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Diario de Sitges 2016. Día 3: Dimensiones y distopías

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Hoy hemos tenido dos sorpresas desagradables. Primero, que ha hecho un tiempo de mierda, y por mucho que estemos metidos en una sala de cine casi todo el tiempo, que al salir esté nublado y lloviznando tampoco es plato de buen agrado. Y segundo, y más importante, es que hay una nueva norma para prensa que se nos había escapado a muchos y que nos limita bastante a la hora de hacernos nuestros horarios, escoger qué películas ver e intentar ver todo lo que podamos para recomendároslo o no: el festival ha limitado el número de películas que podemos ver a 40 en los 9 días que dura (aunque el pase de las 8:30 es 'gratis'). Lo que le da igual a la gente que no está durante todo el certamen aquí, pero a los demás hace que tengamos que elegir qué cintas sacrificar en nuestro planning para no pasarnos. Y para algunos ya es demasiado tarde, porque ya han consumido más de la mitad.

Es decir, encima de que cada año la acreditación es más cara y de que en esta edición la prensa ha tenido que aguantar que la organización la acusase directamente de haber vendido menos entradas que el año anterior, nos salen con esto. Muy mal, Ángel. No te haces de querer.



Pero venga, sí que te haces de querer cuando programas películas como THE VOID (), film de terror lovecraftiano con innumerables homenajes a cintas artesanales de los 70 y 80, en especial a La Cosa y Hellraiser. De hecho, el planteamiento inicial es muy similar al del film de John Carpenter: un policía de pueblo se encuentra a un hombre herido en medio de la carretera (que, sin saberlo él, es perseguido por dos hombres que quieren matarlo) y se lo lleva a un hospital cercano que está a medio desmantelar. Allí ellos y los médicos, enfermeras y pacientes se verán atrapados por unos extraños asesinos con túnica blanca, mientras el caos primordial de tentáculos y deformidades se desata en el interior.

La película se divide en tres partes más o menos diferenciadas. La primera funciona desde el misterio, aprovechando que va situando las piezas sobre el tablero para generar tensión en torno a qué está ocurriendo, de dónde viene el peligro y qué puede ocurrir a continuación. Cuando el caos se desata entramos en una fase más lúdica, donde no se trata tanto de generar un clímax de anticipación del mal (aunque también hay momentos para crear terror en base a lo que puede ocurrir, como la escena en la que intentan recuperar armas del exterior), sino de mostrar abierta y sangrientamente todo el gore y los efectos prácticos de maquillaje que le permite su exiguo presupuesto. Y entonces, cuando la carnicería hace un alto en el camino, entramos en la tercera fase: el terror más abstracto y primordial, la entrada a otra dimensión física y psicológicamente hablando.

Es en esta parte donde el guion pierde un poco de pie, al intentar explicar los sucesos que estamos viendo y no siempre dejar claros los matices y preguntas que surgen. A nivel formal también hay un cierto desorden en la acción, que antes había sido muy sólida y ajustada. No llega al punto de írsele de las manos al director, y desde luego no pierde capacidad de impacto como le ocurría el año pasado a la similar Baskin, pero si hubiese resuelto de forma más trabajada los distintos flecos que se quedan en el camino, estaríamos hablando de un clásico del género. Pese a todo, es un film de culto indudable.



Si el primer día destacaba lo manido que estaba el tema de los zombis en vista de lo que ofrecía Here Alone, la excelente MELANIE. THE GIRL WITH ALL THE GIFTS () consigue todo lo contrario de aquella: insuflar nueva vida al género gracias a una reformulación de sus reglas desde la misma base (ahora es una infección fúngica la que provoca el brote), añadiendo nuevos desarrollos que amplían y enriquecen su alcance como ciencia ficción, además de ofrecerle nuevas oportunidades para desplegar las escenas de terror.

Es mejor enfrentarse al film sin conocer nada, ya que su primer tramo juega de forma magistral con la incertidumbre sobre lo que está ocurriendo, situando al espectador en medio de una especie de cárcel distópica para niños. Allí seguimos a la más aventajada de todos, Melanie, a quien da vida una asombrosa Sennia Nanua, cuya frescura y pureza interpretativa la hacen una seria candidata a premio. Este primer acto, que dosifica la información de forma muy inteligente, permite a Colm McCarthy alterar la perspectiva habitual del género, desplazando el punto de vista en el espacio y el tiempo a una situación que suele ser más la conclusión que el punto de partida.

