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Diario de Sitges 2018 (X): Niñatos tecnológicos
José Hernández, 13/10/2018
Algunos estáis esperando que hable de un determinado suceso vergonzoso que ocurrió ayer en el festival, que se resume en que un gilipollas que va de estrella quiso tomarle el pelo a la gente con la colaboración (activa o pasiva, dependiendo de a quién creas) de la organización. El resultado, por más que algunos quieran vestirlo de punk o experimental, es una broma de mal gusto por los LOL, así que para qué coño voy a darle publicidad gratuita a un subnormal en esta web. Suficiente ha conseguido ya, que era lo único que pretendía, como para que yo le siga el juego. Solo me queda la satisfacción de saber que ni él ni su colega de la carpa gigante han conseguido atraer ni media sala de sus grandes estrenos, certificando que la jugada del festival por traer ídolos adolescentes es una tontería que no rentúa.
Hablando de jóvenes que se creen molones, la argentina EL ÁNGEL () venía con credenciales de triunfo en otros festivales, éxito de taquilla en su país y una historia de las que es imposible no quedarse prendado. Carlitos, el criminal más perseguido del país en los años 70, un joven veinteañero responsable de innumerables atracos y asesinatos, es un personaje muy goloso que Lorenzo Ferro encarna con absoluta convicción y carisma, siendo imposible distinguirle tras la fachada de diversión sociópata y hedonismo vital que construye. El film, eso sí, está por debajo de su interpretación.
El problema de la película es que no se decide por el tono que quiere emplear. Y para explicarlo, hay que tirar de referentes aunque Luis Ortega no intente copiar a nadie (lo que no quiere decir que le imprima al film personalidad). Tenemos la opción Martin Scorsese, muy obvia para el cine de mafia y crimen, que consiste en un chute de adrenalina constante con un montaje vibrante y mucho sentido del humor cínico para construir un discurso amoral en la superficie pero amargo en el fondo. La otra posibilidad, sobre todo dado su contexto social, es la mirada seria y política de un Pablo Trapero, que utiliza el delito como forma de reflejar el clima que vivía ese país oprimido. Pues bien, ni una cosa ni la otra: le falta ritmo y sentido lúdico para ser un Scorsese, y apenas entra a caracterizar el entorno social de la historia, así que se queda lejos de la profundidad Trapero.
En realidad, lo que mejor refleja es la atracción homosexual del protagonista hacia su compañero de fechorías: la mirada erótica, el conflicto con la sexualidad, los celos psicopáticos... Quizá ahí se note la influencia positiva de Pedro Almodóvar, productor del film, porque es donde más engancha.
Otra película de criminales la tenemos en nuestras costas, con la española 70 BINLADENS (). Se trata de una solvente cinta de atracos repleta de giros de guion, cine comercial sin más consideraciones y con un aura de serie B que se hace más presente conforme avanza la historia. Es decir, como Cien años de perdón, pero con menos presupuesto y menos rimbombancia, porque Koldo Serra es bastante más consciente que Daniel Calparsoro de que meter política-ficción en una historia tan inverosímil es un pasaporte hacia el ridículo.
Aquí los problemas, por ejemplo, vienen de los diálogos. En un afán por que los personajes hablen lenguaje de la calle, hay muchas frases y expresiones que suenan a falso e impostado, como si un señor cincuentón que ha vivido toda su vida en un adosado quisiese reflejar a la plebe y solo la conociese a través de películas y recuerdos de cuando era joven y salía por las tascas. Esto se traslada también a algunas actuaciones demasiado acartonadas, aunque las principales no tienen ese problema. Por lo demás, el film funciona bastante bien como juguete para pasar el rato y adivinar qué va a pasar a continuación. Cine para dejarse llevar.
L'HEURE DE LA SORTIE () aspira a más que eso, y de hecho ha logrado uno de los premios del jurado, así que no le ha ido mal. Se trata de un thriller francés de niños inteligentes, repelentes y posiblemente peligrosos y un profesor que se obsesiona con ellos hasta el límite de la paranoia. Es más interesante por lo que quiere hacer que por los resultados que obtiene, ya que su desarrollo es un tanto irregular: sus escenas funcionan, pero la conjunción entre ellas va variando de tono e intentando ocultar sus cartas todo lo posible, buscando que el espectador establezca relaciones con otras cintas de niños grimosos para despistarle respecto de la sorpresa final. Esta necesidad de misterio sin resolución entra bien al principio, pero acaba siendo un lastre para mantener el interés.
