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Zinemaldia 2025. Retazos de vida en la periferia

Zinemaldia 2025. Retazos de vida en la periferia
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Carlos Fernández, 26/09/2025

Diez años han pasado desde que José Luis Guerín presentara su última película, La academia de las musas, Giraldillo de Oro en Sevilla, y veinticuatro desde que deslumbrara en San Sebastián con En construcción, que le valió el Premio Especial del Jurado. Su regreso al Zinemaldia con Historias del buen valle tiene algo de celebración: no solo porque vuelve uno de los grandes cineastas españoles vivos, sino porque lo hace fiel a sí mismo, con una propuesta que coloca la cámara en lugares donde otros ni siquiera mirarían.

El filme, rodado durante tres años en Vallbona, un barrio periférico de Barcelona, se abre con un gesto revelador: en lugar de “dirigida por”, aparece un “work in progress”. Guerín sugiere así que lo que vamos a ver no está cerrado, que tal vez sea solo la primera parte de un mosaico mayor, o que la vida misma, con sus giros imprevisibles, nunca permite un relato acabado. Y es justamente eso lo que construye: un caleidoscopio de retazos, un retrato coral de un barrio convertido en una pequeña aldea global.



Pequeños retazos de vida

Vallbona aparece descrita como una “isla”, delimitada por las vías del tren, la autovía y accidentes urbanísticos que la separan del resto de la ciudad. Un barrio-dormitorio, heredero de la posguerra y receptor de nuevas olas migratorias. Un lugar humilde que, en su aparente insignificancia, se convierte en terreno fértil para Guerín: allí conviven generaciones, etnias, memorias y luchas vecinales.

El cineasta vuelve a demostrar su capacidad única para detener la mirada en lo cotidiano y extraer emoción del costumbrismo. Una conversación en la plaza, unos niños jugando al fútbol, un hombre hablando de su jardín: fragmentos mínimos que, en manos de Guerín, se convierten en universales. La película respira humanismo, defiende la vida comunal en tiempos de individualismo feroz, y muestra la armonía orgánica de un barrio mestizo, donde las diferencias existen, pero no impiden compartir los espacios.

En determinados momentos, incluso parece que los propios vecinos ficcionan sus vidas delante de la cámara. No es casual que la película arranque con una llamada de casting en Vallbona: Guerín juega a borrar las fronteras entre documental y ficción, entre lo espontáneo y lo representado. Y esa ambigüedad, lejos de restar, potencia el encanto de la propuesta.

Virtudes y tropiezos

Historias del buen valle arranca con un primer tercio excelente, en el que los personajes y las situaciones se encadenan con naturalidad, componiendo un retrato lleno de vida. También cierra de manera brillante, con un tono poético que recoge lo sembrado. Sin embargo, en el tramo intermedio la película pierde algo de ritmo y de foco, especialmente cuando introduce temas de gentrificación y urbanismo. Son asuntos relevantes —la amenaza de que el progreso devore la identidad del barrio—, pero su inserción rompe en parte la cadencia inicial.

Esa tensión entre lo comunal y lo urbanístico atraviesa toda la película: Guerín parece consciente de que filmar Vallbona hoy es también documentar un mundo en extinción, condenado a transformarse bajo las lógicas del mercado inmobiliario. En ese sentido, el tono puede parecer idealista o idealizado, pero la mirada del director es tan clara y directa que nunca se percibe impostada.



Guerín frente a Serra

No es descabellado situar la película como clara candidata a la Concha de Oro. La pregunta es cuánto le pesará que el año pasado el premio recayese ya en un documental español: Tardes de soledad, de Albert Serra. La comparación es inevitable: la propuesta de Serra apostaba por un formalismo más radical y vistoso, mientras que Guerín opta por la sobriedad, el realismo y la observación paciente. Quizás no deslumbre en lo visual, pero ahí radica también su fuerza: en dejar que la vida se despliegue ante la cámara sin artificios.