Durante los siguientes actos del film, esta premisa se deja atrás para adentrarse en una aventura un tanto lineal, pero repleta de sorpresas argumentales, escenas de tensión adrenalínicas y una gran dosis de emoción (a lo que contribuye un reparto muy por encima de la media de este tipo de producciones, que consigue dotar de mayores dimensiones a sus personajes y consiguen momentos tan impactantes como la narración de Glenn Close sobre el nacimiento de Melanie). Así, la clásica película de zombis se va complementando con elementos más propios de El Día de los Trífidos o El Señor de las Moscas, hasta llegar a una conclusión tan satisfactoria y completa a nivel discursivo como un tanto cuestionable a nivel puramente argumental.



Mucho más decepcionante resulta la primera película abiertamente de ciencia ficción de lo que llevamos de festival, la española PROYECTO LÁZARO (). El film retoma la idea de la criogenización (que el propio Mateo Gil admitió que le surgió a raíz del guion para Abre los Ojos, y que tuvo que madurar durante dos décadas) para presentarnos la historia del primer humano que despierta en el futuro tras someterse a este proceso y ser 'curado' por los médicos.

La película cuenta con una primera hora excelente, donde se van explorando distintos aspectos de la situación personal, social y médica de este sujeto que no se han tratado hasta el momento en el cine, incidiendo especialmente en el carácter de ciencia experimental y, por tanto, repleta de fallos y limitaciones con la que se resucita al protagonista. Las implicaciones de esta imperfecta situación, así como las del contraste entre la vida pasada y la nueva (desde la pérdida de identidad a la falta de conexión emocional, pasando por la culpa y la nostalgia) son abordadas de forma directa y muy interesante.

El problema nace de que no se integran en una historia bien perfilada o con posibilidades de crear un arco de personaje realmente rico. En lugar de eso, estos debates se transmiten vía voz en off o se plasman mediante conversaciones didácticas pero funcionales. Y eso al principio funciona, pero conforme avanza el film, la ausencia de conflicto real y la bidimensionalidad de los personajes van dejando una sensación de vacío y aburrimiento que se ve agravada por la repetición de esquemas y la reiteración de situaciones y diálogos, machacando de forma cada vez más pedante e incluso ñoña ideas que ya habían quedado claras y que ponen en evidencia la falta absoluta de rumbo de la narración. Es decir, que Mateo Gil tenía el esqueleto para una película soberbia, pero no ha sabido llenarlo con una historia que merezca la pena contar.



Y como no me da tiempo a más, completo el artículo con otras dos cintas scifi que se verán en próximos días. En un mundo cada vez más informado sobre las tragedias y diferencias sociales, pero al mismo tiempo más consciente de la corrupción y limitaciones de los sistemas políticos y económicos, la distopía se ha convertido en un subgénero de la ciencia ficción muy recurrente. Los referentes son siempre los clásicos: 1984, Un Mundo Feliz, Fahrenheit 451. En los mejores films, como Gattaca, sus esquemas e intereses discursivos se actualizan y reformulan. En los peores, como La Isla, se copian conceptos sin entender realmente su función y el mundo resultante queda desdibujado y caótico. La interesante pero fallida EQUALS () se queda a medio camino entre ambos extremos.

La distopía presentada en el film se liga directamente a la de Aldous Huxley: un mundo que ha suprimido genéticamente las emociones, donde la concepción es un mero trámite burocrático, y donde amar o sentir algo se ha convertido en una enfermedad mortal que provoca, como mínimo, el ostracismo social. Obviamente, como en cualquier distopía que plantea unas normas de comportamiento rígidas, el film sigue a quienes las rompen enamorándose: Kristen Stewart y Nicholas Hoult, dos buenos actores que aquí se ven bastante limitados por un guion sin grandes diálogos. Drake Doremus plantea un mundo frío, liso, sin aristas, sin apenas color ni rasgos distintivos, acorde con la naturaleza de su distopía, y su estilo narrativo también se impregna de este alejamiento emocional, guardando distancias respecto a los personajes que solo se rompen cuando éstos comienzan a sentir (momento en el cual irrumpen también otros colores distintos del blanco y el azul). Sin embargo, este aproximamiento formal no es lo suficientemente rupturista como para resultar efectivo, lo que provoca una falta de emotividad en una historia que la necesitaba para construir su mensaje.

