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El breve asalto de los 'freaks' en Hollywood

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Guillermo Triguero, 14/07/2013

El término "película de culto" es uno de esos conceptos que, desafortunadamente, ha acabado desgastándose tras haber sido utilizado gratuitamente durante años para calificar a ciertos filmes que simplemente no gozan de una gran popularidad. Por ello cuando uno escribe sobre una película que realmente es de culto, debe hacer en primer lugar un inciso para remarcar que se trata de una obra de culto pero de "verdad", según la acepción original del término.
Ése es sin duda el caso de Freaks, La Parada de los Monstruos de Tod Browning. Hoy en día nadie pone en duda que se trata de un clásico de la historia del cine y la mayoría de cinéfilos lo califica de obra maestra sin paliativos. Pero durante treinta años Freaks no gozó de ese estatus. Al contrario, se trataba de una película oscura y perversa oculta de la luz pública por los propios estudios que la produjeron. Era un producto que rompía hasta tal punto los límites sobre lo que Hollywood creía que debía mostrarse que, a ojos de los cinéfilos que la conocían, se trataba de una obra casi irreal. No había absolutamente nada ni remotamente parecido creado en un estudio de Hollywood durante la era clásica, y el film sobrepasaba peligrosamente los límites de lo que era considerado de mal gusto en la época.

Actualmente se habla de este film como una obra atrevida y subversiva, que enfrentaba al mundo con la visión de unos freaks de circo que no tenían nada que ver con las glamourosas estrellas de Hollywood. En aquella época en cambio se hablaba de obscenidad y de provocación gratuita. La Metro-Goldwyn-Mayer jamás se perdonó haber llevado adelante ese proyecto que nunca debió haber pasado la fase de preproducción y lo retiró de las salas tan pronto como pudo. En consecuencia, hasta su redescubrimiento en los años 60, Freaks era una verdadera pieza de culto, un film perseguido por cinéfilos y buscadores de rarezas, una obra que demostraba que el sistema de estudios del Hollywood clásico no siempre era perfecto y que, a veces, entre sus productos impecables y relucientes se colaba alguna rareza inclasificable y perturbadora como ésta.
Su responsable era Tod Browning, uno de esos directores que ha pasado a la historia fundamentalmente por un par de títulos: la ya citada Freaks y, sobre todo, el primer Drácula (1931/I) realizado en Hollywood. La realidad es que Browning ya tenía una carrera de bastante prestigio antes de la llegada del sonoro en que se intuían algunas de las constantes por las que Freaks es tan recordada, como su fascinación por lo extraño y oscuro, especialmente por los protagonistas con un handicap o con un rasgo totalmente fuera de lo normal. Esta predilección personal se complementó perfectamente con su asociación con el camaleónico actor Lon Chaney, con el que realizó sus obras mudas más destacables. Chaney, con su capacidad para metamorfosearse en personajes a cada cual más peculiar y extremo fue el canalizador perfecto para las inquietudes de Browning. El ejemplo más claro es el hombre sin brazos de Garras Humanas, protagonista de la que es probablemente su mejor colaboración.
Por otro lado, Browning también tenía un fuerte vínculo con el mundo del circo, ya que de joven empezó trabajando en diversas compañías circenses desempeñando labores muy variadas. Resulta lógico por tanto que sus mejores películas fueran una combinación de ambas facetas: Garras Humanas y, claro está, Freaks .

El material original era "Spurs" un relato corto de un escritor de misterio y terror llamado Todd Robins, en que un enano de circo se casa con una bella mujer que espera poder heredar su dinero, aunque de esta historia tan solo se mantuvo esta premisa básica. Browning había empezado a mover el proyecto a finales de los años 20 y decidió retomarlo años después a raíz del enorme éxito de Drácula. El prestigioso productor Irving Thalberg fue el otro gran responsable de esta extravagante empresa, dando luz verde a un proyecto que era a todas luces inviable para los estándares de Hollywood. De hecho resulta dudoso que Freaks hubiera existido de no ser por la confianza que depositaba en Browning un productor de tanto prestigio como Thalberg, que además no temía llevar adelante films arriesgados de vez en cuando - véase por ejemplo Aleluya de King Vidor, primera gran producción de Hollywood con actores afroamericanos, o La Buena Tierra, que inicialmente iba a estar protagonizada únicamente por actores de origen chino.
La razón de ser de algo como Freaks en aquella época estaba en el hecho de que inicialmente fue planteada como otra película de terror que se aprovechaba del enorme éxito que estaba cosechando el género por entonces con films como Drácula (1931/I), Frankenstein o La Momia (1932). Freaks era por tanto la apuesta de la Metro para apuntarse al género que tan buenos frutos le estaba dando la Universal. Y así como su competencia se servía de monstruos de fantasía, ellos apostarían por hacer la película más terrorífica de todas, en que no se mostrarían monstruos de ficción sino seres humanos.

