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Especial: Universo Harry Potter (Parte I)

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Irulan, 21/11/2005



En este mundo mediatizado y marketinizado en que nos ha tocado vivir, a veces suceden cosas que nos sorprenden y se nos escapan. Y una de ellas tiene que ser sin duda el éxito de la archiconocida saga de libros que nos narra las aventuras de un joven y huérfano mago: Harry Potter. Muy probablemente nadie en su día se imaginó que el primer librito de una desconocida J.K. Rowling se convertiría en un fenómeno de masas de esos que conllevan todo tipo de merchandising y unas cuantas superproducciones taquilleras.
Nacida el 31 de julio de 1965 en una pequeña población de Kent (Reino Unido), Joan Kathleen Rowling fue una aficionada a la lectura desde pequeña, escribiendo cuentos cortos como hacen tantos niños, cuentos para los que tomaba prestados los nombres de sus amigos y vecinos, costumbre que todavía mantiene.
Tras varios cambios de residencia en la que por lo demás fue una infancia tranquila, estudió francés en la Exeter University, pensando en convertirse en secretaria, pero la muerte de su madre en 1990 hizo que cambiase sus planes, marchándose entonces a Portugal para trabajar como profesora de inglés. Y fue precisamente en un largo viaje en tren (desde Manchester hasta Londres) cuando la idea de una serie de libros acerca de un mundo mágico paralelo al nuestro visitó por primera vez su cabeza. Idea que aparcó al conocer en su destino al periodista Jorge Arantes, con quien se casaría en 1992 y tendría a su hija Jessica. Sin embargo, el enlace fue un fracaso que acabó a los pocos meses de haberse realizado, y así Joan decidió volver al Reino Unido, más concretamente a Edimburgo, donde su hermana Diana trabajaba como enfermera.
Fue esa una mala época para ella, pues apenas ganaba dinero (trabajaba como profesora de francés), y viendo que no podía pagar la calefacción de su casa, solía pasar todos sus ratos libres en una cafetería, lugar donde comenzó a escribir la primera de las entregas de la saga que nos ocupa: Harry Potter y la Piedra Filosofal. Entrega que no tardó demasiado tiempo en terminar y presentar a las editoriales.
Por desgracia, el texto no fue muy bien recibido, y es que un libro infantil de sabor en cierto modo añejo, que contaba las aventuras de un niño huérfano que un día descubre que es mago y que va a asistir a un colegio de alma british donde tendrá que luchar por su vida y por la de la comunidad mágica, pues suena a fracaso en nuestros días. Sin embargo, finalmente la pequeña editorial Bloomsbury se aventuró a sacar adelante la novela, que de este modo apareció publicada en 1997 (eso sí, con la recomendación a la autora de esconder su género bajo simples iniciales), recibiendo una cálida acogida de crítica y público, especialmente en los EE.UU.
Así, Rowling no tardó en escribir una segunda parte, Harry Potter y la Cámara Secreta, que se publicó en 1998 y supuso la llegada de la locura. Harry Potter se convirtió de repente en un héroe del mundo anglosajón, los niños querían ser como él, los padres se lo pasaban bien leyendo los libros de sus hijos, y encima estos hablaban de ideas como el amor a la familia, la amistad o la lucha del bien contra el mal. J.K. Rowling era una mujer de éxito, los días de penuria económica habían acabado.
