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Especial Alatriste: Reverte, una mirada nostálgica

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Vanderhoff, 01/09/2006

En esta España de hoy, denominada por algunos nación de naciones y a la que no reconocería ni la madre que la parió, ya no hay espacio para los Alatristes. Hoy en día triunfan en nuestra desgraciada patria los políticos desvergonzados, los oportunistas y aquellos que saben manejar como nadie el dinero, moviéndolo a su antojo con total impunidad e incluso envidia de sus vecinos. A lo sumo hay hueco para los navajeros, una raza aparte que dirime sus desencuentros con el acero albeceteño en una mano y la pluma aguerrida en la otra, a la vieja usanza de los Quevedo y Góngora. Entre estos navajeros de la prosa española se encuentra don Arturo, un marinero capaz de dirimir sus disputas con otros literatos mediante el estoque rápido o de levar anclas y dejar al resto que se saquen los ojos mientras él sigue a lo suyo, disfrutando de la mar y de sus libros, de la historia de una España cargada de desventuras pero también de orgullo.
Don Arturo es un personaje nada usual en estos días. No está de moda la austeridad, la nostalgia, el desengaño, la pasión por la historia y la cultura. Hoy se valoran numerosas virtudes de las que don Arturo carece. Quizá 21 años, que se dice pronto, detrás de las trincheras analizando con su objetivo y reflexión a verdugos y víctimas en innumerables guerras le hizo de una pasta especial. Una pasta escéptica con el ser humano, hecha de la experiencia de haberlo visto todo, para bien o para muy mal. Sin embargo don Arturo sabe como pocos valorar su propia vida y los pequeños placeres: una sonrisa de un viejo amigo, el olor que desprende un libro al ser abierto, los recuerdos de tiempos mejores, bucear en nuestra paradójica historia y descubrir que la cultura y el conocimiento de nosotros mismos son nuestras principales armas contra la estulticia que se extiende sin freno alguno y que sitúa a auténticos imbéciles como portavoces de nuestros designios en esta nueva España que va de moderna pero no deja de ser tan cainita como en el Siglo de Oro.
Después de dejar caer el telón de la guerra y colgar el micrófono de corresponsal, don Arturo comenzó un retiro voluntario para dedicarse a la reflexión, al estudio y a la escritura. Este último punto es el que le ha llevado a una fama de la que probablemente no sienta ningún orgullo, pero que también le ha proporcionado una legión de admiradores de habla hispana a ambos lados del Atlántico. Sin duda la serie de novelas de Alatriste, llevada ahora al cine, es el legado más especial que dejará a la literatura hispana. Pero no es el único. La lista se nutre de best-sellers eficientes, bien escritos y que manejan el thriller y la novela histórica como El club Dumas, La tabla de Flandes o El maestro de esgrima, por nombrar tres de las más exitosas. También hay hueco para la autorreflexión sobre la guerra moderna de Territorio Comanche y la reciente El pintor de batallas, el thriller más puro con contexto social de La reina del sur, aventuras marinas a la antigua usanza en La carta esférica y por último la incursión en el ensayo de Reverte dando su propia versión de la famosa batalla de Trafalgar.
Además de novelista, don Arturo deleita a sus lectores más fieles y constantes cada domingo en el dominical El semanal, donde alterna artículos que repasan la actualidad y sus recuerdos más nostálgicos de tiempos pasados o fragmentos de su vida más sencilla. Los primeros le han canjeado más de un enemigo, pues don Arturo expone sin censura alguna su personal e intransferible punto de vista, alejado completamente de lo denominado políticamente correcto. Prosa agresiva, ocasionales palabrotas y una desvergüenza inusual en la prensa actual dan pie a constantes quejas y cartas al director mentando a los muertos de don Arturo, al que le entra por un oído y le sale por el otro, de vuelta de todo y sin ganas de educarse ya en las buenas maneras de las nuevas correcciones gramaticales que desdoblan el género (vascos y vascas), utilizan neologismos absurdos o meten con calzador palabras de los otros tres idiomas nacionales por aquello del buenrollismo que conoce don Arturo. Sus mejores artículos, un placer para la lectura fácil y rápida pero no ausente de reflexión, están recogidos en tres libros recopilatorios de recomendable lectura.
Arturo Pérez-Reverte, el escéptico reportero, el nostálgico patriota, el exitoso literato, el incisivo articulista, el viejo marino que ve pasar la vida pensando que los demás van en dirección contraria y que nada nos puede salvar a excepción del conocimiento de nuestra historia, tuvo su mayor honor en el 2003, año desde el cual ocupa el asiento T de la Real Academia Española. Es justo que un tipo que ha defendido con uñas y dientes un idioma histórico y hablado por cientos de millones de personas ocupe ese lugar, y a buen seguro que don Arturo, como viene haciendo desde hace años, nos defenderá a nosotros y a nuestra historia con uñas y dientes. Perro viejo este don Arturo.