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Venezia 2024. Pronosticamos la revolución sexual
Inmaculada Pilar, 07/09/2024
Guadagnino vuelve a dar una lección de cómo utilizar la plasticidad del cuerpo humano como un elemento audiovisual. Mientras, el noruego Dag Johan Haugerud renuncia siquiera a intentarlo, para centrarse en lo afectivo.
Queer: perdido, y cachondo, por México
La cinta de Luca Guadagnino, con guion de Justin Kuritzkes, adapta una novela autobiográfica de William Burroughs (publicada en España por Anagrama), y es una de las direcciones más brillantes de lo visto en la Mostra. En ella, un inspirado Daniel Craig interpreta a Lee, un expatriado estadounidense que deambula por México, alter ego del propio Burroughs. El personaje de Craig es un alcohólico y un adicto a las drogas. Pero, sobre todo, es un depredador sexual sin conciencia de serlo. Lee, que durante la primera mitad de la película frecuenta bares dónde poder entregarse a todos sus vicios, se define a sí mismo como queer. Y aquí es importante recordar que esa palabra, en los años 50, tenía connotaciones despectivas.
Cuando se cruza en su camino Gene, Drew Starkey, Lee desarrolla una obsesión erótico afectiva por el joven. Gene es un bello estadounidense que juega a la ambigüedad. Y por momentos no sabemos si pretende engañar a Lee o a sí mismo. La aventura afectiva, que los dos viven de forma radicalmente diferente (por edad, por experiencia, por reconocimiento del deseo propio), se transforma en la segunda mitad del filme en una road movie, un viaje de exploración sexual y sentimental en los que la película da rienda suelta a todo su potencial audiovisual. Se diluye la frontera entre lo real y lo onírico, entre el amor y el deseo. Pero aún con todo, es Lesley Manville, con un personaje que es un robaescenas de manual, la que reina en esa parte de la película.
La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, junto con los escenarios urbanos digitalmente recreados, generan esa sensación de irrealidad que necesita la película. Es cierto que, en algunos momentos, todo parece estar al servicio del encuadre y de la imagen, pero todo coincide en un final artísticamente impecable que absuelve a Lee de sus pecados.
Love: ¿Por qué le llaman amor cuándo quieren decir sexo?
Ha sido una de las últimas películas a concurso. La noruega Love, del realizador Dag Johan Haugerud es la segunda de las tres películas que el realizador va a dedicar. La primera, Sex, pudo verse en el pasado Festival de Berlín. Llegará una tercera, Dreams. En esta Love, el realizador crea un pequeño universo de personajes que buscan el amor, la mayoría de ellos a través del sexo. Marianne, una pragmática doctora, y Tor, un compasivo enfermero, son sus protagonistas. Ambos solteros, ambos evitan las relaciones convencionales. Una noche, tras un encuentro casual de Marianne con Tor en un ferry, la doctora descubre que el enfermero Tor viaja casi todas las noches en el ferry con el fin de mantener encuentros casuales con hombres. A partir de ese momento, Marianne (Andrea Bræin Hovig) explorará esa intimidad casual.
La película bien podría caer bajo esa etiqueta tan molesta, y a menudo mal utilizada, de película en la que “no pasa nada”. Y sí pasa, sí. Pasa la vida de los personajes, de la misma manera que pasa la nuestra. Los personajes trabajan, se relacionan entre ellos, se sienten solos y odian esa sensación. Seres que, creyendo que no son como los demás, buscan exactamente lo mismo que cualquiera de sus vecinos. La cinta aborda como decíamos la búsqueda del amor a través del sexo, pero siendo esta la entrega dedicada al amor, pone en primer plano las conversaciones sobre él, dejando el sexo en un segundo plano. La forma de aproximarse a los encuentros casuales del realizador es elegante y procura no explayarse. Es más importante la conversación posterior, el observar si dicho encuentro tiene posibilidades de transformarse en algo sentimental.
Pero de la misma manera que sus personajes caen en contradicciones, la película presenta una que se vislumbra al inicio de la cinta y que se confirma según avanza: cada escena, cada conversación, resulta muy poco espontánea. Una falta de frescura que no castiga al resultado final: la cinta lleva al espectador exactamente dónde quiere tenerlo. La observación de los personajes conduce a la revisión de nuestras propias convenciones, resultando el conjunto más ligero de lo que podría parecer en la forma, y profundo en el fondo.