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Zinemaldia 2025. Ni oriente ni occidente convencen en la Sección Oficial
Carlos Fernández, 26/09/2025
Dos propuestas occidentales han entrado en competición por la Concha de Oro, dos películas que entretienen pero en ningún momento llegan a ser memorables. A ellas se suma la aportación china, que tampoco logra encontrar un camino propio. Tres títulos que, pese a tener puntos de interés, se quedan a medio gas en un festival donde las expectativas y la exigencia son cada vez mayores.
Nuremberg, de James Vanderbilt
Nuremberg es una cinta clásica y academicista, lo que se ha dado en llamar película de entretenimiento adulto: un blockbuster con aspiraciones de profundidad. Vanderbilt, conocido sobre todo como guionista de Zodiac (quizás el mejor ejemplo de thriller serio y absorbente del siglo XXI), aborda el juicio a los líderes nazis arrestados tras la Segunda Guerra Mundial y juzgados en la ciudad alemana y lo hace optando aquí por una puesta en escena sobria, elegante y académica. El resultado es efectivo: la narración avanza con fluidez, no se pierde en excesos y sabe mantener siempre el interés. Pero también hay que decir que esa misma sobriedad la vuelve plana, sin riesgo, como un producto pulcro y funcional que nunca se atreve a explorar caminos menos evidentes.
La película arranca con dos tramas en paralelo: el psiquiatra encargado de custodiar a los prisioneros (correcto Rami Malek), y las dificultades de organizar un juicio internacional sin precedentes. En esa primera parte brillan los encuentros entre Malek y un descomunal Russell Crowe como Göring, escenas íntimas que consiguen generar dudas, empatía y rechazo al mismo tiempo. Después, el relato vira hacia la épica judicial, con música subrayada y golpes de efecto, recursos que quizás resulten demasiado evidentes para el espectador más exigente, pero que funcionan dentro de la honestidad de la propuesta.
Lo más importante es que la cinta no solo mira al pasado. Nuremberg quiere hablar del presente: de cómo el auge de las extremas derechas en Europa y el mundo no puede pillarnos desprevenidos. El filme muestra imágenes reales de los campos de concentración y pone en boca del personaje de Malek un recordatorio incómodo: esta vez no podemos decir “yo no lo sabía”. Quizás no sea una película memorable, pero sí un producto eficaz, entretenidísimo y con un mensaje necesario para el gran público. Y solo por eso merece ser vista.
Ballad of a Small Player, de Edward Berger
Más problemas presenta Ballad of a Small Player, el nuevo trabajo de Edward Berger, director de Sin novedad en el frente. Ambientada en Macao, sigue a Lord Doyle (Colin Farrell), un perdedor empedernido que malgasta su vida entre apuestas, alcohol y deudas. Su camino se cruza con personajes como Dao Ming (Fala Chen) o una detective (Tilda Swinton) que lo persigue con insistencia.
El arranque promete: Berger demuestra, como siempre, su potencia visual, con imágenes de fuerte impacto, aunque quizás peque en algunas ocasiones de cierto exceso de virguerías. En esta ocasión el problema radica en que los recursos parece agotarlos en los primeros minutos y después adopta una estética visual que recuerda en ocasiones al cine de Hong Kong de los 80 y 90, actualizado con contrastes y colores saturados. El conjunto se queda en una propuesta plana y olvidable, más preocupada por su estilización que por ofrecer un viaje verdaderamente intenso al infierno personal de su protagonista.
Colin Farrell cumple sin deslumbrar, bordeando a veces la sobreactuación, mientras Swinton y Chen quedan relegadas a roles funcionales. Se agradece que dure menos de dos horas y mantenga un ritmo fluido, pero al final la sensación es clara: es una película que se olvida a los pocos minutos de abandonar la sala.
Her Heart Beats in Its Cage, de Xiaoyu Qin
La propuesta oriental de este año, Her Heart Beats in Its Cage, parte de un material con potencial pero lo desaprovecha. Narra la historia de Hong, una mujer que tras diez años en prisión por matar a su marido intenta rehacer su vida y reconectar con su hijo. Como elemento curioso, la protagonista se interpreta a sí misma, lo que podría haber aportado una crudeza especial a la narración.
El problema es que Xiaoyu Qin no consigue dotar de fuerza ni de emoción a la historia. La dirección se pierde en un tono plano, con una fotografía que por momentos resulta incluso fea, y una puesta en escena que no alcanza nunca la densidad dramática que exige un relato así. Todo se queda en superficie: la frialdad con su hijo, la hostilidad de la sociedad hacia los exconvictos, la lucha por recuperar una identidad perdida.
Una oportunidad desaprovechada, que ni emociona ni encuentra un estilo propio y que probablemente pasará inadvertida tanto para el público como para el jurado.
Estamos ante tres propuestas que no arruinan la competición, pero tampoco la elevan. Vanderbilt al menos consigue un producto sólido y con mensaje político de plena actualidad, mientras Berger decepciona con un trabajo que se queda en lo visual y Qin naufraga en un drama sin alma. Tres películas que, con sus matices, entretienen pero no quedarán en la memoria del festival.