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Especial: La Guerra de los Mundos 1ª Parte. La Humanidad en Peligro

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Damned Martian, 27/06/2005


Si hay algo que ha caracterizado al ser humano durante toda su existencia es su miedo. Y si hay algo que ha marcado su evolución es enfrentarse a él. ¿Y qué mejor forma de enfrentarse a un miedo que plasmarlo en historias e imágenes? Por eso, la historia del arte ha estado plagada de miedos. El miedo a la muerte, a la oscuridad, a los monstruos y fantasmas… Son sólo expresiones del miedo más básico: el miedo a lo desconocido, a aquello que no conocemos o que no controlamos. Y de ahí es de donde parten las historias de extraterrestres. Y no sólo ellas, sino también otras que han caminado de la mano de ellas, las historias de catástrofes.

La primera imagen de un extraterrestre que se plasmó en el cine fueron posiblemente los selenitas de Viaje a la Luna, de Georges Méliès. El visionario director galo adaptó al cine la obra literaria de H.G. Wells en la que es una de las obras más famosas de la historia. Por supuesto, los selenitas eran hostiles, además de haber ocultado su existencia durante siglos. Durante muchos años el tema quedó bastante olvidado, excepto por algunas escenas oníricas dispersas (los sueños, esos espejos del subconsciente según Freud…) y algunos trabajos menores en Europa. Hubo también en los años 20 una curiosa excentricidad rusa llamada Aelita, Queen of Mars, una fábula política de ciencia ficción basada en una obra de Alexei Tolstoi, cuya heroína era ni más ni menos que la reina de Marte. Pero en general, quizá por la precariedad de medios, el cine de los primeros años fue muy poco dado a echar la mirada fuera de nuestro planeta. Bien es cierto que nuestro planeta estaba bien surtido de amenazas desconocidas y/o extranjeras: Drácula, el monstruo de Frankenstein, el Hombre Invisible…
Ahora bien, de desastres íbamos bien surtidos. Uno de los géneros favoritos era la recreación histórica, y qué mejor que recrear los grandes hitos del caos humano, como Los Últimos Días de Pompeya. Pero poco a poco, y conforme el sonoro fue añadiendo espectacularidad a los efectos, el cine de catástrofes empezó a desligarse de la historia para tomar forma por sí solo. Los desastres meteorológicos y demás calamidades no se hicieron esperar: El Viento, Huracán sobre la Isla, Chicago (el musical no, la película sobre el incendio)… El epítome de esta primera juventud del cine de catástrofes fue la famosa San Francisco, con Clark Gable, de la que James Cameron copió estructura para su Titanic: historia de amor, celos y teatro súbitamente sacudida en el tramo final por el terrible y espectacular terremoto de San Francisco. Una orgía de efectos especiales para representar la vulnerabilidad humana ante el medio.
Por supuesto, no todo eran catástrofes. Aparte de los monstruos clásicos de la literatura, otros engendros desconocidos por el hombre comenzaban a hacer acto de presencia. Ahí estuvo King Kong, que aunque de buen corazón y enamoradizo, causó una buena barbarie destructiva en Nueva York. ¿Y todo por qué? Por la falta de control del hombre. Una perfecta metáfora de la doble cara humana: nuestro miedo a lo desconocido sólo es igualado por nuestra curiosidad por descubrirlo (y, todo sea dicho, aprovecharse de ello).

Y mientras tanto, ¿qué hacían los extraterrestres? Pues campar a sus anchas en seriales como Buck Rogers y Flash Gordon. Los seriales eran el equivalente a las series de televisión en la época donde ésta no existía: episodios semanales de 20-30 minutos, de trama sencilla, que endulzaban las matinees juveniles con héroes hercúleos y damiselas en apuros antes de que empezase la película (normalmente algún western o peli de terror de serie B). Ambos seriales seguían las aventuras de estos exploradores interestelares que se enfrentaban a malvados alienígenas por doquier. Pero no todos eran malos: también estaban los que ayudaban al héroe. Comienza así una cierta equiparación entre lo alienígena y lo humano y una diversificación de sus roles, si bien a un nivel aún muy pulp y nada serio.
Estos seriales tomaban el testigo de los viajes interestelares, filón comenzado por Meliés y posteriormente explotado por Fritz Lang en Una Mujer en la Luna (una cinta de aventuras cortada con el patrón del género, que sustituía los mares caribeños por el espacio exterior) y William Cameron Menzies en La Vida Futura (una epopeya que cubría 100 años del futuro humano terminando con el viaje a la Luna). Sin embargo, se alejaban de su seriedad para acercarse a dos fuentes en alza en esa época: los seriales radiofónicos (como La Sombra) y el cómic.
Flash Gordon, de hecho, provenía de esta última fuente. Pero, si hay un extraterrestre de cómic que merece la pena nombrarse, ese es Superman. El héroe de Kriptón, creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en las páginas de Action Comics en 1938, fue el líder del encumbramiento del cómic, y se convirtió en el ídolo americano oficial. A esto ayudó la antológica serie de animación creada por los hermanos Fleischer en 1941, en plena Guerra Mundial, que lo encumbró a las cimas del patriotismo y sirvió de fuente de inspiración posteriormente a las películas fantásticas de los años 50.
El mismo año del nacimiento de Superman, un genial y travieso muchacho llamado Orson Welles la hizo bien gorda. El día de Halloween cogió la obra de H.G. Wells La Guerra de los Mundos y la retransmitió a todo el país por radio como si de un boletín de noticias se tratase. Cuentan las crónicas que la broma tuvo tal realismo que causó un pánico generalizado como pocas veces se han visto. La gente huía de las ciudades para resguardarse de la invasión alienígena, temiendo su destrucción. El caos y el pavor se extendieron como una plaga. Una prueba más de que si se saben tocar las oportunas teclas del miedo, se puede controlar a cualquier masa.
La sociedad ya estaba madura para que el filón de los extraterrestres se aprovechase. Las bases se habían sentado, los experimentos habían afinado lo que funcionaba y lo que no, el clima era propicio… pero hubo que esperar aún 10 años a que la edad de oro de la ciencia ficción llegase. La culpa la tuvo un señor alemán con ganas de guerra, que consiguió que el planeta entero se uniese en su contra. La Segunda Guerra Mundial comenzó, y la sociedad pronto quedó hastiada de la destrucción que le rodeaba como para aceptar el cine de catástrofes. Y, por otro lado, ¿quién va a interesarse en las amenazas de otro planeta cuando tiene una amenaza tan cercana a sí mismo?
Sólo fue cuando la situación se calmó, y otra guerra más encubierta, política y mediática comenzó, cuando el mundo volvió a estar preparado…
Continuará…