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Venezia 2024. Larraín y Ortega: elegancia y anarquía en el inicio de la competición
Immaculada Pilar, 30/08/2024
Con Larraín siempre hay que despejar la incógnita: ¿vence su lado sobrio? ¿lo hace su lado más desbocado? Desde luego en sus propuestas, sean más o menos redondas, hay siempre prueba de su talento. En esta ocasión ha acertado en su acercamiento a la figura de Maria Callas. En cuanto a Luis Ortega (‘El ángel’, 2018), su inclasificable ‘The Jockey’ es tan inclasificable como finalmente fallida.
Maria: Larraín y Jolie dibujan el retrato más humano de los últimos días de la diva
Tras Jackie (2016) y Spencer (2021), Larraín elige a otra figura femenina emblemática, Maria Callas, para su nuevo proyecto. Centrándose en los últimos días de la soprano, el realizador lleva a la pantalla un guión de Steven Knight, reconstruyendo su figura más allá del mito. Un final triste para una artista divina y una mujer que hallaba en la música el refugio en el que protegerse de su tormentosa vida. Película con cuatro pilares fundamentales: su guión, la interpretación de Angelina Jolie, la sobriedad de su fotografía y su selección musical.
Tras años entregada a la dirección y a apariciones en películas más intrascendentes que menos, Angelina Jolie vuelca en este proyecto su capacidad para poner al personaje por delante de ella: no hay escenas “a mayor gloria de”. Y esto hace que su interpretación resulte intachable. En todo momento nos transmite la elegancia y la fragilidad que es fácil suponerles a La Callas. Pero, a diferencia de Kirsten Stewart y su interpretación en Spencer, huye del patetismo. También esquiva una posible reivindicación del personaje, más allá de su historia de amor, o whatever, con Onassis. Por supuesto que el trabajo de escritura de Knight es una base sólida para todo esto. Pero ni Jolie, ni Larraín en último término, se arrojan al dramatismo sensacionalista que el personaje podría inspirar. Los trabajos de Kodi Smit-McPhee y, en mayor medida, de Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher secundan bien al de Jolie
Esa elegancia en su acercamiento al personaje está también presente en la fotografía, en esta ocasión dirigida por Edward Lachman, que juega con los sepias en las escenas que transcurren en la intimidad del piso parisino de la artista. Logrados también los flashbacks, casi todos en blanco y negro. En cuanto a la selección musical, recurre a la música clásica y a grabaciones de Maria Callas, rotando en torno a tres arias que definen los tres actos de la película. Desde el Casta Diva (Norma, Vincenzo Bellini) y la culminación con el Vissi d’Arte (Tosca, Giacomo Puccini), pasamos por Verdi, Catalani, Bizet o Donizetti. Tras la pieza de Tosca, cuando solo queda cerrar y mostrarnos los títulos de créditos, Larraín elige una pieza de Brian Eno. Concesión más contemporánea y que tiene todo el sentido, visto el título de esa parte final de la película.
La Maria de Larraín y Jolie pasea por París con elegancia, vive rodeada de fantasmas, es adicta a los ansiolíticos y ansía recuperar su voz. Como artista y como mujer. Y en su porte, erguido y sin titubeos hay toda la dignidad de una mujer que se dejó pedazos del alma en una buhardilla en la que entretenía a militares alemanes, en el escenario de la Scala de Milán, o en un yate propiedad de un magnate griego. La fama de La Callas es imperecedera y Larraín logra estar a su altura.
The Jockey: cuando la libertad deviene anarquía
La segunda película a competición ha sido la producción argentina ‘El Jockey’, dirigida por Luís Ortega y protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó y Daniel Giménez Cacho. Inclasificable en cuanto que habita en varios géneros al mismo tiempo, pero también en cuanto al relato y la escritura de sus personajes. Un thriller, un drama LGTBIQ+, personajes que caminan por las paredes. Y todo con la mafia y las carreras de caballos de fondo. Si han perdido el hilo, no se preocupen. No lo recuperarán viendo la película.
Siendo Pérez Biscayart un todoterreno, y teniendo a Corberó como pareja de baile, o a Mariana Di Girolamo como tercer vértice de un triángulo amoroso inverosímil, que lo más memorable sean las escenas de baile de los protagonistas, o la que se sucede en el vestidor de las jinetes, deja a las claras que la película pierde su foco bastante pronto. Y aún cuando la anarquía escrita si estuviera bien filmada podría funcionar, el planteamiento visual de Ortega hace que todo parezca caprichoso. No arma un relato compacto, pero esto se debe a que visualmente no acierta en el tono. Desde las escenas en las que el personaje de Pérez Biscayart monta a caballo y la cámara se centra en un primerísimo plano del rostro del jinete (que entre gorra y gafas de sol tiene poco con lo que transmitir al espectador); a las escenas en el interior del hipódromo, siempre hay cierta sensación de que fuera de plano pasan cosas interesantes que el espectador no ve.
Queda claro que la línea que separa a los distintos géneros cinematográficos es tan flexible como un realizador quiera. Pero también que la anarquía, cuando no es un fin deseado sino un planteamiento audiovisual tiene el peligro de caer en el alboroto y el desorden.