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40 años de El Espíritu de la Colmena
Guillermo Triguero, 20/10/2013
Este 2013 se cumplen 40 años del estreno de El Espíritu de la Colmena, una de las mayores obras maestras jamás hechas en España, lo cual es una excusa perfecta para dedicarle un artículo y volver a revisionar esta joya tan única y especial.
Su creador es Víctor Erice uno de esos cineastas cuya corta filmografía le ha generado un aura de culto justificadísima habida cuenta de lo extraordinarios que han sido sus tres largometrajes: El Espíritu de la Colmena (1973), El Sur (1983) y El Sol del Membrillo (1992). Que alguien con una personalidad tan marcada e interesante tras la cámara no haya podido realizar más films es una de las mayores desgracias que le ha sucedido al cine español.

Curiosamente, un film tan introspectivo como éste nació a partir de una idea mucho más ambiciosa, en que el monstruo de Frankenstein volvería a una sociedad represiva dirigida por tecnócratas. Erice quería plantear el film como un thriller de Fritz Lang que a su vez supondría una reflexión sobre mitos como el creado por Mary Shelley.
El argumento final no tuvo nada que ver con éste y se centraba en Ana, una niña de ocho años que vive en un pueblo de Castilla en los años inmediatos a la Guerra Civil junto a su hermana mayor Isabel y sus padres Fernando y Teresa. Una noche las niñas acuden al cine a ver El Doctor Frankenstein de James Whale y Ana queda profundamente impactada por la imagen del monstruo que mata a una niña en la película. Por la noche, Isabel le dice que aunque lo que han visto es ficción, los espíritus existen y pueden evocarse. Ana, llena de inquietud, pasa por un proceso de descubrimiento personal intentando comunicarse con ese espíritu.

Una vez ya más avanzada la idea, Erice acabó finalmente por desechar también un prólogo que había ideado en que conocíamos a Ana de adulta. Ésta trabajaría en Madrid como profesora y tendría un sueño en que su padre (que trabaja de apicultor) muere atacado por sus abejas. Poco después se entera de que éste ha fallecido y viaja en tren hasta su pueblo para asistir al funeral. Durante el viaje se duerme y en un sueño se encuentra con la figura de Frankenstein, que le evoca ciertos recuerdos de infancia.
Prescindiendo de este inicio, Erice se aseguró de que su film tuviera un estilo más compacto, sin salir nunca de la cuidadísima ambientación de postguerra. Más importante aún, hace que el final funcione mejor, ya que de esta forma no llegamos a conocer nunca el futuro de Ana y por tanto el plano final queda como un acertado desenlace abierto.

Desgranar El Espíritu de la Colmena es una tarea compleja y algo desagradecida, porque se trata de una de esas obras que sencillamente no pueden explicarse. Es una película con una magia y un poder de evocación que no puede transmitirse con simples palabras, y precisamente por eso es tan cinematográfica, porque lo que Erice consigue transmitir con sus imágenes no puede describirse haciéndole justicia. Por muy tópica que sea la expresión, es cine en estado puro.
Una prueba de ello es el hecho ampliamente comentado de que prácticamente nadie del equipo entendía lo que estaba haciendo Erice. Para todos los participantes del rodaje la película era un absoluto misterio, y el propio director no hizo mucho para mejorar la situación, negándose por ejemplo a discutir los personajes de Teresa y Fernando con sus respectivos actores, Teresa Gimpera y Fernando Fernán Gómez. Elías Querejeta, productor y gran artífice del proyecto, vio como éste se le estaba yendo literalmente de las manos, cambiando desde su idea inicial hasta convertirse en una cosa que no comprendía del todo. Seguramente fue a causa de esta incomprensión que decidió otorgarle un presupuesto muy moderado, por temor a que el resultado final fuera demasiado artístico y no funcionara en taquilla.
Según se dice, sólo una persona logró entender lo que Erice se proponía, y no fue otro que el director de fotografía Luis Cuadrado. El trabajo de fotografía de El Espíritu de la Colmena es uno de las mayores cualidades del film, es de esos rasgos que más perduran en la retina del espectador y que mejor definen el estilo de la película: los tonos marrones y cremosos, ese color miel que va asociado a la idea de la colmena, especialmente en las escenas que tienen lugar en la casa. Para conseguir esos colores, Erice y Cuadrado se sirvieron de referentes pictóricos como Vermeer, Rembrandt y Zurbarán, hasta el punto de que algunos planos tienen una cualidad pictórica rara en el cine. El plano que siempre me ha llamado la atención en ese sentido es ése en que Teresa peina a Ana frente a un espejo mientras ésta le pregunta por los espíritus. El espejo está fuera de plano, solo suponemos su presencia, y la pared del fondo no tiene ningún elemento decorativo, de forma que el plano acaba teniendo prácticamente la apariencia de un retrato pictórico.

