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Diario de Sitges 2019 (VII): La mirada del otro

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Según el profesor de escritura Philip Parker, solo hay 10 tipos de historias que se repiten una y otra vez. Muchos autores coinciden en ello, aunque varía el número señalado, mientras que otros hablan de elementos fijos que se combinan de distintas formas. Es una perspectiva fatalista sobre la originalidad en el mundo de la cultura narrativa, pero hace todavía más importante la necesidad de contar con distintos puntos de vista y experiencias. En el cine, especialmente el de Hollywood, este punto de vista ha sido históricamente el del hombre blanco heterosexual de posición acomodada.

Por cierto, ¿os he dicho que el sector más representado en la prensa de este festival es el de hombres blancos heterosexuales? El público es mucho más diverso, podríamos decir incluso que se acerca a una proporción 50-50 entre hombres y mujeres, pero en la sala de prensa es un 70-30 como mucho. Lo cual no habla muy bien de la inclusividad en el periodismo cultural. Quizá sea debido a esas carencias en el punto de vista, que afortunadamente se están empezando a subsanar últimamente.




El interesantísimo documental HORROR NOIRE: A HISTORY OF BLACK HORROR () va precisamente de eso, aunque centrándose en la representación de los afroamericanos en el cine fantástico y de terror a lo largo de la historia, y la evolución que han tenido tanto en presencia como en las historias que se han contado o los estereotipos que se han venido utilizando. Todo ello con una realización bastante estándar para una obra de no ficción (clips de películas salteados por entrevistas), pero muy bien construido, explicado y ejemplificado.

La tesis del film, que comienza con El Nacimiento de una Nación y culmina con la oscarizada (con toda justicia, pese a lo que alguno pueda decir) Déjame Salir, está bastante clara y bien argumentada gracias a los actores, directores, críticos e historiadores negros que intervienen: lo que vemos en la pantalla es un reflejo de lo que está viviendo la sociedad en esos momentos, pero también puede contribuir a normalizar los cambios hacia una mayor igualdad y, sobre todo, puede reafirmar o invisibilizar culturalmente a todo un sector de la población.

Así, la película analiza los distintos clichés perpetuados por el cine (el salvaje hipersexualizado, el criado tonto y solícito, la figura maternal que se sacrifica por la chica blanca, el negro mágico que aporta consejos y clarividencia al chico blanco...) y su contexto histórico; contrapone las obras contraculturales realizadas por directores de color con las asumidas por el sistema blanco; e ilustra las distintas corrientes cinematográficas que han ido haciendo progresar (o retroceder) la imagen pública de esta etnia, y cómo han ido incorporando su cultura, sus miedos, sus intereses, su realidad social, su relación con el mundo.

Todo ello compone una obra fascinante (más por su contenido que por su forma), muy necesaria para cualquier persona interesada en temas sociológicos aplicados al séptimo arte, y llena de hitos cinéfilos para añadir a una lista de reproducción que pueda darte una imagen más amplia de quiénes son esos 'otros' que hace décadas podían parecer extraños monstruos pero, con sus diferencias, son como todos nosotros los críticos blancos de Sitges.




La voz femenina también tiene muchas dificultades para expresarse en el cine. NINA WU () no solo está dirigida por una mujer, sino que trata precisamente de eso, de la forma en la que el mundo del cine oprime, acosa, silencia, utiliza y comercia con las mujeres. Todo ello a través de una historia que mezcla realidad con ficción rodada, sueño (pesadillesco o ilusionado) con experiencia vital, emoción con artificio, con ecos del juego de espejos que ya plantearon en su día David Lynch (Mulholland Drive) y Satoshi Kon (Perfect Blue), aunque con un estilo menos intrusivo.

No quiere eso decir que Midi Z no tenga personalidad. Al contrario, bebe tanto del realismo social asiático como de las imágenes sugerentes de Kar Wai Wong para concebir una mezcla de miradas siempre fijas en la protagonista, siempre frágiles como su estabilidad mental, de forma que pueden mutar en cualquier momento entre la pirueta técnica y el plano fijo, entre un paseo por la calle de un barrio costumbrista y la llegada traumática de una asesina imaginada. Un juego de pistas y vasos comunicantes, de alteraciones en el punto de vista narrativo, de paralelismos simbólicos para establecer significados complejos, que aborda la desestabilización interna de una víctima de abuso que debe lidiar con el dolor y el conflicto de conseguir sus metas y sueños solo cuando cede a un sistema que la explota, la cosifica, la obliga a desprenderse de su personalidad para ser solo un objeto del hombre.

Su estructura y desvíos no siempre funcionan con la fluidez necesaria, no llegan a construir un cuadro metafórico sin fisuras, pero sus momentos más acertados y potentes, su emoción rabiosa encarnada por una magnífica Ke-Xi Wu, son suficientes para compensar todo eso con creces.




