Sam tiene “33 años” y vive en Los Ángeles, anhelando una vida más significativa, la vida que uno lee o ve en la televisión. Como muchos jóvenes, se cree especial e importante y está enfadado con el mundo por no ver esta cualidad en él. Es lo suficientemente inteligente como para trabajar y ganar dinero, pero no quiere. Está a punto de ser desahuciado y embargado. Prefiere ver las cosas arder antes que morir lentamente. Pertenece a una nueva generación de personas que se han dado cuenta de que las oportunidades que se les prometieron no existen necesariamente. Cuando Sam establece cierta amistad con Sarah, quien también vive en su misma vecindad, cree que por fin ha hallado esa existencia especial. Pero un buen día, Sarah desaparece sin avisar. Tan sólo quedan unas leves marcas en su apartamento. Eso le servirá como excusa a Sam para buscarla y seguir pistas por Los Angeles, que se manifestará como un laberinto plagado de señales y personajes estrafalarios.