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Tim Burton: Parte II
Irulan, 11/08/2005
PELÍCULAS CON NOMBRE PROPIO
Es curioso ver cómo a lo largo de la filmografía de Burton la mayor parte de sus películas tienen nombre propio (o incluyen uno). El director, a través de todos esos personajes, outsiders solitarios y marginados condenados a vagar por los límites de un mundo que no es el suyo que no está dispuesto a aceptarlos, ha ido construyendo su propio alter ego, reflejando sus preocupaciones y la visión de su entorno.
Así, su primer gran trabajo fue La gran aventura de Pee-Wee (1985). La película fue una producción de la Warner Bros, hecha para el lucimiento de Paul Reubens, uno de los comediantes televisivos más famosos de la época gracias a su personaje Pee-Wee Herman. La cinta le vino a Burton como anillo al dedo, en cuanto a que contaba la historia de un tipo extravagante, de un niño en el cuerpo de un adulto, de alguien que recorría media América en busca de su bicicleta robada. Además supuso su primera colaboración con el que desde entonces ha sido compositor del score de todos sus films: Danny Elfman, conocido en la época por ser el cantante de Oingo Boingo (discípulos aventajados de los Devo más gamberros y de quienes quizá se recuerde Weird Science) y que se ha convertido en un elemento clave y fundamental en la filmografía del director. Sin la música de Elfman las películas de Burton no serían lo mismo. Finalmente, La gran aventura de Pee-Wee consiguió cierto éxito en la taquilla que le permitió desarrollar un proyecto más personal....
Y este fue Bitelchús (1988), la primera gran obra del director. Con un guión apuesta personal de David Geffen, uno de los capos de la Warner, la película es una vuelta de tuerca a los films de fantasmas y casas encantadas. Y es que aquí no son los nuevos habitantes quienes quieren expulsar a los muertos, sino todo lo contrario. La historia es de todos conocida: los Maitland (Alec Baldwin y Geena Davis) son un matrimonio sencillo de Nueva Inglaterra que tiene la desgracia de morir en un accidente y quedar encerrados en su casa (y es que, si intentan salir de ella, serán comidos por unos gusanos gigantes muy parecidos a los que vimos en Vincent, por cierto). Así tienen que aguantar la llegada de una familia bohemia y moderna que huye de la metrópoli y de la que sólo se salva Lidia (la pequeña hija siniestra, interpretada por Winona Ryder en su primera colaboración con Burton). Eso sí, llegará un punto en que la “convivencia” se vuelve insoportable, y será entonces cuando el joven matrimonio contrate los servicios de Bitelchús, un bioexorcista desquiciado que vive en una maqueta. Y este papel recayó en manos de Michael Keaton, que supo provocar miedo y risa a la vez, y el carácter histérico y esperpéntico que tanto caracteriza a una de las ya figuras clave de la cinefilia fantástica y que ha dado lugar hasta a una serie de dibujos animados para la TV. Desde el momento en que aparece él, la película se torna en una serie de gags humorísticos a la par que macabros que sólo puede crecer y crecer. Cosa que, para sorpresa de propios y ajenos, se convirtió en un enorme éxito de taquilla, lo que permitió a Burton concentrarse en un proyecto que ya llevaba barajando durante varios años: la adaptación a la gran pantalla de uno de los cómics más famosos de todos los tiempos: Batman (1989).
De nuevo el proyecto llegó de la Warner, que viendo lo rentables que habían sido los dos títulos anteriores confió en el director para llevar a cabo una película que obviamente suponía un gran presupuesto (de cincuenta millones de dólares en concreto). Burton ya había manifestado su admiración por el personaje, por esa doble identidad que poseía y que podría llevar a su terreno (alejándose así de las anteriores adaptaciones de superhéroes: la popular saga de Superman protagonizada por Christopher Reeves). Él quería indagar más en la psicología de Batman que recrearse en las escenas de acción. Así su primera “imposición” fue la de buscar un actor que tuviera una apariencia de tipo normal (pues si no no tendría sentido el disfraz), casting para el que se presentaron desde Bill Murray hasta Charlie Sheen pasando por Pierce Brosnan o Mel Gibson. Obviamente ninguno de estos actores encandiló al director, que acabó recurriendo a Michael Keaton, con quien tan bien había trabajado en Bitelchús. En un principio la contratación de este actor no gustó a los fans del cómic, quienes enviaron cientos de misivas a la productora expresando sus quejas, pero obviamente una vez estrenada la película tuvieron que retractarse: Keaton daba el tipo. Y junto a él otros personajes, como el servicial Alfred (mayordomo y conocedor de los grandes secretos del murciélago interpretado por un clásico de la Hammer: Michael Cough), la bella Vicky Vale (en la piel de la sensual Kim Bassinger) y el malvado Joker, interpretado por el gran Jack Nicholson El Resplandor. La película se rodó en Londres y nada más estrenarse supuso un enorme éxito, convirtiéndose en el film más taquillero del año y recaudando quinientos millones de dólares en el mundo entero.
