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Seminciando 2010: Amores difíciles
José Hernández, 25/10/2010
La 55 edición de la Seminci sigue viento en popa. El Teatro Zorrilla parece más cómodo que el año pasado, el Calderón menos, el Roxy sigue siendo el mejor y las buenas películas siguen llegando. Pero antes de hablar de ellas, tengo que romper una pica por la maravillosa presentadora de las películas del Zorrilla, una señora rubia mayor que siempre consigue arrancar carcajadas en el público sin pretenderlo. Bien sea con su torpeza entrañable, bien con su macarrónica forma de traducir libremente a los invitados, se hace de querer. Ayer mismo, el actor Niels Schneider dijo, durante la presentación de Les Amours Imaginaires, que era una cinta sobre el sufrimiento, el dolor, la desesperación y la decepción en el amor; traducción de la buena mujer: "que es una película muy bonita y maravillosa". ¡La tienes que querer!

Pero al lío, porque la jornada de ayer se completó con tres películas de la sección Punto de Encuentro de resultados muy dispares. Para empezar, Luis Avilés se llevó a todo su equipo y reparto, incluidos un fugaz Emilio Gutiérrez Caba y la aparición estelar de los tacones de Manuela Vellés, que eran más grandes que ella, para presentar Retornos. Y a uno le da cosa encontrarse luego con ellos en un bar, porque es sin duda la peor película de lo que llevo de festival. Un intento de cine negro que fracasa estrepitosamente por culpa de una dirección muy plana, un protagonista muy soso y una trama cuyo único interés reside en la resolución final, en el clásico giro de guión que descubre lo que sucede en el pueblo. El problema es que como los misterios que plantea son bastante intrascendentes, y la investigación carece de emoción, la resolución de los mismos importa un pepino. Lo que queda es una película aburrida y superficial. En la presentación, Avilés afirmó que quería hacer un filme "realista" y "centrado en el mundo interior del protagonista", pero deberá todavía avanzar mucho en el dominio de la narración y la atmósfera si quiere que eso se transmita al espectador de forma más sólida y menos ramplona.

La cosa mejoró con la suiza Songs of Love and Hate, una cinta interesante aunque hasta cierto punto fallida. El filme cuenta la historia de una familia aparentemente idílica que comienza a resquebrajarse por culpa de los deseos prohibidos de sus integrantes. El adulterio, el incesto, la violación, la homosexualidad planean sobre su universo mientras los integrantes de la familia luchan contra ello o deciden abandonarse a sus impulsos. Cualquiera que sea su decisión, la lucha entre lo que está bien y lo que uno quiere acaba por resquebrajar su vida idílica en distintas formas. La cinta es sin duda inteligente, presentando a la familia como núcleo social fundamental que actúa de filtro para los impulsos nocivos que evita la corrupción, pero a la vez mostrándola como un elemento frágil e incluso más nocivo cuando su esencia está viciada. El problema es que el filme toma una dirección hacia la radicalidad de forma demasiado brusca y poco cimentada, por lo que el último tramo da la impresión de ser más un intento de dejar el mensaje claro mediante el impacto que de una evolución coherente de la trama. Eso, y el hecho de que incluso en sus últimos estertores haya escenas demasiado cotidianas y sin objetivo, típicas de los comienzos de una película cuando se establece una dinámica de personajes, pero superfluas a esas alturas, hacen que el filme no llegue a cuajar como la gran película que podría haber sido.

