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Seminciando 2012, Día 3: De hacerse mayor

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Alberto Frutos, 24/10/2012

Imagino, puesto que asegurar algo me parece cuanto menos desvergonzado, que hacerse mayor es complicado, o mejor dicho, complejo. El paso de niño a adolescente está ligado a la fantasía de perder la inocencia para entrar en una estupidez pasajera donde los pechos que interesan dejan de ser los de la figura materna para convertirse en los de la compañera del pupitre de al lado. Hormonas, hormonas y más hormonas. La ingenuidad e ilusión que uno tiene cuando es niño da paso a dudas existenciales tan superficiales como profundas para una mente en plena pubertad. Es sencillo, es un cambio que tiene mucho de natural, de irrefrenable, de imposible de detener e, incluso, de alargado demasiado en el tiempo. Pero también puede ser traumático, deberse a sucesos capaces de perturbar y descomponer una mente destinada a entenderlo todo de la manera más fácil posible. Y a partir de ahí, el descontrol. La adolescencia es tan efímera como dura es la entrada en el mundo adulto. Ese universo donde de repente uno tiene responsabilidades, entre las que se incluye madurar, comprender y analizar cada pequeño detalle con una sabiduría que, hasta ese momento, justificaba su ausencia con una sonrisa. Las cuatro películas de esta jornada toman estos puntos de partida para desarrollarlos con mayor o menor acierto, pero utilizando un arma de precisión absoluta: sus intérpretes. Esta Seminci podrá ser recordada por muchas cosas, pero una de ellas debería ser el altísimo nivel de interpretación que se está viendo en prácticamente todas las películas. Evitando en esta ocasión los ranking, que volverán mañana, las he clasificado en base al crecimiento que sus protagonistas, todas mujeres, llevan a cabo.

La Cinquième Saison () nos sitúa, obviando su surrealista prólogo, en un pequeño pueblo de las Ardenas que sufre un enigmático cataclismo por el cual las estaciones varían y la primavera nunca llega del todo. Los vecinos, presentados como una comunidad en perfecta comunión, van viendo como sus vidas se deterioran mientras el frío nunca termina de marcharse y las relaciones humanas se convierten en las víctimas principales. El progresivo cambio de la sonrisa al golpe, de la sensualidad de los primeros besos al último grito, tiene la hermosa cara y gestos de Aurélia Poirier. Eje central de una historia coral con personajes secundarios tan enigmáticos como carismáticos, Poirier entra en ese mundo de temor y sacrificio, de inusitada violencia, de dudas constantes, con una interpretación contenida, capaz de parar el tiempo en sus numerosos planos fijos. Y podrían durar toda la vida. La Cinquième Saison, capítulo final de la trilogía que el director belga Peter Brosens y la realizadora estadounidense Jessica Woodworth han elaborado sobre la relación del hombre con la naturaleza y su entorno, hipnotiza con su belleza y solamente se equivoca con algunos detalles de humor que, aunque vengan bien para aligerar su densidad, no terminan de entenderse dentro del conjunto. Pero, por encima de todo, insisto: Aurélia Poirier.

Por su parte, Ginger & Rosa () narra la historia de dos amigas inseparables desde su nacimiento en el Londres de los años 60, de sus confesiones y secretos, sus tristezas y sus alegrías, su temor a terminar siendo como la figura materna y, sobre todo, de su incapacidad para crecer sin estar totalmente asustadas por ello. Dirigida con elegancia absoluta por Sally Potter (poca sorpresa aquí), estamos ante una película que, pese a contar con muchos factores a su favor, termina convirtiéndose en lo que evita durante la mayor parte de su metraje: un melodrama 'bigger than life'. Un guion irregular, con demasiadas lagunas y cierto hermetismo en algunos momentos que pedían a gritos más pasión, terminan convirtiendo a Ginger & Rosa en una ligera decepción. Pero cuidado, porque también nos regala una de las mejores cosas que le han pasado a esta edición de la Seminci. Tiene complicadísimo ganar, la competencia es apabullante, pero la interpretación de Elle Fanning, que algunos seguimos esperando (que no deseando) que esté mal en alguna ocasión, está muy por encima de la película. Es sencillamente asombroso, algo digno de ver y escuchar, por supuesto, en versión original.

En el contexto completamente diferente que propone Lore (), el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, también se produce esa llegada al mundo adulto. A pesar de que los sucesos que la provocan son mucho más extremos que los anteriormente citados, la segunda película de Cate Shortland, ahonda en la apertura total de ojos y mente de una chica dulce que termina completamente aterrada por su pasado, siendo consciente de que su futuro queda marcado de por vida. Así, una de las cintas en las que más expectativas se habían depositado profundiza en este tema con un tono reposado y contemplativo, quizás demasiado en una parte central que tiende a la reiteración, pero que alza su poderoso vuelo en un desenlace magnético y cautivador, que plasma la vergüenza absoluta de una joven al ver reflejada su defensa de la violencia en la fotografía en blanco y negro de un desconocido. Y esa mirada, preciosa y dolorosa a la vez, con lo complicadísimo que es eso, la tiene Saskia Rosendahl, actriz precisa y contundente que se apunta a la ya numerosa lista de aspirantes a Mejor Actriz del Festival. Ella es lo mejor de una película que, pese a algunos importantes bajones de ritmo, contiene altas dosis de buen cine.

Pasemos de inmediato del drama. Olvidémonos de lo terrible que pueden llegar a ser los cambios en el ser humano y centremos la atención en la posibilidad de llevarlos a cabo a través del optimismo, de la naturalidad y la esperanza. Amor y Letras (), la segunda película como director y guionista de Josh Radnor, archiconocido Ted en la magnífica serie Cómo Conocí a Vuestra Madre, se convirtió en la cita más agradable de lo que llevamos de Seminci. Una sala repleta, inmejorable predisposición y ganas de olvidar las tragedias y lagrimones que llevamos en nuestras espaldas a lo largo de estos días. Muy superior a su debut, la convencional Happythankyoumoreplease, Radnor cumplió con nuestros deseos y nos entrego la película más comercial vista hasta ahora en Valladolid, sí, pero también la más divertida, tierna y agradable. Es cierto que sus coqueteos con la cursilería más 'made in América' siguen presentes y que corre el riesgo de creerse, de verdad, uno de los sucesores de Woody Allen, al que rinde homenaje con un descarado plano sacado de Manhattan. Pero también consigue combinar perfectamente el humor inteligente y el romanticismo más clásico. Amor y Letras supone asimismo una carta de amor a la cultura, especialmente a la música y los libros, a los que reverencia en su poder de provocar sensaciones tan diferentes como la sensualidad y la discusión. Cuenta además con dos interpretaciones maravillosas: por un lado el genial Richard Jenkins, perfecto en su papel de adulto anclado en su juventud; y por otro, mención aparte merece Elizabeth Olsen, quién llena la pantalla con toda la facilidad del mundo, que nos enamora y conmueve, que hace que la entendamos, que consigue nuestra complicidad. Ella es lo mejor de una película que, directamente, anima a ser feliz.
Mañana será otro día, con cuestiones diferentes, con reflexiones provocadas por películas que esperemos que sigan cumpliendo su labor de emocionar, hacernos pensar y, lo más complicado, mantenernos despiertos, alerta. Me esperan un documental sobre uno de los mayores genios que ha parido el séptimo arte, otro sobre uno de los sucesos más terribles de la historia actual americana, cuentas pendientes con el cine belga y otra de las incógnitas de la Sección Oficial. Nos leemos. Nos buscamos. Nos encontramos en las salas. Cine en vena en la Seminci.