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Seminciando 2012, Día 5: De lágrimas y obras maestras

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Alberto Frutos, 26/10/2012

Uno de los elementos básicos a la hora de enfrentarse a un maratón de películas como el que exige la Seminci son las expectativas. Cuando uno se despierta tras dormir cuatro horas máximo, su cabeza automáticamente piensa en la tarea que tiene por delante. Si el día solo tiene una o dos películas que despiertan el interés, levantarse de la cama cuesta, sobre todo porque las predilecciones suelen coincidir con los últimos pases del día (al menos hasta la fecha). Sin embargo, si todos los horarios del día cuentan con tu beneplácito, no se hable más: Ni el frío vallisoletano, ni la falta de café en cantidades industriales, ni el agobio de olvidarte la maldita tarjetita que indica cuántas entradas anticipadas has ido recolectando: nada te impide saltar (más o menos) de tus sabanas de seda (más o menos) para lanzarte a la calle como si de un musical de Broadway se tratara. Más o menos. En esta situación me encontraba ante la quinta jornada de festival con cuatro películas que, por distintos motivos, contaban con mis expectativas más altas, que provocaban mi entusiasmo a la hora de sentarme en una butaca que ya siento como propia. El problema en todo esto es que cuando te la juegas de semejante manera, no hay término medio: es éxito o fracaso, triunfo o decepción. Afortunadamente, tras la batalla, no hay que lamentar muchas víctimas.

El cine mexicano ha sido uno de los grandes protagonistas de esta 57 edición de la Seminci, con una sección dedicada a su cine y con la presencia de algunos de sus títulos más importantes de las últimas décadas (Cronos, Y Tu Mamá También, Amores Perros...), un homenaje honesto y sentido a un modo de hacer cine que ha alcanzado en los últimos años una madurez resplandeciente. Sin embargo, la encargada de representar en la Sección Oficial a su maravilloso país, La Vida Precoz y Breve de Sabina Rivas (), no ha estado a la altura. Luis Mandoki adapta la novela La Mara, de Rafael Ramírez Heredia, que se intuye bastante superior, y lo hace con pulso firme, gran sabiduría en la puesta en escena y bastantes dosis de oficio, algo que hay que valorar especialmente viniendo del responsable de, entre otras, la infame Mensaje en una Botella. Pero no es suficiente para engrandecer una película correcta sin más, que se sigue con relativo interés pero que nunca emociona. Gran parte de culpa está en su protagonista, Greisy Mena, a la que le viene muy grande un personaje que sufre una transformación importante a lo largo de la película, lo cual, por desgracia, no se ve reflejado en su interpretación. Una herida de muerte para una aceptable película que podría haber sido grande. Lástima.

Una película basada en un hecho real sobre un hombre al que diagnostican esclerosis múltiple y lucha por la defensa de la eutanasia como muerte digna. Cambiad la enfermedad y la nacionalidad, un holandés por un español, gallego más concretamente, y tendréis el paralelismo exacto que estáis pensando. La excelente Mar Adentro de Amenábar proyecta su amplia sombra sobre Time of My Life (), segunda película del belga Nic Balthazar tras la brillante Ben X, y presentada dentro de Punto de Encuentro, una sección que se ha revelado como fuente de joyas escondidas. Y esta es otra de ellas. La historia real de Mario Verstraete, un joven político que luchó desde su situación de enfermo por que se aprobase la ley a favor de la eutanasia en Bélgica, te atrapa y emociona, hace que te identifiques con su protagonista de manera inmediata, desde su brillante prólogo hasta su emotivo final. Porque, evidentemente, las emociones llegan de manera inevitable conforme el relato se desarrolla, y aunque se nota que Baltasar intenta evitar los aspectos más lacrimógenos, la mota de polvo termina metiéndose en el ojo y pocas murallas quedan en pie. Time of My Life no alcanza la poesía costumbrista y cercana de su referente español más cercano, pero consigue llegar al corazón del espectador con menos recursos y grandes dosis de coherencia y realismo. La primera película de la Seminci con capacidad para arrancar aplausos y lágrimas.

Primera, pero no última. Cuando nos estábamos recuperando del dramón belga, llega Goran Paskaljevic y nos hace sacar los pañuelos de nuevo. Tres veces, tres, ha conseguido ganar la Espiga de Oro el director nacido en Belgrado, que regresa al que debe ser su festival favorito (razones no le faltarían) con When Day Breaks (), historia de un profesor de música jubilado que descubre sus verdaderos orígenes tras aparecer una caja de metal llena de documentos personales en un antiguo campo de concentración nazi para judíos. El punto de partida tampoco deja mucho a la imaginación, Paskaljevic juega sobre seguro y realiza una película para todos los públicos, llena de sensibilidad y buenas intenciones, con auténticos logros narrativos que se enfrentan, victoriosamente, con algunos bajones de ritmo en una narración algo reiterativa que, en cualquier caso, no afecta demasiado a un conjunto notabilísimo. Protagonizada por un genial Mustafa Nadarevic, no sorprendería nada que When Day Breaks se proclamara gran triunfadora de esta edición, otorgándole otro éxito abrumador a su responsable, que vería como Valladolid se vuelve a arrodillar ante su cine, esta vez, especialmente emocionante. Sus últimos quince minutos servirían para justificar los aplausos.

Ha tardado en llegar, pero ha llegado. Hemos tenido que esperar al final pero, por fin, la Seminci tiene su obra maestra. Y se llama Rust and Bone (). Dirigida por Jacques Audiard, quien deslumbró con su magnética y colosal Un Profeta, se aleja del thriller para abrazar el drama más desgarrador, representado en la relación de dos personajes: Ali, un desempleado amante de la violencia extrema, y Stephanie, una entrenadora de orcas que sufre un terrible accidente que le hace perder las dos piernas. Son muchas y variadas las virtudes de una película que roza la excelencia con la punta de los dedos, que hipnotiza y aterra a partes iguales, que está dirigida con maestría absoluta, contada con intensidad, sin ofrecer descanso al espectador atrapado ante los sentimientos de dos personas perdidas en un mundo que, si era el suyo, dejó de serlo en unos segundos. Pero si hay que quedarse con algo, esos son sus protagonistas. Ganen premios o no, no se han visto en la Sección Oficial de esta Seminci mejores interpretaciones que las de Matthias Schoenaerts y Marion Cotillard. Ambos están inmensos, repletos de matices, mezclando la fuerza psicológica y el desgarro emocional con una facilidad insultante. Ellos sostienen en brazos un drama inmenso que, reitero, triunfe o no triunfe en el palmarés, ha dejado huella en las butacas de los cines de Valladolid.
Poniéndonos melancólicos, o empezando a ello, diremos que ya solamente queda una crónica para despedir un festival que parece que empezó ayer. Y no es un tópico. De todas maneras, aún queda cine por ver: una película con Bradley Cooper, Jeremy Irons, Dennis Quaid, Olivia Wilde y Zoe Saldana, la historia de unos terroristas suicidas de un poblado de chabolas de Casablanca, una carta de amor húngara al cine negro más clásico y un pequeño repaso a los cortometrajes que hemos podido disfrutar (o sufrir) en estos días. Nos leemos. Nos buscamos. Nos encontramos en las salas. Cine en vena en la Seminci.