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Diario de Sitges 2019 (IV): Narradores de la A a la Z

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¿De dónde nacen las historias? Hay veces que una sola idea surgida por casualidad puede engendrar todo un relato. Otras, la confluencia de referentes generan una nueva forma. Otras, una simple casualidad o un factor aislado puede despertar la imaginación. Pongamos por caso que vas paseando por el centro de Sitges y escuchas una voz argentina diciendo la frase “Era eso o morfina”. Bien, con ese simple elemento puedes hacer lo que tu mente te dicte: descartarlo como algo anecdótico, buscar la explicación más sencilla de que está hablando de una persona enferma, o dejar volar la mente para explorar todo lo que podría surgir de esa frase y crear una historia inesperada y sugerente.

Hay tantas formas de concebir y desarrollar historias que cada una de ellas es siempre un mundo propio. Y, a veces, el verdadero interés está en este proceso de creación, en la manera en que distintas personas unen sus cabezas para componer la sinfonía de una película. Y por eso son tan interesantes, al menos para nosotros, los documentales sobre cine.




A estas alturas conocemos prácticamente toda la historia de Alien. El Octavo Pasajero, su rodaje y sus creadores. Por eso, el interés que pueda tener MEMORY: THE ORIGINS OF ALIEN () depende en buena medida de la familiaridad que uno tenga con el film de Ridley Scott y su odisea detrás de las cámaras. O, dicho de otro modo, es un documental que se disfruta más cuanto menos cinéfilo seas.

Como su título indica, uno de los pilares de la película es su análisis sobre las distintas fuentes en las que se basaron Scott, Dan O'Bannon o H.R. Giger para componer el guion, los diseños o la imagen de una de las cintas fundamentales en la historia de la ciencia ficción, que no nació de la nada sino de una combinación de influencias, desde el cómic hasta el cine clásico o la literatura de Lovecraft, pasando por la pintura de El Bosco o Francis Bacon. El otro pilar es un simple making off, en especial de la escena del chest-burster.

El problema del film es que lo más interesante y novedoso, que es esa primera parte, se queda en un segundo plano respecto a la otra, por lo que el documental deriva pronto hacia el típico extra de DVD. El estudio de los orígenes está ahí, pero se apresura para acabar cuanto antes en terreno familiar, lo que hace que pierda profundidad, contexto y capacidad de análisis. En resumen, una obra correcta pero poco incisiva.




Mucho mejor es SESIÓN SALVAJE (), documental español que durante 75 vibrantes minutos de los que no se desperdicia ni un segundo hace un repaso al cine de serie B y Z producido en España entre los años 60 y los 80, que convirtió a nuestro país en una industria en géneros como el fantástico, el terror, la explotación gore o los policíacos de arrabales.

Formalmente no es nada arriesgado, ya que combina clips de películas con entrevistas 'de busto parlante' a actores, directores y productores de la época y otros actuales que se vieron influidos por este cine de videoclub y sala de barrio. Unos aportan conocimiento de primera mano, anécdotas (la mayoría fenomenales) y autoanálisis sobre su filosofía de cine, mientras que los otros aportan una mirada contextual, centrándose en los espectadores y en el efecto posterior que estas obras tuvieron sobre la cinematografía nacional. El repaso es exhaustivo, estimulante y con una estructura férrea, siguiendo un orden cronológico pero dividiendo su discurso por subgéneros y por directores, destacando la labor y personalidad de gente como Amando de Ossorio, Eloy de la Iglesia, Jorge Grau o Jesús Franco, por nombrar unos pocos.

Este es el caso opuesto a la anterior película: como gran desconocedor de este tipo de cine, del que solo he visto alguna obra y puedo destacar aún menos, para mí es un baño de información apabullante y lleno de interés, capaz de despertar en mí las ganas de adentrarme en multitud de filmografías de estos directores. Y ese es, en esencia, el objetivo de los directores del documental: la reivindicación histórica como forma de acercar este cine a una nueva generación. Conmigo han acertado de pleno. Para quien haya buceado en estas aguas, quizá se quede en un mero resumen superficial. Pero, igualmente, tiene un ritmo endiablado y un buen puñado de entrevistas con gancho y mucho humor.




Después de ver ese documental, no sabría decir si Joe Begos está más cerca de John Carpenter o de Eugenio Martín. Lo que sí es seguro es que su última película, VFW (), lleva con orgullo su medalla de cine trash sin complejos. Desvergonzada, ultraviolenta, repleta de sangre y vísceras a todo cachondeo, es todo lo que el público de Sitges puede desear para pasar un buen rato en una sala. Y, de hecho, la platea estaba que se venía abajo de placer.

En esencia se trata de una nueva revisión del esquema argumental de Río Bravo, con un grupo de veteranos de guerra ancianos que ven sitiado su bar por una horda de drogadictos y maleantes en busca de un macguffin que una chica inocente ha introducido en el local. No hay mucho más que rascar en el guion: camaradería entre exsoldados, villanos desquiciados, toque crepuscular por lo de la artrosis y las gargantas raspeantes de alcohol y guerra, y un puñado de armas reales o improvisadas con cualquier pieza de mobiliario. Todo ello al servicio de la carne, el destrozo más grotesco, los cráneos reventados, las amputaciones, los disparos que hacen explotar partes del cuerpo y todo lo que se os ocurra que un experto protésico y varios camiones trailer de sangre falsa pueden aportar a un film de acción.