Otro de los aspectos más remarcables de El Espíritu de la Colmena es su sutileza, la forma como el guión refleja sus ideas sin enunciarlas explícitamente, dejando que se sobreentiendan a partir de la descripción de la vida cotidiana de los personajes. Por ejemplo, nunca se nos dice claramente la posición de los padres de Ana respecto a la Guerra Civil, pero entendemos que Fernando es un intelectual al verle en una foto con Unamuno, por tanto suponemos que se ha aislado del hostil mundo exterior en su casa. Por otro lado su mujer Teresa vive inmersa también en su propia realidad, escribiendo cartas a alguien que no llegamos a conocer, suponemos que un exiliado político pero no sabemos si es un familiar o un antiguo amante. Nada de eso se nos aclarará, porque a Erice no le interesa tanto dar toda esa información como recrear ese ambiente cerrado y esa familia tan poco integrada. Sólo nos llegan retratos fragmentarios de Teresa y Fernando, les vemos meditabundos, paseando por la casa y los alrededores pero sin que se nos diga exactamente cual es su situación o sus inquietudes.
En cambio sí que vemos (y esto es lo que entiendo que le interesa a Erice) cómo eso provoca que el núcleo familiar sea tan poco acogedor. En toda la película jamás vemos a la familia unida en un mismo plano (nótese como las escenas de las comidas, únicos momentos en que todos comparten el mismo espacio, cada personaje está separado en un plano distinto), y de hecho Teresa y Fernando sólo aparecen juntos una vez, en un plano general. De esta manera nosotros podemos entender la posición de Ana, una niña en fase de descubrimiento de la realidad, que crece en un hogar donde no tiene acceso al mundo de los adultos y hay una falta de comunicación constante. Utilizando la analogía del título, la sociedad es entendida como una colmena en que cada uno hace su labor formalmente y reservando sus inquietudes para ellos mismos, sin exponerlas en voz alta ante nadie.

Es por eso que cuando Ana quiere enfrentarse al enigma de la muerte y los espíritus no puede encontrar la respuesta en un hogar donde no hay comunicación. Al no poder contar con sus padres, recurre a su hermana mayor, Isabel, para que la ayude, pero ésta, sabiéndose en ventaja, se aprovecha de su inocencia engañándola y fingiendo su muerte en una ocasión.
Más adelante la propia Isabel protagoniza una de las escenas más conseguidas de la película por su crueldad tan genuinamente infantil. En ella intenta estrangular al gato de la casa, pero éste le ataca para defenderse y escapa. La niña, lejos de molestarse, contempla la sangre que emana de su dedo y la utiliza para pintarse los labios. Esa es la forma como Isabel encara el misterio que tanto perturba a su hermana menor, intentando poner a prueba las limitaciones de su poder (¿puedo quitar realmente la vida a un ser vivo?) y luego, ante el fracaso de su tentativa, utiliza la sangre coquetamente como imitación de lo que hacen las mujeres adultas. Ana, en contraste, interioriza sus dudas y finalmente acaba buscando esas respuestas fuera de casa, una idea que se da a entrever claramente en la clase de anatomía del colegio en que Ana coloca los ojos al muñeco que utilizan de modelo y la profesora dice "Ahora Don José puede ver".

