Portada>Noticias>Seminciando 2012, Día 6: De propinas

Seminciando 2012, Día 6: De propinas

user avatar

Alberto Frutos, 27/10/2012

Empecemos esta vez con un tópico. Parece que fue ayer cuando llegué a la estación de tren de Valladolid con mis maletas, mi ilusión, mis ganas de cine y mis deterioradas anginas. Pero no, eso fue hace ya seis días, que se dice rápido y se pasan aún más, y el tiempo me pone de nuevo en el banco del andén con mis maletas, mi ilusión, mis ganas de cine y, en esto hemos cambiado, mi deteriorado estómago. Y no os creáis que ha sido por comilones inenarrables en los mejores restaurantes vallisoletanos, no, la causa directa es la necesidad de comer porquería industrial a velocidad de vértigo para escribir la crónica y llegar a la sesión de las cuatro y media. Pero hasta esos pequeños detalles se han disfrutado con intensidad desmedida, con sensaciones que intentaré explicar en el próximo artículo de despedida y valoración del palmarés, en el que espero que mis favoritas alcancen algún premio. Será un adiós o un hasta pronto. De momento, ninguna de las dos, no hace falta ponerse melodramático aún, aunque algunas circunstancias nos provoquen para hacerlo. No hay que finalizar la fiesta, recoger el confeti y tapar con una manta a los amigos que se han quedado durmiendo sobre la mesa de la cocina: la Seminci, en sus últimas horas, nos ha regalado una película bastante correcta, un homenaje al cine negro muy entretenido y, como último brindis, una obra maestra. Amigos y amigas, último ranking de esta 57 edición, con bonus track incluido.

Punto de Encuentro se ha descubierto como el rincón perfecto para esas películas supuestamente pequeñas en comparación con las proyectadas en la Sección Oficial, pero enormes en sus detalles. Trazando un paralelismo de galardones, estos trabajos vendrían a ser los Pequeña Miss Sunshine o Juno de los Oscar, pequeñas joyas con nulas posibilidades de ganar algo pero con capacidad de sobra para robar la simpatía de los espectadores. The Exam (), película húngara dirigida por Péter Bergendy, nos planta en 1956 para proponernos un auténtico juego de espionaje donde nada es lo que parece y, de serlo, tiene algún truco, algún resquicio que se nos escapa. El guión de Norbert Köbli disfraza la clásica persecución del gato y el ratón en una alocada cinta que se arrodilla ante el cine negro más reconocible y rinde tributo a la inmensa figura del omnipresente Alfred Hitchcock. Sus pretensiones no son más que entretener a un espectador que, si bien manteniendo la atención podrá anticiparse a alguna de las jugadas, también aceptará con sonrisa la derrota de los sorprendidos. Cumple sus propósitos y termina de completar un cuarteto de películas que sitúan a Punto de Encuentro en una más que estimable posición final dentro del festival.

Si la película encargada de inaugurar esta Seminci, la insuficiente Todo es Silencio de José Luis Cuerda, había dejado un sabor agridulce, no parece que El Ladrón de Palabras (), el filme que la cerrará, vaya a mejorar esas sensaciones. Sorprenden varias cosas de esta primera película escrita y dirigida por Brian Klugman y Lee Sternthal. Por un lado, el reparto de aúpa que han conseguido para su debut cinematográfico. Si bien es cierto que Bradley Cooper está nefasto como protagonista, en la que es posiblemente una de las peores actuaciones de su carrera, poder contar con la presencia de un gran Jeremy Irons, Dennis Quaid, Zoe Saldana o la desaprovechadísima Olivia Wilde, presupone que la historia de este escritor que plagia un manuscrito encontrado en un viejo maletín para alcanzar la fama, tendrá algo especial para haber captado el interés de semejante nómina de intérpretes. No es así. Quizás la hora de la proyección (cuatro y media de la tarde) ayudó a la sensación de estar viendo un telefilme de sobremesa, eso sí, muy correcto y entretenido. Folletín melodramático en sus mejores momentos, reflexión vacía sobre los sacrificios a cambio del éxito en sus peores, El Ladrón de Palabras ha conseguido aplausos y, por primera vez, pataleos de un Calderón abarrotado que mostraba de ese modo unas expectativas depositadas que, como comentábamos en la anterior crónica, pueden hacer jugar malas pasadas. Si os lo estáis preguntando, un servidor ni aplaudió ni pataleó: la película es tan correcta que no merece sobrepasarse en ninguno de los extremos.

