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Los Renegados del Diablo

'Experiencia asombrosa'

Poco tiene que ver la segunda película de Rob Zombie con su opera prima: La casa de los 1000 cadáveres, salvo la adoración que desprende cada uno de sus planos por el cine de terror de los setenta

Poco tiene que ver la segunda película de Rob Zombie con su opera prima: La casa de los 1000 cadáveres, salvo la adoración que desprende cada uno de sus planos por el cine de terror de los setenta. Más allá del mero homenaje y reciclaje de cintas como La matanza de Texas, Las colinas tienen ojos o La última casa a la izquierda, Los renegados del diablo tiene un marcado sello personal y es una película hecha para disfrute del propio Rob Zombie. Es un film caprichoso, con un arranque prometedor y un final que a más de uno le provocará un placer no exento de nostalgia. Entre medias, una colección de escenas engarzadas con peor o mejor suerte, que oscilan entre un ácido y negrísimo humor negro y el más puro terror. Y no lo hace como titubeo, sino aceptando esa premisa hasta sus últimas consecuencias. La implicación emocional con los personajes es difícil partiendo de esa base, y el espectador que se deja seducir acaba sintiendo un torrente de simpatía por el propio Rob Zombie. Durante la más de hora y media que dura la película uno se siente profundamente agradecido por semejante espectáculo, hay tiempo para diálogos perversamente divertidos, situaciones de una comicidad e ironía impagables, sangre a borbotones, gore potente, primeros planos al estilo de los western de Leone, carreteras sucias y polvorientas, planos gratuitos y generosos del culete de la señora Zombie, mucho morbo (todo aderezado con grandes canciones de los setenta y una fotografía propia de aquellas películas) y personajes a los que no se valora como seres de carne y hueso, sino como iconos, símbolos de un cine que queremos recuperar. La maravillosa Freebird suena en el momento perfecto y nos recuerda que la grotesca familia de psicópatas habitaba nuestros sueños mucho antes de que Rob Zombie les pusiera rostro. Pertenece, por tanto, enteramente al reino de la fantasía más sucia, la que se recrea con la visión de la sangre y en la que el ejercicio de la crueldad más devastadora resulta gratificante.
La película comienza con la familia acorralada por la policía en su propia casa. El tiroteo es sencillamente espectacular y muestra el buen manejo de la cámara lenta del señor Zombie. A partir de ahí comienza el desquiciado viaje de los dos hermanos que consiguen escapar: Otis y Baby (soberbio Bill Moseley y sexy Sheri Moon Zombie) que se refugian en un motel hasta reunirse con su padre el Capitan Spaulding (un grandísimo Sid Haig). En su camino dejan un reguero de tortura física y emocional (y se encuentran con un puñado de actores habituales de este género; destaco a Ken Foree y no menciono a más para no olvidarme de ninguno) que hará que muchos espectadores (me incluyo, por supuesto) se lo pasen en grande y otros sean incapaces de soportar el sadismo sin concesiones de muchas escenas (y se sientan tremendamente desconcertados ante el cambio de registro en otras). La estructura de la película es irregular dado esos brutales cambios de tono pero como conjunto funciona perfectamente al convertirse en una película desinhibida y anárquica que consigue con su distanciada ironía acabar provocando en el espectador una reflexión cargada de nostalgia. La película avanza a hachazos y está repleta de escenas que no aportan nada narrativamente, acrecentando la sensación de locura y la falta de moldes (entre ellas, una de mis favoritas: la brutalmente divertida intervención del crítico de cine).
En definitiva, una película con un potente estilo visual (cercano al tono crepuscular del western en muchos momentos), una narración irregular y la demostración de que Rob Zombie será uno de los cineastas a tener en cuenta en el futuro. Su estilo ha evolucionado mucho desde la primera parte y está en camino de ofrecernos, tarde o temprano, una verdadera obra maestra. Por de pronto, Los renegados del diablo ha sido una de las experiencias más asombrosas de los últimos años. A pesar de tomar prestado como declaración de principios el estilo de los setenta, es una película que no podría haber sido rodada en esos años y pertenece enteramente a nuestro tiempo (recuperando ese estilo como reflexión acerca del cine que queremos para el futuro y afianzando su mensaje con el uso de la ironía y el sarcasmo). No apta para todo el mundo (excluidas quedan de antemano las mentes más sensibles y cerradas), sólo para el que sepa reconocer y apreciar las claves de su particular universo cinematográfico y explote su lado oscuro sin culpabilidad y con total inocencia, creo que, aún así, es de visionado obligado para cualquier espectador, aunque sólo sea para sentirse profundamente asqueado y ofendido por los delirios grotescos de Rob Zombie (aunque alguno simplemente se aburrirá). Una película que obliga a tomar partido: ¿es la violencia directa y gratuita ofensiva? Mientras algunos se devanan los sesos y otros dan un sí rotundo, los demás esperamos con ansia la próxima película del excéntrico Zombie.

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Hattie Carroll

04/02/2006

Valoración

8.00

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BSO