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Diario de Sitges 2014, Día 9: Cuentos y religiones

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José Hernández, 12/10/2014

Escribo estas líneas desde el aeropuerto del Prat (que por cierto es uno de los que peor funcionan de los que he estado) y ya en mi hogar dulce hogar de Murcia. Sitges ha quedado atrás, el festival ha finalizado, las películas y anécdotas comienzan a asentarse en la memoria, la nostalgia empieza a hacer su efecto más destructivo que el cansancio y, por supuesto, ya conocemos el palmarés. Un palmarés que no ha contentado a nadie, por mucho que se empeñe Ángel Sala, y que es comúnmente calificado entre los sitgeros como mucho de mediocre.
El jurado se las ha arreglado para ignorar y dejar sin premio a la mayoría de películas interesantes que se han proyectado en el certamen. Es difícil, pero lo han conseguido. Las pocas que han escapado de esta incompetencia han sido recompensadas con galardones menores, mientras que la mayoría de las elecciones del jurado son realmente lamentables. Me consta que Orígenes gustó mucho a un sector del público, incluso entre la prensa, pero pocos habrían protestado de haberse quedado sin premio. Muchos menos de lo que ahora se quejan de la ausencia de Réalité, Musarañas, It Follows o The Guest.
Y si entramos en el tema actoral, la cosa es de traca. Dos ex-aequos en los que solo las mujeres pueden tener un pase. El musculitos de Las Últimas Horas no lo hace mal, pero de ahí a premiarle va un trecho enorme, y más teniendo para elegir a Ryan Reynolds, Michael Shannon, Guy Pearce o incluso Dan Stevens. No he visto The World of Kanako, pero quienes sí lo han hecho dicen algo similar. Respecto a las mujeres, nada que reprochar a la magnífica Essie Davis, galardón merecidísimo, pero es vergonzoso hacerla compartir el premio con Julianne Moore; que lo hace genial, pero la película no debería haber estado en la Sección Oficial porque nada tiene de fantástico ni de género. De hecho, no estaba. La incluyeron a última hora, a mitad de festival, sin avisar a nadie, de forma rastrera. Espero que el dinero pagado por el estudio o la distribuidora mereciese la pena el desprestigio del festival.
Y como esas quejas, se podría atacar casi cualquier elección de este jurado. Mal, mal, mal. En cualquier caso, como aún faltan varias películas por comentar y en próximos días tendréis un resumen de lo mejor (de verdad) del festival, dejemos de lado por un tiempo los premios. Solo un consejo: si queréis ver una selección de lo mejor que se ha visto en Sitges, no toméis como guía el palmarés.

El nombre del japonés Takashi Miike siempre atrae aun montón de fanboys que son capaces de reírle cualquier gracia que haga, aunque incluso ellos reconocen que el prolífico director tiene mucha mierda en su catálogo. A juzgar por la reacción de público y prensa, OVER YOUR DEAD BODY () es una de las buenas. Es obvio por el número de estrellitas que yo no me encuentro entre ese sector de elogios fervientes.
El filme es la enésima adaptación del cine nipón de la historia de fantasmas Kwaidan, con una mujer que vuelve de la muerte para vengarse de un samurái que la traicionó. Esto está contado a través de una representación teatral, mientras que los actores de la obra tienen su propia trama paralela e influida por estos eventos ficticios. La idea es buena e incluso recuerda a la fusión de lenguaje de ficción y descomposición de la mente que Satoshi Kon presentó tan brillantemente en Perfect Blue. Pero no parece que Miike tuviese claro que este era el enfoque que quería elegir. Ni este, ni ningún otro. La forma de representar la intrusión de la historia teatral en la vida de los personajes es caótica: de pronto están sobre las tablas que están en un escenario real que hacen como que ensayan los golpes que hay sangre a borbotones que se enfoca al público que ya no es teatro... No hay una línea coherente ni una evolución fluida en su lenguaje narrativo, el filme entra y sale sin un criterio claro del escenario y no se percibe una progresión en la influencia de la obra sobre los personajes porque tan pronto te mete de lleno en ella que te saca del todo. Además, el equilibrio entre lo actuado y lo real está totalmente descompensado: se centra durante 20 minutos en la obra, que ha establecido que están representando unos personajes con su propia historia, por lo que su único interés es como complemento temático; y luego mete dos escenas de la parte real y vuelve a la obra. De los 100 minutos del filme, al menos 70 son dedicados a una trama que no debería ser protagonista y se deja de lado la parte que, al fin y al cabo, es la única que podría aportar una nueva visión o aumentar la complejidad de esta historia.
Aparte de eso, la cinta sigue un esquema muy similar al que Miike ya empleó en su obra más famosa, Audition: una primera hora convencional, de ritmo lento, sin aparente interés, seguido por un descenso rápido en la casquería enfermiza que busca el impacto en el espectador. Obviamente, aquella es mucho mejor película porque tiene un guion más potente y un estilo más fresco. Aquí todo es estático, plomizo, la primera hora es un dolor continuo; y cuando se anima con las escenas más brutas, queda la sensación de que es todo vacío, la búsqueda del escándalo porque sí, ya que poco aportan al discurso.