El pueblo es por otro lado un espacio aislado del resto del mundo, cuyo único medio de comunicación son las vías del tren. Por ello no es extraño que el intruso, el fugitivo político, llegue por este camino rompiendo con la normalidad del pequeño pueblo. Ana lo confunde con ese misterioso espíritu y por ello cuando éste muere, le causa un trauma puesto que ha aprendido una terrible lección: todo aquel elemento que perturbe la armonía y el correcto funcionamiento de esa "colmena" que es el mundo adulto debe ser eliminado.
No obstante reducir toda la película a esta idea es quedarse corto (de hecho el personaje del fugitivo político, el verdadero causante de un conflicto serio, no aparece hasta más de una hora de metraje), ya que El Espíritu de la Colmena es mucho más. Es también una de las películas que mejor ha sabido adentrarse en los misterios del mundo infantil, algo que queda patente desde esos créditos iniciales con dibujos hechos por las mismas actrices infantiles y que se refuerza con la maravillosa interpretación de Ana Torrent (no creo que exagere si digo que es una de las mejores actuaciones infantiles que ha dado el cine). Por otro lado es también un estudio sobre la relación entre cine y realidad, y cómo el séptimo arte con ese cualidad mágica que tenía por entonces - antes de que la televisión normalizara y le quitara cierta solemnidad al actor de ver películas - interpela al espectador y le hace reflexionar sobre el mundo que le rodea.
Combinando estas dos ideas tenemos una de las mejores escenas de la película, de hecho aquella de la que el director estaba más orgulloso: el visionado de El Doctor Frankenstein. Para filmar dicho momento decidieron hacer algo tan simple como ponerle realmente a las niñas protagonistas ese clásico de terror y filmar su reacción. De esa forma, los gestos y expresiones de Ana son genuinamente auténticos, la cámara nos ofrece lo que realmente estaba sintiendo en ese instante. Esa confusión entre ficción y realidad de las intérpretes infantiles conllevó otros detalles curiosos como tener que poner a sus personajes el mismo nombre que el de los actores que lo interpretaban (ya que ellas no entendían por qué esas personas cambiaban de nombre de un momento a otro) o hacer que Ana Torrent se acostumbrara al actor que hace de Frankenstein porque lo confundía realmente con el de la película que había visto.
[youtube=j7lCSR4hF4s]
Según Erice, si el film pasó indemne por la censura es porque todos estaban convencidos de que nadie vería esta película, y de hecho el propio Querejeta recibió numerosos comentarios negativos sobre El Espíritu de la Colmena de compañeros de oficio. Pero sorprendentemente consiguió ser un éxito de público y crítica, sobre todo a raíz de ganar la Concha de Oro de en el Festival de San Sebastián - era el primer film español que se llevaba el galardón - y ha sido desde siempre un clásico instantáneo del cine de este país.
A día de hoy ha logrado mantenerse mucho más vigente que otros films patrios de la misma generación y su reputación ha traspasado fronteras, siendo estudiada y alabada por críticos y cinéfilos de todo el mundo. Y no es de extrañar, es de esas raras películas que contienen una magia y una pureza auténticamente cinematográficas que se encuentran en muy contadas ocasiones.
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Elías Querejeta, las dos actrices que habían interpretado a las niñas (Ana Torrent e Isabel Tellería) y Víctor Erice, treinta años después
Su creador es Víctor Erice uno de esos cineastas cuya corta filmografía le ha generado un aura de culto justificadísima habida cuenta de lo extraordinarios que han sido sus tres largometrajes: El Espíritu de la Colmena (1973), El Sur (1983) y El Sol del Membrillo (1992). Que alguien con una personalidad tan marcada e interesante tras la cámara no haya podido realizar más films es una de las mayores desgracias que le ha sucedido al cine español.

Curiosamente, un film tan introspectivo como éste nació a partir de una idea mucho más ambiciosa, en que el monstruo de Frankenstein volvería a una sociedad represiva dirigida por tecnócratas. Erice quería plantear el film como un thriller de Fritz Lang que a su vez supondría una reflexión sobre mitos como el creado por Mary Shelley.
El argumento final no tuvo nada que ver con éste y se centraba en Ana, una niña de ocho años que vive en un pueblo de Castilla en los años inmediatos a la Guerra Civil junto a su hermana mayor Isabel y sus padres Fernando y Teresa. Una noche las niñas acuden al cine a ver El Doctor Frankenstein de James Whale y Ana queda profundamente impactada por la imagen del monstruo que mata a una niña en la película. Por la noche, Isabel le dice que aunque lo que han visto es ficción, los espíritus existen y pueden evocarse. Ana, llena de inquietud, pasa por un proceso de descubrimiento personal intentando comunicarse con ese espíritu.

Una vez ya más avanzada la idea, Erice acabó finalmente por desechar también un prólogo que había ideado en que conocíamos a Ana de adulta. Ésta trabajaría en Madrid como profesora y tendría un sueño en que su padre (que trabaja de apicultor) muere atacado por sus abejas. Poco después se entera de que éste ha fallecido y viaja en tren hasta su pueblo para asistir al funeral. Durante el viaje se duerme y en un sueño se encuentra con la figura de Frankenstein, que le evoca ciertos recuerdos de infancia.
Prescindiendo de este inicio, Erice se aseguró de que su film tuviera un estilo más compacto, sin salir nunca de la cuidadísima ambientación de postguerra. Más importante aún, hace que el final funcione mejor, ya que de esta forma no llegamos a conocer nunca el futuro de Ana y por tanto el plano final queda como un acertado desenlace abierto.

