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Venezia 2024. Amigos de más, amigos de menos
Immaculada Pilar, 31/08/2024
Avanza el certamen y volvemos a tener dos películas más de competición. Tras Angelina Jolie, tocaba el turno de Nicole Kidman. Protagonista de Babygirl, parece dispuesta a doblar la apuesta de Jolie en cuanto a personaje arriesgado. Sin embargo, los personajes femeninos que nos han convencido son las tres amigas que dan título a la película de Emmanuel Mouret.
Babygirl: el imperio de los (sin)sentidos
“Ya está la cronista haciéndose la graciosa” pensará alguno. Pues no (en esta ocasión). Tras ver a Nahuel Pérez Biscayart dando un paseo por paredes y techos, una pudiera pensar que la suspensión de la incredulidad no sería necesaria hasta pasadas unas jornadas. Y sin embargo, han sido suficientes menos de 24 horas para que la propuesta de Halina Reijn nos convenza de que todo lo increíble puede acabar siendo cierto. En esta ocasión, Nicole Kidman, encasillada ya en personajes de mujer sufriente y millonaria, lleva el estereotipo un poco más allá para encarnar a Romy, una exitosa directiva que inicia un romance secreto con un becario de su empresa. Al prometedor Samuel le da vida Harris Dickinson (El triángulo de la tristeza, 2022), que tiene el personaje mejor escrito de la película. Cierra el triángulo Jacob, el marido de Romy interpretado por Antonio Banderas.
La relación entre Kidman y Dickinson es un poderoso cóctel de seducción, poder, traumas no resueltos de Romy y búsqueda de algo diferente del joven. El ansia de ser dominada de ella se topa con el afán dominante de él. Relación desigual e interpretaciones desiguales: mientras Dickinson encuentra el punto perfecto para darle a su personaje la candidez de la juventud, al tiempo que deja entrever algo más oscuro y más profundo que sale a la luz cuando inicia su relación con Romy. Kidman no está tan entonada en el apartado dramático, achacable al guion de Rejin, pero sí lo está en el físico. El lenguaje corporal de Kidman suele ser elocuente y en esta ocasión todo en ella expresa la exaltación y ansiedad con las que vive esa relación. Antonio Banderas por su parte está algo pasado en intensidad. En cualquier caso, en su escena de confrontación con Dickinson parece hallar el tono de su personaje.
Ante tal despliegue actoral cabe preguntarse porque el resultado final acaba pareciendo un pastiche de otras películas ya vistas: las sombras de Christian Grey son alargadas, pero también lo es la sombra de Meredith Jonson (Acoso. Barry Levinson, 1994). Ambas referencias parecen claras, aunque el personaje de Samuel es mucho más rico en matices que Grey. Tampoco Romy es una villana, aunque sí manipuladora. Sea como sea, la directora juega a provocar, mientras que sus actores parecen más centrados en dar algo de verosimilitud a lo que hacen sus personajes. Hay dos momentos en los que la película utiliza canciones de INXS y de George Michael y, en modo videoclip, hace avanzar la película cuando parece estancada. Recurso facilón que en esta ocasión se agradece, ya que hasta la suspensión de la incredulidad tiene un límite.
Los problemas de Babygirl apuntan a un guion centrado más en las escenas que han de sorprender al espectador que en el desarrollo de los personajes; y a un montaje que busca epatar lo escrito con imágenes provocativas, pero que acaban resultando en una estética de videoclip trasnochado. El plano inicial, el rostro de una Nicole Kidman alcanzando el orgasmo, prometía algo más salvaje. Que los personajes no se atrevan, los humaniza. Que sea la realización la que pretenda jugar a la provocación como ejercicio estilístico vacuo, infantiliza el resultado final. Después de todo se trata solo de millonarios con problemas.
Trois amies: los amigos de Mouret son mis amigos.
Resulta refrescante encontrarse con un cineasta como Mouret, que construye todo su artefacto fílmico en torno a sus personajes. Películas donde sus protagonistas se cruzan, aman, engañan y soportan. Sin un orden en preestablecido. En esta ocasión, todo orbita en torno a tres amigas y sus tribulaciones amorosas. Pero es fácil hacer una lectura casi antropológica sobre cómo somos, cómo nos comportamos, ante la expectativa del amor o de su ausencia. Mouret logra que todo nos parezca ligero, pero deja al criterio del espectador las lecturas más profundas.
El trío que forman Forestier, Cottin y Hair no caen en la caricatura fácil de mujeres que se aproximan a la cuarentena con el falso optimismo del “lo importante es que estamos juntas”. El personaje de Hair, una mujer que descubre que ya no está enamorada de su pareja, es el que tiene el arco más amplio. Sin embargo, Forestier y Cottin no ejercen de meras secundarias. Un trabajo en el que no hay ligereza impostada, sino un trabajo de asimilación y comprensión del personaje que hace que resulten creíbles en todo momento.
Al contrario que lo que sucede en Babygirl, la película se arma sobre un guion ágil, que respeta a los personajes, y un montaje dinámico en el que todo transcurre con un fin. No hay rellenos. La realización de Mouret cuenta con la empatía del espectador, es cierto. Con que sepamos reconocernos en el amor, o desamor, de sus personajes. Pero no lo hace de una forma condescendiente o paternalista. En realidad, Mouret trata al espectador con el mimo que dedica a sus personajes. Y eso siempre es un lugar al que merece la pena volver.