Y cuando estábamos recogiendo todos los trastos y preparando los pañuelos blancos para despedirnos desde el tren, va la Seminci y, sin preguntar, nos planta una obra maestra de propina en toda la cara. Completando la Sección Oficial, Los Caballos de Dios (), dirigida por el parisino Nabil Ayouch, retrata de manera excepcional la transformación que sufren dos hermanos residentes en un poblado de chabolas de Casablanca en islamistas radicales y terroristas suicidas. Con el contexto histórico de los atentados terroristas que se produjeron el 16 de mayo de 2003, y ayudado por un milimétrico guión de Jamal Belmahi, Ayouch regala un filme inmenso, contado de manera sobresaliente e interpretado con matrícula de honor por Adelhakim Rachid y Abdelillah Rachid, capaces de componer a unos carismáticos, complejos y, finalmente, inolvidables Yachine y Hamid. Todo en ella desprende verdad y cine, inquieta y conmueve, incita de la mejor manera posible a la reflexión y, aunque puede que le sobre algo de metraje, no es ni de lejos un 'pero' mayúsculo. Si no es una obra maestra, muy poquito le falta.

Prometía en el primer párrafo un bonus track y toca cumplir con mi palabra. Dejamos de lado las películas de dos horas y media y nos centramos en esos trabajos de síntesis narrativa tan complejos como son los cortometrajes. La Seminci nos ha ofrecido la oportunidad de ver la mayoría de ellos como entrante antes de los primeros platos más importantes y, aunque en no pocas ocasiones la combinación era bastante extraña y los géneros entre uno y otro no tenían nada que ver, el resultado final es el de una buena media. Si hay que destacar alguno, dos se llevarían la palma. Por un lado, Dood van een Schaduw (), con uno de esos puntos de partida que hacen que sus veinte minutos de duración sepan a muy poco, facilitando la imaginación y el deseo de que su responsable, Tom Van Avermaet, tenga la oportunidad de realizar un largo con la historia de estos fotógrafos del limbo que coleccionan las sombras de los moribundos para poder pagarse una segunda oportunidad de volver a la vida. Brillante. Dejando la ciencia ficción de lado, nos encontramos con Je Sens le Beat qui Monte en Moi (), escrito y dirigido por un simpatiquísimo Yann Le Quellec, que además de ganarse al público con su presentación, ofreció el cortometraje más divertido y extenso de la edición. Fueron 32 minutos a los que no les sobra ni un segundo, que arrancan carcajadas con toda la facilidad del mundo. Y con una banda sonora apabullante.

Un escalón por debajo, es decir, en el notable, estaría En Plan Romántico (), firmado por el madrileño Peris Romano, repleto de un sentido del humor identificable pero disfrutable a partes iguales, utilizando una conversación entre una pareja a través de Skype para demostrar que el medio, y los medios, no siempre son lo más importante. Kiruna-Kigali (), además de ser uno de los primeros cortometrajes que pudimos ver en el festival, también se recordará como uno de los más agobiantes y desasosegantes. Con las historias paralelas de dos mujeres a punto de dar a luz, una en Suecia con todas las facilidades del mundo, la otra en Ruanda con todas las dificultades posibles, Goran Kapetanovic profundiza en el contraste y en la atmósfera, usando con maestría la oscuridad y luminosidad de cada uno de los lugares. Por desgracia, no todo fueron sorpresas agradables: los aburridísimos Le Pays qui N'existe Pas () y Night Shift () solamente consiguieron arrancar el silbido y los silencios, respectivamente, de un público que comprobó lo largos que se pueden hacer quince minutos. En animación, dos trabajos que no alcanzan el sobresaliente pero que son del todo estimables. El poder del hombre, el trabajo, la belleza y el horror del conciso y contundente trabajo de Patrick Bouchard, Bydlo (); y la melancolía contagiosa y transparente de Seven Minutes in the Warsaw Ghetto () cautivaron al público con un trabajo artesanal deslumbrante. Por último, 101 (), un análisis sobre la película El Extraño Caso de Angélica y la manera de entender el cine de Manoel de Oliveira que podría haber sido muy interesante pero que, por desgracia, se queda en aburrido.
Dentro de unas horas se dará a conocer el palmarés de esta 57 edición de la Seminci y será entonces tiempo para analizar, debatir y profundizar sobre los triunfadores, los derrotados y las posibles razones que han situado a cada uno de ellos en esos dos bandos. Ahora toca cerrar los ojos y pensar sobre la cantidad de grandes momentos que estos cinco días ha regalado. Las emociones las dejamos para después. Nos leemos. Nos buscamos. Nos encontramos en las salas. Cine en vena en la Seminci.