Desgranar El Espíritu de la Colmena es una tarea compleja y algo desagradecida, porque se trata de una de esas obras que sencillamente no pueden explicarse. Es una película con una magia y un poder de evocación que no puede transmitirse con simples palabras, y precisamente por eso es tan cinematográfica, porque lo que Erice consigue transmitir con sus imágenes no puede describirse haciéndole justicia. Por muy tópica que sea la expresión, es cine en estado puro.
Una prueba de ello es el hecho ampliamente comentado de que prácticamente nadie del equipo entendía lo que estaba haciendo Erice. Para todos los participantes del rodaje la película era un absoluto misterio, y el propio director no hizo mucho para mejorar la situación, negándose por ejemplo a discutir los personajes de Teresa y Fernando con sus respectivos actores, Teresa Gimpera y Fernando Fernán Gómez. Elías Querejeta, productor y gran artífice del proyecto, vio como éste se le estaba yendo literalmente de las manos, cambiando desde su idea inicial hasta convertirse en una cosa que no comprendía del todo. Seguramente fue a causa de esta incomprensión que decidió otorgarle un presupuesto muy moderado, por temor a que el resultado final fuera demasiado artístico y no funcionara en taquilla.
Según se dice, sólo una persona logró entender lo que Erice se proponía, y no fue otro que el director de fotografía Luis Cuadrado. El trabajo de fotografía de El Espíritu de la Colmena es uno de las mayores cualidades del film, es de esos rasgos que más perduran en la retina del espectador y que mejor definen el estilo de la película: los tonos marrones y cremosos, ese color miel que va asociado a la idea de la colmena, especialmente en las escenas que tienen lugar en la casa. Para conseguir esos colores, Erice y Cuadrado se sirvieron de referentes pictóricos como Vermeer, Rembrandt y Zurbarán, hasta el punto de que algunos planos tienen una cualidad pictórica rara en el cine. El plano que siempre me ha llamado la atención en ese sentido es ése en que Teresa peina a Ana frente a un espejo mientras ésta le pregunta por los espíritus. El espejo está fuera de plano, solo suponemos su presencia, y la pared del fondo no tiene ningún elemento decorativo, de forma que el plano acaba teniendo prácticamente la apariencia de un retrato pictórico.

Otro de los aspectos más remarcables de El Espíritu de la Colmena es su sutileza, la forma como el guión refleja sus ideas sin enunciarlas explícitamente, dejando que se sobreentiendan a partir de la descripción de la vida cotidiana de los personajes. Por ejemplo, nunca se nos dice claramente la posición de los padres de Ana respecto a la Guerra Civil, pero entendemos que Fernando es un intelectual al verle en una foto con Unamuno, por tanto suponemos que se ha aislado del hostil mundo exterior en su casa. Por otro lado su mujer Teresa vive inmersa también en su propia realidad, escribiendo cartas a alguien que no llegamos a conocer, suponemos que un exiliado político pero no sabemos si es un familiar o un antiguo amante. Nada de eso se nos aclarará, porque a Erice no le interesa tanto dar toda esa información como recrear ese ambiente cerrado y esa familia tan poco integrada. Sólo nos llegan retratos fragmentarios de Teresa y Fernando, les vemos meditabundos, paseando por la casa y los alrededores pero sin que se nos diga exactamente cual es su situación o sus inquietudes.
En cambio sí que vemos (y esto es lo que entiendo que le interesa a Erice) cómo eso provoca que el núcleo familiar sea tan poco acogedor. En toda la película jamás vemos a la familia unida en un mismo plano (nótese como las escenas de las comidas, únicos momentos en que todos comparten el mismo espacio, cada personaje está separado en un plano distinto), y de hecho Teresa y Fernando sólo aparecen juntos una vez, en un plano general. De esta manera nosotros podemos entender la posición de Ana, una niña en fase de descubrimiento de la realidad, que crece en un hogar donde no tiene acceso al mundo de los adultos y hay una falta de comunicación constante. Utilizando la analogía del título, la sociedad es entendida como una colmena en que cada uno hace su labor formalmente y reservando sus inquietudes para ellos mismos, sin exponerlas en voz alta ante nadie.

