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La etapa británica de Alfred Hitchcock (I): Era Muda

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Guillermo Triguero, 12/10/2012

Durante años, la etapa británica de Alfred Hitchcock era poco más que un misterio para los cinéfilos españoles por lo difícil que resultaba hallar esas películas. Salvo las más conocidas (39 Escalones, Alarma en el Expreso, La Muchacha de Londres...), el resto no estaban disponibles, y teníamos que contentarnos con imaginarlas a través de las reseñas de libros dedicados al director. Con la llegada del DVD el problema se solventó al editarse varias de estas películas inéditas por estos confines (eso sí, hay que decirlo, en ediciones muy cutres que a menudo no tenían ni unos tristes subtítulos). Finalmente, Internet acabó de hacer accesible incluso aquellos filmes no existentes aquí en DVD, de forma que por fin podemos conocer al completo la primera etapa del director, la más desconocida de su carrera.
No puede decirse que esta primera etapa tenga muchas joyas ocultas o que Hitchcock sea uno de esos cineastas que tenía claro desde sus inicios qué tipo de cine quería hacer, pero sí que resulta sumamente interesante observar cómo en estas obras primerizas se iban vislumbrando las características propias de su futura obra que le convirtieron en un maestro del séptimo arte.

Hitchcock dio sus primeros pasos en el mundo del cine siendo un veinteañero diseñando rótulos de películas mudas. Ya por entonces era un ávido cinéfilo muy interesado en las posibilidades técnicas del medio. Durante estos años de aprendizaje, Hitchcock no se quedó de brazos cruzados: aprendió todo lo que pudo sobre el arte de hacer películas y se ofreció para cualquier tipo de trabajo, de forma que acabó realizando otras tareas como diseño de decorados o escritura de guiones hasta llegar a ser ayudante de dirección para un tal Graham Cutts. El estudio en que trabajaba (Gainsborough Pictures) estaba realizando por entonces varias coproducciones con Alemania, y algunas de éstas le permitieron a Hitchcock viajar a los famosos estudios de la UFA donde quedó sorprendido por las técnicas que utilizaban los directores alemanes de la época, como F.W. Murnau. Esta formación multidisciplinar que le permitió aprender de todas las partes del proceso de creación (guiones, decorados, dirección, etc.) junto a una temprana inquietud por la técnica cinematográfica fueron la base sobre la que se sustentaría para llegar a ser uno de los mejores directores ingleses de la época.
El otro ingrediente fundamental que nos queda para entender toda la etapa británica de Hitchcock (y en realidad toda su carrera) es su capacidad para encontrar buenos colaboradores con los que trabajar. Uno de éstos fue su futura esposa Alma Reville, que trabajaba como editora y ayudante de dirección en el estudio cuando conoció a Hitchcock. Más adelante ayudaría a su marido aconsejándole y colaborando en sus guiones. Aparte de ella, cabe destacar a sus dos guionistas por excelencia de su etapa británica: Eliot Stannard (escritor de casi todos sus filmes mudos) y Charles Bennett (su guionista favorito en su etapa sonora británica).

Volviendo a los inicios de su carrera, por aquel entonces Hitchcock ya debía de estar ansioso por empezar a dirigir sus películas, pero su primera tentativa, Number 13 (1922) no pudo completarse por falta de presupuesto.
La primera obra que consiguió acabar como director le llegó por cortesía del afamado productor Michael Balcon, que decidió apostar por esa joven promesa. El Jardín de la Alegría (1925) era un film que ya sintetizaba las cualidades y defectos que tendrían la mayor parte de obras de su etapa muda. Por un lado, historias generalmente mal escogidas que se alejaban del género que mejor se le daba, y por otro innumerables trucos técnicos que reflejaban a un director aburrido con el material que tenía entre manos y desesperado por destacar de alguna forma. El Jardín de la Alegría se trataba de un melodrama rutinario sin mucho que destacar, con el dudoso mérito de que las anécdotas relacionadas con su rodaje son muchísimo más interesantes que la película en sí misma (pueden leerse en el libro de entrevistas con Truffaut).
Su segunda película, El Águila de Montaña (1926), es a día de hoy la única obra desaparecida de su carrera. Hitchcock nunca lamentó mucho esta pérdida, ya que la consideraba su peor película, y aunque es cierto que él era muy autocrítico en este caso me inclino a creerle.