La última película de la sección paralela es hasta ahora la que más división ha causado entre los espectadores. Se trata de la ya mencionada Les Amours Imaginaires, que ha atraído a tantos detractores como admiradores. Yo me encuentro entre los últimos, aunque es perfectamente entendible que una cinta con un estilo tan marcado provoque este tipo de reacciones. Y es que la película de Xavier Dolan es toda ella un exceso formal que deja en segundo plano el guión. Su trabajo milimétrico con la luz, el encuadre y el vestuario en busca de la mayor belleza expresiva; su recurso de mezclar música e imagen a cámara lenta, casi fotográfica, como únicos elementos de determinadas escenas; sus rupturas narrativas para introducir elementos de falso documental (que arrancaron las mayores carcajadas entre el público por su naturalidad sin pelos en la lengua) son vistas por algunos como innecesarios, redundantes y propios de una revista de moda. Sin embargo, pedirle al director que prescinda de ellos sería como obligarle a Lynch que deje sus paranoias, ya que hay que valorar estos momentos por su poder visual y su sentido narrativo, cercano a los planteamientos expresionistas en donde el contexto tiene tanto valor como la historia, pero con una vertiente pop y lujuriosa.
Todo ello está al servicio de una película sobre el amor. No es una historia de amor, sino sobre los efectos que éste tiene sobre las personas: lo que mueve en nuestro interior, lo que nos transforma, lo que duele. El amor planteado como una adicción, a la vez tan necesario como el aire y tan tóxico como la cicuta, y separado del sexo por completo. Un concepto abstracto del que muchas veces nos enganchamos sin importar quién sea el recipiente de este amor: la idealización del otro, la obsesión, la lucha por obtener su atención sin sucumbir a él. Es un filme hermoso y lleno de humor, aunque su exceso formal limite su capacidad para emocionar en los momentos más dramáticos.

Y para terminar, la Sección Oficial, con una película salida del festival de Sundance. Se trata del tercer filme de los hermanos Jay y Mark Duplass, la comedia de personajes Cyrus. Es una película sencilla tanto en lo formal como en lo argumental, que deja todo el peso de su efectividad a los actores, principalmente al duelo de intelectos de John C. Reilly y Jonah Hill, que interpretan de forma soberbia a un comprensivo perdedor que conoce a la mujer de su vida, y al hijo perfecto pero potencialmente psicópata de ésta, respectivamente. Hay dos formas de ver esta cinta: como una comedia sin más, en cuyo caso es un divertimento ejemplar e inteligente; o como una mirada incisiva sobre las relaciones personales, en donde los sentimientos y la manipulación del otro están inextricablemente unidas. En ambos sentidos, el filme funciona como un reloj, de forma espontánea y fácil de digerir. Sólo su caída ocasional en la convencionalidad impide que sea un peliculón con todas las de la ley, pero aún así es una magnífica cinta.
Por ahora eso es todo. Mañana hablaré de una película que está causando revuelo en Valladolid, La Mosquitera, y con suerte entraré de lleno en la sección Tiempo de Historia.

Pero al lío, porque la jornada de ayer se completó con tres películas de la sección Punto de Encuentro de resultados muy dispares. Para empezar, Luis Avilés se llevó a todo su equipo y reparto, incluidos un fugaz Emilio Gutiérrez Caba y la aparición estelar de los tacones de Manuela Vellés, que eran más grandes que ella, para presentar Retornos. Y a uno le da cosa encontrarse luego con ellos en un bar, porque es sin duda la peor película de lo que llevo de festival. Un intento de cine negro que fracasa estrepitosamente por culpa de una dirección muy plana, un protagonista muy soso y una trama cuyo único interés reside en la resolución final, en el clásico giro de guión que descubre lo que sucede en el pueblo. El problema es que como los misterios que plantea son bastante intrascendentes, y la investigación carece de emoción, la resolución de los mismos importa un pepino. Lo que queda es una película aburrida y superficial. En la presentación, Avilés afirmó que quería hacer un filme "realista" y "centrado en el mundo interior del protagonista", pero deberá todavía avanzar mucho en el dominio de la narración y la atmósfera si quiere que eso se transmita al espectador de forma más sólida y menos ramplona.