Otra película que lidia directamente con el intento del hombre blanco (en este caso, el imperialismo americano) de silenciar y hacer desaparecer a las minorías o a los pueblos más desfavorecidos es la brasileña BACURAU (), un soberbio ejercicio de estilo que mezcla el costumbrismo rural con el spaghetti western y la sátira surrealista. Una obra que comienza en el cariño por los pueblos casi desaparecidos que son como una gran familia y termina llamando a la revolución de los pequeños contra una élite mentalmente enferma.

Planteado como una distopía muy leve y cercana, donde la violencia en las grandes ciudades y la inestabilidad del sistema capitalista está obligando a regresar a la gente a sus lugares de origen, que deben lidiar con problemas de corrupción política y falta de acceso a los recursos, el film critica la situación actual de estas regiones y ensalza su sentido de la comunidad. Pero este tono se rompe en numerosas ocasiones, primero con la aparición de una amenaza foránea que puede acabar con el pueblo y todos sus habitantes, que en lugar de ser tratada desde el suspense es objeto de burla y escarnio sobre su patetismo desquiciado. Así, sus escenas se alargan hasta lo cómico por el puro sinsentido (real, si vemos las noticias, pero igualmente absurdo) de su ideología y comportamiento.

Todo ello va construyendo una olla a presión que comienza a liberarse en su último acto a través de un clímax de violencia, reivindicación histórica, tensión narrativa y salvajismo antisistema que supone un enorme FUCK YOU a fascistas ególatras y subnormales como Trump. Un western cómico, brutal, tierno, ácido, hermoso y fascinante que no tiene un minuto de desperdicio. Una de las joyitas del festival.




En cambio, THE MUTE () podría ser igual de subversiva, pero se queda a medio gas. Sobre el papel, su guion debería funcionar bien porque en realidad no se sale del esquema clásico de El Hombre que Pudo Reinar, en donde dos hombres llegan a una cultura desconocida y acaban separados por sus distintos puntos de vista sobre cómo relacionarse con ella: uno la explota y manipula, el otro intenta comprenderla e introducirse en ella. Sin embargo, su estilo siempre se pone en medio para dificultar la tarea,

Rodada de la forma más fea posible, con cámara en mano de esas que se tropiezan mucho, hacen muchos primeros planos retorcidos e intentan acentuar cada milímetro de mugre en un ambiente de luces grisáceas y desaturación de colores, es una película mal narrada y montada. Más pendiente del aspecto visual que de contar una historia, el director tira de intensidad casi a cada momento, sea con gruñidos y gritos, con acumulación de personajes en escena o con presuntas amenazas que se quedan en nada. El resultado es que cuesta seguir la trama porque los diálogos ocupan un segundo plano y la mirada no se fija en la motivación de los personajes; y que es casi imposible implicarse porque la emoción y la humanidad son sustituidos por una rabia impostada.

Es una pena, porque una mirada más clásica a la historia (o, al menos, un director menos chillón que se fijase en lo que de verdad transmiten sus imágenes) habría logrado un film muy interesante sobre la religión como forma de manipular al pueblo, sobre los dogmas como lastres para el desarrollo cultural, y sobre la colonización como fenómeno inherentemente negativo.




En comparación con este exceso caótico, una película tan inofensiva como PATRICK () resulta más subversiva. Porque la absoluta normalidad con la que Tim Mielants retrata a una comunidad nudista, con penes, tetas y chochos por doquier sin que en ningún momento se sexualicen, ya es más novedosa y afilada que cualquier cosa que un objetivo en ojo de pez pudiera conseguir.

La historia nos presenta a un tipo un poco corto que ayuda a sus padres a gestionar un camping nudista. Dos eventos harán que su mundo rutinario y seguro se desestabilice: su padre fallece y uno de los martillos de su colección desaparece sin rastro. A partir de ahí, Patrick se volcará en investigar el caso con un apego emocional inusitado, ya que actúa como sustituto para huir tanto del proceso de duelo como de la herencia de responsabilidades paternas que le conducen inexorablemente a una madurez que le da pánico.

El film es curioso, interesante y simpático, pero no os voy a engañar: no es nada del otro mundo, os podéis imaginar a dónde conduce emocionalmente este viaje y por momentos es farragoso en su narración, tanto por un ritmo irregular como por una caracterización de personajes que provoca situaciones incómodas que el film no acaba de comprender. Por el camino quedan escenas y gags soberbios (como la pelea en la caravana) que, afortunadamente, hacen que merezca la pena soslayar estas debilidades.


Para mañana me reservo otras miradas culturales, como la de una nevera que compone hip hop, un colectivo que sin duda ha estado mucho menos representado en el cine que los afroamericanos.

@DamnedMartian

 

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