A la tercera fue la vencida. El Enemigo de las Rubias (1927) fue el primer film puramente hitchcockiano de su carrera, además del mayor éxito comercial y artístico de toda su etapa muda. No es casual que fuera también la primera película de suspense de su carrera, en que cogió uno de los mitos criminales británicos por excelencia, Jack el Destripador, y lo fusionó con sus temáticas favoritas: el falso culpable, la posibilidad de que el asesino sea un hombre atractivo y encantador -el film resultó muy innovador al utilizar a uno de los actores ingleses más populares de la época, el galán Ivor Novello, interpretando a un posible Jack el Destripador, algo inaudito que le obligó a cambiar el final por uno más convencional-, la obsesión por las rubias, etc. La combinación fue explosiva, al público le encantó y Hitchcock pasó a ser el director británico del momento. Para acabar de rematarlo, también fue el primer film en que hizo un cameo, utilizando su (ya por entonces 'robusta') figura para rellenar una escena en una oficina de un periódico.
Desgraciadamente, El Enemigo de las Rubias creó unas falsas expectativas que no se pudieron cumplir a corto plazo y en el resto de su filmografía muda nunca volvió a alcanzar el nivel de esta película (salvo, quizá, la versión muda de La Muchacha de Londres). Uno de los mayores lamentos para todos los fans de Hitchcock y del cine mudo es que no realizara más películas acordes con su estilo en estos años. En lugar de eso, el resto de su filmografía muda se mueve entre obras correctas y obras fallidas.

Hitchcock atribuiría esto a los malos temas que le mandaban filmar, pero él también tenía parte de culpa, ya que muchas películas partían de argumentos escogidos o pensados por él. Parte del problema está en que seguramente por entonces no era consciente de que su marco ideal era el género del suspense y por ello tanteó filmes de otros géneros como el drama o la comedia. Pero, por otro lado, también es cierto que años después Hitchcock haría magníficos dramas y películas con un agudo sentido del humor, así que debe reconocerse que su inexperiencia tuvo la otra parte de la culpa.
Sus películas mudas muestran a un cineasta técnicamente muy profesional pero que parece más empeñado en buscar trucos llamativos, pequeños gags o escenas con ideas interesantes, más que planificar filmes redondos en conjunto. En cada obra de esta etapa es muy fácil hallar esos momentos e ideas que son además los que suele resaltar el propio Hitchcock a la hora de recordar estas obras (trucos de cámara como los planos subjetivos de Vida Alegre o Champagne, que se sirven de unas gafas y un vaso de champán, la criada de La Mujer del Granjero ocupando el sillón destinado a la esposa que el protagonista lleva buscando durante toda la película, la simbología del anillo y los guiños hacia el proceso de hundimiento del protagonista en El Ring y Downhill respectivamente, etc.). Pero estos instantes no justifican su conjunto, son más bien pequeños flashes de genialidad en medio de obras muy lejos de ser geniales. El Enemigo de las Rubias fue por tanto la excepción, no la norma de aquellos años.

No obstante, la primera obra que realizó tras El Enemigo de las Rubias, Downhill (1927), es de las más interesantes de su época muda, y eso que tiene un punto de partida muy poco prometedor: un joven estudiante (interpretado, ojo al dato, por un Ivor Novello de ¡¡34 años!!) es expulsado de un internado y de su casa paterna por un delito cometido por su mejor amigo y emprende un viaje de iniciación. La historia no era apasionante ni entonces ni mucho menos ahora, pero el film se salva por algunos detalles como ese final totalmente expresionista en que Hitchcock recrea visualmente el estado enfermo del protagonista.
El Ring (1927), que narra un triángulo amoroso ambientado en el mundo del boxeo, también es de las más acertadas. No es especialmente memorable pero está bien hecha, tiene muy buenos detalles y suele ser considerada la segunda mejor película muda de Hitchcock.