Es una pena, porque tiene uno de los mejores finales de este festival. Cuando las piezas caen todas en su sitio, sobre todo en su epílogo, lo que tenemos es un retrato devastador y derrotista sobre el ser humano. Nuestra tendencia belicista, nuestra despreocupación medioambiental, nuestro egoísmo y falta de empatía, nos conducen irremisiblemente a un desastre que nuestra ignorancia no nos permite comprender o aceptar. ¿Qué solución moral puede existir ante el comportamiento abusivo de todos los que nos rodean? ¿Se puede aceptar el enorme compromiso de cambiar a toda la humanidad? ¿O tirar la toalla y aceptar la extinción es la única salida? Un debate muy interesante que debería haber focalizado más la película en lugar de concentrarse en sus ritmos finales.
De premiada por el jurado a premiada por el público. Dicen los estudios más recientes de la Tanned Balls University que el 23% de las veces que pensáis en Tom Hardy, estáis pensando en su clon, Logan Marshall-Green. Eso nunca ha sido tan cierto como en la divertidísima UPGRADE (), donde el Danny DeVito de la pareja da un recital físico que le habría encantado al adicto a las máscaras y las voces guturales. La historia futurista sigue a un hombre que busca al asesino de su mujer con la ayuda de un implante cerebral que le ha devuelto la movilidad tras quedar tetrapléjico. Pero es más que un implante: es una IA capaz de otorgarle habilidades sobrehumanas, lo que da pie a un buen puñado de escenas de acción espectaculares que demuestran que no necesitas un gran presupuesto si tienes energía y creatividad.
Uno de los recursos más estimulantes que usa Leigh Whannell, cuya labor de artesano de serie B le debe mucho al cine de John Carpenter, es puro trabajo fotográfico: cuando la IA toma el control, la cámara se sincroniza con sus movimientos, por inverosímiles que sean, lo que crea un efecto demencial. Unido al trabajo del actor, cuyo cuerpo, rostro y emociones van por caminos totalmente independientes entre sí, convierten cada una de estas secuencias en una frenética, sangrienta y burlona versión en imagen real de los dibujos de la Warner. Whannell maneja además con oficio el tono y el ritmo del film: no hay un momento aburrido, siempre sabe cuándo ponerse seria, aliviar el relato con algo de comedia o bufarlo de esteroides, y conoce las limitaciones de la historia a la hora de montar un discurso, prefiriendo quedarse en un marco temático sencillo pero efectivo. Una gozada que era jugada segura en un festival tan adicto a estas emociones.
También hay mucho de lo que apasionarse en ANON (), la última película del otrora prometedor Andrew Niccol. Por ejemplo, la perfecta integración de la tecnología en la sociedad futurista hasta el punto de determinar (o ser determinada por) un sistema de gobierno de tintes totalitarios, que sin embargo deriva de una preocupación legítima y universal: la seguridad, la eliminación del crimen. Una suerte de Gran Hermano que no se puede separar de las infinitas posibilidades que ofrece un mundo conectado, es decir, la evolución natural del actual entorno virtual. Otro ejemplo: la modificación de las conductas humanas, más frías e impersonales, más estáticas, debido al incremento en la actividad virtual. También el discurso sobre el anonimato y su valor (debatible pero liberador) para reafirmar la identidad.
Sin embargo, el que parece que no está entusiasmado con estas ideas es el propio Niccol. Al menos el director, que rueda de forma plana y gris, persiguiendo transmitir esta realidad física más inactiva de un modo poco interesante. Su falta de pasión impide que la trama de intriga, con asesinatos y hackers invisibles, tenga algún tipo de tensión palpable. Tampoco hace visualmente atractivos los entornos virtuales que manejan los personajes, y que son tan minimalistas y binarios que uno se cuestiona cómo ha llegado la gente a usarlos de forma cotidiana. Si algo nos ha enseñado el internet de hoy es que la sutileza no vende, que lo más intrusivo es lo más reclamado, así que resulta poco creíble que la red haya evolucionado a Arial 3pt y cuadritos blancos. Total, que lo que podría haber sido una de las obras de ciencia ficción fundamentales de este siglo (como en su día lo fue Gattaca), se queda en un episodio doble de Black Mirror, pero de los que no venden camisetas ni se comentan en Twitter.