La cosa mejoró con la suiza Songs of Love and Hate, una cinta interesante aunque hasta cierto punto fallida. El filme cuenta la historia de una familia aparentemente idílica que comienza a resquebrajarse por culpa de los deseos prohibidos de sus integrantes. El adulterio, el incesto, la violación, la homosexualidad planean sobre su universo mientras los integrantes de la familia luchan contra ello o deciden abandonarse a sus impulsos. Cualquiera que sea su decisión, la lucha entre lo que está bien y lo que uno quiere acaba por resquebrajar su vida idílica en distintas formas. La cinta es sin duda inteligente, presentando a la familia como núcleo social fundamental que actúa de filtro para los impulsos nocivos que evita la corrupción, pero a la vez mostrándola como un elemento frágil e incluso más nocivo cuando su esencia está viciada. El problema es que el filme toma una dirección hacia la radicalidad de forma demasiado brusca y poco cimentada, por lo que el último tramo da la impresión de ser más un intento de dejar el mensaje claro mediante el impacto que de una evolución coherente de la trama. Eso, y el hecho de que incluso en sus últimos estertores haya escenas demasiado cotidianas y sin objetivo, típicas de los comienzos de una película cuando se establece una dinámica de personajes, pero superfluas a esas alturas, hacen que el filme no llegue a cuajar como la gran película que podría haber sido.

La última película de la sección paralela es hasta ahora la que más división ha causado entre los espectadores. Se trata de la ya mencionada Les Amours Imaginaires, que ha atraído a tantos detractores como admiradores. Yo me encuentro entre los últimos, aunque es perfectamente entendible que una cinta con un estilo tan marcado provoque este tipo de reacciones. Y es que la película de Xavier Dolan es toda ella un exceso formal que deja en segundo plano el guión. Su trabajo milimétrico con la luz, el encuadre y el vestuario en busca de la mayor belleza expresiva; su recurso de mezclar música e imagen a cámara lenta, casi fotográfica, como únicos elementos de determinadas escenas; sus rupturas narrativas para introducir elementos de falso documental (que arrancaron las mayores carcajadas entre el público por su naturalidad sin pelos en la lengua) son vistas por algunos como innecesarios, redundantes y propios de una revista de moda. Sin embargo, pedirle al director que prescinda de ellos sería como obligarle a Lynch que deje sus paranoias, ya que hay que valorar estos momentos por su poder visual y su sentido narrativo, cercano a los planteamientos expresionistas en donde el contexto tiene tanto valor como la historia, pero con una vertiente pop y lujuriosa.
Todo ello está al servicio de una película sobre el amor. No es una historia de amor, sino sobre los efectos que éste tiene sobre las personas: lo que mueve en nuestro interior, lo que nos transforma, lo que duele. El amor planteado como una adicción, a la vez tan necesario como el aire y tan tóxico como la cicuta, y separado del sexo por completo. Un concepto abstracto del que muchas veces nos enganchamos sin importar quién sea el recipiente de este amor: la idealización del otro, la obsesión, la lucha por obtener su atención sin sucumbir a él. Es un filme hermoso y lleno de humor, aunque su exceso formal limite su capacidad para emocionar en los momentos más dramáticos.

Y para terminar, la Sección Oficial, con una película salida del festival de Sundance. Se trata del tercer filme de los hermanos Jay y Mark Duplass, la comedia de personajes Cyrus. Es una película sencilla tanto en lo formal como en lo argumental, que deja todo el peso de su efectividad a los actores, principalmente al duelo de intelectos de John C. Reilly y Jonah Hill, que interpretan de forma soberbia a un comprensivo perdedor que conoce a la mujer de su vida, y al hijo perfecto pero potencialmente psicópata de ésta, respectivamente. Hay dos formas de ver esta cinta: como una comedia sin más, en cuyo caso es un divertimento ejemplar e inteligente; o como una mirada incisiva sobre las relaciones personales, en donde los sentimientos y la manipulación del otro están inextricablemente unidas. En ambos sentidos, el filme funciona como un reloj, de forma espontánea y fácil de digerir. Sólo su caída ocasional en la convencionalidad impide que sea un peliculón con todas las de la ley, pero aún así es una magnífica cinta.
Por ahora eso es todo. Mañana hablaré de una película que está causando revuelo en Valladolid, La Mosquitera, y con suerte entraré de lleno en la sección Tiempo de Historia.