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Seminciando 2011, Día 3: De amor y de muerte

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José Hernández, 25/10/2011

No bien había terminado de subir ayer el artículo anunciando el sol de mediodía de Valladolid, me encontré al salir de la sala de prensa que los nubarrones habían vuelto. Y esta vez, acompañados de viento polar. Para el jueves calculo que estaremos en Siberia, lo cual viniendo de estar en manga corta o como mucho chaquetilla por las noches en Murcia, anuncia catarro. Y para colmo, esta mañana sorpresa: se ha roto el calentador del hotel. ¡Viva el agua en cubitos! Al menos siempre me quedarán las veladas nocturnas en el Café Zorrilla, un gran descubrimiento por sus sabrosas tapas, su agradable ambiente con música de bandas sonoras y su conexión wifi que va como la seda. Al parecer, me he convertido en uno de esos insoportables personajes que van a una cafetería para conectarse con el portátil y hacer como si fuesen artistas escribiendo el libro definitivo, con sus gafas de pasta, sus pelos 'casual' y su café largo al lado. Afortunadamente, aún me diferencio de ellos en que soy calvo, estoy operado de la vista (y me niego a esas gafas sin montura que llevan los más hipsters) y bebo cerveza. Y porque fardo de acreditación de prensa colgada al cuello, claro.
Pero dejando a un lado las introducciones egocéntricas habituales y pasando a las películas, el día número tres de la Seminci deparó una muy grata sorpresa dentro de la Sección Oficial.

Se trata de la canadiense Profesor Lazhar (), que representará a este país en la próxima edición de los Oscar, y contra la que Pan Negro no tiene absolutamente nada que hacer. La película tiene el mejor comienzo que se ha visto hasta ahora en el festival: un día normal en un colegio de Quebec, y de repente, un niño encuentra a su profesora ahorcada en su clase. A partir de ese punto, la película analiza con mucha sensibilidad y sinceridad el proceso de duelo y aceptación de la tragedia por parte de los niños, que no acaban de comprender lo sucedido ni de afrontar de forma correcta sus sentimientos. Lograrán atravesar este proceso gracias a la ayuda del personaje del título, el profesor sustituto de origen argelino, que tiene sus propias tragedias personales con las que lidiar y sus métodos sensatos pero poco ortodoxos en el contexto actual. La cinta toca varios palos y todos con brillantez, ya que también critica los huecos de lógica en el sistema educativo de hoy en día, la visión romántica o desconfiada que tienen las personas de lo extranjero y los tabús que aún ahora existen en la sociedad a la hora de tratar ciertos temas delicados, pero integrales a nuestra existencia. Y lo hace con humor, con amor, con ternura y con una emotividad libre de sentimentalismos baratos, sino capaces de arrancar la lágrima de forma integral a la historia e incluso catártica. Es una comedia seria, una tragedia divertida, y sobre todo, muy humana. Quizá, una obra maestra.

Ojalá se pudiese decir lo mismo de la penúltima cinta de Yimou Zhang, Amor Bajo el Espino Blanco (), una película tierna, bonita, hermosa, amorosa, bella, entrañable, dulce, sensible, delicada, cuchicuchi... en resumen, empalagosa hasta extremos exagerados. El talento plástico y formal de Yimou está fuera de toda duda, pero lo que sí es cuestionable es la saturación de momentos de noveleta romántica para adolescentes que consigue acumular en el filme, que cuenta la historia real de una chica que se enamora de un chico y pasan cosas parecidas a las que pasan en cualquier película romántica trágica, al estilo Love Story, por lo que la idea de basarse en una historia real que al parecer se ha convertido en algo mítico en China resulta bastante risible. La cuestión es que hasta cierto punto se puede defender la sensibilidad con la que trata cada momento romántico, así como la corrección con la que plasma el resto de resortes de esta historia, pero llega un punto en el que uno piensa que no se pueden colar más momentos dulzones entre enamorados con los ojos echando chiribitas desde el primer minuto. Y es a media película. Y luego todavía se enamoran más, si cabe. Pero como son castos y puros hasta extremos perjudiciales para la salud física y psíquica, la siguiente hora de película es machacar lo mismo de más formas distintas, algunas de las cuales dan hasta vergüenza. ¡Con lo bien que habría quedado con menos insistencia en lo obvio-peliculero y más desarrollo en los aspectos de una relación que pueden ser constructivos para el amor en el mundo real! Pero claro, Yimou persigue el mito en forma cinematográfica, como sugieren los insistentes e inexplicables intertítulos empleados para contar lo que ocurre hasta en las elipsis más peregrinas. Y como la historia que cuenta es muy corriente, no cuela. Se atraganta, y se pierde por el camino la conexión emocional que en determinado punto se había conseguido, con el resultado de que el inevitable final lacrimógeno casi provoca risa involuntaria por lo folletinesco. Solo apta para paladares rosa.