Aunque claro, entre esto o un youtuber lolailo, larga vida a Niccol.
@DamnedMartian
Hablando de jóvenes que se creen molones, la argentina EL ÁNGEL () venía con credenciales de triunfo en otros festivales, éxito de taquilla en su país y una historia de las que es imposible no quedarse prendado. Carlitos, el criminal más perseguido del país en los años 70, un joven veinteañero responsable de innumerables atracos y asesinatos, es un personaje muy goloso que Lorenzo Ferro encarna con absoluta convicción y carisma, siendo imposible distinguirle tras la fachada de diversión sociópata y hedonismo vital que construye. El film, eso sí, está por debajo de su interpretación.
El problema de la película es que no se decide por el tono que quiere emplear. Y para explicarlo, hay que tirar de referentes aunque Luis Ortega no intente copiar a nadie (lo que no quiere decir que le imprima al film personalidad). Tenemos la opción Martin Scorsese, muy obvia para el cine de mafia y crimen, que consiste en un chute de adrenalina constante con un montaje vibrante y mucho sentido del humor cínico para construir un discurso amoral en la superficie pero amargo en el fondo. La otra posibilidad, sobre todo dado su contexto social, es la mirada seria y política de un Pablo Trapero, que utiliza el delito como forma de reflejar el clima que vivía ese país oprimido. Pues bien, ni una cosa ni la otra: le falta ritmo y sentido lúdico para ser un Scorsese, y apenas entra a caracterizar el entorno social de la historia, así que se queda lejos de la profundidad Trapero.
En realidad, lo que mejor refleja es la atracción homosexual del protagonista hacia su compañero de fechorías: la mirada erótica, el conflicto con la sexualidad, los celos psicopáticos... Quizá ahí se note la influencia positiva de Pedro Almodóvar, productor del film, porque es donde más engancha.
Otra película de criminales la tenemos en nuestras costas, con la española 70 BINLADENS (). Se trata de una solvente cinta de atracos repleta de giros de guion, cine comercial sin más consideraciones y con un aura de serie B que se hace más presente conforme avanza la historia. Es decir, como Cien años de perdón, pero con menos presupuesto y menos rimbombancia, porque Koldo Serra es bastante más consciente que Daniel Calparsoro de que meter política-ficción en una historia tan inverosímil es un pasaporte hacia el ridículo.
Aquí los problemas, por ejemplo, vienen de los diálogos. En un afán por que los personajes hablen lenguaje de la calle, hay muchas frases y expresiones que suenan a falso e impostado, como si un señor cincuentón que ha vivido toda su vida en un adosado quisiese reflejar a la plebe y solo la conociese a través de películas y recuerdos de cuando era joven y salía por las tascas. Esto se traslada también a algunas actuaciones demasiado acartonadas, aunque las principales no tienen ese problema. Por lo demás, el film funciona bastante bien como juguete para pasar el rato y adivinar qué va a pasar a continuación. Cine para dejarse llevar.
L'HEURE DE LA SORTIE () aspira a más que eso, y de hecho ha logrado uno de los premios del jurado, así que no le ha ido mal. Se trata de un thriller francés de niños inteligentes, repelentes y posiblemente peligrosos y un profesor que se obsesiona con ellos hasta el límite de la paranoia. Es más interesante por lo que quiere hacer que por los resultados que obtiene, ya que su desarrollo es un tanto irregular: sus escenas funcionan, pero la conjunción entre ellas va variando de tono e intentando ocultar sus cartas todo lo posible, buscando que el espectador establezca relaciones con otras cintas de niños grimosos para despistarle respecto de la sorpresa final. Esta necesidad de misterio sin resolución entra bien al principio, pero acaba siendo un lastre para mantener el interés.
