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Especial Slapstick (II): Edad de oro y decadencia

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En la primera parte de este Especial sobre slapstick les hablamos sobre los orígenes del género, con la creación de la Keystone y el surgimiento de los primeros grandes cómicos, como Roscoe 'Fatty' Arbuckle, Charles Chaplin, Harold Lloyd y Buster Keaton. Seguidamente nos centraremos en la evolución del género a lo largo de los años 20.


El salto al largometraje

De entrada, el terreno natural del slapstick era lógicamente el cortometraje. Se trataban de filmes basados en sketches y con personajes inicialmente poco definidos, por eso no parecía tener sentido dedicarles más de una hora de película. Pese a ello, Sennett hizo ya un intento de crear el primer gran largometraje de slapstick en un año tan temprano como 1914, con El Romance de Charlot, una película de más de una hora en que aparecían todos los cómicos de la Keystone junto a la por entonces conocida actriz teatral Marie Dressler. Aun así, es significativo que, pese al éxito de la película, Sennett prefiriera volver al formato más seguro del cortometraje, ya que por entonces el género aún no había evolucionado lo suficiente como para funcionar durante tanta duración.




El salto al largometraje (y con él la consagración definitiva del slapstick) vino cuando los grandes artífices del género como Chaplin y Harold Lloyd fueron alargando sus películas de forma paulatina. Su paso al largometraje sí fue un éxito en todos los sentidos, pero porque fue un salto natural que venía del hecho de que sus filmes eran cada vez más complejos y con unos personajes más desarrollados.

Lloyd por ejemplo tanteó la posibilidad de protagonizar un drama puro y duro, pero su productor le convenció para que no se arriesgara tanto y el resultado fue un término medio, la exitosa El Mimado de la Abuelita. Pero Lloyd no se detuvo ahí. Con El Hombre Mosca creó su película más emblemática, en la que combinaba humor con suspense en la antológica escena en que escala el edificio. Tras ese hito, el cómico quiso volver a probar la combinación de géneros en El Tenorio Tímido (una mezcla de slapstick con película romántica, que incluía una larga escena de rescate en el último momento que duraba una tercera parte del metraje) y siguió profundizando en la naturaleza humana de su personaje en El Estudiante Novato (el mayor éxito de taquilla de su carrera) y El Hermanito (lo más cerca que estuvo nunca de realizar un film convencional).




Chaplin llegó aún más lejos. Su inmenso éxito y popularidad no se redujeron únicamente a sus ingresos de taquilla, sino que consiguió convertirse en uno de los cineastas más prestigiosos de su momento. Los críticos e intelectuales se deshicieron en elogios sobre su arte tan desmesurados que Chaplin acabó inevitablemente tomándose a sí mismo demasiado en serio. Después de arrasar con El Chico, una combinación magistral de slapstick y melodrama dickensiano, se animó a dirigir un drama serio en el que además él no aparecía como actor. Una Mujer de París fue una muy buena película alabada por la crítica y que sirvió de influencia a muchos cineastas, pero no rindió en taquilla: el público quería a Charlot. Chaplin captó el mensaje y realizó uno de los mayores éxitos de la era muda, La Quimera del Oro, y después la infravalorada y preciosa El Circo.

El resto de cómicos de slapstick se encontraban siempre detrás de ellos dos en cuanto a popularidad, pero a día de hoy los largometrajes de Buster Keaton gozan de tanto prestigio como los de Chaplin. Su afición a los malabarismos técnicos le llevó a crear una de las mayores joyas de la historia del cine, El Moderno Sherlock Holmes, en la que jugaba con un concepto tan moderno como el de metacine. Junto a ésta vinieron otras obras paradigmáticas como Siete ocasiones, con la famosa imagen de las novias persiguiendo a Buster, o El Navegante, su mayor éxito de taquilla.




En el caso de Keaton, su obra más ambiciosa fue desafortunadamente la que empezó a hundir su carrera. Aunque a día de hoy se cita unánimemente a El Maquinista de la General como su mejor película, en su momento fue una producción carísima que además fracasó en taquilla. ¿Quién habría imaginado diez años atrás que un cómico iba a realizar una gran producción de slapstick que incluía batallas de la Guerra de Secesión? El público no pareció ubicar esa extraña combinación entre humor y Guerra Civil: era un contexto demasiado realista como para ver en él a Buster peleando y matando enemigos.

