparecer. Hay algo siniestro en el ambiente, en las risas de tus guapas compañeras de cama, en sus palabras en un idioma que no entiendes…

La historia es sencilla y se puede resumir en cuatro líneas pero Eli Roth se nos antoja un cineasta pleno de talento al construir situaciones cargadas de significado (como ese torturador que no puede seguir cuando le hablan en su idioma). Dirigida con mano firme no es otra tonta película de adolescentes ni una simple colección de mutilaciones y torturas. Alterna los momentos más gore con el desarrollo de la trama y situaciones cómicas, guiños y homenajes (ese cameo de Miike que se contempla con una sonrisa en los labios... que pronto se helará, o ese brutal homenaje a la extrañísima Suicide Club). Salvaje y bizarra no teme sobrecoger al espectador y uno sabe que lo está logrando cuando se observa a sí mismo (espectador curtido en estos lares) haciéndose un ovillo en la butaca, no tanto por la violencia explícita (que la hay, sangre a borbotones y demás delicias) sino por la angustia que produce esa situación desquiciada, por el horror que destila esa sensación de realidad pervertida, por el hecho de saber que alguien en algún lugar, muchas veces, le causó alguna humillación similar a la vista en pantalla a algún ser humano, algún daño igual de aberrante e incomprensible por el simple placer de ver sufrir a alguien delante de sus ojos, para lograr la emoción que sus patéticas e insignificantes vidas no pueden proporcionarles.

Y los más enfermos a los ojos de los demás, encontramos consuelo en ese espectáculo, poder verlo en una sala a oscuras, seguros en nuestra cómoda (no tanto) existencia, ajenos a esa barbarie, esperanzados de que nunca nos toque, poder disfrutarlo, darle emoción a nuestras insignificantes vidas, sufrir sin que nadie sufra de verdad… es un bálsamo para las heridas, un lugar siniestro y reconfortante a la vez donde nos gusta pasearnos de vez en cuando. Y podemos hacerlo gracias a los cineastas con actitud. Gracias a gente como Eli Roth.

 

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5.7

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