Seguimos con cine asiático y con fenómenos fan, en este caso con el único documental que he podido ver en esta edición del festival. THE KINGDOM OF DREAMS AND MADNESS () hace un recorrido por el mítico Studio Ghibli y nos acerca a la figura de Hayao Miyazaki, centrándose especialmente en la realización de su película El Viento se Levanta. A través de una cámara ingenua y respetuosa, conocemos el sistema de trabajo del estudio, su filosofía de producción y, sobre todo, el filme abre una ventana para mirar de cerca a Miyazaki tanto en su vida laboral como personal.
Aunque se trata de una obra imprescindible para todo amante de este estudio que tan buenos ratos nos ha hecho pasar, se trata básicamente de un making off del último filme de Hayao que podría haber ido como extra del BluRay y nadie se habría quejado. No solo toma el filme como hilo conductor, sino que ocupa tanto su metraje que poco tiempo queda para hablar de otras cosas. El más perjudicado en todo esto es Isao Takahata, el otro pilar del estudio, que aparece en una escena y se le nombra de vez en cuando, casi siempre para criticarle y atacar su forma de trabajo. De la película que Takahata estaba preparando al mismo tiempo que Hayao producía la suya, The Tale of Princess Kaguya, no se ve ni una sola imagen ni se habla de su argumento. El equipo de rodaje ni siquiera se acerca por las oficinas donde Isao trabaja. Es el show de Miyazaki y sus amigos, un club al que parece que Takahata ya no pertenece.
Por un lado, lo que ofrece sobre Hayao y su película es muy interesante y disfrutable para cualquier cinéfilo. Por otro, el documental tiene la clara intención de ser un retrato de Studio Ghibli en su globalidad. Que su foco sea tan descaradamente Hayao y su camarilla hace que esté descompensado y sea una visión demasiado limitada, aunque atractiva, del proceso creativo de estos genios de la animación. Es una pena que la crisis de Ghibli pueda dejar a este filme como único testamento documental de su trayectoria.

Hablando de Isao Takahata, que también tiene pinta de que se va a retirar para siempre, su última obra puede que solo fuese una nota al margen para el documental, pero gracias a los dioses cinematográficos la pudimos ver en Sitges. THE TALE OF PRINCESS KAGUYA () es un filme delicado, lleno de sensibilidad, con un estilo visual que para un espectador casual podría parecer menos elaborado que la cinta de Miyazaki, pero que posee una variedad de recursos, una potencia expresiva y una belleza estética realmente apabullantes.
Basado en una leyenda clásica, la película narra la historia de un campesino que se encuentra a una diminuta princesa en una caña de bambú. Desde ese momento, la criará como si fuese su hija y, con los presentes y riquezas que el destino continúa enviándole en el bambú, la llevará hasta lo más alto de la aristocracia nipona de la época de los emperadores. El filme es un canto a la libertad y la independencia personal, que cuenta con uno de los personajes más arrebatadores y complejos de la animación. Kaguya quiere ser libre, quiere ser capaz de cumplir sus deseos, pero se ve atenazada por una sociedad represiva y encorsetada (en especial para las mujeres, en uno de los escasos alegatos feministas que vienen del país nipón), que se empeña en ignorarla y tratarla como a un objeto, ofreciéndole solo a cambio una posición y funciones que no son en absoluto lo que ella busca. Su rebeldía y su intento de volver a la inocencia de la infancia, su búsqueda imposible de la felicidad que acaba con la comprensión de la aceptación emocional de la imperfección como gran valor humano, son cautivadores. Takahata los plasma con acuarela y carboncillo, con escenarios que funden en el blanco del papel para situar la historia en el terreno del cuento, en ese estadio impreciso donde los relatos mitológicos suceden.
Aunque su último tramo baja un tanto el nivel al introducir a saco elementos que antes solo se han apuntado muy de pasada, con la consiguiente necesidad de situarse de nuevo en la historia que hace que uno se salga momentáneamente del filme, la película es una obra cumbre e imprescindible para entender el poder de la animación para transmitir ideas y sueños, para capturar la belleza y la imperfección del mundo y elevarlas al nivel de arte no solo estético, sino también discursivo.

