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Seminciando 2011, Día 1: Personajes perdidos

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José Hernández, 23/10/2011

Tercer año seguido en Valladolid y todavía no he acudido a ninguna gala de inauguración. El motivo es muy simple: hay que acreditarse por la mañana y pedir autorización para cubrir la ceremonia, y mi vuelo me deja en Pucela recién comenzada la tarde. Ventaja: Ryanair es indecentemente barato, más incluso que acreditarse como prensa (inciso: la economía festivalera está muy mal, y este año por primera vez desde que tengo noticia cobran una tasa a la prensa). Desventaja: a efectos prácticos su avión es un autobús volador convertido en centro comercial, con azafatas canjeadas por dependientas de cualquier cosa imaginable (inciso: muy bonita la nueva terminal del aeropuerto de Alicante, pero eso de que para llegar a las puertas de embarque haya que pasar necesariamente por el interior de un centro comercial es excesivo).
En cualquier caso, dejando a un lado disquisiciones sobre el consumismo extremo en nuestra sociedad, lo que cuenta aquí es comenzar a narrar la 56 edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, es decir, la SEMINCI.

La primera película del día, del festival y de la Sección Oficial fue la insustancial El Perfecto Desconocido, de Toni Bestard (). Se trata de la típica cinta amable de pez fuera del agua que cambia las vidas de un grupo de personas sumidas en prejuicios o complejos. Es decir, como Chocolat o Amelie, solo que menos mágico-peliculera y más campechana. El filme se deja ver con agrado gracias a sus actores y a que la historia es agradable, con sus gotas de humor y sus toquecitos de conflicto dramático sin pasarse. Sería un decente entretenimiento fácilmente olvidable, pero recomendable para pasar el rato, si no fuese por dos cosas. La primera es que el tramo final es bastante desangelado, ya que Bestard aparca demasiado la comedia para intentar darle un peso trágico al filme que parece propio de otra película distinta a la que estábamos viendo, y lo hace tirando de recursos casi de telenovela. La segunda, y tal vez la más determinante para que la cinta nunca llegue a despegar, es que la intervención del personaje de Colm Meaney es completamente anecdótica. Se quiere presentar como catalizador placebo de la reconciliación y potenciar la ironía de que consiga cosas sin decir ni pío ni enterarse de nada, pero eso vale para un rato. Luego ya se vuelve demasiado estático, irreal e incluso perezoso, porque los personajes al fin y al cabo solo interactúan consigo mismos. La intención es encomiable, pero el filme no funciona.

Tampoco acaba de cuajar la nueva película de Nanni Moretti, Habemus Papam (), una comedia dramática con un excelente punto de partida (un papa que, recién nombrado, tiene una crisis de ansiedad y se niega a tomar el cargo), pero que no consigue sacarle todo el partido que debería. La cosa empieza bien, interesante y ácida a la vez, pero a mitad de metraje comienza a desinflarse excesivamente porque Moretti ya no tiene mucho más que decir. No se atreve o se ve incapaz de profundizar en los miedos y fobias de este obispo, en lo que le impide tomar la responsabilidad de este cargo, y por tanta esa subtrama se estanca completamente una vez que el santo padre huye de su encierro, momento a partir del cual se limita a machacar la comparación del papado con el teatro, algo que queda bien como apunte, pero que se desarrolla de forma demasiado insustancial. Más interesantes y, sobre todo, entretenidas, son las peripecias del psiquiatra interpretado por el propio director, obligado a un encierro dentro del Vaticano que le da la oportunidad de criticar tanto al estamento religioso como a la ciencia de la mente, lanzando dardos envenenados en forma de gag. El problema es que, al no verse apoyado por una mayor profundidad de análisis en la trama paralela, la cinta se queda coja e incluso ese tramo puede hacerse cuesta arriba, demasiado bufo para el bien de la cinta. Eso sí, hay que admitir que al menos el italiano sabe terminarla de forma seria y acertada.