Modesta en sus pretensiones pero enorme en su factor de diversión para mentes sin complejos y estómagos fuertes (con que no necesiten un protector para caballos, va bien), es un salto de calidad en el cine de Begos, aunque aún tiene que encontrar su propia personalidad. Hasta ahora solo se ha dedicado a darle su toque a historias que beben de los grandes maestros del terror. Quizá su otro film en el festival, Bliss, sea el que le defina como realizador, pero yo no lo podré ver por tema de horarios. Una pena, porque hablan muy bien de él.




Sigamos con el cine trash. El género slasher puede parecer inagotable, excepto si uno ve películas como THE FURIES (), un rutinario ejercicio de casquería sostenido sobre una idea original que podría haber añadido muchos giros argumentales y conflictos morales a la trama, si hubiese estado en manos ligeramente competentes. Lo que no aplica en este caso.

La idea en sí es convertir la matanza en un perverso juego en el que asesino y víctima están enlazados, de forma que cada psicópata debe matar a todas las mujeres indefensas excepto a la que le ha tocado. Y esto no sirve más que para subrayar los huecos de guion, la estupidez de los personajes y la falta de sentido de todo el procedimiento, cuya ejecución es chapucera y carente de tensión o de ironía. Y, aunque los efectos gore están bien conseguidos, ni siquiera las muertes aportan un ápice de entretenimiento o creatividad entre tanta miseria de filtro gratuito de móvil.

En un intento de no convertirse en la película más misógina de la historia, hay veces en que la trama se detiene en seco para que haya algún momento de empoderamiento femenino, siempre a costa de la lógica interna de los personajes o la coherencia de la trama. Especialmente sangrante es un final que quiere convertir la figura de la final girl en una especie de ángel vengador que retuerza los tópicos del género, pero que, vista la chapuza explotadora que ha venido antes, parece el grito desesperado de un incel por no sentirse obsoleto en un mundo que le ha pasado de largo.




Otro tipo de cine de usar y tirar son las películas que claramente estaban pensadas para ser un capítulo de alguna serie estilo La dimensión desconocida, pero como ya no se suelen llevar o su foco está en temas más sofisticados y tecnológicos, se intentan hacer pasar por películas. Eso le ocurre a THE ROOM (), un film que tiene muy buenas ideas de partida, muy buenas ideas sobre dónde llevar ese concepto, y muy poca capacidad para coger eso y desarrollarlo de forma decente.

El problema aquí es que no hay personajes, no tienen conflictos o historias interesantes más allá de la idea de la habitación que concede todos los deseos. Su existencia gira en torno a ello, y por tanto no hay nada que sostenga al film más allá de eso. Pero hay muchos minutos en un largo y no hay tantas cosas que contar, con lo que la trama se vuelve muy irregular en su interés, con muchos minutos donde los protagonistas van dando bandazos hasta la siguiente revelación, abordada de forma tan directa que ni siquiera se aprovecha la intriga o la sugerencia. Los diálogos tampoco aportan nada especial, ni los actores hacen un trabajo destacado, y la puesta en escena es bastante plana por lo general.

Es una pena, porque en manos de un director con mayor personalidad estética, o de un guionista con mayor inteligencia para dotar de riqueza al desarrollo de la historia, habría podido quedar no ya una película decente, sino una genialidad.




Y para finalizar este artículo escrito en un hueco de muchas horas dedicadas sobre todo a cosas que no son escribir, la que podemos considerar como la versión basura de Noche de bodas, por presupuesto e intenciones. Una de las pocas cosas que se pueden aplaudir de SATANIC PANIC () es su honestidad. Cualquiera que lea su argumento o vea alguna imagen puede imaginarse perfectamente qué película va a encontrarse. Y Chelsea Stardust hace esfuerzos denodados para que se encuentre exactamente eso. Que no es algo de lo que estar especialmente orgullosa, ya que parece un film amateur de los que solo se encontraban en VHS en las gasolineras.

No me entendáis mal: como toda serie B que tiene tendencia a ir bajando en el alfabeto conforme avanza la historia, la cinta no se toma nunca en serio a sí misma y busca el espíritu Sam Raimi para entretener de forma carnavalesca, algo que consigue hasta cierto punto. Que no hay ni una idea de dirección detrás, que está rodada con lo que algunos blockbusters gastan en cocaína y que los actores son de función de colegio, eso también es cierto.

Pero, por muy simpática que sea, es un desperdicio. Porque durante su segundo acto tiene varias oportunidades de convertirse en algo más: o bien una sátira mordaz y bruta del capitalismo deshumanizado y la masculinidad frágil; o bien una comedia bestia descontrolada donde cada nueva puerta esconde una locura más salvaje, destrozando de paso la imagen pulcra de la burguesía acomodada. Cualquiera de esas películas habría sido más divertida, afilada y memorable que la colección de tópicos satanistas que se conforma con ser.


Para mañana me dejo los dos platos fuertes de esta jornada: la nueva película de Roberto Huevers, que estáis deseando que se estrene, y uno de los momentos más bonitos que hemos vivido en este festival, en el que toda una sala ha entrado en comunión casi religiosa para reírse de un film que acaba con media hora de epifanías religiosas a cámara lenta.

@DamnedMartian

 

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