Otro artista cuya fama le precede es Dave McKean, ilustrador que en sus trabajos más famosos ha colaborado con Neil Gaiman, y que en Sitges presentaba su primera película en solitario. Según sus propias palabras durante la introducción que hizo en el escenario, la idea de fantasía y el mundo que crea en LUNA () es por primera vez obra exclusivamente suya. Lo que vemos aquí es 100% McKean. Si es así, más le valdría volver al redil de Gaiman, porque valiente coñazo pretencioso.
El filme, rodado en acción real con alguna escena animada, se centra en una pareja que vive en la campiña inglesa y que recibe durante unos días la visita de unos amigos que han sufrido la trágica pérdida de su hijo. A lo largo de varias jornadas, los traumas y problemas del presente y el pasado de estos personajes irán surgiendo, sus heridas se irán abriendo y cerrando, hasta un final epifánico de esos en los que todos han crecido y se entienden mejor a sí mismos y a los demás. Un dramón folletinesco en toda regla, vamos. Los personajes hablan, hablan y hablan sobre ellos, ellos y ellos, los diálogos están totalmente enfocados a la exploración de estos conflictos una y otra y otra vez en distintas situaciones y habitaciones que no cambian el hecho de que a la media hora uno está ya hasta los huevos de oírles remover sus mierdas con una pretendida trascendencia que nunca cuaja, porque todo es tremendamente artificioso. Difícil emocionarse con unos personajes que nunca pasan de altavoz de su creador, que redundan en sus egos y que no profundizan de forma honesta en ideas, sentimientos o vivencias.
El McKean director tampoco arregla mucho la papeleta. No la arregla nada, de hecho: su cámara es pedestre, su narrativa es pobre, sus recursos son limitados y destinados, y su forma de introducir un mundo fantástico en esta historia es torpe e incoherente. Nada aportan estas escapadas, su función en la narrativa es de escaso poder metafórico y en cambio rompen el tono realista perseguido de forma brusca y sin sentido. De pronto parece que va a introducir elementos extraños en la historia al estilo El laberinto del fauno, que se olvida por completo de ellos durante una hora sin que haya ninguna indicación de que han influido en el devenir de la trama. Peor que eso: sus personajes también los olvidan. En fin, un despropósito constante.

Bastante mejor es la danesa CUANDO DESPIERTA LA BESTIA (), historia de mujeres lobo que huye de mitologías fantásticas para intentar contextualizar la licantropía como una enfermedad cualquiera. Dirigida por Jonas Alexander Arnby y situada en un pequeño pueblo pesquero, la protagonista es una joven que comienza a mostrar síntomas de la misma dolencia que ha postrado a su madre en una silla de ruedas con medicación continua, y que le hace crecer más pelo y tener arranques de violencia incontrolables.
La película tiene dos vertientes. Por un lado está su voluntad de filme realista, con una cuidada caracterización del entorno en el que se mueven los personajes y una correcta definición de los conflictos asociados a la premisa. Esta vena le permite explorar tanto el proceso de degradación física y mental de la protagonista, como los crecientes miedos y paranoias de los pueblerinos, que comienzan con el rechazo y el prejuicio y acaban desembocando en una caza de brujas donde la culpabilidad de la persona se asume sin necesidad de juicio. Al relacionar esta trama con la enfermedad, le permite también hacer un comentario sobre otras epidemias conocidas y la capacidad que tienen para distorsionar la percepción de los demás. Y, como ocurría con la cinta de Takahata, también es un última instancia un alegato sobre la libertad de la mujer y su capacidad de decisión, pese a quien pese.
Luego está su otra vertiente, mucho más fallida: la de cine de terror convencional. Si bien el filme está rodado con solidez y con belleza estética, cuando se lanza de lleno en las escenas de ataques de licántropos e intenta crear tensión, Arnby demuestra bastante poca pericia. Todo es muy repetitivo y falto de creatividad, las escenas se suceden con un intento vago de generar sensación de peligro que se queda apagado y sin sangre, ya que no sabe encontrar la fórmula para situar el miedo en el contexto de veracidad que ha intentado construir. Así que, en lugar de rematar la jugada, acaba dejándola gastada.

