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Venezia 2024. Autodestrucción: un caso práctico (sobre Joker: Folie à Deux)

Venezia 2024. Autodestrucción: un caso práctico (sobre Joker: Folie à Deux)
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Immaculada Pilar, 05/09/2024

Allá por 2019, cuando se estrenó Joker, se convirtió en un símbolo de los incel (abreviatura de la expresión inglesa involuntary celibate, celibato involuntario), una subcultura que se manifiesta como comunidades virtuales de personas, principalmente hombres, que dicen ser incapaces de mantener relaciones sexuales con una pareja, como sería su deseo. La película del antihéroe que no batallaba con un superhéroe, sino consigo mismo. La que conseguiría una recaudación inesperadamente desorbitada. No estaba estrenada y ya se pedía una secuela. Y ha habido secuela. 


Joker: Folie à Deux. La antisecuela del antihéroe.


Y vaya que la ha habido. Se abre debate: ¿es Todd Phillips el director que mejor lee a su público en la actualidad? ¿o es un suicida sin remordimientos? Posiblemente haya algo de las dos cosas. Desde que se confirmara la secuela, las señales han estado ahí. Lady Gaga entraba en el proyecto, iba a ser un musical… Sí, había señales. Solo había que interpretarlas. Señales de que Joker: Folie à Deux no iba a ser una secuela al uso. Sigue sin ser una película de superhéroes, por cierto. 


Pero vayamos por partes. Esta nueva entrega del personaje de la risa enfermiza es un musical con todas las letras. La acción, como marcan los cánones de los géneros, se desarrolla con escenas cantadas y también bailadas. Se homenajean míticos musicales. Incluso contamos con una escena que nos retrotrae a la del observatorio de La La Land. Claro que, interpretada por Arthur Fleck/Joker, el resultado se aleja totalmente del de la película de Damien Chazelle. Cante lo que cante, este Joker transmite desde la primera nota el patetismo intrínseco de su personaje, su soledad y también su desequilibrio. Esos movimientos arrítmicos y algo espasmódicos confirman que sí, es un musical, pero que se juega bajo las reglas de Fleck. 


La película comienza con un cortometraje de animación, del que es responsable Sylvain Chomet (Bienvenidos a Belleville, 2003) en el que Joker lucha contra su propia sombra, Arthur Fleck. Prólogo y presentación de lo que va a tratar la película, que retoma el argumento de la primera parte (2019) exactamente dónde lo dejamos: con Joker en un correccional y una velada denuncia al abuso de poder de los policías. Y cuando la película está encauzada a ser una ventana al comportamiento al que vuelve a dar vida Joaquim Phoenix, aparece Harley Quinn (Lady Gaga). Con ella llegan la música y el amor, por este orden, a la vida de nuestro protagonista. A través de la música, que recurre a piezas conocidas, conocemos los sentimientos de los protagonistas. De repente, Joker es mucho más transparente, por lo que intuimos que todos los esfuerzos de su defensa de demostrar una bipolaridad serán en vano. Canción tras canción, con números que son interpretados en el “mundo real” de los protagonistas, junto a otros que son abstracciones de la realidad, el director repasa y expone varios puntos negros de la sociedad norteamericana actual: el abuso de poder y la violencia de la policía; el apego al sensacionalismo de los medios de comunicación; la caída de ídolos populares en desgracia por no estar alineados con las expectativas de sus seguidores, etc. Con todo ello el artefacto argumental de la película deviene político sin alegatos, ni soflamas. 


En realidad, la película funciona desde la negación: no es una película de superhéroes, no es un musical al uso, no es una película política, no es un drama penitenciario. PERO todo ello está en primer plano. Entonces, ¿qué es Joker: Folie à Deux? Es la negación de sí misma hecha película. Es la filmación de la contradicción. Es descarnadamente romántica y crítica con las formas y fondos de la sociedad actual. Retoma la historia donde la dejó su predecesora, sí. Pero para continuar de una forma inesperada. Fleck renuncia a Joker porque Fleck es Joker. No son dos personalidades cohabitando en la misma persona. Es una renuncia a la evasión, para situarnos en una realidad desesperanzada. La película funciona en todo momento, es brillante en su puesta en escena de los momentos musicales, para a continuación destruir cualquier posibilidad de huida hacia lo festivo. La realidad se impone y es tan oscura como peligrosa. Juega siempre a situar al espectador en el punto de incomodidad que no le impida disfrutar de la película, pero que le obligue a revisar constantemente lo que está viendo. 


Esta cronista tiene que reconocer aquí y ahora que ha caído en todas las trampas posibles que podía tener la película. En la de las expectativas, basadas en la primera entrega. En creer que esto iba a ser Joker cantando, etc. La película no reniega de la primera entrega, pero crece libre e independiente. El dúo Gaga/Phoenix regalan dos interpretaciones logradas y en sintonía. Este Joker, que juega a negarlo todo (como personaje y como película) es un SÍ rotundo en actuación, dirección, montaje, selección de canciones. Este Joker, en fin, se ríe de nuestras expectativas.