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#Crítica

Luna de Avellaneda

'Talento y madurez'

Debo reconocer que desde el momento en que tuve conocimiento de su rodaje, he asociado “Luna de Avellaneda” a “El hijo de la novia”.

Debo reconocer que desde el momento en que tuve conocimiento de su rodaje, he asociado “Luna de Avellaneda” a “El hijo de la novia”. El hecho que se trate del mismo director (Juan José Campanella), guionistas (el propio Campanella y Fernando Castets) y repitan algunos de los actores principales (Ricardo Darín y Eduardo Blanco) ya condicionó desde el inicio mi disposición a presenciar otra entrañable y maravillosa disección romántico-social de la Argentina actual. Es más, ahora, después de haber disfrutado de sus más de dos horas de metraje, aún las asocio con mayor fuerza, por lo que ruego de antemano al lector, me disculpe por no ser capaz de comentar ”Luna de Avellaneda” sin referirme una y otra vez a “El hijo de la novia”.
En esta ocasión Ricardo Darín da vida a Román Maldonado, un cuarentón cuya vida ha transcurrido siempre ligada a un club social deportivo, el Luna de Avellaneda, que en estos momentos se encuentra sumido en una crisis al borde de la desaparición. El club deportivo encarna en esta película el mismo papel que el restaurante en “El hijo de la novia”: una entidad, que está íntimamente ligada a la historia personal del protagonista y que después de un pasado esplendoroso está en evidente decadencia. La supervivencia de la citada institución parece estar aquí también en manos del protagonista, cuya vida sentimental igual que ocurría en “El hijo de la novia” atraviesa un momento crítico al borde de la ruptura. Por este dramático periplo le acompañan un sinfín de personajes secundarios (extraordinariamente interpretados) que ayudan a componer una entrañable tragicomedia coral.
El planteamiento argumental de ambas películas difiere esencialmente en la capa social en la que se traza la trama. Si en “El hijo de la novia” se trataba de la clase media, aquí el análisis baja un escalón social: entonces Rafael era propietario de un restaurante, aquí Román es un socio más del club en declive, en aquella ocasión Naty se planteaba emigrar a España para estudiar, ahora Darío se lo plantea para subsistir trabajando. Todo ello repercute en el tono de la película que se vuelve algo más oscuro, aproximándose en mayor medida al Tango, al “pensamiento triste que se baila”, donde la nostalgia, el paso del tiempo, la amistad y el amor, en todas su facetas, son los hilos con los que se teje el género.
Ambas películas arrancan con imágenes de un pasado mejor: en “El hijo de la novia” recordamos la infancia de Rafael jugando a ser el Guerrero del Antifaz, en “Luna de Avellaneda” rememoramos la mejor época del club durante la fiesta esplendorosa en la que accidentalmente nace Román. Y las dos finalizan con la esperanza de un renacimiento (del restaurante y del club respectivamente) directamente relacionado con el del propio protagonista.
Es curioso que en dos de los momentos más emotivos de ambas historias, los más jóvenes recurran a la utilización de algún artificio (el actor que finge ser sacerdote o el foco que suple a la luna) para proporcionarles a sus mayores la felicidad que la cruda realidad les niega. Insistente metáfora de Campanella sobre las artes escénicas y la imaginación, reclamando su papel esencial en el bienestar de las personas.
Disfruté extraordinariamente con “El hijo de la novia” por su frescura, sus magníficas interpretaciones, el maravilloso equilibrio entre su vis cómica y la trágica, el optimismo de sus personajes, la soltura de sus diálogos, la acidez de su crítica, etc. Aún sin la frescura de su precedente pero con igual talento y quizá con una mayor madurez, “Luna de Avellaneda” ha satisfecho mi curiosidad por conocer qué otras cosas suceden en la Argentina de “El hijo de la novia.”

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TXILI

20/12/2004

Valoración

8.00

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