Tim Burton, por fin (¿por fin?) se había convertido en uno de los nombres principales de la cinematografía estadounidense, y los productores le animaron con vehemencia a que rodase una segunda parte de su gran éxito. Sin embargo, él tenía en mente otro proyecto mucho más personal que los anteriores, de manera que aparcó al murciélago durante una temporada y se concentró en la que sería su mejor obra hasta el momento: Eduardo Manostijeras (1990).
La película resultó ser fundamental para el director, aquella que demostró que era más que un mero creador de blockbusters. La idea surgió de un viejo dibujo del cineasta, de una imagen que le gustaba: la de un personaje que quiere tocar y no puede, que es creativo y destructivo a la vez, ideas que él mismo sentía muy próximas. Eduardo Manostijeras bebe de diversas fuentes literarias, como la novela Frankenstein de Mary Shelley (a la que sin duda debe mucho) o historias por todos conocidas como Pinocho (Carlo Collodi) o La Bella y la Bestia (Marie-Jeanne Leprince); y se convierte en una fábula, en un cuento de hadas oscuro que nos hace preguntarnos si acaso los normales son precisamente eso, normales. El film gira en torno a este personaje, interpretado magistralmente por Johnny Depp (muy de moda en la época, quien se convertiría en actor fetiche para Burton, habiendo trabajado con él en otras cuatro ocasiones), un ser de enorme grandeza cuya intervención estética en una comunidad cerrada (y que tanto se asemeja al suburbio medio norteamericano) supone su exilio eterno. Eduardo es un mártir redentor de la hipocresía humana, y la película se erige como un bello canto a la hermosura de la diferencia, a eso que hay más allá de las apariencias. Es uno de esos films que hacen que la vida sea más simple y más bonita, de los que nos hacen sentir comprendidos y nos ayudan a seguir adelante.
En el reparto, junto a Depp, vemos también a Winona Ryder, quien ya había trabajado en Bitelchús, y a otros secundarios memorables, desde el mismísimo Vincent Price (a quien tan ligado está el director y que interpreta el breve papel de creador de Eduardo) hasta Kathy Baker pasando por la fantástica Diane West. La película en sí fue todo un quebradero de cabeza para la productora (Twentieth Century Fox), pues su mezcla de géneros y su final no tan feliz eran potencialmente “peligrosos”. Sin embargo, el título fue todo un éxito, cosechando además fantásticas críticas y consagrando a Burton como gran autor del fantástico contemporáneo. Y es que pocas veces se ha visto mayor y mejor comunión entre forma y contenido. Todo lo que vemos en Eduardo Manostijeras tiene sentido, cada forma, cada color.
Entonces el director retomó la idea de la segunda parte de Batman, rodando Batman Vuelve, que fue tan exitosa como la anterior. Para los papeles secundarios esta vez confió en Danny DeVito, que interpretó con gracia al Pingüino, y con Michelle Pfeiffer, quizá el mayor acierto del film, ya que su sensual Catwoman se ha convertido en un personaje inolvidable, en todo un icono de la cultura pop.