Y llegados a este punto este artículo no puede avanzar sin relatar, al menos por encima, qué nos cuentan las novelas de este joven mago: Harry Potter es un chaval cuyos padres murieron al poco de nacer él en un accidente de coche y que vive con sus horribles tíos y primo en la suburbial calle Privet Drive. Sin embargo él sabe, él siente, que no es normal, que puede hacer cosas que los demás no pueden. Un día, al cumplir los once años, recibe una carta, es del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Así, de golpe, descubre que sus padres eran magos, que él es mago, y que ellos en realidad murieron por protegerle de Voldemort, otro mago malvado que quería controlar el mundo. Una muerte que no evitó el enfrentamiento de Harry con Voldemort, quien por algún motivo desconocido fue derrotado por el bebé, que desde aquel día conserva una cicatriz en forma de rayo en su frente. Así Harry entra en la comunidad mágica británica como un héroe. Todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe que él es el niño que vivió, que derrotó a su enemigo. Aunque éste no haya desaparecido del todo…
Y así es como él se introduce en ese mundo de varitas mágicas, calderos y pociones; cómo conoce a Hagrid, un medio-gigante bonachón que trabaja en el colegio, a los que serán sus mejores amigos: Ron (de la pelirroja y numerosa familia Weasley) y Hermione Granger (hija de no-magos, muggles, y empollona de profesión), y a su mayor enemigo en las aulas: Draco Malfoy, de una familia que apoyaba a Voldemort (“el que no debe ser nombrado”). Y del mismo modo conoce al maravilloso director de su colegio, Dumbledore (uno de los más grandes magos vivos), y a sus numerosos profesores: McGonahall (cabeza además de su casa en Hogwarts: Gryffindor, frente a las otras tres: Huffelpuff, Ravenclaw y la “malvada” Slytherin), Snape (de aire dudosamente malvado), Trelawney (un poco loca…). Y para Harry es inevitable no enamorarse de ese mundo lleno de cosas nuevas cada día, de quiddich (un curioso deporte que lleva el fútbol al aire con escobas voladoras) y, sobre todo, de gente que le quiere. Aunque su felicidad no será eterna, y es que Voldemort sabe que Harry está allí, y quiere hacer aquello que no pudo acabar, y retomar el control sobre la población mágica.
J.K. Rowling planteó la saga de Harry Potter como un conjunto de siete libros que recogieran todos los años que el joven mago pasa en el colegio de Hogwarts, cosa que permite al lector ver crecer al protagonista de las novelas casi a la par que crece él mismo, y vivir múltiples experiencias a través de sus ojos (la amistad, el primer amor,…). Y sin duda este fue uno de los grandes aciertos de la autora, puesto que es fácil aumentar el número de páginas de cada libro, la complejidad de los temas que se tratan, los personajes (entrando nuevos caracteres que enriquecen la historia) e incluso cambiar el tono infantil por otro mucho más maduro. Los lectores habituales esperan las nuevas aventuras de Harry y sus amigos con impaciencia, y mientras muchos otros se enganchan al carro de unas novelas que crecen en número de adeptos a una velocidad desorbitada.
Pero volvamos a la cronología potteriana, y es que Harry Potter y el prisionero de Azkaban llegó a las librerías en 1999, época en la cual era tal su importancia que se comenzó a hablar de una inevitable adaptación cinematográfica. Y el primer nombre que vino a la boca de todos y se interesó en el proyecto fue el de (cómo no) Steven Spielberg. El director norteamericano (artífice de algunas de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos, como las sagas de Indiana Jones o Regreso al futuro) quiso hacerse con un proyecto que ya sonaba a multimillonario desde su planteamiento. Sin embargo se encontró con resistencia de la misma Rowling, quien viendo cómo tantas y tantas obras acaban destrozadas en sus adaptaciones exigió un control total sobre aquello que se hiciera con sus textos.
Y de este modo Harry Potter y la Piedra Filosofal acabó en las manos de Chris Columbus, un cineasta de corte familiar y blando (y de quien se puede destacar la deliciosa El Secreto de la Pirámide, hecha con la colaboración, precisamente, de Spielberg), que trabajó bajo la constante mirada de J.K. Rowling, quien controló (y dio su visto bueno) la adaptación del guión y exigió que el cast fuera totalmente británico y los films se rodasen en el Reino Unido. Cosa que dio paso a un enorme casting de niños en lo que fue la búsqueda de Harry Potter. El papel finalmente recayó en manos de Daniel Radcliffe, un chaval con poca experiencia (la televisiva David Copperfield) y junto a él como Ron y Hermione fueron escogidos Rupert Grint y Emma Watson. Lo que sí que dio muchísimo juego fue la elección de los actores que interpretarían a los profesores de Hogwarts, pues se buscaron nombres de gran prestigio dentro de la bien reputada (y con fundamento) cinematografía del país: Richard Harris (Albus Dumbledore), quien a su muerte sería sustituido por Michael Gambon, Maggie Smith (Minerva McGonahall), Alan Rickman(Severus Snape),…. Lista que se aumentaría en posteriores films (y aquí nos adelantamos) con la presencia de Kenneth Branagh (Gilderoy Lockhart), Emma Thompson (Sybil Trelawney) o Gary Oldman (Sirius Black, padrino de Potter y uno de los personajes más queridos de la saga). Y a esto hay que sumar un buen montón de secundarios y cameos, como los de Julie Christie o John Hurt.