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Zinemaldia 2015. Día 5. Bestias, rascacielos y apóstatas

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Carlos Fernández, 25/09/2015

Durante el festival nuestro tiempo transcurre entre películas, carreras, fiestas, charlas interminables sobre las películas, pintxos, colaboraciones, siestas (en las salas y fuera de ellas) y en escribir las crónicas.
De vez en cuando tenemos un momento para echar la vista atrás y hacer repaso de todo lo que llevamos visto hasta el momento. En el quinto día, ecuador del festival, era un buen momento para hacerlo. Además, la Sección Oficial volvió a poner a concurso dos películas que siguen señalando la tendencia de la competición durante este año. Ya comentaba días antes de empezar José Luis Rebordinos, director del Zinemaldia, que esta edición se habían inclinado por títulos más arriesgados para componer la selección oficial.
Esta decisión ha tenido consecuencias: por un lado la clara polarización en las opiniones a favor y en contra de alguno de los títulos, y por otro la sensación de no tener un gran título de consenso en la Sección Oficial que en caso de ganar nos alegraría a la mayoría. Quizás el que más cerca está de ese punto es Truman de Cesc Gay, pero sinceramente no sería una gran concha.

Justo en el lado opuesto del consenso se encuentra la primera película a concurso de este quinto día, High-Rise, que ha llegado a San Sebastián de la mano de su director, Ben Wheatley, y tres de sus actores principales, Tom Hiddleston, Luke Evans y Sienna Miller, lo que ha hecho subir puntos el estrellómetro, que este año está teniendo poco trabajo pues no son muchas las estrellas que están pisando Donostia.
El film adapta una novela de J.G. Ballard, autor de obras tan dispares como Crash o El Imperio del Sol, en la que un rascacielos es utilizado como metáfora del sistema capitalista y su funcionamiento, un sistema donde cuanto más alto esté el piso donde vives, mejor es tu nivel de vida.
Tras una primera parte apabullante, presentando el universo creado por Ballard con una puesta en escena elegante y visualmente atractiva, la película pierde fuelle y gana reiteración minutos después de iniciada la revolución que llevan a cabo los inquilinos de los pisos inferiores.
Tom Hiddleston, que se está acostumbrando (como él mismo comentó en la rueda de prensa) a papeles ‘raros’, cumple a la perfección con su papel de médico recién llegado a la comunidad que decide, ante la revuelta, no tomar partido, quedarse de brazos cruzados para no perder lo que ha conseguido. Una reacción que funciona como ejemplo de una sociedad acomodada y conformista que prefiere seguir viviendo para no perder, que luchar por ganar.
Algunos eufóricos aplausos de los defensores de la película y mucha división de opiniones al terminar la proyección.

Algo más de consenso ha generado el pase de El niño y la bestia, primera película de animación en toda la historia del Festival en competir por la Concha de Oro y de la que ya se escuchan algunas voces que se posicionan a favor de que realmente se haga con ella.
Kyuta, un niño huérfano que vive en Tokio, traspasará la frontera al mundo de las bestias y se convertirá en aprendiz de Kamatetsu, una especie de oso cascarrabias, desordenado y malhablado que aspira a convertirse en señor de las bestias.
La película combina una factura visual impecable, con algunos recursos y secuencias para enmarcar (como las diferentes elipsis temporales que encadenan el paso de niño a adulto del protagonista), con una historia cargada de valores y moralina. Algunas críticas se dirigen hacia ese (marcado) enfoque infantil potenciado, sobre todo, por la parte de la historia que habla de la importancia de los estudios, la disciplina y la perseverancia. Si bien es cierto que existe ese componente algo más dirigido a los niños, la película puede y debe ser disfrutada por público de todas las edades, como así se demostró con los aplausos que despidieron la proyección.

La última película a competición del día nos habla de las excusas que nos autoimponemos para evitar todos esos valores y responsabilidades que se desprenden del film de Mamoru Hosoda. El Apóstata, dirigida por Federico Veiroj, ya conocido en el Festival (ha participado con sus dos anteriores films en Nuevos Directores y en Horizontes Latinos), cuenta la historia de Gonzalo Tamayo, interpretado por un actor no profesional, Álvaro Ogalla (una de las revelaciones del film), un tipo despreocupado, parado y desordenado que decide apostatar. Este hecho no es más que otra excusa a la que dedicar su esfuerzo en vez de hacerlo a lo realmente importante: terminar sus estudios, buscar un trabajo y decidirse a invitar a tomar un café a la chica que le gusta, Bárbara Lennie, en vez de seguir jugando con la que sabe que ya tiene, Marta Larralde. En definitiva, enfrentarse a ser adulto.
Como comentábamos al principio, Tamayo es uno de esos personajes que se encerrarían en su apartamento a esperar que pasase la revolución.
Veiroj dirige 80 minutos cargados de su particular universo, lleno de sueños, pensamientos, humor, críticas encubiertas y destapadas que le han convertido en una de las cintas comodín del Festival: no tiene muchos opositores y la mayoría responde con un ‘no está mal, se deja ver’ cuando le preguntas si le ha gustado. Tengo que reconocer que a medida que pasan las horas, más me gusta. Quizás, como su protagonista, el film domina el arte de dejar pasar el tiempo y que todo se solucione por sí solo, y ahí es donde se va haciendo un hueco.
La lluvia de los últimos días ha provocado un principio de catarro que intentamos llevar con dignidad y algún que otro Kleenex, pero que está dificultando lo de ponerse a escribir a ciertas horas de la noche. Pero aunque sea con retraso os seguirán llegando las crónicas y en el próximo artículo tendréis la prometida de Taxi Téhéran, dos agradables sorpresas y, cómo no, más Sección Oficial. Hasta entonces nos vemos en los cines.