Tras esta película, Keaton empezó a perder el control total sobre su obra, viéndose obligado a tener a otro director en sus rodajes. En última instancia, se puso la soga al cuello al entrar en la plantilla de un gran estudio, perdiendo así su independencia. Por suerte, previamente nos dejó algunas joyas más, como El Colegial, El Cameraman y, sobre todo, El Héroe del Río, que para muchos es su mejor película y contiene el gag más arriesgado y famoso de su carrera: un muro le cae encima pero él sale indemne al pasar a través de una ventana. La pared era real y, por tanto, si no hubieran calculado con precisión el lugar por el que estaría la ventana, habría muerto aplastado.


Otros cómicos destacables

Siempre que se piensa en slapstick se tiende a recordar ante todo al trío Chaplin-Keaton-Lloyd, pero lógicamente el género tiene muchos más cómicos entre los que indagar, como los que les presentamos a continuación.




Uno de los favoritos de la crítica es Harry Langdon, que solía ser citado como el 'cuarto grande'. En verdad, en su época Langdon logró una inmensa popularidad, pero acabó siendo tan breve su momento de éxito que el tiempo lo sepultó en el olvido. Langdon encarnaba a un personaje de carácter infantil e inocentón que salía milagrosamente indemne de los abusos a los que le sometían el resto. El director de sus primeros films fue Frank Capra, quien luego iniciaría una larga carrera de sobra conocida como director y se atribuiría (seguramente de forma injusta) el mérito del éxito de Langdon.




Más recordados son hoy en día Stan Laurel y Oliver Hardy, ya saben, el Gordo y el Flaco. Ambos ya tenían una carrera en el vodevil por separado y habían hecho cortometrajes cómicos por su cuenta, hasta que el estudio para el que trabajaban decidió unirlos para convertirles en el dúo cómico que todos recordamos. Su popularidad llegó al nivel de convertirlos en iconos del cine y tuvieron la suerte de resistir maravillosamente el paso al sonoro. Los inolvidables gritos de Hardy cada vez que se hacía daño (lo cual sucedía con mucha frecuencia) y el tono de voz bobalicón de Stan encajaban perfectamente con el sonido, y por ello resistieron bien esa prueba llegando a realizar algunos largometrajes (eso sí, bastante irregulares).

Curiosamente, aunque Stan encarnaba al personaje tonto e inocente, en la vida real era el cerebro del dúo, papel que Oliver le cedió gustosamente. Como curiosidad, otro director de prestigio empezó su carrera dirigiendo sus cortometrajes: Leo McCarey, futuro autor de películas como Dejad paso al mañana, La Pícara Puritana y Siguiendo mi camino.




Pasando a cómicos más desconocidos, uno de los que el tiempo ha tratado peor es Larry Semon, conocido en España como Jaimito (no el italiano). Semon era un cómico cuya ambición y sentido del perfeccionismo no tenía mucho que envidiar a los grandes del género. Sus cortometrajes eran tan elaborados que a menudo se le iba el presupuesto de las manos. Su salto al largometraje resultó por tanto lógico, siendo el productor, guionista, director y protagonista de una temprana versión de El Mago de Oz (1925). Pese a su inmensa popularidad, su perfeccionismo era demasiado caro y acabó arruinado y retirándose del cine. Moriría antes de la llegada del sonoro.




Otro por el que yo siento especial debilidad, pese a no haber sido tan célebre como sus compañeros, es Charley Chase. Chase encarnaba a una especie de galán refinado que se veía abocado a situaciones incómodas que eran el detonante de todos los gags slapstick. Su personaje carecía de una imagen tan reconocible como el resto de actores, y eso quizá provocó que nunca tuviera tanta popularidad. No obstante, tiene en su haber una serie de cortometrajes memorables dirigidos también por nuestro amigo ya mencionado Leo McCarey.


Paso al sonoro

El slapstick era ante todo un género fruto de su tiempo: la era muda del cine. Por ello, el paso al sonido resultó algo problemático para muchos de sus protagonistas. La cuestión no era únicamente que fuera un tipo de humor muy visual, sino que tenía ciertos rasgos surrealistas que se perdían con el añadido del sonido, que le daba más realismo a lo que mostraba la pantalla. Desde luego, no era imposible hacer ese tipo de humor con el sonido, como bien demostraron los hermanos Marx, pero implicaba un repentino cambio de mentalidad y un tipo diferente de lenguaje.