Mucho mejor fue la tercera cinta de la Sección Oficial, Medianeras (), coproducción entre España y Argentina que, como parece ser el tema del día, también trata de personajes solitarios o aislados. En este caso son dos jóvenes de Buenos Aires con multitud de fobias y rarezas que navegan sin rumbo por el deshumanizado mundo contemporáneo destinados a encontrarse y enamorarse, pero nunca coincidiendo como debería ocurrir en una película romántica. Se trata de una tragicomedia maravillosa, que funciona en todos los sentidos: es graciosa cuando quiere serlo, tierna cuando lo pretende sin caer en lo empalagoso y tiene una amargura de fondo que le otorga una gran carga emocional. Gustavo Taretto bebe de la fuente del Woody Allen de finales de los 70 y el cine indie-quirk americano para componer con delicadeza y un magnífico sentido estético que, pese a sus evidentes logros estilísticos, se queda en la memoria por su personajes, dos almas solitarias y dañadas que se ganan nuestro afecto a fuerza de un guion ingenioso y unos actores excelentes. Seguramente pasará desapercibida por los cines españoles por su magra distribución, pero si fuese estadounidense estaríamos hablando de un éxito sorpresa granjeado por el boca a boca que igual hasta llega a estar nominado a premios (véase el caso de Juno).

En la rueda de prensa para presentarla estuvieron el productor, Luis Miñarro, y los actores Javier Drolas y Pilar López de Ayala (de quien, dicho sea de paso, es difícil no enamorarse). Los momentos más interesantes provinieron precisamente de la actriz española, desde la confesión de no manejarse bien con la informática (“soy una ciberlerda, pero sé que tendré que aprender poco a poco si no quiero quedarme atrás”) hasta la peculiar decisión de contratar a una actriz española para hacer de argentina (“tenía que tener cuidado de no exagerar el acento y de encontrar el tono justo, para no pasarme”, y ciertamente lo consigue). Miñarro, por su parte, defendió que otro cine español es posible “con las nuevas formas de distribución, que permiten no depender de las subvenciones y de las restricciones que estas imponen”, pero también defendió las ayudas estatales “que son un porcentaje ridículo de los presupuestos del estado -en el caso de los aportados por la Generalitat catalana, un 0,7% solamente-, y sin ellas hace tiempo que no existiría la industria del cine europea”.

La última película del día fue la canadiense Marécages (), dentro ya de las proyecciones de Punto de Encuentro. De las comentadas en este artículo es posiblemente la peor recibida por el público, pero no por su falta de calidad, sino por su frialdad y lentitud. La cinta cuenta la historia de las dificultades de una familia de Quebec para sacar adelante su granja, y ciertamente, les ocurren muchas desgracias. El mismo director, Guy Édoin, lo comentó al acabar la proyección: “Me encanta lo excesivo y lo barroco”. Sin embargo, su cinta está lejos de ser barroca en su estilo; más bien se debería calificar de profundamente elegante y desnuda, y eso sí, con un poder visual tremendo. Además, el ritmo pausado que imprime a la cinta, su falta de prisa para ir desarrollando la trama y su cuidado a la hora de dosificar las revelaciones sobre el pasado de la familia consiguen que esta tragedia griega no sea tremenda y efectista, sino dura y descorazonadora. Lamentablemente, hacia la mitad del metraje introduce un personaje, el del pretendiente capullo, que parece más propio de un drama complaciente de Hollywood que de un filme veraz, y la excesiva atención que la trama concede a su influencia sobre la familia acaba diluyendo los aspectos más logrados y atractivos de la película, como la complicada relación entre madre e hijo y la tragedia de la pérdida y sus consecuencias emocionales. Podría haber sido una obra maestra incluso, pero se queda en una cinta a un par de pasos de la genialidad.
Y eso es todo por ahora. Mañana más, si el nubarrón que hay ahora mismo sobre Valladolid no nos hace salir de aquí en barca.