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Tim Burton: Parte I

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Irulan, 10/08/2005

Pocos son los directores de los que se puede afirmar con contundencia que son verdaderos autores poseedores de un universo visual único que les hace inconfundibles y eternamente reconocibles. Y este número se reduce si buscamos nombres así en el cine comercial moderno. Es más, seguramente al leer estas líneas a todos nos ha venido a la mente el mismo nombre:

Y es que es imposible entender el cine para masas de nuestros tiempos y lo que supone la libertad de un creador sin pensar en Burton, quien ha conseguido que ciertas imágenes, cierta estética para nada convencional, se hayan convertido en elementos habituales de nuestra existencia cinematográfica.
Es Burton uno de esos creadores totales cuya obra está impregnada por sus experiencias, aquello que le ha ocurrido, esos sitios donde ha vivido, esos libros que leído, esas películas que le han entusiasmado,... Y así es imposible hablar de sus películas sin hablar –aunque sea poco- antes de él.
Tim Burton nació el 25 de agosto de 1958 en Burbank (California, EE.UU.), lugar donde tantas productoras (Warner, Columbia) tienen sus estudios; y durante su infancia se crió en un pacífico barrio residencial. Nada que destacar pues, de una existencia tranquila marcada si acaso por lo introvertido de su carácter, que hizo que se refugiara en la televisión (que en esa época tanta serie-b emitía), el cine de la británica Hammer, las películas de ciencia-ficción con sello Harryhausen, los relatos de Poe, los libros infantiles del Dr. Seuss y los cómics. Y de aquí sacó probablemente su afición a dibujar, y aunque él nunca se ha considerado un buen dibujante, a la edad de 18 años consiguió una beca para estudiar en el California Institute Of Arts, el primer centro creado específicamente para la enseñanza artística en Estados Unidos, producto de una subvención de Walt Disney. Sin embargo, tras tres años de estudio y alguno más posterior trabajando para aquel emporio de la animación supo que aquello no era lo suyo, que él no encajaba en los engranajes de sonrisas y caramelos de fresa, y decidió volar libre.
Y así, desde entonces, nos hemos encontrado con una serie de películas, de cortometrajes, de libros,... donde Burton poco a poco ha ido desmenuzando su personalidad, construyendo su propio alter-ego, compartiendo con nosotros sus preocupaciones y aquellas cosas que pasan por su cabeza.
UN ESTILO NO TAN ORIGINAL
Si bien es cierto que todos consideramos a Tim Burton como uno de los directores de cine más originales vivos, hay que reconocer que su obra bebe de manera muy directa y nada encubierta de las más diversas fuentes. Si es lo visual lo más característico de este director es imposible no mencionar el Expresionismo Alemán, un movimiento de vanguardia de principios del siglo XIX que ha dejado para la Historia títulos tan míticos como El Gabinete del Doctor Caligari (Wiene) –de la cual el mismo Burton ha robado decorados y planos- o el Nosferatu de Murnau. El director se apropió de la estética expresionista por su estilo decorativo y fotográfico: las luces y las sombras, la estilización escénica e incluso cierta exageración en el maquillaje; así como se apropió de sus personajes, de los monstruos y los magos. Y es que este es un movimiento que buscaba reflejar de manera externa, visual, la mente de sus protagonistas, su conflicto interior.
Y del mismo modo Burton recogió su gusto por el cine de terror, por las películas protagonizadas por Bela Lugosi y Vincent Price, por la serie-b emitida en la televisión, por las producciones de la Hammer. Y a éste añadió su lectura de los textos de Poe (que ya habían sido plasmados en TV a través del ciclo que Roger Corman realizó sobre los mismos), su gusto por la literatura novecentista (Drácula, Frankenstein) y las leyendas y cuentos de hadas (o de fantasmas).
Y fueron todos estos ingredientes los que supo mezclar con acierto, como los mejores autores de la postmodernidad, que precisamente se caracterizan por esto, por saber hacer películas utilizando ingredientes conocidos pero que a la vez resultan singulares (además de por poseer una gran autonomía respecto a las estructuras rutinarias de la industria -aunque a la vez sin romper nunca del todo con ella-, y la preocupación de mantener su identidad autoral a la vez que no abandonan cierto clasicismo). Aparte de eso, Burton ha sabido también poner su sello personal, convirtiendo su cine en un discurso en cuyo centro se alza la necesidad de reflejar los lados más oscuros de la condición humana.
PRIMEROS TRABAJOS
Tim Burton comenzó a trabajar bajo el amparo de la Disney. Allí su primer trabajo fue de realizador de bocetos en la prescindible Tod y Toby (1979), empleo en que ya se dio cuenta de que no encajaba en el perfil requerido por la compañía. Mas sabiendo que aquella era una buena oportunidad se mantuvo allí, en silencio, durante más tiempo, del que cabe destacar el trabajo conceptual para la desconocida Taron y el Caldero Mágico (donde sin duda se nota su mano: los “malos” son demasiado oscuros y sombríos). Así conoció a dos importantes ejecutivos de la compañía: Julie Hickson y Tom Wilhite, quienes vieron en él potencial y así financiaron su primer cortometraje: Vincent (1982). Con un presupuesto de 60000 dólares es esta una obra de unos cinco minutos realizada con la laboriosa técnica del stop-motion. En blanco y negro (claro homenaje expresionista) nos cuenta mediante un poema (recitado por Vincent Price) escrito por el propio Burton la vida de Vincent Malloy, un niño atípico que disfruta de las pesadillas y lee El Cuervo de Poe. Es imposible no ver reflejado al autor en la figura de Vincent, con esa mirada y ese oscuro pelo revuelto.
La cinta se estrenó previa a alguno de los largometrajes de Disney, y aunque pasó desapercibida para el gran público recibió grandes críticas de la prensa especializada norteamericana. Así Burton encontró su lugar en la compañía, y comenzó a desarrollar proyectos más personales como Hansel Y Gretel, una adaptación del popular cuento infantil donde contó con actores de carne y hueso (¡y japoneses!).