Es por eso que cuando Ana quiere enfrentarse al enigma de la muerte y los espíritus no puede encontrar la respuesta en un hogar donde no hay comunicación. Al no poder contar con sus padres, recurre a su hermana mayor, Isabel, para que la ayude, pero ésta, sabiéndose en ventaja, se aprovecha de su inocencia engañándola y fingiendo su muerte en una ocasión.
Más adelante la propia Isabel protagoniza una de las escenas más conseguidas de la película por su crueldad tan genuinamente infantil. En ella intenta estrangular al gato de la casa, pero éste le ataca para defenderse y escapa. La niña, lejos de molestarse, contempla la sangre que emana de su dedo y la utiliza para pintarse los labios. Esa es la forma como Isabel encara el misterio que tanto perturba a su hermana menor, intentando poner a prueba las limitaciones de su poder (¿puedo quitar realmente la vida a un ser vivo?) y luego, ante el fracaso de su tentativa, utiliza la sangre coquetamente como imitación de lo que hacen las mujeres adultas. Ana, en contraste, interioriza sus dudas y finalmente acaba buscando esas respuestas fuera de casa, una idea que se da a entrever claramente en la clase de anatomía del colegio en que Ana coloca los ojos al muñeco que utilizan de modelo y la profesora dice "Ahora Don José puede ver".

El pueblo es por otro lado un espacio aislado del resto del mundo, cuyo único medio de comunicación son las vías del tren. Por ello no es extraño que el intruso, el fugitivo político, llegue por este camino rompiendo con la normalidad del pequeño pueblo. Ana lo confunde con ese misterioso espíritu y por ello cuando éste muere, le causa un trauma puesto que ha aprendido una terrible lección: todo aquel elemento que perturbe la armonía y el correcto funcionamiento de esa "colmena" que es el mundo adulto debe ser eliminado.
No obstante reducir toda la película a esta idea es quedarse corto (de hecho el personaje del fugitivo político, el verdadero causante de un conflicto serio, no aparece hasta más de una hora de metraje), ya que El Espíritu de la Colmena es mucho más. Es también una de las películas que mejor ha sabido adentrarse en los misterios del mundo infantil, algo que queda patente desde esos créditos iniciales con dibujos hechos por las mismas actrices infantiles y que se refuerza con la maravillosa interpretación de Ana Torrent (no creo que exagere si digo que es una de las mejores actuaciones infantiles que ha dado el cine). Por otro lado es también un estudio sobre la relación entre cine y realidad, y cómo el séptimo arte con ese cualidad mágica que tenía por entonces - antes de que la televisión normalizara y le quitara cierta solemnidad al actor de ver películas - interpela al espectador y le hace reflexionar sobre el mundo que le rodea.
Combinando estas dos ideas tenemos una de las mejores escenas de la película, de hecho aquella de la que el director estaba más orgulloso: el visionado de El Doctor Frankenstein. Para filmar dicho momento decidieron hacer algo tan simple como ponerle realmente a las niñas protagonistas ese clásico de terror y filmar su reacción. De esa forma, los gestos y expresiones de Ana son genuinamente auténticos, la cámara nos ofrece lo que realmente estaba sintiendo en ese instante. Esa confusión entre ficción y realidad de las intérpretes infantiles conllevó otros detalles curiosos como tener que poner a sus personajes el mismo nombre que el de los actores que lo interpretaban (ya que ellas no entendían por qué esas personas cambiaban de nombre de un momento a otro) o hacer que Ana Torrent se acostumbrara al actor que hace de Frankenstein porque lo confundía realmente con el de la película que había visto.
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Según Erice, si el film pasó indemne por la censura es porque todos estaban convencidos de que nadie vería esta película, y de hecho el propio Querejeta recibió numerosos comentarios negativos sobre El Espíritu de la Colmena de compañeros de oficio. Pero sorprendentemente consiguió ser un éxito de público y crítica, sobre todo a raíz de ganar la Concha de Oro de en el Festival de San Sebastián - era el primer film español que se llevaba el galardón - y ha sido desde siempre un clásico instantáneo del cine de este país.
A día de hoy ha logrado mantenerse mucho más vigente que otros films patrios de la misma generación y su reputación ha traspasado fronteras, siendo estudiada y alabada por críticos y cinéfilos de todo el mundo. Y no es de extrañar, es de esas raras películas que contienen una magia y una pureza auténticamente cinematográficas que se encuentran en muy contadas ocasiones.
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Elías Querejeta, las dos actrices que habían interpretado a las niñas (Ana Torrent e Isabel Tellería) y Víctor Erice, treinta años después