Con Vida Alegre (1928), no obstante, empieza a decaer la cosa: un aburrido drama sobre una jovencita alocada que se divorcia en medio de un escándalo e intenta iniciar una nueva relación. No se hace difícil imaginar a Hitchcock bostezando tras la cámara tras esta premisa apasionante (no estoy exagerando tanto como parece, sus siestas en mitad de los rodajes que le resultaban tediosos eran míticas).
A esta le sigue su primera comedia pura, La Mujer del Granjero (1928). Una película amable y simpática destacable por su estilo tan puramente británico. Ésta puede situarse entre las acertadas, con un Hitchcock más comedido respetando la obra teatral original y un reparto muy acertado destacando el secundario Gordon Harker, uno de los actores favoritos de Hitchcock en esa época para pequeños papeles humorísticos.
Su siguiente comedia no fue tan bien, de hecho fue un desastre, aun siendo el guión de Hitchcock y su colaborador habitual Eliot Stannard. Champagne (1928) sugiere en su título una comedia chispeante y sofisticada, pero ninguna de esas tres promesas se cumple. Hitchcock se vio obligado a contar con Betty Balfour de protagonista, considerada por entonces como la Mary Pickford inglesa (el director en cambio la consideraba "un pedazo de obscenidad suburbana"), que hace lo que puede por dar vida a un film inevitablemente aburrido

Supongo que la penosa experiencia de Champagne le abocó a un drama, El Hombre de la isla de Man (1929), que tiene el dudoso mérito de ser una de las poquísimas obras de su carrera carentes de cualquier atisbo de humor. La historia es (¿lo adivinan?) un triángulo amoroso involucrando a dos amigos íntimos y una chica que (¿lo adivinan?) se queda embarazada del que no toca.
A estas alturas cualquiera pensaría que Hitchcock fue uno de esos directores que tuvo un arrebato de genialidad en una película concreta sin más, pero por suerte justo antes de la llegada del sonoro nos depara una agradable sorpresa: una segunda película de suspense que, claro está, resulta ser realmente buena.
La Muchacha de Londres (1929) es un film bastante curioso por ser al mismo tiempo su última película muda y la primera sonora. Esta película no solo confirma que en el terreno del suspense era donde daba mejores resultados, sino su perspicacia al saber adaptarse a los nuevos tiempos (algo que demostró de nuevo décadas después con la televisión). Hitchcock siempre dijo ser un director esencialmente visual que se sentía más cómodo con el lenguaje mudo, pero aunque lamentó la llegada del sonido, no cometió el error de quedarse anclado. Es por eso que, cuando en mitad del rodaje de La Muchacha de Londres le propusieron añadir un par de escenas sonoras, Hitchcock replicó que no pensaba hacer algo tan desastroso y que, ya puestos, volvería a rodar la película en formato sonoro. No era una opción barata, pero el director fue tan previsor que ya había planificado el rodaje por si se producía esa eventualidad de forma que no hubiera que volver a filmar muchas escenas.

Hoy en día se hace bastante obvia en algunos momentos la mezcla de material mudo y sonoro (la secuencia inicial por ejemplo), pero el resultado fue bueno, y más si tenemos en cuenta que ya en su primer 'talkie' Hitchcock tuvo tiempo de utilizar el sonido para experimentar y solucionar problemas. ¿Que la actriz era checa y tenía un acento que no la haría creíble como una típica londinense? Ningún problema, Hitchcock se sacó de la manga un rudimentario sistema de doblaje que dio excelentes resultados. Mientras la mayoría de directores de la época se lamentaban de este nuevo avance o no sabían cómo afrontar esa novedad del sonido, Hitchcock la incorporó por completo en su película por iniciativa propia y sacándose de la manga una suerte de doblaje en una época en que eso no existía. No estaba nada mal, ¿verdad?
Aparte de eso, la película era su mejor obra desde El Enemigo de las Rubias y se estrenó a bombo y platillo como la primera película británica totalmente sonora. En realidad se estrenaron las dos versiones, pero es la sonora la que ha tenido más difusión (aun así creo que yo prefiero la muda, pese a no ser tan importante históricamente).
Hitchcock, que por cierto hacía el primer cameo en que se le pudiera reconocer claramente, se hallaba con energías renovadas al inicio del sonoro. Sin embargo, esta nueva etapa volvió a estar llena de altibajos...