De esta forma, en la superficie, no hay nada radical o novedoso que la película aporte al género. Con un análisis más concienzudo de su discurso, tampoco. Y ese es su principal problema: todo parece ya visto, ya masticado, por lo que cualquier conclusión que se saque de ella carece de frescura. Hay apuntes de distintas metáforas aquí y allí: las emociones como enfermedad similar al VIH; la obsesión del Estado por el control absoluto de la población, incluyendo no solo lo que piensan sino también lo que sienten; la sociedad de castas como constructo artificial que premia el odio al diferente; el amor ligado al suicidio, como una manifestación física extrema de las pulsiones de vida y muerte de Freud; o la búsqueda de otros planetas como huida racional de un mundo aséptico. Sin embargo, nunca se lanza de cabeza a utilizar de pleno ninguno de estos recursos para contar algo más que una historia de Romeo y Julieta.



Mejores resultados ofrece otra cinta del género. Hace algo más de una década, Katsuhiro Ôtomo intentó llevar al cine el subgénero del steampunk con la interesante pero fallida Steamboy. Desde entonces, pocos más se han atrevido a abordar este género que plantea un mundo en el que la revolución industrial se quedó en el vapor y no alcanzó el desarrollo de otras fuentes de energía, como el petróleo o la energía nuclear. El retrofuturo es visualmente estimulante, pero también narrativamente complicado si no se tiene una buena historia a la que agarrarse. Eso es lo que consigue hacer con éxito la francesa AVRIL ET LE MONDE TRUQUÉ (): mezclar con soltura un deslumbrante universo visual con una historia inteligente, emocionante y emotiva, componiendo una aventura de intriga apasionante.

El film se sitúa en 1941, pero la situación política en Europa es muy distinta a la que conocemos debido a la temprana muerte de Napoleón III y al misterioso secuestro de los científicos más importantes de finales del siglo XIX y principios del XX (incluidos Einstein o Fermi). Entre los desaparecidos están los padres de Avril, que investigaban un suero para alcanzar la vida eterna. La joven, que continúa su trabajo donde ellos lo dejaron, se verá envuelta en un complot donde el futuro de la vida humana sobre la Tierra está en juego. El guion funciona como un mecanismo de relojería, donde cada pieza juega un papel esencial en la trama, incluso aquellas que en principio solo parecen destinadas a dar un contexto histórico o desarrollar los personajes. Las pistas y los misterios se acumulan con velocidad, las escenas de acción se resuelven con empaque, y los sucesivos descubrimientos van dibujando un sólido mensaje sobre la compleja naturaleza del ser humano y la necesidad de respetar el medio ambiente como camino hacia el futuro.

Pero no solo de historia vive la película: también hay un gran cuidado por dibujar las emociones de los personajes, y buena parte del guion descansa en la capacidad de crear empatía por ellos, de sentirlos cercanos. Puede que en este sentido no tenga la carga emocional de Pixar o Ghibli, pero aun así Christian Desmares y Franck Ekinci resuelven la papeleta con nota. También hay que darle crédito del resultado al cómic original de Jacques Tardi, no solo en este aspecto, sino por lo que toca a la riqueza visual y la coherencia interna (y científica) del mundo en el que se desarrolla la historia. Un universo de hollín y herrumbre, tan asfixiante como lleno de detalles, donde las maravillas tecnológicas tienen un toque de artesanía frágil y decadente, y donde los animales vivos son un tesoro casi más preciado que el dinero (en un evidente guiño a Philip K. Dick).


A lo largo de este día y de mañana tendré más tiempo para escribir (espero) y os iré poniendo al día del resto de films que he visto, y que al menos durante este primer fin de semana están conformando una de las mejores ediciones que llevo disfrutadas del festival. ¡Quién me iba a decir que lloraría en Sitges!

@DamnedMartian

 

Fuente: CINeol | Visitada: 1283 veces


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Comentarios (1)

22:13 - 10/10/2016

Miniviciao@

Que ganas le tengo a The Void [babas] [babas]


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