Keaton por ejemplo pensaba que el sonido no le sería un inconveniente: estaba acostumbrado a usar su voz en su pasado en el vodevil y de hecho hasta sabía cantar canciones. Pero no contaba con el problema de que al público se le haría raro escucharle: su personaje era tan sui generis, con esa cara inexpresiva, que cuando su voz otorgaba vida a este ser tan único y especial causaba cierta extrañeza. Eso sin contar, claro está, que a finales de los años 20 había perdido el control sobre sus películas y estaba en un proceso de hundimiento total acelerado además por su alcoholismo. Esa suma de circunstancias acabó con la carrera de Keaton. En los años 30 tuvo algunos éxitos en obras olvidables y sin ningún rasgo de su personalidad, pero después de eso quedó sepultado en el olvido absoluto hasta su redescubrimiento en los años 50.

En lo que respecta a Lloyd, él no sólo no rechazó el sonido, sino que abrazó esa innovación desde el primer momento, hasta el punto de volver a filmar la mayor parte de su película Welcome Danger (1929) en formato sonorizado cuando ya estaba terminada, por miedo a que una comedia muda quedara fuera de lugar en aquellos tiempos. El film fue un éxito asombroso y la voz de Lloyd superó la prueba de fuego, pero a partir de entonces cada película que estrenaba iba teniendo menos éxito que la anterior, hasta que a finales de los años 30 abandonó su carrera.




El caso de Chaplin es de sobras conocido. Él, a diferencia de los otros dos, rechazaba abiertamente el sonido, ya que basaba su humor en la mímica y la pantomima. Por otro lado, su famoso Charlot se había convertido en un personaje tan universal que era controvertido ponerle voz, ya que cada espectador la imaginaría a su manera. ¿Cómo reaccionarían al oír su timbre real con su acento británico? A Chaplin le horrorizaba la idea y retrasó su paso al sonido lo máximo posible profetizando que no sería más que una moda pasajera, demostrando que sus dotes como adivino dejaban mucho que desear.

Su primer film estrenado en la era del sonoro, la obra maestra Luces de la ciudad, seguía siendo una película muda pese a que ya sólo se hacían talkies. No obstante, su popularidad hizo que fuera un éxito de taquilla pese a ese hándicap. Su siguiente obra, Tiempos Modernos, resultaría ya alarmentemente anacrónica si seguía siendo muda, así que Chaplin transigió en parte: el film contenía banda sonora y diálogos, pero hizo que su personaje hablara lo menos posible. Su momento de diálogo más célebre fue una canción al final en un idioma inventado, lo cual era una forma muy ingeniosa de retrasar el momento de mostrar al público cómo hablaba Charlot.




En El Gran Dictador, Chaplin por fin dio el salto definitivo al sonido y el diálogo. Por entonces ya hacía 10 años que el sonido había barrido a la mayoría de cómicos de slapstick, pero él consiguió mantenerse gracias a su popularidad, superando así la prueba del sonido. No obstante, pese a su tozudez tuvo que pasar por el aro como el resto y adaptarse a los nuevos tiempos.

Salvo los casos circunstanciales de Chaplin y Laurel y Hardy, el sonido acabó con el slapstick convirtiéndolo en un género asociado a la época muda. Con el sonido florecieron otras formas de comedia adaptadas a las circunstancias, como las screwball comedies repletas de diálogos o los números cómicos que imitaban folletines del music-hall, con horribles canciones incluidas. Aun así, el slapstick ha acabado siendo un género reivindicado por cómicos y cineastas tan dispares como Jacques Tati, Jerry Lewis o el equipo formado por Jim Abrahams y los hermanos Jerry y David Zucker. Pese a que pueda parecer un género anacrónico y simplista al basarse en un humor muy elemental, las grandes obras del género siguen siendo una auténtica maravilla no solo como comedias, sino también como películas.

Para cerrar este Especial les propondremos en el próximo artículo una selección de 10 títulos como introducción al género.


Jacques Tati junto a Mack Sennett y Stan Laurel

 

Fuente: CINeol | Visitada: 4295 veces


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Comentarios (1)

18:27 - 06/05/2014

elChupao

Es curioso como películas que en su momento fueron relativos fracasos con el tiempo se convierten en referencias. El maquinista de la general es un peliculón para la época y el guión es muy ingenioso. La tengo por ahí en una cinta VHS grabada de la 2 que la debí ver cerca de 50 veces. Tiempo después la compré en DVD y venía con distinta banda sonora y me sonó muy rara. Casi como si una canción que te sabes de memoria de mrepente la cantan con otra letra.

Ahora que han pasado unos años sin verla igual me atrevo a volverla a ver en DVD a pesar de la música.


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