Y tras este título le llegó el turno a un mediometraje delicioso: Frankenweenie. En él, y todavía bajo el amparo de Disney, el director revisó el mito de Frankenstein convirtiendo al famoso científico en un niño que quiere revivir a su muerto perrito Sparky. Filmada de nuevo en blanco y negro, la película contó con algunos de los actores más populares de la época, como Shelley Duvall (El Resplandor) o Barrett Oliver (La Historia Interminable), y en ella ya vemos tres de las que serán grandes constantes en el cine del director: la cinefilia (con el claro homenaje a los films de James Whale), el sentimiento y la cultura popular (en esas imágenes de barrio suburbial e ideal). Se pensó estrenar la cinta precediendo a la proyección de Pinocho, pero la idea fue desestimada ya que se le acusó de ser demasiado oscura. De este modo no vio la luz hasta la llegada muchos años después de Batman Returns y finalmente ha acabado junto con Vincent formando parte de los extras del DVD de Pesadilla Antes de Navidad.
Fue probablemente este hecho, el rechazo de la cinta, que colmó la gota del vaso de Burton, quien decidió escindirse de Disney de forma definitiva. Y para ello aprovechó la oferta de Shelley Duvall para dirigir uno de sus Faerie Tale Theatre (serie de televisión estrenada en nuestro país bajo el título Los Cuentos de Shelley Duvall y que contaba con otros directores de la talla de Coppola o actores como Liza Minelli, Christopher Reeves o Jennifer Beals). A él le tocó Aladino y la lámpara maravillosa, y gracias a ello pudo comprobar que había algo que no se le daba bien: trabajar por encargo, cosa que volvió a repetir años más tarde de nuevo en televisión como director de The Jar, uno de los capítulos de la serie Alfred Hitchcock Presenta.
Eso sí, esta experiencia supuso prácticamente su entrada en el reino del celuloide...