Si la de Yimou es al menos bella de mirar, no se puede decir lo mismo de Brothers (), de Mika Kaurismäki, que es una de las más feas que se han presentado en el festival. Por momentos hasta parece un vídeo casero, de lo ramplona que es técnicamente. Eso sí, la cinta lo compensa con fuerza y espontaneidad en su tratamiento de los conflictos de una familia completamente disfuncional, con un padre diabólico y tres hermanos que lidian a su manera (es decir, bastante mal) con la herencia psicológica que les ha dejado. El filme es caótico y desordenado, pero a diferencia de otras cintas donde esto supone una tara, en esta ocasión le da frescura y autenticidad, lo que hace que los personajes profundamente dolidos y dañinos que presenta resulten cercanos. A veces este desorden juega en su contra, ya que algunas reacciones de los actores en segundo plano parecen incoherentes con lo que sucede o ha sucedido, y desde luego el resultado final tampoco es un peliculón en ningún sentido, pero posee momentos de garra que compensan sus más que evidentes defectos formales y estructurales.

Y frente a estos dramones, bienvenida sea una comedia de calidad como Starbuck (), otra buena muestra del excelente estado de forma de las producciones quebequienses. La premisa del filme ya da una idea de lo que se puede esperar de él: un hombre irresponsable e inmaduro que descubre que es padre de 533 hijos de las 635 donaciones a un banco de esperma que hizo en su juventud. Él, que no es capaz de cumplir en su trabajo, mantener una relación estable o asumir que su ex está embarazada de él. Lo peor es que 142 de esos hijos han presentado una reclamación para conocer su identidad. Los momentos de humor se suceden con el crecimiento personal de este entrañable personaje, y en ambos casos la película funciona. Divertida, tierna, con un ritmo fluido y una puesta en escena atractiva, la cinta está llena de momentos pequeños que por sí solos funcionarían para toda una película, y que el director consigue no recargar para que no se haga empalagosa (aunque ciertamente el final puede resultar excesivo). Posee un humor socarrón, fresco y muchas veces descacharrante que consigue que te lo pases genial y que la aventura de maduración de este padre múltiple resulte cercana y sensible, aunque posiblemente no gane ningún premio por no ser lo suficientemente sesuda. Mencionar también que, aunque no lo parezca, el filme está basado en un caso real ocurrido en Canadá (aunque obviamente exagerado).

Pero hay que terminar con una nota negativa, ya que Punto de Encuentro nos obsequió con la peor cinta de lo que llevamos de festival. La alemana A Family of Three () cuenta la historia de cómo afecta a una familia (padre, hijo y hija) la muerte de la madre en un accidente de tráfico. Lo que pretende ser un American Beauty (hasta el punto de copiar algunos aspectos de trama y personajes) se queda en un trasunto de Margot y la Boda, es decir: personajes insoportables que solo saben mirarse al ombligo y que causan un rechazo instintivo por cualquier presunto problema que tengan o dejen de tener. Su comportamiento es tan incoherente, tan absorbido en sí mismos están, y tan poco parecen cambiar las cosas a lo largo de la cinta (incluido el antes y después del accidente) que uno se pregunta seriamente qué fuste tiene todo esto. Son una panda de gilipollas incapaces de sentir emociones realistas acordes a la situación en la que se les pone, que supuestamente alcanzan una catarsis final falsa y forzada que no sigue una evolución lógica. Esta sensación de falsedad frente al perseguido realismo y profundidad emocional se ve reforzada por los elementos del contexto: aunque la muerta es famosa en el mundo de la película, nadie acude a su velatorio ni llama a la familia, como si viviesen en una burbuja de aislamiento, sensación traicionada por el hecho de que cuando interviene algún extra lo hace para expresar sus más profundas condolencias con una emoción que los familiares no sienten en ningún momento sin que exista un motivo lógico para ello. Con tal de dejar a los protagonistas solos con sus conflictos, la directora elimina las interacciones que les podrían dar complejidad y veracidad, y el resultado es una cinta impostada y vacía de gente discutiendo consigo mismos y comportándose como niños malcriados.
La próxima jornada se antoja suave, ya que esta noche no hay oferta de largos atractiva y acudiré a La Noche en Corto. Y como es costumbre, todo lo referente a los pequeños formatos en esta edición del festival irá recogido en un último artículo que resuma lo mejor y lo peor de estas piezas de menos de 20 minutos.