Portada>Noticias>Seminciando 2012, Día 2: De comedia y agonías

Seminciando 2012, Día 2: De comedia y agonías

user avatar

Alberto Frutos, 23/10/2012

Entre todos los buenos deseos y palabras de ánimo de cara a mi viaje a Valladolid, en este segundo día, me he acordado especialmente de aquellos que me advertían del frío polar de esta ciudad, de la necesidad de traerme guantes, bufanda y gorro. Sobre todo porque todavía no he podido utilizar ninguna de esas cosas. El sol y el buen clima han inundado una ciudad que me sigue sorprendiendo gratamente por su amor desproporcionado al cine, por la pasión con la que defienden 'su' festival, por la amabilidad extrema con la que nos tratan a los visitantes que, con toda nuestra cara, nos sentamos en sus maravillosos cines para criticar unas películas que, en el día de hoy, no han entusiasmado pero, cuidado, tampoco han decepcionado. Cinco cintas totalmente diferentes entre sí que, sin embargo, sirven para que esta nueva edición de la Seminci se apunte otro tanto, el de la diversidad. Cuando uno tiene que ver cinco filmes en un plazo de quince horas, agradece ver cosas diferentes, historias y géneros que no tengan nada que ver y que te sorprendan. Por eso, si ayer contábamos el éxito de Barbara y Diaz: Don't Clean Up This Blood, las dos primeras favoritas, en esta nueva jornada es complicado situar a una película por encima de otra, ya que todas se balancean entre el aprobado y el notable. Eso sí, ya tenemos la primera polémica. Aquí empieza el top five.

La jornada de hoy se iniciaba, como es costumbre, con un primer pase en el magnífico Teatro Calderón, a las nueve de la mañana, para descubrir otra de las películas a concurso en la Sección Oficial. En este caso se trataba de La Lapidación de San Étienne (), coproducción francoespañola dirigida por Pere Vilà i Barceló. Se esperaba, por título, previas y argumento, una película dura y densa, pero pocos podían imaginar el nivel que alcanza. Esta reflexión sobre la soledad en la vejez, la incapacidad para olvidar el pasado, la necesidad de recordar permanentemente a los ausentes, la obligación impuesta por uno mismo para no avanzar, se ha convertido en una de las películas más polémicas de lo que llevamos de Seminci. A la salida se podían escuchar todo tipo de frases y adjetivos: "maravillosa", "un desastre", "la película del festival" o "un horror", entre otros; mientras que a los aplausos rendidos de parte de la platea al final de la proyección le habían precedido varios abandonos de la sala. Es comprensible: estamos ante un trabajo cuyo referente principal, si existiera necesidad de ponerlo, sería Haneke, por la dureza, por la visita al lugar más oscuro del ser humano pero también a la luz más brillante, el amor eterno más allá de la muerte. Sin embargo, dada mi posición, debo dar mi opinión al respecto y, honestamente, comulgo bastante más con aquellos defraudados por la película. Exceptuando algún momento de belleza transparente, no he encontrado más que bostezos en sus interminables 90 minutos, agonía innecesaria en un tramo final coherente con la historia pero realmente desagradable para el espectador, alargado sin saber muy bien la razón. No podemos olvidar que este tipo de películas son las que pueden dar sorpresas en los premios pero, si me preguntan, no cuenten con mi voto.

Pero no todo es drama en Valladolid, por más que algunos se empeñen en trazar paralelismos entre una crisis nacional y la selección de películas de un festival que también apuesta por la comedia. Este año regresaba además de la mano de un viejo conocido por estas tierras, Mika Kaurismäki, que con Road North () cumple su cuarta visita a la Seminci. Y todo estaba a su favor: un cine lleno y expectante; la visita de su protagonista, Samuli Edelmann, que presentó la película con toda la pose nórdica posible; y el reconocimiento y cariño previo de la parroquia vallisoletana. Pero, lástima, todo se quedó a medias. Convencional y previsible, Road North deja esa extraña sensación de haber visto algo que ya conoces, la falta de entusiasmo de una puesta en escena acartonada y falta de todo riesgo, aunque, para ser sinceros, difícil conseguir más con un guion tan facilón como el que firma el mismo Kaurismäki. Conste en acta que no estamos ante una mala película: este reencuentro entre padre e hijo treinta años después reconvertido en road movie se deja ver bien, consigue alguna que otra sonrisa cómplice, más con los personajes secundarios que con los principales, y tiene como as en la manga la interpretación de Vesa-Matti Loiri, una especie de Bud Spencer navideño. El problema reside en que sus golpes de humor difícilmente sacarán carcajadas -quizás sea culpa nuestra por no captar el humor finlandés- y que la historia nunca coge ningún atajo, sigue el rumbo previsto desde el inicio, sacrificando cualquier tipo de sorpresa para el espectador. Un viaje tan agradable como olvidable.