Una de las películas que más debates generó y que más opiniones enfrentadas tuvo, unos llamándola peliculón y otros mediocridad, es la belga ALLELUIA (), dirigida por Fabrice Du Welz, que presentaba dos filmes en el festival (la otra era Colt 45). Obviamente, yo estoy en el campo de los primeros. La cinta está basada en la vida de los llamados 'asesinos de la luna de miel', Martha Beck y Raymond Fernandez, que en los años 40 en Estados Unidos mataron a varias mujeres que él seducía para intentar sacarles dinero.
La película plasma esta historia desde el prisma del sexo y la pasión animal como una obsesión enfermiza comparable con la religión. Las referencias a cultos y dioses son constantes a lo largo de la historia: los ritos pagados que el protagonista practica para atraer a sus víctimas, la burla de la caridad católica y la hipocresía de las beatas en el tercer capítulo de los cuatro de que se compone, la hoguera en la que purgan con frenesí sus primeros crímenes... Pero, sobre todo, el fervor desquiciado y cárnico de Gloria (una descomunal Lola Dueñas que lleva hasta el límite y más allá a su personaje), que la lleva a cometer los más horrendos actos para conservar a su hombre hasta llegar a la epifanía absoluta. Él es su único dios, su cuerpo es su comunión y sus asesinatos su penitencia.
Du Welz rueda la película con sobriedad y estilo, con una puesta en escena llena de claroscuros y puntos de vista distorsionados que nos sumergen en la psique de los protagonistas y sus arrebatos de locura. Es una experiencia inmersiva e hipnótica, rica en texturas, con una alta dosis de perversión y un final demoledor, una de las pocas películas en las que el arrebato y la furia pueden sentirse como orgánicos. Una carga de profundidad para las últimas jornadas que deja noqueado a cada paso que da.

Para finalizar, otra película que ha enamorado a quienes la vieron y que personalmente reconozco que debo ver de nuevo para valorar en su justa medida, ya que no se puede disfrutar plenamente de una película que te gusta cuando estás luchando contra el sueño y el cansancio (con That Demon Within no merecía la pena pero con esta sí, aunque igualmente se pasa mal). Estoy hablando de THE DUKE OF BURGUNDY (), la nueva película de Peter Strickland (Berberian Sound Studio), que llegaba precedida de excelentes críticas tras su paso por Toronto.
El filme se centra en la relación sadomasoquista y la dinámica de control-abuso entre dos mujeres de la alta sociedad inglesa, cuyo hobby es la entomología. Strickland plantea la película como una especie de homenaje al cine erótico de los años 70, pero pronto queda claro que no persigue el morbo gratuito (en ningún momento se acerca al cuerpo femenino con una mirada sexualizada, ni hay desnudos o señoras en paños menores) y que su poderío estético está muy por encima de aquellas obras exploitation. La composición de las imágenes está muy cuidada tanto en lo visual como en su función narrativa, logrando desvelar poco a poco la naturaleza exacta de la relación entre ambas protagonistas, quitando capa tras capa para ir introduciéndose más y más en su mente. De esta forma, Strickland va cambiando la percepción del espectador a cada paso, obligándole a replantearse lo que ya ha visto y a descubriéndole las grietas que afectan a esta relación tan cimentada en el deseo y el abandono a la naturaleza perversa del ser humano.
El filme acaba descomponiendo tanto la relación que llega un punto en el que se desquicia por completo hasta llegar a lo abstracto. Entre eso y que su discurso paralelo sobre las mariposas no acaba de cuajarme en el conjunto discursivo, es posible que estuviese yo un tanto espeso esa noche para realmente empaparme de una película que precisa de la transmisión de sus elementos por la vía perceptiva, de la conexión con el espectador a través de la atmósfera y los detalles.
Esto es todo desde Sitges. En un par de días tendréis un resumen de lo mejor y lo peor de este festival que tantos buenos momentos y buenas películas nos ha dado, y que durante 9 días hemos vivido intensamente.
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