Aunque este era el enfoque comercial del proyecto, Browning lo planteó obviamente como la obra más atrevida de su carrera en que canalizar sus obsesiones aprovechando la libertad de la que gozaba temporalmente. Y es que el realizador no se contentó con una cruel historia sobre un enano engañado por la bella trapezista de un circo, sino que decidió ir más lejos y mostrar a una serie de freaks reales cada uno de los cuales tendría su momento de protagonismo, de modo que la ofensa de la trapezista y el forzudo no era solo al enano protagonista sino a todos estos personajes discapacitados.
Si éstos hubieran sido actores caracterizados, se habría perdido por completo la fuerza de la película, ya que uno de los aspectos fundamentales es que lo que nos muestra son personas reales, y eso es precisamente lo que la hace tan perturbadora, porque nos obliga a enfrentarnos a esa realidad aunque sea bajo el contexto del mundo circense.
Para ello se inició una campaña de búsqueda de fenómenos de circo por todo el país tras la cual Browning dispuso de una selección de freaks nada desdeñable que incluía siamesas, una mujer barbuda, un hombre sin extremidades inferiores, otro sin extremidades inferiores ni superiores, microcéfalos y varios enanos (el protagonista era el actor Harry Earles, que ya había trabajado con el director en El Trío Magnífico). Esta insólita troupe de fenómenos de circo aterrizó en los estudios de la Metro provocando el horror de todos los que trabajaban ahí, lo cual llevó entre otras cosas a no permitirles comer en el comedor general con el resto del personal para no perturbarles demasiado.

De esta forma, Freaks llegó mucho más lejos de lo que era la historia original y acabó siendo un film centrado ante todo en exhibir a esa galería de personajes de circo a los espectadores de cine. En ese sentido, es un film que vuelve a exhibir un rasgo típico del cine de los orígenes, su faceta más vinculada al vodevil y el mundo del espectáculo. El cine no tanto como un medio de contar historias sino como curiosidad, como medio de mostrar imágenes llamativas o impactantes a los espectadores. Eso es lo que Browning hizo en el film, haciendo que buena parte de sus escenas se alejen de la trama principal y sirvan como excusa para exhibir los diferentes personajes de circo.
Lejos de ser criaturas dignas de compasión, los actores de circo contratados eran ante todo artistas, de forma que casi todos tenían su propio ego y sabían que el film les serviría como medio de promoción. Lo mismo puede decirse de los personajes que encarnan en la película. El gran mérito de Browning fue el humanizar a personas que tendían a ser vistos más como rarezas y bichos raros, y no como seres humanos con sentimientos y vida propia. Es cierto que al inicio ese enfoque se apoya demasiado en gags (por ejemplo cuando una siamesa besa a su prometido, la otra siente la emoción del beso aún sin estarlo recibiendo), pero en el tramo final el director nos obliga a enfrentarnos con la dura realidad: la humillación que sufren todos los freaks y su maquiavélico plan de venganza, que consiste en mutilar a los dos ofensores (la trapezista y su amante forzudo, que encarnan los prototipos por excelencia de hombre y mujer perfectos, al menos físicamente). Irónicamente, la ofensa se produjo previamente durante la ceremonia de iniciación en que todos los freaks invitan a la trapezista a beber de una copa mientras cantan que ya es una de ellos. Al insultarles por no querer ser como ellos, éstos como castigo la obligan a convertirse en otro freak más al mutilarla. El impacto para el espectador era doble: no sólo se enfrentaba a la visión de estos freaks, sino que contemplaba cómo al sentirse insultados hacían que una bella mujer pasara a ser uno más de ellos.

