Portada>Noticias>Reflexiones de un guionista en Sitges. Parte V: The Life of Chuck

Reflexiones de un guionista en Sitges. Parte V: The Life of Chuck

Reflexiones de un guionista en Sitges. Parte V: The Life of Chuck
user avatar

Carlos García Porcel, 30/10/2025

Domingo, 12 de octubre, 8:00 de la mañana.

Un pequeño pero alegre rayo de luz me ilumina mientras espero a entrar en El Tempo, el Auditorio Meliá, para honrar a mi patria: el cine.

Y es que no tengo otra lealtad institucional que mi amor por el séptimo arte. Me alegra como un chiquillo cuando su Tamagotchi crece (sí, la edad, amigo, la edad) si me encuentro una película que respeta los principios de lo que yo defino como CINE: personajes, trama, diálogos, estética, mensaje.

Así afronté el visionado de The Life of Chuck (escrita y dirigida por Mike Flanagan, basada en un relato de Stephen King), con ilusión. En mi cabeza se mezclaban Stephen King, Ron Swanson (Nick Offerman), Tom Hiddleston y, en menor medida, Mike Flanagan.

¿Cumplió mis expectativas? A continuación, mi reflexión, distribuida como el trampantojo que usa la película con los ACTOS.

A partir de aquí, spoilers.


ACTO III: Thanks, Chuck

El relato por el que tiene sentido que la película esté en Sitges. Este fin del mundo, mezcla de lo sobrenatural con lo emocional, establece el tono de la película: frente al desmoronamiento del mundo alrededor, nos tenemos a nosotros. Somos nuestra propia multitud, contenida dentro de nuestro tierno corazón.

Curiosamente, el protagonista de esta pieza no es Chuck, sino un ciudadano cualquiera, un profesor interpretado por Chiwetel Ejiofor. Chuck queda como un hecho misterioso y omnipresente. Con Marty presenciamos el colapso de la Tierra (bien metida la crítica ecológica) y la actitud de quienes la están viviendo: desde indiferencia, estupefacción, ceguera o determinación.

Complementa la pieza la voz de un narrador que nos sitúa en el contexto y nos explica quiénes son y qué hacen los personajes. No seré yo quien diga que la voz de Nick Offerman no es digna de ser escuchada noche y día, hasta el juicio final, pero en este caso la voz en off no aporta un punto de vista nuevo, ni ironía, ni falso testimonio. Es el rastro más evidente de que estamos ante una adaptación literaria.

No me esperaba el porqué de este primer acto (entré al cine sin saber nada de la película), y está bien hilado con lo que viene más tarde. Si hiciera un top 3, este ocuparía el 2. No por falta de excelencia, sino por dos razones: es el acto más prescindible, aunque el más épico, y porque para mí el alma de la película está en el Acto II.


ACTO II: Buskers Forever

La segunda parte se estructura en una set-piece donde Chuck, adulto average, responsable, fiel, correcto… se desmelena por un momento y baila ante una multitud. De eso va, nada más.

Como guionista, poco puedo decir: esta secuencia es pura dirección, pura realización y pura actuación. Apenas guion. Ahí es cuando vemos la magia del cine.

Pero si me interpela como humano (la secuencia de un tío de 39 años llamado Carlos… ¿hola, yo?): es un mensaje tan luminoso como triste. Como contaba Jorge Bucay en su cuento El Buscador, nuestra vida se cuenta en momentos vividos, no en minutos transcurridos. Cuando cierras los ojos, recuerdas aquella vez en el parque de atracciones, o el primer beso; nadie se acordará de las horas que estuvo en TikTok.

Es el momento de luz, de épica, de sencillez, pero de profundidad. Con un parco pero suficiente Tom Hiddleston, es la parte por la que creo que Mike Flanagan quiere que recordemos la película.

Yo lo haré.

ACTO I: I Contain Multitudes

Y cuando la película está en lo alto, en un canto al amor (propio y ajeno)... viene el bajón emocional.

Porque el material de partida ya es un caramelo envenenado: se supone que The Life of Chuck parte de un relato corto del Rey de la literatura de terror.

Y por la “manía” de Mike Flanagan de dejar todo atado y bien atado. De rellenar los huecos y dar sentido a todo. Un grave error… ¿No es la vida una serie de casualidades y causalidades?

¡Ah! Y después está el elemento sobrenatural, que entiendo que tiene algún sentido, pero que yo no lo sé ver.

Si tuviera que salvar el primer acto sería por el ataque directo hacia mí como creador: el omnipotente poder del guionista de “contener multitudes”.

En definitiva, The Life of Chuck busca de forma un tanto pornográfica (digamos softcore) la emoción. No seré yo quien se resista a ello (leer arriba si no os lo creéis), pero creo que cuando alguien se empeña tan encarecidamente en perseguir el objetivo puede —y en este caso lo hace— caer en lo contrario: una desconexión con la emoción del protagonista.

Pena de Acto I, porque podría haber sido una mejor película sin tanto sentimentalismo.

Por ahí he leído, con acierto, que es un anuncio de Coca-Cola.

Y mira que me gusta la Coca-Cola.

Y sus anuncios.

Pero el cine es algo más.