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Zinemaldia 2025. Dolor, amor y cicatriz
Carlos Fernández, 21/09/2025
En el cine, como en la vida, las relaciones son un terreno movedizo, capaces de generar tanto el mayor de los placeres como el dolor más profundo. Y en esta jornada del Festival de San Sebastián lo hemos comprobado con dos películas que se sitúan en polos opuestos: Dos Pianos, dentro de la Sección Oficial a competición, y Sentimental Value, la esperadísima nueva obra de Joachim Trier en la sección Perlak.
Mientras que la primera se pierde al intentar explorar cómo los secretos del pasado y las vueltas caprichosas del destino vuelven a juntar a dos personajes condenados a enfrentarse de nuevo, la segunda confirma a Trier como uno de los cineastas más sensibles y lúcidos a la hora de hablar de los vínculos que nos sostienen. Dos miradas distintas, dos resultados muy dispares, pero ambas orbitando alrededor de lo mismo: la complejidad de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.
Sentimental Value (Joachim Trier)
Trier disecciona las relaciones familiares a través de dos hermanas y un padre ausente que regresa tras la muerte de la madre. El punto de partida podría sonar a lugar común, pero el director noruego lo transforma en una obra hondísima gracias a un guion sólido y lleno de matices, que arranca con un prólogo brillante. En él, la cámara se detiene en la casa familiar, un espacio que funciona como otro personaje: sus grietas reflejan tanto el desgaste de las paredes como las fracturas emocionales de quienes la habitan.
El peso dramático vuelve a recaer en Renate Reinsve, actriz fetiche de Trier desde La peor persona del mundo. Aquí demuestra una vez más su capacidad para sostener en primer plano todo el dolor y la contradicción de un personaje, transmitiendo más con una mirada que con páginas de diálogo.
A su lado, el regreso del padre (Stellan Skarsgård) introduce una dinámica de silencios, reproches no expresados y heridas abiertas. Su incapacidad para comunicarse con su hija desemboca en una maniobra tan reveladora como dolorosa: al no lograr que ella acepte interpretar un papel que habla de su propia vida, recurre al personaje de Elle Fanning como sustituta. El resultado es demoledor. Fanning empieza como un elemento casi excéntrico, descolocado en un país cuyo idioma no domina, para después convertirse en un espejo roto: una figura que comprende demasiado tarde que el mensaje oculto en la obra no es para ella, que ocupa un lugar que nunca le corresponderá.
En lo visual, Trier renuncia esta vez a sus recursos más efectistas para centrarse en lo esencial: los personajes y sus interacciones. Y es ahí donde la película alcanza momentos de una potencia emocional desarmante, como el abrazo de las hermanas o esa secuencia final en la que unas simples sonrisas y miradas logran cerrar —aunque sea de forma frágil— años de desencuentros. Son escenas que parecen acariciar la cicatriz más que borrar la herida.
Sentimental Value es, sin duda, una de las películas más redondas que hemos visto en lo que llevamos de festival. Una obra que confirma a Trier como un maestro de lo íntimo y que, estoy convencido, quedará entre lo mejor de mi año cinéfilo.
Dos Pianos (Arnaud Desplechin)
Arnaud Desplechin regresa a la Sección Oficial con Dos Pianos, un melodrama en el que se cruzan recuerdos, amores perdidos y heridas que nunca terminaron de cerrarse. La historia sigue a Mathias Vogler (François Civil), un pianista que, tras una larga ausencia, vuelve a Francia y retoma el contacto con su mentora Elena (Charlotte Rampling) para preparar un concierto. Pero un encuentro casual en un parque lo lleva hasta Claude (Nadia Tereszkiewicz), la mujer a la que una vez amó y con la que un pasado accidentado y lleno de secretos vuelve a emerger.
La película navega entre dos tramas de desigual fortuna. Por un lado, la relación entre Mathias y su mentora, marcada por esa mezcla de amor, odio y admiración, ofrece los mejores momentos de la cinta. Rampling, en estado de gracia, dota de verdad y gravedad a cada escena, y con ella Desplechin encuentra un pulso íntimo, elegante y sostenido.
Por el contrario, la línea argumental centrada en el reencuentro amoroso fracasa a medida que avanza. El arranque es prometedor, incluso desconcertante por la forma en que se van revelando los hechos a cuentagotas. Sin embargo, lo que empieza como un misterio sugerente pronto se convierte en una acumulación de giros inverosímiles, reacciones poco creíbles y un tono tremendista que rompe cualquier verosimilitud. El exceso de subrayados en los temas que quiere plantear y un desenlace que se estira mucho más de lo necesario acaban por hundir la película.
Es una pena, porque no faltan aspectos notables: la fotografía cuidada, la dirección siempre elegante de Desplechin y, sobre todo, la magnética presencia de Rampling. Pero como la relación que retrata, la película termina a la deriva, perdiendo fuerza hasta dejar al espectador desconectado del destino de los protagonistas. Un proyecto con destellos brillantes que, sin embargo, no logra sostenerse en su conjunto.