Y así llegó una de las obras más conocidas de Burton y que, precisamente, no fue dirigida por él. Me refiero a Pesadilla Antes de Navidad (1993). La idea original del film está inspirada en un poema del propio director, The Nightmare Before Christmas, inspirado a su vez en Night Before Christmas de Clement Clarke Moore, y que contaba la historia de Jack Skelington, el rey de las calabazas de Halloween Town, empeñado en convertirse en el nuevo Santa Claus (¿o debería decir Santa Clavos?). Burton había comenzado a trabajar en ella en la época en que todavía trabajaba bajo la Disney, y aquí comenzaron sus problemas, pues era esa compañía la que poseía los derechos de la idea original. Así, el director, que tan mal había acabado con la compañía, tuvo que volver a ellos, quienes de todas formas y viendo los ingresos de sus anteriores películas no tuvieron inconveniente en financiar el proyecto. Sin embargo, el contrato que Warner tenía con Burton impidió al director hacerse con la labor de dirección del film, tarea que encomendó a Henry Selick, un conocido animador con quien ya había trabajado en la Disney.
Pesadilla Antes de Navidad está rodada bajo lo que se conoce como técnica stop-motion, siendo este un trabajo fundamentalmente manual y artesano, ya que se rueda plano a plano articulando muñecos y decorados. La película es además un musical, siendo sus números escritos por Burton y Danny Elfman (en su colaboración más activa con el director) a la par que el guión. La obra tiene tres grandes influencias: Rudolph the Red Nose Reindeer (Rankin jr, Bass, 1964 y también stop-motion), How the Grinch Stole Christmas (programa televisivo de la CBS en 1966) y Mad Monster Party (de los mismos Rankin jr y Bass, 1968), y de nuevo nos presenta a ese personaje con nombre propio que se convierte en un marginado, que decide buscar el sentido de su vida en un mundo que no quiere aceptarlo y cuya misión está abocada al fracaso. Y lo curioso es que este film, que pasó de manera más o menos discreta por las carteleras (quizá por ser demasiado siniestra) se ha convertido a lo largo de los años en una verdadera obra de culto, admirada por miles de personas e inspiradora de un merchandising que quitaría el hipo a cualquiera. Cosa totalmente comprensible, ya que Pesadilla Antes de Navidad nos ofrece una inmensa galería de personajes peculiares, ingeniosos y divertidos sólo repetida posteriormente en La Melancólica Muerte de Chico Ostra (1999), incursión del director en el mundo literario a través de una serie de macabros poemas ilustrados por él mismo.
Tras esta película Touchtone Pictures ofreció al director un nuevo proyecto, un biopic sobre Ed Wood, conocido como el peor director de todos los tiempos, autor de Plan 9 From Outer Space. Al principio Burton pensó en sólo producir, pero poco a poco su interés creció al sentirse muy identificado con el personaje (Burton siempre pensó que sus películas podrían haber fracasado como las de aquel) y decidió dirigir él mismo Ed Wood (1994). Considerada por muchos su mejor película, rodada en blanco y negro (quizá la mejor manera de transmitir la historia), es también la más diferente, aunque quizá sólo en la superficie, ya que en el fondo no cuenta más que la historia de otro perdedor, de otro outsider. Y como ya sucedió en Eduardo Manostijeras, llamó a su amigo Johnny Depp para interpretar al estrambótico personaje. La historia de Wood venía a representar una metáfora sobre el lado más amargo del mundo del cine, convirtiéndose a su vez en una declaración de amor (quizá una de las más bellas) al Séptimo Arte. Basada en una biografía de Larry Karazewski (Nightmare of Ecstasy), la película se centraba en la relación del director con Bela Lugosi, un actor que otrora había sido una figura clave del cine de terror (recordemos su Drácula), que había caído en el mundo del olvido y de las drogas y que fue interpretado por un Martín Landau en estado de gracia que fue merecedor del Oscar al Mejor Actor de Reparto. Junto a él y a Depp, las chicas: Sarah Jessica Parker (Sexo en Nueva York, TV) como novia de Wood y Patricia Arquette (Carretera Perdida) como posterior esposa del mismo, y también el reivindicable Bill Murray (Lost In Translation) antes de ser como es ahora admirado en la escena indie norteamericana. Como curiosidad, la banda sonora de este film es la única no compuesta por Danny Elfman para Burton. En su lugar encontramos a Howard Shore (conocido y oscarizado por su brillante partitura para la trilogía El Señor de los Anillos de Peter Jackson).
Sin embargo, esta película supuso el primer batacazo en la taquilla del director, quizá porque en el fondo era demasiado “seria”, quizá porque no era tan fácil acceder a ella como a sus anteriores obras. Así, todo el mundo se preguntó qué haría ahora Burton...