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Crítica - Tiburón

Poster

'Un icono más de la factoría Spielberg'

25/01/2006 - Por Veerleen

(4/5)

Quien después de ver Tiburón no pase una temporada temiendo bañarse en el mar puede considerarse una excepción. La película de Spielberg con su perfecta dosificación de la tensión consiguió crear en toda una legión de espectadores un miedo irracional a lo que podía acecharles bajo el agua. Desde aquel verano de 1975 el tiburón no ha vuelto a ser el mismo.

El principal valor de película es el suspense. Desde el comienzo, una criatura a la que apenas se adivina en la primera mitad del metraje, consigue intranquilizar al espectador cada vez que la cámara se acerca al agua. Spielberg juega con ese miedo que sentimos, juega con nosotros y consigue evitar que preveamos lo que va a pasar. Nadie está a salvo. La previsibilidad suele ser uno de los puntos negros en este tipo de películas de monstruos asesinos. Se construyen unos personajes patrón y una trama tópica de forma que el espectador es capaz de adivinar quién y en qué orden irá muriendo. Sin embargo Tiburón evita ese problema dejando el desarrollo de sus personajes principales para la segunda mitad de la película y reservando la primera parte para la creación del verdadero protagonista: el monstruo.

Del mismo modo que películas como Alien o El proyecto de la bruja de Blair, Tiburón sugiere y no enseña. Que la imaginación del espectador es más poderosa que cualquier imagen dada es una lección aprendida hace tiempo, así que son siluetas, datos, objetos que se mueven sobre las aguas oscuras, los que crean la amenaza y los que nos ponen los pelos de punta. Spielberg nos reserva el placer de conocer a su criatura para más adelante y lo que es mejor, lo haremos a la vez que sus protagonistas. En todo momento el espectador se siente miembro de esa tripulación que parte a la caza de un monstruo desconocido. Instalado dentro del barco se convierte también en víctima potencial.

Tiburón tiene paralelismos principalmente con dos películas: El diablo sobre ruedas y Moby Dick. En la primera, Spielberg ya había tratado con una “criatura” que perseguía a sus personajes sin descanso. La segunda, parece haber cedido parte de su capitán Acab para la creación de Quint, el personaje interpretado por Robert Shaw. Y es que, aunque el objetivo de la expedición es acabar con la amenaza del tiburón, en el caso de Quint la misión se convierte en obsesión, una obsesión que lleva a los tres protagonistas a implicarse en una lucha en la que no hay claro favorito. Lo único seguro es que será una lucha a muerte.

Los tres pilares de la película son sin duda sus tres actores principales. Roy Scheider, el jefe de policía Martin Brody, Richard Dreyfuss, el experto Matt Hooper y Robert Shaw, Quint, el marino capitán de la expedición. Puede que Roy Scheider sea el más flojo de los tres, no por su actuación sino porque su papel es más el hilo conductor de la trama que un carácter fuerte de la acción. Se le podría haber pedido un poco más aunque tiene algunos momentos estelares (su frase “vamos a necesitar un barco más grande” ha pasado incluso al lenguaje coloquial norteamericano). Dreyfuss encaja a la perfección en su personaje de biólogo excéntrico. Su aspecto desaliñado, la velocidad de sus diálogos y sus movimientos nerviosos crean en torno suyo un halo de locura que nos hace no confiar totalmente en él. Es un punto intermedio entre Brody y Quint. Pero quien consigue alimentar la tensión es Robert Shaw con su soberbia interpretación del capitán Quint, esa especie de Acab moderno capaz de cualquier cosa antes de abandonar su misión. Malhablado, zafio, incluso peligroso, la amenaza exterior del tiburón tiene su contrapunto en la amenaza interior que supone el propio Quint.

Un par de detalles: jamás unos bidones amarillos crearon tanta expectación ni una banda sonora tanta tensión. Una película muy recomendable y un icono más de la factoría Spielberg

 

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7.74

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