Es una pena, porque tiene uno de los mejores finales de este festival. Cuando las piezas caen todas en su sitio, sobre todo en su epílogo, lo que tenemos es un retrato devastador y derrotista sobre el ser humano. Nuestra tendencia belicista, nuestra despreocupación medioambiental, nuestro egoísmo y falta de empatía, nos conducen irremisiblemente a un desastre que nuestra ignorancia no nos permite comprender o aceptar. ¿Qué solución moral puede existir ante el comportamiento abusivo de todos los que nos rodean? ¿Se puede aceptar el enorme compromiso de cambiar a toda la humanidad? ¿O tirar la toalla y aceptar la extinción es la única salida? Un debate muy interesante que debería haber focalizado más la película en lugar de concentrarse en sus ritmos finales.
De premiada por el jurado a premiada por el público. Dicen los estudios más recientes de la Tanned Balls University que el 23% de las veces que pensáis en Tom Hardy, estáis pensando en su clon, Logan Marshall-Green. Eso nunca ha sido tan cierto como en la divertidísima UPGRADE (), donde el Danny DeVito de la pareja da un recital físico que le habría encantado al adicto a las máscaras y las voces guturales. La historia futurista sigue a un hombre que busca al asesino de su mujer con la ayuda de un implante cerebral que le ha devuelto la movilidad tras quedar tetrapléjico. Pero es más que un implante: es una IA capaz de otorgarle habilidades sobrehumanas, lo que da pie a un buen puñado de escenas de acción espectaculares que demuestran que no necesitas un gran presupuesto si tienes energía y creatividad.
Uno de los recursos más estimulantes que usa Leigh Whannell, cuya labor de artesano de serie B le debe mucho al cine de John Carpenter, es puro trabajo fotográfico: cuando la IA toma el control, la cámara se sincroniza con sus movimientos, por inverosímiles que sean, lo que crea un efecto demencial. Unido al trabajo del actor, cuyo cuerpo, rostro y emociones van por caminos totalmente independientes entre sí, convierten cada una de estas secuencias en una frenética, sangrienta y burlona versión en imagen real de los dibujos de la Warner. Whannell maneja además con oficio el tono y el ritmo del film: no hay un momento aburrido, siempre sabe cuándo ponerse seria, aliviar el relato con algo de comedia o bufarlo de esteroides, y conoce las limitaciones de la historia a la hora de montar un discurso, prefiriendo quedarse en un marco temático sencillo pero efectivo. Una gozada que era jugada segura en un festival tan adicto a estas emociones.
También hay mucho de lo que apasionarse en ANON (), la última película del otrora prometedor Andrew Niccol. Por ejemplo, la perfecta integración de la tecnología en la sociedad futurista hasta el punto de determinar (o ser determinada por) un sistema de gobierno de tintes totalitarios, que sin embargo deriva de una preocupación legítima y universal: la seguridad, la eliminación del crimen. Una suerte de Gran Hermano que no se puede separar de las infinitas posibilidades que ofrece un mundo conectado, es decir, la evolución natural del actual entorno virtual. Otro ejemplo: la modificación de las conductas humanas, más frías e impersonales, más estáticas, debido al incremento en la actividad virtual. También el discurso sobre el anonimato y su valor (debatible pero liberador) para reafirmar la identidad.
Sin embargo, el que parece que no está entusiasmado con estas ideas es el propio Niccol. Al menos el director, que rueda de forma plana y gris, persiguiendo transmitir esta realidad física más inactiva de un modo poco interesante. Su falta de pasión impide que la trama de intriga, con asesinatos y hackers invisibles, tenga algún tipo de tensión palpable. Tampoco hace visualmente atractivos los entornos virtuales que manejan los personajes, y que son tan minimalistas y binarios que uno se cuestiona cómo ha llegado la gente a usarlos de forma cotidiana. Si algo nos ha enseñado el internet de hoy es que la sutileza no vende, que lo más intrusivo es lo más reclamado, así que resulta poco creíble que la red haya evolucionado a Arial 3pt y cuadritos blancos. Total, que lo que podría haber sido una de las obras de ciencia ficción fundamentales de este siglo (como en su día lo fue Gattaca), se queda en un episodio doble de Black Mirror, pero de los que no venden camisetas ni se comentan en Twitter.
Aunque claro, entre esto o un youtuber lolailo, larga vida a Niccol.
@DamnedMartian