Cuando los ejecutivos de la Metro vieron Freaks quedaron horrorizados y se propuso no llegar a estrenarla, pero quizá mantuvieran la esperanza de que el público tuviera el dudoso gusto de aceptarla. Obviamente no fue así, en los pases de pruebas la película horrorizó a los espectadores (según una leyenda, una mujer sufrió un aborto de la impresión) y en consecuencia la Metro se la quitó de encima lo más rápido posible después de haber suprimido media hora de su metraje para atenuar un poco el golpe, dejándola en una hora.
Entre el material suprimido estaba el ataque de los freaks al forzudo Hércules, quién en la escena final aparecía hablando con una voz ridículamente aguda que demostraba que le habían castrado, es decir exento de esa masculinidad que tanto echaba en cara al enano Hans, dándole a entender que no era suficientemente hombre para una mujer como ésa. Hoy día se considera perdido todo ese metraje, de forma que tendremos que conformarnos con la versión de una hora, que en algunas versiones incluye además un epílogo rodado para intentar paliar el mal sabor de boca que dejaba a los espectadores su horroroso final. En este epílogo los dos enanos se reencuentran y Hans demuestra remordimientos por lo que han hecho con Hércules y Cleopatra. El esfuerzo era en vano, esa dosis de moralina barata no compensaba la hora de horrores que el público había visto previamente.

Freaks tuvo el triste mérito de precipitar la carrera de Browning al descalabro. Lo cual no es decir poco, ya que había pasado en un año de ser uno de los directores más cotizados del momento a raíz del éxito de Drácula, a ser un apestado. Aunque a continuación realizó otros films, su carrera nunca se recuperó del shock de Freaks y a finales de los años 30 se retiraría del cine.
Por otro lado la película estuvo olvidada durante 30 años, considerada una auténtica rareza. Sus derechos pasaron a diferentes distribuidores que la exhibían como una exploitation movie, es decir, films de baja calidad que se proyectaban por la fascinación que suponía su morboso contenido (habitualmente trataban temas tabú como sexo o drogas). Además, en algunos países como Reino Unido estuvo literalmente prohibida durante décadas.
La película no sería rescatada hasta el Festival de Venecia de 1962, que fue el momento a partir del cual recibió la atención que se merecía por parte de los críticos. Los años 60 fueron un contexto más adecuado para este film: la época de la contracultura, del desafío a las convenciones y el gobierno, los años en que se rompieron más barreras en Hollywood permitiendo mostrar lo que había estado prohibido durante años. En ese contexto, algo como Freaks encajó como anillo al dedo y el film consiguió el prestigio y el éxito que le fueron negados en los años 30. No obstante, todo esto llegó demasiado tarde para Browning. Olvidado desde hacía mucho tiempo, murió antes de ser testigo de este súbito interés por su obra más maldita. Su fallecimiento pasó totalmente inadvertido.
Freaks no es sólo una gran película que enfrenta a los espectadores a una realidad que el cine no se había atrevido a mostrar hasta entonces. Es el resultado de unas rarísimas circunstancias que difícilmente podrían repetirse en que se aunaron varios elementos al mismo tiempo: un director de extrañas inquietudes como Browning con cierta carta blanca después del increíble éxito de Drácula, un productor de la talla de Irving Thalberg apostando por él y la época previa a la implantación del código de censura Hays, que con toda seguridad no habría permitido este film sólo unos pocos años después. Parte de su encanto reside en ser una rara avis, una de esas películas únicas en su especie que no pueden repetirse. Pero sobre todo resulta un film muy especial por su inusitada franqueza al exponer ante el espectador y sin tapujos una realidad que hasta entonces éste prefería relegar al contexto del mundo del espectáculo, viendo a ese tipo de personas más como números de circo que como personas. Browning los humanizó y los hizo reales, pero irónicamente tanto esfuerzo resultó en vano en su momento, ya que el film acabó relegado a la categoría de morboso espectáculo dentro del circuito de las exploitation movies.