¿Leísteis la crítica anterior? Bueno, pues todo lo contrario es lo que se puede decir de Electrick Children (), comedia dramática, surrealista y religiosa (sí, todo al mismo tiempo) que escribe y dirige Rebecca Thomas, una locura encantadora que nos cuenta el paso de niña a mujer, más personal que físico, de una chica mormona que cree haber tenido una inmaculada concepción al escuchar por primera vez una canción de rock and roll. Si el punto de partida puede sonar ridículo, el desarrollo del mismo se desmarca por completo de las posibilidades de explotar ese filón y se centra en tratar con suma delicadeza a cada uno de sus entrañables personajes, sacarlos de contexto sin dejar que deriven en parodia. Y cuenta con Julia Garner, una de esas jóvenes intérpretes con capacidad para conquistarte cada vez que aparecen en pantalla. Ubicada dentro de la sección Punto de Encuentro, Electrick Children se ha convertido en la primera dosis de cine indie estadounidense, a la que se sumarán en breve dos nuevas aportaciones que, esperemos, estén a la altura de este pequeño descubrimiento.

¿Os imagináis cómo hubiera sido Slumdog Millionaire si la hubiera dirigido Steven Spielberg? Pues como Hijos de la Medianoche (). La adaptación cinematográfica que ha realizado la directora india Deepa Mehta de la novela homónima de Salman Rushdie bebe directamente del cine del responsable de E.T., desde su aspecto formal (con una estupenda fotografía de Giles Nuttgens calcada a la de Janusz Kaminski) hasta su objetivo principal: entretener y cautivar a todo tipo de público, buscar la fibra sensible y divertir a partes iguales, sin ahorrar recursos fáciles y cursilería. Y lo cierto es que la película funciona muy bien, en especial en una primera mitad con aroma a cine clásico hollywoodiense, con aventuras y romance, golpes de humor británico que se saludan siempre con gratitud y algunos destellos visuales realmente conseguidos. El problema es que, conforme avanza la trama de este niño pobre que es sustituido en su nacimiento por otro rico, se va notando la naturaleza de adaptación que tiene la película, empiezan a entrar las prisas, y uno de los puntos de mayor interés de la cinta, el relacionado con la independencia de la India, termina viéndose ahogado por el melodrama más edulcorado y por la fantasía que recorre todo el relato. Puntos flojos de una película que, por lo demás, consigue su objetivo y encandilará a la mayoría de espectadores con la facilidad que siempre ha tenido el gran cine de entretenimiento.

Y llegamos a la última película del día y a la primera de la clasificación. Tras cuatro proyecciones y llegando apenas sin respiración al cine por mi nula capacidad de orientación, la biografía de una filósofa judío-alemana que huyó de la Alemania nazi a Estados Unidos y que, en 1961, se vio envuelta en una brutal polémica por un artículo publicado en The New Yorker a raíz del juicio de Adolf Eichmann, no parecía la mejor opción. Temor por el sueño que iba apareciendo, por el cansancio agradecido de tener mil cosas que ver y escribir, un servidor se sentó en su butaca con las expectativas francamente mermadas. Afortunadamente, Hannah Arendt () justificó el esfuerzo. Austera en su puesta en escena, con influencia directa de la estética televisiva, véase Mad Men y biopics firmados por la imprescindible HBO, la película va atrapando a base de diálogos redondos, de reflexiones que, pudiendo ser pedantes, terminan dejando poso, haciendo al espectador pensar sobre lo que se dice mientras no deja de disfrutar con el cómo se dice. Todo ello al servicio de Barbara Sukowa, actriz inmensa cuya interpretación bien vale el precio de una entrada. En sus gestos, su voz, su mirada, se encuentra todo el temor, prepotencia, entusiasmo y valentía de Arendt, un personaje con una historia potentísima, repleta de puntos de interés. Desde ya, y a falta de Marion Cotillard con Rust and Bone, Sukowa se presenta como principal aspirante al premio a Mejor Actriz de esta edición. Ella engrandece una película espléndida.
En definitiva, buen balance de una jornada sin grandes individualidades, más allá de las interpretativas, pero con un notable conjunto. Mañana cuatro películas más: una indie norteamericana escrita y dirigida por la estrella de una serie de televisión, el drama de dos amigas en el Londres de los años 60, una odisea de la naturaleza y otra de las grandes favoritas para triunfar. Nos leemos. Nos buscamos. Nos encontramos en las salas. Cine en vena en la Seminci.